Daniela Giménez va a cumplir 29 en Japón, días antes de participar en sus cuartos Juegos Paralímpicos de Tokio
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“La nena va a ser dependiente toda la vida”. Eso es lo que escucharon Beatriz y Osvaldo Giménez de la boca de una médica de Buenos Aires. Habían viajado desde Resistencia, Chaco, con su hija de 5 años que había nacido sin una mano, para tener el diagnóstico preciso. Pero esa frase, dicha en un pasillo de hospital, resultaría una mentira...
Hoy Daniela Giménez está a punto de cumplir 29 años y es nadadora profesional. Está emancipada desde los 15 y viaja sola por el mundo desde los 18. Pero antes, mucho antes, le enseñó a su prima Julieta a atarse los cordones con una mano. “Mis viejos jamás me limitaban en nada, nunca me sobreprotegieron. Y desde muy chiquita fui muy mandada”, cuenta Daniela.
Beatriz recuerda que esa médica, con un paquete de cigarrillos en el bolsillo del delantal, ni siquiera saludó a su hija, y les entregó a ellos la tarjeta de una ortopedia donde podrían encontrar una prótesis para Daniela.
La prótesis: “El juguete más caro”
Antes de volver a Chaco, visitaron la ortopedia recomendada y le probaron un prototipo. Con la mano falsa acarició la cara de su papá. Osvaldo se emocionó hasta las lágrimas. Pero para Daniela, aquella prótesis pronto se convertiría en un juguete. “El juguete más caro que tuve en mi vida”, recuerda con una sonrisa.
“Era idéntica a mi mano derecha: los pelitos, los poros… pero era incómoda. La usábamos en el jardín y en primer grado con mis compañeros. Hacíamos que era ‘Dedos’, de los Locos Adams”, cuenta ella ahora desde su departamento en Buenos Aires, donde vive hace siete años.
Daniela jamás tuvo conflictos con su “discapacidad”. Ahora recuerda que, cuando era chica, le preguntaba a su madre: “¿Me va a crecer la mano?”. Dice que lo hacía para despejar las dudas de sus compañeritos de colegio. “Para mí, mi muñón, mi ‘no mano’, era una parte de mí. Jamás tuve problemas con ello”.
Daniela es la menor de cuatro hermanos. Nicolás, el segundo, recuerda esa infancia compartida, cuando Daniela jugaba a asustar a sus amigos tirando la prótesis desde la planta alta. “Ella siempre se lo tomó con mucha naturalidad y mucho humor. No es que le faltó una mano, simplemente ésa es la mano con la que nació”, sentencia.
“Se necesitan dos manos para nadar”
-Olvídense de que Daniela no vaya a poder hacer algo. Llévenla a practicar algún deporte. Yo les aconsejo natación.
-Pero Chuchi, se necesitan dos manos para nadar, respondió Beatriz.
-¿Y a vos quién te dijo eso?
Chuchi era el apodo de Paulina Silber, la directora de la Escuela 2000, en Resistencia, Chaco, una persona clave para el futuro de Daniela. Dice Beatriz: “Chuchi fue una visionaria. La Escuela 2000 era una escuela integradora, fantástica, de mentalidad avanzada. Ella vio en Daniela un potencial así como lo ha visto en otros chicos en la escritura”.
Daniela era muy inquieta y quería competir en todo. Silber les recomendó a sus padres que la mandaran a practicar un deporte individual, para que no se sintiera avasallada por el grupo. Así, un día empezó a tomar clases de natación y de gimnasia artística. Estaba feliz. Desde los 5 años, pasó días enteros dentro del club.
Las primeras veces, sus padres la llevaron a la pileta con mucho temor. Todavía tenían en la cabeza la idea de que su hija menor sería dependiente para siempre. Estaban probando “hasta dónde podía”.
“Ella de chiquita y todos intentábamos ayudarla, hasta en lo más cotidiano, como ayudarías a cualquier chico. Pero ella te corría y te decía: ‘Yo puedo’. Agarraba el cuchillo y el tenedor muy mal, los metía en la flexura… Pero terminó cortando. Tiene esa actitud de ‘yo puedo’, que no es de orgullo, es un convencimiento”, dice Nicolás.
Como el Ave fénix
En 2020 se estrenó un documental en Netflix: Rising Phoenix [Ave Fénix], Historia de los Juegos Paralímpicos. Daniela se lo mandó a todos sus conocidos. Necesitaba que lo vieran, porque ahí se explicaba bien lo que siente cada uno de los participantes en esos Juegos. “La nadadora que aparece en el documental es una chica de mi categoría. Somos rivales, me caga a palos”, se ríe Daniela. Y enseguida dice, más seria: “Hay algo que ella dijo y me hizo mucho ruido: a todos los atletas que participan en un juego paralímpico en algún momento de su vida les dijeron que no iban a poder”.
