El 6 de septiembre de 1897 se produjo el lance entre los dos dirigentes de la Unión Cívica Radical
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Es una historia de otros tiempos, de cuando el honor se defendía con la vida. Había transcurrido un poco más de un año del suicidio de Leandro N. Alem, el fundador de la Unión Cívica Radical, y las luchas internas por definir el liderazgo del partido estaban en su momento más crítico. Las diferencias entre algunos de sus integrantes parecían irreconciliables. Los términos de una renuncia al espacio político fueron el detonante del memorable enfrentamiento.
“La Unión Cívica Radical tenía muchas diferencias internas entre sus dirigentes. Sufría un vacío de liderazgo que se había acrecentado con la muerte de Alem. Aunque él no lo dijo abiertamente, en sus cartas de suicidio, que dejó a los más cercanos, hizo entrever que su sobrino, Hipólito Yrigoyen, se la hizo difícil... Y eso era algo se hablaba por lo bajo: la traición de Yrigoyen a Alem”, explica Francisco Reyes, historiador y autor de “Boinas Blancas, los orígenes de la identidad política del radicalismo”.
La fractura de la Unión Cívica
Tras la Revolución del Parque, en 1890, la Unión Cívica, que había surgido como una fuerza opositora para derrocar al Partido Autonomista Nacional, se dividió dos: la Unión Cívica Radical y la Unión Cívica Nacional.
“Tras la insurrección, Juárez Celman renunció a la presidencia. Pero asumió el vicepresidente Carlos Pellegrini, que también era miembro del PAN. Entonces, era más de lo mismo... La fractura de la Unión Cívica se produjo porque una parte de los cívicos, los que seguían a Mitre, entablaron negociaciones con Pellegrini y Roca”, señala Reyes. Bartolomé Mitre se convirtió, entonces, en la principal figura de la Unión Cívica Nacional.
En la otra vereda, los que siguieron a Alem formaron la Unión Cívica Radical. Fue en este espacio en el que se alistaron los protagonistas de esta historia: Hipólito Yrigoyen y Lisandro De la Torre. Ambos pertenecían a la Unión Cívica desde sus orígenes. “De la Torre era joven, tenía 27 años, y fue uno de los muchos jóvenes que vio en Alem la encarnación de las virtudes cívicas republicanas. Para él, era un líder designado a salvar el destino de la Nación”, señala Reyes.
A pesar de que Yrigoyen y De la Torre compartían el mismo espacio, enseguida las diferencias entre ellos se hicieron irreconciliables. “El radicalismo tenia una estructura federal con un comité en cada provincia, no había un poder centralizado. Y aún es así. Lo que Yrigoyen quería era que el radicalismo de la provincia de Buenos Aires se manejara de forma autónoma del Comité Nacional, que era la máxima autoridad del partido y nucleaba a las principales dirigencias de los radicalismos de cada provincia. Los comité provinciales tienen mucho margen de autonomía y el radicalismo de la provincia de Buenos Aires era fuerte electoralmente”, agrega.
La ofensa
Ocurrió durante la Convención Nacional del partido, a comienzos de septiembre 1897. “El sector de Hipólito Yrigoyen, si bien era minoritario, no quería que el radicalismo se aliara con nadie. Por eso se los llamó ‘radicales intransigentes’. En cambio, el otro sector, el coalicionista, en el que estaba De la Torre, quería aliarse con los mitristas para ganar fuerza”, explica Reyes.
Cuando De la Torre, advierte que la Convención Nacional podía naufragar porque los sectores intransigentes guiados por Yrigoyen no iban a arreglar, decidió renunciar. “Para De la Torre el partido radical había perdido el rumbo y, además, acusa a viva voz a Yrigoyen de algo que todos hablaban a escondidas: la traición a Alem”, dice el historiador.
Según las crónicas periodísticas del 5 de septiembre de 1987, la renuncia “indeclinable” de De la Torre se leyó en voz alta frente a una audiencia de más de 70 convencionales y un grupo de 50 personas que asistían como “barra” de la convención.
La nota-renuncia de Lisandro de la Torre
En su misiva, el abogado De la Torre expuso sus razones. “El partido radical, desde su origen, ha tenido en su seno una influencia hostil y perturbadora, que ha trabado su marcha, que ha desviado sus mejores propósitos y que ha convertido toda inspiración patriótica en un debate mezquino de rencores y ambiciones personales.
Ha sido esta influencia la del señor Hipólito Irigoyen, influencia oculta y perseverante que ha operado lo mismo antes y después de la muerte del Dr. Alem, influencia negativa pero terrible, que hizo abortar con fría premeditación los planes revolucionarios de 1892 y 1893, y que destruye en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a la conveniencia del país y a los anhelos del partido, sentimientos pequeños e inconfesables.
