En 1982, Antonio Shugt y Luis Torelli cumplieron una tarea de alto calibre, en poco tiempo y bajo presión; el 12 de junio, su invento dejó fuera de combate al destructor HMS Glamoran
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Luis Torelli y Antonio Shugt eran dos jóvenes estudiantes. Tenían 24 y 22 años, respectivamente. Trabajaban como personal civil en la Armada Argentina mientras estudiaban Ingeniería en la universidad, gracias a un programa de integración profesional impulsado por el capitán de navío Julio Pérez. Era la década de 1970, el gobierno nacional estaba adquiriendo diversos misiles y necesitaba gente que los pudiera operar y los supiera mantener. Ahí entraron en escena Luis y Antonio, junto a varios jóvenes más.
Su conocimiento fue providencial en un momento crítico de la guerra de Malvinas, en el que había que defender las posiciones argentinas de los bombardeos nocturnos británicos. Su arma más efectiva, los misiles Exocet “mar a mar”, quedaron inutilizados cuando los altos mandos de la Armada resolvieron no poner en combate a sus buques.
La baja visibilidad tampoco permitía a la aviación argentina hacer las incursiones que realizaban a plena luz del día. Tampoco quedaban misiles Exocet “aire mar”, tan efectivos como escasos: el 30 de mayo, durante el ataque al portaviones Invencible, la Armada agotó el quinto y último de su stock.
Solo quedaba una alternativa: buscar la forma de lanzar misiles Exocet “mar a mar” desde la orilla. Pero nadie sabía cómo hacerlo. Además, la comunicación entre los técnicos argentinos y los fabricantes del misil se cortó definitivamente el 2 de abril.
Este problema se solucionó con mucho ingenio. “A lo argentino”, podría decirse: con “lo que hay”, mucha pasión y conocimiento. A contrarreloj, Torelli y Shugt crearon una plataforma de lanzamiento de misiles que por sus características estéticas fue bautizada “Instalación de tiro berreta”. Sin embargo, su eficacia asombró al mundo: dejó fuera de combate a un buque de guerra británico, el destructor HMS Glamorgan.
Tal fue la fascinación de las fuerzas británicas con el invento criollo que, luego de tomar Puerto Argentino, se llevaron la “ITB” (nombre más glamoroso) y la exhibieron en un museo. Era, en definitiva, la plataforma que permitió disparar un primer misil Exocet desde tierra.
En una entrevista con LA NACION, Antonio Shugt revive los detalles de esta historia única.
-Antonio, ¿cómo empieza su historia en la Armada?
-Al principio, el primer misil que compró la Armada fue el Seacat, allá por el año 68 aproximadamente. Era un arma nueva. La Armada no tenía experiencia en esos sistemas. Entonces se empezó a construir, en un lugar más retirado, un taller para guardarlos, que a su vez estaba destinado a su mantenimiento. Luego, en 1974, se firmó la compra de los Exocet. Empezaron a llegar los primeros materiales para instalarlos en los buques. Paralelamente con la compra de los Exocet, se hacían cursos en Francia para capacitar a los argentinos que los operaran. Era casi una costumbre que cuando había un curso en el extranjero, se enviaba a una persona. Pero no estaba pensado en la necesidad de que esa persona fuera a instruirse: se mandaba a alguien para “premiarlo”. Y es así que la gente que participó de esos cursos no adquirió muchos conocimientos. El capitán Julio Pérez pronto se dio cuenta de eso y dijo “vamos a cambiar la filosofía”. Y toma una medida: incorporar gente joven que estuviera estudiando en la universidad “para arrancar técnicamente bien”. Él quería incorporar estudiantes en el programa de misiles, entrenarlos desde sus primeros años de universidad. Así ingresé yo, a mis 16 años. Empecé en el “taller de óptica control tiro” y después fui enviado al “taller misilístico” que se estaba armando. Ahí nos encontramos con gente de electrónica, del taller de armas... Y ahí conocí a mi compañero Luis Torelli, que vino del taller aeronaval de Espora. Enseguida empezamos a tomar cursos intensivos de técnicas digitales, de misiles, de francés... Tenía 17 años cuando hice mi primer viaje a Francia. Y ya empezamos a trabajar aquí en la Armada haciendo el mantenimiento de las instalaciones de tiro.
-Y llega el 2 de abril de1982, unos años después. ¿Qué hacían ustedes en ese entonces?
