Inteligencia emocional: cómo hago para no estallar ante un problema inesperado
Debemos pensar creativamente para buscar distintas a soluciones a los problemas que se presentan en el día a día
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¿Qué hago para no estallar si algo no sale como lo esperaba?
Esta es una pregunta muy frecuente que suelen plantearme. Muchas personas estallan frente a una situación que consideran inesperada. En realidad, ante cualquier situación, podemos tomar cuatro caminos. Imaginemos que tengo que viajar a España y le pido a un amigo que me lleve en su automóvil hasta el aeropuerto. Muy amablemente, él me dice que sí. Pero, unas horas antes de recogerme, se comunica conmigo y me anuncia que no puede llevarme.
¿Qué puedo hacer frente a ello? A. Explotar, gritar y decirle: “Pero, ¿cómo me vas a hacer esto a mí?”. B. Implotar, guardar lo que siento en mi interior y pensar: “A mí me sale todo mal; esto me pasa por elegir amigos así”. C. Resignarme: “Esto fue por algo; algún propósito debe tener el cosmos conmigo”. D. Recurrir al pensamiento creativo: podría cambiar el vuelo, llamar a otro amigo, etc. El padre de la terapia sistémica Paul Watzlawick les decía a sus pacientes: “Hasta que nos volvamos a ver, haga algo distinto”. “¿Y qué hago?”, le preguntaban. “No sé”, respondía, “pero que sea distinto de lo que viene haciendo”. Pensar creativamente es buscar distintas soluciones a un problema. Es el camino para no explotar, no implotar, ni resignarse.
Siempre expresar lo que sentimos, sin agredir al otro ni a uno mismo, es lo más saludable. Cuando uno experimenta micro o macrofrustraciones y acumula esas emociones, eso puede terminar transformándose en resentimiento. Con el tiempo, incluso, se puede llegar a encapsular en algún órgano del cuerpo. Sin necesidad de maltratar, siempre podemos poner en palabras lo que sentimos. A mayor frustración, mayor agresión. Por eso, lo ideal es no reprimirlo, sino ir expresándolo de a poco. ¿Cómo? Hablando o escribiendo.
¿Qué es y cómo se puede desarrollar la inteligencia emocional?
Hoy sabemos que existen distintos tipos de inteligencia: física, lingüística, espacial, musical, cultural, etc. Todos los seres humanos poseemos ciertos rasgos. ¿Llamar la atención es malo? Eso dependerá de si uno está dando una clase y tiene que captar la atención de los alumnos; o si uno es alumno y debe prestar atención. ¿Ser desconfiado es malo? Depende... si tenés un amigo y desconfiás de él todo el tiempo, lo es; pero si estás caminando en la calle de noche y notás que alguien te sigue, esa desconfianza te será útil. ¿Ser obsesivo es bueno? Si estás en un trabajo donde necesitás saber exactamente la cantidad de material que ingresó, lo es; si te obsesionás con tu pareja o con un amigo, no lo es. Es decir, que la inteligencia emocional consiste en reaccionar de la mejor manera de acuerdo a la situación que estamos viviendo. Nos permite preguntarnos: “En esta situación, ¿qué es lo que más me conviene?”. Antes se creía que, con la habilidad técnica, alcanzaba; pero hoy sabemos que la inteligencia emocional nos ayuda a relacionarnos con aquel que nos va a contratar por nuestra inteligencia técnica. Por eso, siempre nos contratan por nuestra capacidad y nos despiden por nuestro carácter.
Para resumir, es la suma de dos inteligencias: la intrapersonal (saber en qué soy bueno, qué me gusta, qué no me gusta) y la interpersonal (llevarme bien con el otro, empatizar, saber cuándo hablar y cuándo callar). A la cima, no llega la persona que más sabe, sino la que mejor sabe relacionarse con los demás. Es por ello que necesitamos desarrollar la capacidad de llevarnos bien con la gente. Lo ideal es relacionarnos enfocados en aquello que podemos darle al otro.
De esto se trata la vida. Cuanto más rígidos seamos, más sufriremos. Seamos flexibles y, a medida que crezcamos, encontraremos grises, cálidos y templados que nos ayudarán a llevarnos mejor con los demás.
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