Tengo la persuasión de no decir en todo esto nada que no conozcan los señores convencionales. Como el Sr. Hipólito Irigoyen no obra sino por intermediarios, no ha sido siempre fácil caracterizar directamente en él la responsabilidad de intrigas que se ejecutaban por su orden. Esto ha evitado el escándalo y lo que el partido conoce, no lo conoce el público, un espíritu de solidaridad explicable, ha hecho que todos ocultáramos esta vergüenza doméstica y además, algunos sinceramente empeñados, abrigábamos la ilusión de atraer a la obra común esta fuerza con calidades de acción indudables, desperdiciadas en el afán obscuro de un proselitismo personal sin horizonte.
(...)
En estas condiciones se han producido los sucesos políticos del día cuyo resumen es el siguiente; El Sr. Hipólito Irigoyen nos ha vencido con sus calidades negativas de resistencia; ha defraudado las aspiraciones del país, sin venir a la convención, sin dar sus razones, sin exponer su política, sin mostrarse frente a frente como adversario capaz de la polémica inteligente y luminosa; no han llegado más razones de su lado que la afirmación de odios irreconciliables.”
Para terminar, De la Torre dijo: “No estoy dispuesto a contribuir más con mi modesto esfuerzo a la acción de un partido que, siendo impotente para realizar los objetivos que una inmensa mayoría sostiene y aplaude, solo sirve para que el Sr. Hipólito Irigoyen cubra con el prestigio de vinculaciones nacionales su obra estrecha y personalista.
Clausurar la convención, como se proyecta, sin extirpar de raíz esta causa permanente de choque, de intrigas y de anarquía es decretar a sabiendas la impotencia para el futuro. A eso no me resigno.
Estos últimos días hemos visto con espanto, la inconsciencia morbosa que invadía al espíritu público -hemos visto por todas partes vacilaciones, egoísmos, defecciones increíbles, toda la resaca moral que disgusta de la vida y yo saco esta consecuencia: merecemos a Roca”.
Para Yrigoyen, las palabras de De la Torre, se sintieron como un balde de agua fría. Su honor había sido ofendido públicamente. Por eso, no dudó en tomar la decisión, que también se publicó en los diarios. “Lance personal: Anoche a última hora se aseguraba que a casusa de los incidentes ocurridos en la convención radical estaba tramitándose un lance personal y que ya por una y otra parte se habían designado los padrinos”.
“Yrigoyen le envió a De la Torre los padrinos, él quería una explicación de sus dichos y una retractación. Eso es lo que se conocía como ‘lanzarle un desafío’ a alguien. Pero De la Torre no se retractó y nombró dos padrinos”, señala Reyes.
La ley del honor: el código argentino sobre el duelo
Desde mediados de siglo XIX, se extendió entre los miembros de la elite argentina la costumbre de zanjar las afrentas en un duelo. Hasta los diarios de la época publicaban algunos de los enfrentamientos. “En los duelos de caballeros estaba en juego el honor de las personas. Era una forma de resolver mediante un acto de violencia ‘controlada’ diferencias de índole personal, pero que eran públicas. Existían ciertas reglas que eran conocidas y respetadas por todos”, explica Reyes.
Según la historiadora Sandra Gayol, hubo un total de 2417 duelos de honor entre 1869 y 1971, último año para el que existen registros confiables. Muchos de sus participantes fueron políticos.
Aunque los duelos estaban reprimidos, el Código Penal Argentino establecía la pena de dos meses de arresto a los duelistas y hasta un año de la misma pena en el supuesto de resultar la muerte o lesiones graves de alguno de los duelistas; el enfrentamiento contaba con la aprobación social al punto tal que, inclusive la forma en la que los encuentros se llevaban a cabo estaba estipulada. En pocas palabras, los asuntos del honor no se dirimian en los tribunales.
“El honor, una de las más esenciales condiciones de la existencia moral queda sin broquel, a merced del agravio y de la afrenta”, decía el exjuez del crimen Samuel Sánchez en el prólogo del “Código Argentino sobre el Duelo”, publicado en 1878. A través de 183 artículos el magistrado y José Panella, profesor de esgrima y oficial del Ejército de Italia, reglamentaron “la ley del honor”.
“Una injuria puede motivar el envío y la aceptación de un desafío”, establecía el primer articulo de la norma. Luego clasificaba a los tipos de injuria entre “grave o leve”, “directa o indirecta”, “de palabra o de hecho”. Una injuria leve era aquella que “hiere la susceptibilidad de una persona por la naturaleza de la injuria, la posición social del ofendido , y las circunstancias que mediaren entre el hecho y la relación entre el ofensor y el ofendido”.
Si la ofensa había sido pública, la retractación debía realizarse por escrito y con la misma publicidad que se hizo la injuria. “El que rehúsa dar una satisfacción o una retractación se halla, como buen caballero, en el caso de aceptar el desafío”, disponía en su articulado.
En el caso de acordarse el duelo, la elección de las armas correspondía a la parte la parte ofendida. Entre las armas que podían escogerse se encontraban: La espada, el sable o la pistola.
Los duelistas no llegaban al enfrentamiento solos. Otras personas con roles claramente definidos completaban la escena. Así, estaban los padrinos con una misión “sagrada y severa”. Ellos eran los encargados de “procurar la reconciliación entre sus ahijados, procurando dejar ileso el honor de ambos”. A su vez, los padrinos debían llevar un médico “para asistir a sus ahijados en caso de heridas”. Por su parte, los profesionales de la salud no podían negarse “a cumplir un deber de humanidad y filantropía en favor de los que van a exponer su vida por defender su honor”.