-Llega el 2 de abril de 1982. Nos enteramos como todo el mundo, a la mañana, cuando nos despertamos. “Recuperamos las Malvinas, nos vamos a pelear con los ingleses”, pensé para adentro... Bueno, avanza la guerra, hasta que a principios de mayo o fines de abril nos llama el capitán Pérez a Luis Torelli y a mí. Nos dice que había recibido un requerimiento de la superioridad. El problema que estaban teniendo era que ya había llegado la flota inglesa a las islas. Y la flota inglesa, de noche, hacía bombardeos sobre la costa. Había necesidad de hacerle frente a esta situación, y para eso estaban los misiles Exocet. Pérez nos dijo que había que tratar de desmontar la instalación de tiro de un buque y trasladarla a Malvinas para hacer una defensa de costa, para lanzar los misiles desde allí. Pérez, que era ingeniero electrónico, dijo: “Podemos fabricar una instalación de tiro, tratar de replicar los circuitos de una forma sencilla para hacer algo más liviano y que pueda llegar a funcionar”. Pero su idea no era fácil. El problema principal era el auto director del misil. Es el radar que lleva, que era fabricado por Marcel Dassault Electronique. El primer escollo que él vio fue lograr que eso funcionara. Porque desde un buque andaba seguro, pero desde tierra, donde sea que lo pusiéramos, no sabíamos... Y nos convoca a nosotros dos para ver si se nos ocurría una idea. Dijo “si ustedes pueden sacar ese equipo y hacerme lo funcionar, les doy el visto bueno, hablo con arriba y largamos con todo”.
-¿Cuál fue la respuesta suya y la de Luis Torelli?
-Pensamos que era una tarea muy difícil, pero sabíamos que se podía realizar. Entonces nos pusimos a trabajar. Nosotros propusimos usar algunas partes de la instalación, reduciéndolo a la mínima expresión, pero sin dejar de lado el objetivo, que era que el misil pudiera volar, volar bien y llegar al blanco. Pensamos en ser simples, en usar lo que ya estaba hecho, pero reduciéndolo. El equipo tenía muchos circuitos que servían para verificar que todo estuviera funcionando bien. De cajón, todo eso lo eliminamos. Después el sistema era para lanzar 4 misiles: lo redujimos a dos. Respecto al autodirector, una parte ya estaba solucionada. En el buque está todo en movimiento. Un radar le dice donde está el blanco, pero el misil se mueve por el cabeceo y roleo del buque, y eso obliga a hacer un cálculo real de coordenadas. Pero ese problema no lo íbamos a tener porque el misil iba a estar quieto: por ende, también sacamos la tecnología que calculaba las coordenadas. Solo había que hacer funcionar el autodirector afuera del buque.
“Lo pusimos en marcha y funcionó”
-Imagino que trabajaron contrarreloj...
-Empezamos a trabajar con toda la gente disponible en el taller, que serían unas 20 personas. Doble turno. Algunos de 7 a 19; otros de de 19 a 7. Se armaron cables, se pusieron equipos dentro de cajas. Y nosotros íbamos probando y midiendo que todo fuera andando. Tardamos más o menos 18 días... Hasta que lo pusimos en marcha y funcionó. Demostramos que podíamos hacer dialogar al misil con el auto director de la manera que queríamos.
Al otro día, Pérez nos dijo que teníamos la autorización para sacar todo de un buque, que era el A.R.A Seguí, para empezar a armar. Así que ahí Luis y yo empezamos a hacer los planos. Los misiles iban arriba de una rampa. Había que preparar un carro con dos rampas de esas, que lo hizo otro taller del arsenal. Había que medir en qué posición quedaba. Para esto, ellos idearon un sistema, le agregaron una caja al carro y le pusieron calzos de madera y lanzas de hierro. Había que mantenerlo firme y fijo, para que no se moviera en el momento en el que se prendiera el misil.
-¿Qué otros obstáculos encontraron en el camino?
-Estaba la alimentación de la instalación de tiro. El equipo tenía una alimentación rarísima, muy particular, que se usaba en los buques y que no podíamos replicar afuera del buque. Pero encontramos en la base de Baterías, en Puerto Belgrano, un generador en desuso, que se utilizaba para alimentar reflectores grandes, esos de la Segunda Guerra Mundial, que se usaban para alumbrar el cielo en búsqueda de aviones enemigos. El generador servía para alimentar media ciudad, pero bueno, era lo que había. Una vez que estuvo todo fuimos al taller naval del arsenal y se armó todo. Se lo probó.
-¿Anduvo?
-Cuando le dimos marcha se escuchó una explosión y salió humo. Pero resulta que por un error de plano, un transformador había sido cableado al revés. Pero bueno, fue algo sencillo de corregir. Luego lo volvimos a poner en marcha y funcionó.
-¿Por qué se lo bautizó Instalación de tiro berreta?
-Esa fue idea nuestra, mía y de Luis, porque nosotros conocíamos la primera instalación de tiro de misiles Exocet 38, que se llamó ITV: Instalación de Tiro Vega. Vega era el nombre que le había dado la empresa que lo había desarrollado. Luego ellos la mejoraron y sacaron la ITS (standard, en francés). Después desarrollaron el am-39, para ser tirado desde una aeronave contra un buque, y se llamó ITA (aerotransporté). El modelo siguiente a ese fue la ITL (Léger, por ligero). Y se daba que justo en francés bricolé es algo casero, una “artesanía”. Y yo dije, vamos a ponerle ITB, que queda bien en francés porque sería Instalación de tiro “bricolé”; y en castellano, Instalación de Tiro Berreta.