“El 100 por ciento son historias de resiliencia. No hay uno en esa Villa (por la Villa Olímpica) que no haya pasado por una situación similar alguna vez en la vida. Eso es muy poderoso. Cuando se juntan muchas personas que vivieron una cosa así, sin victimizarse, haciendo lo que eligieron hacer… El documental lo muestra muy bien”.
La historia de cómo arranca el movimiento paralímpico es, en sí misma, una historia de resiliencia. Su creador, Ludwig Guttman, un neurólogo judío que nació en 1899 y fue perseguido por los nazis, revolucionó al mundo con su idea del “deporte adaptado”. Desde 1960, cada cuatro años, al igual que los Juegos Olímpicos, se llevan a cabo los Juegos Paralímpicos.
“Si alguien puede tener el tratamiento apropiado desde el inicio no sólo se podrá prolongar su expectativa de vida, sino que también podría tener una vida tan normal como la de una persona sin discapacidad”, decía Guttman.
Si el día que Daniela nació, alguien le hubiera dicho a su madre “Tu hija va a ser deportista”, nadie le hubiera creído. O, como dice Daniela, “se le hubieran muerto de risa en la cara”. “A la persona con discapacidad no se la suele asociar al éxito. Se nos asocia con lucha, problemas, inseguridad”, dice, con muchas ganas de cambiarlo.
De Resistencia a Beijing
En Resistencia, Daniela entrenaba en el Club Universitario del Nordeste. Cuando la pileta le empezó a quedar chica, viajaba a Corrientes, a 30 kilómetros de su casa, para entrenar. Su papá la acompañaba a cada entrenamiento y se quedaba esperándola en un café.
Daniela llegó al deporte adaptado casi sin proponérselo. Cuando era chica siempre compitió en un club con chicos sin discapacidades y le iba muy bien. A los 11 años viajó a un torneo regional en Corrientes y una profesora de Santa Fe la fichó. Gracias a ella la invitaron a su primer torneo nacional en Buenos Aires. También le fue muy bien, y captó la atención de más gente, entre ellos, de la entrenadora nacional.
Sus primeros Juegos Parapanamericanos fueron en Río de Janeiro. Cumplió 15 años estando ahí. A los 16 “y una semana” estaba en Beijing, en sus primeros Paralímpicos.
Juan Manuel Zucconi es el actual entrenador de Daniela. Fue nadador de la Selección Nacional hasta 2008. Ese año empezó a trabajar del otro lado de la pileta. En 2010 arrancó en la Escuela de Desarrollo de la Federación de Ciegos, y al año siguiente ya viajó como asistente técnico a los Juegos Parapanamericanos en Guadalajara.
A Río de Janeiro, en 2016, fue como técnico personal de Daniela, y a Tokio viajará como técnico nacional. Además, da capacitaciones en natación paralímpica, porque piensa que el cambio está también en los entrenadores: “Nosotros tenemos que ser conscientes de concentrarnos en sus capacidades y no en sus limitaciones”.
“Lo primero que debe tener un atleta paralímpico es un espíritu deportivo. Más allá de que sea adaptado, no es un deporte sólo de inclusión, en el nivel que está Dani es un deporte competitivo y de rendimiento. Tiene que tener la capacidad de sobreponerse a la adversidad, ser metódico, cumplidor. Y, ante todo, no tenerle miedo a los desafíos, y encararlos con mucha convicción”, dice Zucconi.
“La discapacidad no es un problema individual, es colectivo”
Faltan pocos días para su debut en los Juegos Paralímpicos. “podrían ser los últimos de mi carrera”, piensa Daniela. Dice que se siente vieja, que está cansada. Compite desde muy chica, viajó a seis mundiales, participó en cuatros Juegos Paralímpicos y otros cuatro Parapanamericanos, además de todos los torneos nacionales e internacionales que existieron.
Va a cumplir 29 años en Tokio. “Soy bastante autoexigente y me gusta hacer las cosas prolijas. Que sea porque yo dejo el deporte, no porque el deporte me deje a mí”, siente. Estudió marketing deportivo y gestión del deporte. Ahora quiere devolver un poco de todo lo que le dio la natación, pero será desde afuera de la pileta.
Sin proponérselo terminó siendo una militante por los derechos de las personas con discapacidad. “Me gusta mucho. Me di cuenta que va muy de la mano lo que hago con cómo pienso. Al hacer deporte paralímpico conocés personas con discapacidad y te das cuenta de que no es un problema individual, es un problema colectivo, y no sólo de las personas con discapacidad, sino que es la sociedad y lo que les genera”, dice Daniela, convencida.
A los 10 meses caminó, a los 3 años aprendió a atarse los cordones. “Mostrame, yo puedo”, es lo que siempre le decía a su familia. Hoy, camino a Tokio, busca una medalla en lo que serán, quizás, sus últimos Juegos Paralímpicos.
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