Es una de las ciudades más pequeñas de Europa, con una inesperada y activa comunidad argentina.
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Rozando una antigüedad de más de 4000 años, entre fines de la Edad de Bronce y comienzos de la de Hierro, primero fue conocida como Emona. Más tarde se transformó en Lulia Aemona. Casi comenzando nuestra era se transformó en un paso de uso militar a la vera del Ljubljanica, el río que atraviesa la ciudad. Comerciantes, funcionarios y soldados retirados integraron la comunidad que para el siglo V recibió una invasión húngara.
Cuenta la leyenda que sería el mito de Jason, el célebre héroe griego, el responsable de la fundación de Ljubljana. En uno de sus viajes, Jason y sus compañeros, los Argonautas, habrían ascendido por el curso del Mar Negro y luego por el Danubio hasta llegar al Ljubljanica. Al llegar a Ljubljana se toparon con un dragón, al que Jason derrotó, para convertirlo en emblema de la ciudad. Algo de mito y de leyenda tiene la historia de Andrés Znidar que se fue a Eslovenia con la idea de cumplir su sueño y recaló en Ljubljana.
“El esloveno fue mi primer idioma”
“Nací en Buenos Aires -cuenta en charla exclusiva con La Nación-, viví toda mi vida en Carapachay, en el marco de una familia de clase media. Mi papá era profesor en escuelas técnicas, y mi mamá de dibujo devenida en ama de casa para cuando ya éramos tres. Tengo una hermana y un hermano, ambos menores que yo. Hice toda la primaria y secundaria en el Colegio San Antonio de Munro”.
Siempre le había ido bastante bien en la escuela, era rápido para aprender y nunca necesitó estudiar mucho. En los ratos libres, de chico pasaba mucho tiempo en la peluquería de su abuelo, que junto a su abuela vivían en su propia misma. Ahí pasaba las horas jugando al ajedrez cuando él no tenía clientes, dibujando y leyendo el diario, “casualmente La Nación)”, cuenta.
Con sus amigos del barrio frecuentaba el club esloveno de Carapachay. Sus cuatro abuelos llegaron Argentina desde Eslovenia escapando de la guerra y el régimen comunista yugoslavo, que perseguía a opositores, intelectuales, y población en general. “La colectividad eslovena en Argentina es bastante fuerte -indica-, y tenemos muchísimas actividades, como cursos de esloveno, eventos culturales, religiosos y deportivos. Tengo muchos amigos de la comunidad. El esloveno fue también mi primer idioma: en casa hablamos solo esloveno, y aprendí español recién a los 5 años cuando entré a preescolar”.
Con alas en la ilusión
Siempre le gustaron los aviones, “desde que tengo uso de razón -rememora-, probablemente influenciado por mi tío piloto de la Fuerza Aérea y mi tía azafata. Mis primeros dibujos eran de aviones, armaba modelos y los pintaba. A mi papá también le gustaban”. Cuando terminó la secundaria para todos era bastante obvio que su camino seguiría por ese lado. “Como se me daban bien la matemática y la física, me decidí por seguir ingeniería aeronáutica en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de Haedo. Ahí toda la facilidad para estudiar desapareció. La facultad era mucho más exigente y difícil que la secundaria, sumado a que justo arranqué a estudiar en plena crisis del 2002. Me costó bastante, pero por suerte teníamos un grupo de compañeros excelente, que nos ayudábamos mutuamente para avanzar, y me recibí después de mucho esfuerzo en 2010″.
Su contacto con Eslovenia y con unos cuantos parientes ya emigrados fueron determinantes para que ardiera la curiosidad. Su hermanos se habían ido ya en 2010 y en 2014. “Emigrar no me parecía algo tan descabellado”, afirma. “Implicaba alejarme de mi familia, sobre todo mis abuelos con quienes tenía gran apego y ya estaban muy mayores. También me alejaba de mi novia de ese momento - después la distancia y la decisión de quedarme allá no ayudaron en la relación. Mis padres ya habían decidido que se quedarían a cuidar a mis abuelos en sus últimos años, pero que luego intentarían ir a Eslovenia, para estar más cerca de sus hijos (y ya un par de nietos)”.
Para 2011 se había puesto a estudiar francés con la idea de, quizás, irse a Francia a trabajar a Airbus, la meca de la aeronáutica, “pero era muy difícil ser aceptado desde la Argentina -relata-. Entonces se me ocurrió que haciendo una maestría en Francia sería más fácil. Con los ahorros de toda mi vida me postulé a un máster en aeronáutica en el Instituto Superior de Aeronáutica y Espacio, en Toulouse, donde también tiene su sede Airbus, entre muchas otras empresas aeroespaciales. Me aceptaron, y en agosto de 2015 me fui a Francia”.
El idioma al principio fue un problema, Andrés encontró que el francés de la calle es muy diferente al de los libros. Por suerte el máster era en inglés y le fue más fácil entender. “Fue un gran desafío empezar todo desde cero -recuerda-. Adaptarse a las costumbres, trámites burocráticos (los franceses son especialmente complicados para todo eso), y hasta a entender si lo que estás comprando en el supermercado es lo que realmente estás buscando. Al tener contacto con compañeros de muchísimos países, aprendí a aceptar y entender diferentes formas de pensar y de hacer las cosas. Aprendí a ser tolerante y respetar más a la gente. Me abrió la mente muchísimo y me ayudó en mi futuro”.