-¿Llevaron su creación a las islas?
-Con esa prueba, en cierta medida nuestra actividad terminó. Había una estricta orden de no llevar civiles a las islas. El capitán Pérez quiso que fuéramos, pero de arriba le dijeron que no. Vinieron dos Hércules a Espora, ayudamos a cargar y ahí se terminó nuestro trabajo. La ITB se fue para allá. Después fue incertidumbre, sólo recibíamos era lo que salía en los medios, que era bastante distorsionado. Hasta que un día nos vienen a buscar personal de la Armada...
-¿Por qué?
-Nos tenían que llevar urgente a Baterías, un sector de Puerto Belgrano, porque el ITB tenía una falla. Pérez, desde allá, había pedido comunicarse con nosotros para que lo orientáramos. Hablamos por radio, nos dijo que funcionó pero se había quemado un componente de fabricación inglesa. Era una falla común, un diodo que estaba quemado, ahí nomás encontramos la solución.
-¿Sabe si Pérez y su gente tuvieron problemas para manejar el ITB en Malvinas?
-Tenían que esconderlo durante el día, para que no lo vieran las misiones inglesas de reconocimiento aéreo. Lo tenían en un galpón. Recién cuando oscurecía lo emplazaban en lugares de la costa. La maniobra era tremenda porque el carro era pesado y se enterraba en la turba. Tenían que buscar a un montón de gente para empujar.
Ataque a la HMS Glamorgan
Los jóvenes ingenieros tuvieron premio. Tanto esfuerzo valió la pena. Así recuerda Antonio el día en que la ITB hundió un buque inglés: “La instalación tenía un radar para ubicar el blanco. Pero los ingleses, cuando hacían su típico cañoneo nocturno, notaron la presencia de este radar. Entonces los tipos, con buen tino, no sabían qué pasaba, pero imaginaron que algo teníamos en ese sector. Suponían que habíamos trasladado un cañón de largo alcance. Entonces cuando llegaban a esa zona se alejaban de la costa, la esquivaban. Pero un día, el 12 de junio, el destructor HMS Glamorgan... no sé qué le habrán dicho, pero siguió derecho. Ahí lo detectó nuestro radar e hizo dos lanzamientos: el primer misil salió y se fue hacia la derecha, el segundo pegó en el blanco”.
El impacto causó graves daños —incluyendo el incendio de un helicóptero Westland Wessex— y provocó la muerte de 14 marinos. El daño pudo ser peor, si no hubiese sido por el rápido viraje a estribor ordenado desde el puente de mando al detectar al misil aproximándose. El Glamorgan tuvo una vida más: fue reparado a fines de 1982 y sirvió para la Royal Navy hasta 1984. En 1986 fue vendido a la Armada de Chile, que la bautizó “destructor Almirante Latorre”, donde se mantuvo en servicio hasta 1998.
El éxito de la ITB le valió a Torelli, a Shugt, y a las Fuerzas Armadas argentinas, reconocimiento internacional. “Tuvimos mucho reconocimiento de parte de los franceses, los creadores de los misiles. Nos felicitaban, nos guiñaban el ojo. Nos tenían muy bien conceptuados. De los ingleses, absolutamente nada. He visto algunas fotos, porque el carro lo llevaron a Inglaterra y me parece que lo tuvieron un tiempo en el War Museum de Londres. Yo hice el recorrido virtual del museo, pero no vi el carro. Un francés, en el 87, me dijo que lo vio expuesto ahí”.
Después de la guerra, Inglaterra desarrolló un sistema para lanzas misiles Exocet desde tierra inspirado en la ITB. Lo llamó “Excalibur”, y lo instaló en la Base Naval de Gibraltar de la Royal Navy.
-¿Hubo reconocimiento interno?
-El capitán Pérez nos propuso para que fuéramos condecorados, pero no prosperó eso. Pérez recibió la medalla de honor en el Congreso, lo condecoró el gobierno francés también. Pero, cuando se iba, medio se olvidaba de nosotros... Recientemente tuvimos un reconocimiento del Senado de la nación.
-¿Llegaron a dudar de la viabilidad de lo que había creado antes de ese primer test?
-Totalmente. Yo tenía 22 años y mi compañero 24. En la teoría cerraba, pero teníamos la duda: “¿Esto andará?”, nos preguntábamos. Un buque fue desafectado de servicio para que nosotros le sacáramos esas cosas. Teníamos la espada de Damocles tendida sobre la cabeza.
Shugt se despide con una frase que resume la sensación que le dejó semejante experiencia. “Para nosotros fue como tirarnos a una pileta vacía. Éramos jóvenes, estábamos entusiasmados. Quizás si hubiera sido más grande no me hubiera animado...”. A título personal, fue una experiencia que me sirvió en otros ambientes de la vida cuando uno quiere hacer algo que de entrada parece imposible, si uno lo piensa bien, lo analiza bien y persevera, generalmente se logra el resultado”.
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