Inspiró una serie de Netflix. Nació en Boedo, se mudó a Nueva York para cuidar a su nieta y hoy cocina en un restaurante “de abuelas”
Desde 2016, la argentina Carmen Bernardo trabaja como chef de un singular restaurante de State Island, en Nueva York; la historia saldrá en Netflix
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Tenía 69 años cuando la propuesta la tomó por sorpresa. Estaba convencida de que ya no tenía edad para trabajar y menos en ese país donde a duras penas hablaba algo del idioma. Tampoco entendía qué había visto el joven empleador en ella. “Una ama de casa, dedicada siempre a la familia. Una abuela”, repite Carmen Bernardo (77) a lo largo de la entrevista. Sin embargo, fue precisamente eso -que ella veía como una desventaja- lo que necesitaban para cubrir el puesto de chef en aquel restaurante único de Nueva York. Desde hace ocho años, Carmen, junto con otras abuelas de diferentes partes del mundo, prepara los platos típicos de su país de origen, en su caso, la Argentina. “Yo no tuve suerte, la suerte la hace uno. Creo que todo en la vida es causa y efecto”, dice antes de comenzar con su historia.
De Boedo a Venezuela
Carmen nació y vivió su infancia en Boedo. Es la hermana del medio de tres hijos de una ama de casa y un carnicero. “Tengo los mejores recuerdos de ese tiempo, 70 años atrás se jugaba en la calle y los vecinos éramos todos amigos. Un barrio de gente humilde y trabajadora. Éramos pobres, pero no lo sabíamos. Recién de grande me di cuenta que la situación que vivíamos era difícil”.
Cuando terminó el secundario, Carmen quería trabajar. Para hacer sus primeras armas sus padres la enviaron a la Academia Pitman, un breve curso que le daría el soporte necesario para aspirar a un puesto de secretaria. “En esa época era lo más, te enseñaban taquigrafía. Lo hacían muy bien, hasta el día de hoy escribo al tacto, no miro el teclado”
-¿Qué sucedió luego de hacer el curso?
-Creí que estaba preparada para trabajar en una empresa y me postulé en James Smart, que tenía su tienda principal en Lavalle y Florida. Buscaban chicas para empaque y ascensor. Tenía 19 años. No les dije nada a mis padres y me presenté. En los papeles que completé puse que hablaba inglés, pero sabía muy poquito. Me acuerdo que cuando llegó mi turno, un señor alto y elegante, de origen escocés, comenzó a hablarme en inglés. Yo, de los nervios me empecé a reír porque no le entendía nada. Cuando se dio cuenta que sabía muy poco empezó a preguntarme pavadas como de qué color era su camisa y cosas así. Después me preguntó por qué quería trabajar y yo le dije que me daba vergüenza pedirle dinero a mis padres. Finalmente dijo: “Bueno, usted sabe inglés, y lo que no sabe lo va a aprender con la práctica”. Y me contrataron. Yo no lo podía creer. A los tres meses me pasaron a vendedora, lo que marcó un antes y un después en mi vida, porque pude ayudar muchísimo a mi familia.
Después de James Smart, Carmen comenzó a trabajar como secretaria de un abogado en un estudio jurídico y ahí conoció a su marido, Eduardo Lowus. “Era el hijo del dueño del restaurante al que mi jefe iba seguido. Nos casamos en 1971, después nació nuestro primer hijo, y en 1973, como en Argentina las cosas estaban raras, nos fuimos a trabajar a Maracaibo, Venezuela, en la zona petrolera. En esa época Venezuela estaba esplendorosa”, cuenta.
-De Buenos Aires a Venezuela... ¿por qué eligieron ese destino?
-Mi suegro insistió. Allá, Eduardo abrió un restaurante y nos fue muy bien. Yo no me dedicaba a la cocina, pero un día marido me propuso que elaboráramos algún plato típico nuestro y lo primero que vino a mi mente fueron las empanadas que preparaba mi mamá. Yo siempre la miraba cuando las preparaba.
-¿Y tuvieron éxito?
-La primera vez hice alrededor de 50 y se vendieron todas. Al día siguiente hice el doble y sucedió lo mismo. La gente nos llamaba por teléfono para encargarnos por docenas. Nos fue muy bien. Siempre estuvo en mí esa añoranza de los sabores. La comida siempre tuvo una conexión afectiva conmigo. Cuando me preguntan cuál es el éxito de un cocinero yo les digo que es ver que los platos vuelvan vacíos. “Les gustó”, es lo que pensás en ese momento.
Carmen cuenta que a pesar de que en Venezuela les iba bien, el desarraigo no fue fácil. “En 1976, volví a la Argentina con la intención de quedarme, pero vi que estaba peor que cuando nos habíamos ido. Se habla de secuestros, de gente perdida, así que regresé a Venezuela. En ese momento, comprendí a mi abuela italiana que se la pasaba añorando Italia y cómo uno extraña tanto es lo que llama ‘patria’”.
Nuevamente en Venezuela, Carmen trabajó de relaciones públicas y también en ventas. Después, la familia se mudó a Maracay, una localidad que está a una hora de Caracas, allí se criaron sus tres hijos y estudiaron.
-¿Cómo llega a los Estados Unidos?
-En 2001, la situación en Venezuela no estaba bien. Era un país próspero, después, lamentablemente, los cambios políticos la arruinaron. Sebastián, el mayor de mis hijos, el único que es argentino, quiso probar suerte y se fue a Nueva Jersey. Fue antes del atentado de las Torres Gemelas, cuando los argentinos podían entrar aún sin visa. Al año siguiente, falleció mi marido y yo empecé a viajar seguido a visitar a mi hijo y me quedaba un tiempo, un par de meses. Después Sebastián se casó y en 2011 nació mi única nieta, Elaine, y decidí quedarme para ayudarlos con su cuidado. Aunque acá es algo muy común y está internalizado en las familias, nosotros no queríamos que Elaine fuera a la guardería.