“En Argentina intentaba planificar pero era imposible”
De su estancia en Argentina quedan experiencias laborales: “durante cinco años trabajé una empresa de ingeniería donde participábamos del diseño de los satélites argentinos SAOCOM y ARSAT, entre otras cosas. Me gustaba, pero los proyectos de satélites llegaban a su fin y yo seguía con la idea fija de diseñar aviones. Ese era mi sueño y estaba decidido a hacer lo que fuera por llegar a eso, sabiendo que en Argentina las posibilidades eran pocas, traté de buscar la ruta posible”.
Recuerda a la Argentina con cariño “y con algo de dolor -indica con algo de temblor en la voz-. Tengo hermosos recuerdos de 30 años de vivir en un país lindísimo, lleno de paisajes increíbles y distancias inmensas, gente cálida y amable, una vida simple y al mismo tiempo vertiginosa. Donde uno se tiene que ir adaptando constantemente a nuevas realidades (y voluntades ajenas), esquivando dificultades, intentando planear lo implaneable, y deseando que todo mejore un día. Ahora tengo una vida menos agitada, pero mucho más estable, con más proyección a futuro, y más tranquilidad. Confío en la Argentina, es el país que me vio crecer y que amaré por siempre”.
Aterrizaje con cables
Antes de terminar el máster en Francia pudo entrar a una empresa donde trabajaba directamente en proyectos de Airbus. “Mi especialidad -explica- eran el piloto automático y las computadoras de vuelo de aviones de pasajeros enormes. De a poco estaba cumpliendo mi sueño, y fue la época más entretenida de mi vida”.
Sin embargo, tres años después surgió la posibilidad de irse a Eslovenia, donde estaban sus hermanos, a trabajar a una empresa de aviones chicos pero muy innovadores. Fue una decisión muy complicada, pero sentía que era lo que tenía que hacer. Así, en febrero del 2019 ya estaba en Pipistrel, la empresa pionera en aviación eléctrica, y en el país de sus abuelos.
“Al principio no fue fácil, la gente es fría”
“Al principio no fue fácil, otra vez adaptarse al sistema, trámites, gente más fría -enumera-. Al menos no tenía que superar la barrera del idioma. De a poco el trabajo se fue volviendo más interesante, me dieron más responsabilidades, y en estos años logré llegar a hacer lo que siempre quise: dirigir el diseño de todo un avión”.
Hoy vive en Ljubljana, la capital de Eslovenia. El río pasa por el centro de la ciudad, rodeando una colina con un castillo. Ljubljana tiene, según su último censo, menos de 300 mil habitantes. Es una de las capitales más pequeñas de Europa, con el curioso equilibrio de no sentirse el trajín de otros sitios, aunque con el espíritu joven de los 50 mil estudiantes que pueblan sus universidades.
El castillo sobre una colina preside la ciudad desde hace unos 900 años y es la principal atracción. Se puede llegar en funicular o subir a pie. La torre y las murallas del castillo ofrecen las vistas más hermosas de la ciudad. Hay dos exposiciones permanentes en el museo, dos restaurantes, una cafetería y un sitio para bailar por la noche. Lesar Hotel Angel es una opción boutique de lujo para quedarse en la ciudad. Construido en las instalaciones de una casa medieval restaurada en el corazón del casco antiguo. Su hermoso jardín bajo la Colina del Castillo brindan un ambiente cómodo e íntimo que llevan al interior la calma propia del entorno.
La ciudad está asociada al nombre de Jože Plečnik, arquitecto que también organizó la planificación urbana del centro. El famoso Puente Triple pertenece a sus obras más célebres. En la Casa Plečnik, se conservan las salas de estar y los objetos personales del arquitecto. El Mercado Central también fue su creación y es otro imperdible.
Como emblema de la ciudad, si no se saca una foto de dragones durante la estadía, no se puede decir que se estuvo en Ljubljana. Las esculturas en el Puente del Dragón construido en 1901 son magníficas para completar la misión.
La plaza Prešernov trg es el corazón histórico. Es una mezcla de barroco, secesión y arquitectura de Jože Plečnik. Su imagen está marcada por la fachada rosa de la Iglesia Franciscana, probablemente la imagen más reconocible de Ljubljana, un monumento al poeta France Prešeren y el Puente Triple de Plečnik.
La iglesia de San Nicolás es la Catedral de la ciudad. El sitio donde se encuentra fue originalmente ocupado por una basílica románica del siglo XIII y la actual fue construida en 1701 después de que los turcos incendiaran la primera basílica.
La gente trabaja normalmente de 7 a 15. Andrés Znidar tiene una rutina diferente. “Yo suelo ir y volver más tarde -explica- no me pude acostumbrar al horario”. Sus padres ya viven allí hace un año y cuenta con una comunidad cercana de varios amigos argentinos-eslovenos como él. Una curiosidad: integra un coro en el pueblo donde vivía cuando llegó al país. “Todavía no pude formarme una familia propia. Entre tantos viajes y cambios, y priorizando mi carrera, tuve un par de relaciones fallidas -cuenta-. Ahora que estoy más establecido le voy a dar prioridad”.
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