“La elección del padrino es más delicada de lo que generalmente se cree. Además de las condiciones de honorabilidad y edad competente prescriptas en el Código, es muy conveniente que la elección recaiga en una seria y de probidad; y por último, que conozca de armas. Un buen padrino es el mejor fiscal de los intereses sociales, así como un tutor discreto de su ahijado”, explican los autores en las observaciones el Código.
Por otro lado, estaban los testigos, “personas honorables y mayores de edad”, que actuaban como espectadores durante el combate y con su testimonio, que debía ser “imparcial”, daban fe de lo ocurrido durante el duelo.
Para los supuestos de duelos con espada existía la obligación de que cada parte llevar un par al combate. “Cada padrino podrá desnudar el pecho de su respectivo ahijado, para enseñar que no lleva sobre el cuerpo ningún obstáculo ni medallón capaz de eludir un golpe de espada o hacerle romper la punta”, establecía el texto legal.
El fin del enfrentamiento dependía de la forma que se hubiese optado: “A primera sangre”, en dicho caso terminaría con la primera herida que recibiere cualquiera de los combatientes. “A discreción del cirujano”, se trataba de la declaración acerca de si el duelo podía continuar o no “con plena conciencia” que daba el médico ante la consulta del padrino y el testigo de la parte herida. Finalmente, los duelos podían ser “a muerte” y en dicho continuaba “hasta que quede cumplida la condición, sin perjuicio de los altos que fuesen necesarios”.
Un duelo de 40 segundos
Fueron los padrinos, Marcelo T. de Alvear y el capitán Tomás Vallée, en representación de Yrigoyen, y Carlos F. Gómez y Carlos Rodríguez Larreta (bisabuelo de Horacio Rodríguez Larreta, actual Jefe de Gobierno porteño), por De la Torre, los que fijaron el lugar donde iba a ser producirse el encuentro. “Fue en unos galpones, cerca de un muelle en San Fernando. Fue durante la mañana para que no los vean muchos. Aunque no estaban permitidos, la policía no intervenía”, explica Reyes.
Como arma de combate se optó por el sable con filo, contrafilo y punta. De común acuerdo resolvieron que el duelo duraría hasta que alguno quedara imposibilitado para continuar por decisión del médico. “Ambos tomaron clases antes del día del duelo. De hecho, dentro del partido, De la Torre tenía fama de alguien aguerrido porque en la revolución radical de 1893 en Rosario tomó la jefatura de policía con un grupo armado y ahí los diarios hablaban de su coraje. En cambio, Yrigoyen era más retraído y silencioso. Yrigoyen tomó clases de esgrima con Alvear”.
-Reyes, ¿cómo fue el duelo?
-El duelo duró 40 segundos. Cruzaron rápido las armas, De la Torre se abalanzó sobre Yrigoyen quien se defendió y le dio en la cara. Yrigoyen no resultó herido, solo un golpe en el costado del torso. Ante las heridas en el rostro de De la Torre se decide no continuar. Se saludaron pero no se reconciliaron. Algunos especulan que, desde ese entonces, De la Torre se dejó la barba para tapar las cicatrices.
En el Archivo General de la Nación, Gayol analiza el papel de la justicia penal en el duelo y expone “las tensiones y los límites que tuvo la justicia del Estado para actuar” frente a estos delitos. La causa fue llevada de oficio por el juez penal Luis Navarro que se encontró con respuestas idénticas que remitían a las actas del duelo que habían sido publicadas en el diario LA NACION. “El juez no repregunta ni bucea en los posibles antecedentes penales y morales de los involucrados. Tampoco anhela nuevos testigos cuando, sin duda sabía, hubo público que presenció el enfrentamiento”.
-Yrigoyen reparó su honor pero, ¿qué sucedió con De la Torre?
-Volvió a Rosario. Allí fundó el diario La República y, en 1907, junto con otros radicales desencantados, organizó el partido político: La Liga del Sur, con alcance local. Años después, cuando el partido de De la Torre comienza a tener buenas perspectivas políticas, Yrigoyen lo convocó para que regresase al radicalismo con una condición: que antes disolviese el nuevo espacio político, circunstancia que no aceptó. En el radicalismo él iba a ser siempre de segunda línea, mientras que en su partido era líder. En 1914, transformó la Liga del Sur en el Partido Demócrata Progresista (PDP), que aún existe.
-Yrigoyen, por su parte, llegó a convertirse en Presidente de la Nación en 1916.
-Sí, pero este enfrentamiento con De la Torre dejó sobre él una secuela, un estigma. La acusación de que Yrigoyen de estaba guiado por un estilo personalista le quedó a lo largo de su vida pública. Esa idea de que él no estaba dispuesto a ceder su lugar dentro del partido y que el espacio estaba sometido a su figura lo persiguieron siempre.
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