-¿A qué se dedica tu hijo?
-Él trabaja para dos empresas, porque aquí vivís muy bien, pero tenés que trabajar muy duro. Está en logística de una empresa de alimentos y por las noches, tiene un part time, en UPS. Y mi nuera es odontóloga, pero como no hizo la reválida de su título trabaja de asistente en un consultorio odontológico.
“Empieza el sábado”
-Dedicada full time al cuidado de la nieta, ¿cómo surgió el trabajo en el restaurante?
-Hace 8 años, en 2016, una amiga me comentó que había un restaurante en State Island, Nueva York, que estaba contratando abuelas para cocinar y me dijo que me había programado appointment (una cita). Mi primera reacción fue decirle “¡¿Vos estás loca?! ¡¿Cómo yo me voy a presentar?!”. Ella me dijo que yo cocinaba muy bien, que vaya. Me convenció, pero le pedí que me acompañara para que me tradujera, porque yo hablaba muy poco inglés. Y fuimos.
-¿Cómo fue la entrevista?
-La entrevista fue con el dueño del restaurante, Jody Caravella, quien me explicó que él es hijo de italianos nacido en los Estados Unidos y que añoraba los sabores de su infancia. Por eso había decidido abrir un restaurante. Yo le expliqué que no era cocinera, que lo que sabía hacer era muy básico, la comida que se come en la casa: empanadas, pastel de papas, bifes a la criolla, matambre... Y a él le pareció bien y me dijo: “Empieza el sábado, diga lo que necesita”. Casi me dio un infarto.
La Enoteca Maria, el restaurante italiano en el que comenzó a trabajar Carmen, se propone fomentar la diversidad cultural y con ese fin contratan “abuelas reales” de todos los países del mundo para que cocinen las recetas que ellas heredaron y que cocinan en casa para sus familias.
-Y el sábado llegó...
-Estaba angustiadísima. Ellos habían comprado los ingredientes que les había pedido, pero... ¡en lugar de matambre me trajeron entraña! ¡¿Qué iba a hacer si ya estaba puesto en el menú?! No sé cómo, tal vez pensando en mi papá que era carnicero, corté la carne lo más finita que pude, abrí la entraña tipo mariposa. Ese día una señora uruguaya se acercó a felicitarme y me dijo: “Nunca comí un matambre más rico”, me causó mucha gracia porque no era matambre.
-Y desde el 2016 trabaja en el restaurante.
-Sí, ya llevo ocho años. No trabajo todos los días, no podría porque es un ritmo muy intenso. Después del covid el restaurante abre solo viernes, sábado y domingo, y es con reserva. Antes iba cada 15 días, ahora voy una vez por mes, me toca ir el domingo 4 de agosto. Cada abuela tiene un día en el mes. Somos como 40 abuelas, hay de todas partes, de Rusia, España, Italia, Francia... El único requisito, además de cocinar, es que sean abuelas. La abuela más grande es italiana y tiene 88 años. Ella hace un solo plato los cavatelli con el pesto.
-¿Cómo es un día de su trabajo? ¿Cuántas empanadas prepara?
-Preparo mis platos a la vista de los comensales, hay una mampara de acrílico que me separa. Cuento con la ayuda de joven pakistaní para pelar las papas y lavar las verduras. Cada vez que voy, no menos de 80 empanadas, que acompañó con un pesto de ajo y perejil, como un chimichurri, que yo digo que es pesto de pobre porque no lleva albahaca. Las más ricas siempre son fritas, pero no es práctico. Así que las hago al horno con una masa de estilo hojaldre... El repulgue lo hago yo también.
Carmen se ríe a carcajadas al recordar el momento que “saltó a la fama”, aunque como buena tanguera por anticipado remata “la fama es puro cuento”. “En 2017 estaba en mi casa y me llamaron de una radio de Córdoba yo no lo podía creer. ¡Me llamó hasta Chiche Gelblung! ¿Qué había pasado? El New York Times había publicado una nota que decía “el restaurante que cambió chefs por abuelas” y había salido mi nombre. Me puse a llorar. Era algo de locos. Hasta me hicieron una entrevista por skype y mi amiga me tuvo que ayudar para conectarme porque no sabía cómo hacerlo”.
-En todos estos años de chef, ¿qué fue lo que más la emocionó?
-Lo que me emocionó, que me hizo hasta temblar, fue el día que me llamaron de una mesa y una señora que había venido especialmente a festejar su cumpleaños y probar mis platos me felicitó. Me dijo cosas tan lindas que me emocionaron, que le recordaba los sabores de su infancia, era de Villa Crespo.
-¿Tiene algún referente en la cocina?
-El cocinero Ariel Rodríguez me ayudó mucho, siempre miro sus programas y por Santiago Giorgini al pastel de papas le pongo squash, calabaza.
-Se habló de que iban a hacer una película sobre el restaurante y que Sophia Loren era una de las protagonistas.
-La película está lista, creo que iba a salir por Netflix, pero no sé bien qué inconveniente hubo. Iba a actuar Sophia Loren, interpretando a una abuela, pero al final, por su estado de salud, no pudo. Se hizo basada en la vida del dueño y en el final ponen la foto de cada abuela, de cada país distinto, porque tuvieron algunos problemas con el sindicato que exigía que tenían que ser actores de New Jersey.
-¿Pensó en abrir su propio local?
-No. A esta altura de mi vida quiero disfrutar, estar con mis afectos. Y el día que voy a trabajar lo hago con mucha alegría, la misma que tuve cuando a los 69 años me dijeron “empieza a trabajar”.
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