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Lo hacía casi compulsivamente. Viajar se había vuelto una forma de refugio que la desconectaba -por pequeños pero poderosos instantes- de un proceso turbulento que estaba viviendo en su interior. No era la primera vez que lo hacía. Desde los 16 años había encontrado en los viajes una pasión que sostuvo durante mucho tiempo y con amor. Sola, sin mirar atrás ni prestar atención a los miedos, había recorrido Turquía, Egipto, Israel, Grecia y Cuba de punta a punta. Lugares bellísimos, hostiles y enriquecedores al mismo tiempo.
Por eso, en ese difícil momento de su vida, sintió que repetir la experiencia iba a ser una suerte de salvavidas. “Viajaba casi compulsivamente. Hasta mis amigos íntimos me decían que parara un poco, que me encontrara conmigo misma. Pero yo no les daba importancia, me subía al primer avión que salía y seguía en mi mundo. Tengo que reconocer que, si bien mi pasión más grande es viajar, en ese entonces estaba cubriendo un vacío muy grande”, recuerda Lucía Denevi.
“Me generaba curiosidad poder resolver conflictos”
Criada entre el barrio de Recoleta en la ciudad de Buenos Aires y el verde fresco de Lincoln, la ciudad natal de su mamá, pasaba en esa localidad los veranos entretenida en el club, la colonia, las clases de natación y las tardes enteras sobre la bicicleta.
Cuando llegó el momento de optar por la formación profesional, la admiración hacia la carrera de su padre inclinó la balanza por la abogacía. “Además me parecía una carrera muy amplia, me generaba curiosidad poder resolver conflictos. Tiene su encanto. Me doy cuenta de que en todas las etapas de mi vida la he ejercido, aún indirectamente. Incluso hoy”. Cursó sus estudios y se recibió en tiempo y forma en la Universidad del Salvador. Ejerció el derecho por muchos años en un estudio que sintió como un segundo hogar, y con el que sigue en contacto actualmente. Pero había algo que la inquietaba. Necesitaba ir por más y ya no se trataba simplemente de viajar.
Lucía siempre había tenido la necesidad de desarrollar su lado creativo y, de alguna manera, aunque en ese entonces no lo sabía, lo hizo. "De pequeña me encantaban las clases de expresión corporal en el colegio. Los veranos hacía danza, gimnasia artística, viga. Solía mirar las clases de yoga con admiración, las posturas me parecían tan estéticas, tan simétricas. Intentaba copiarlas y eso me ayudó más adelante cuando inicié mis prácticas".
Fue en ese contexto que conoció el yoga. Estaba en un momento de profundos cambios en su vida. Y confiesa que agradece que haya sucedido así. “La práctica de yoga es una reconciliación con uno mismo, una invitación constante a amigarse con nuestra ansiedad, nuestras limitaciones, nuestros miedos. Te centra en el aquí y ahora, reconocés tu respiración, tomás el control”.
“Nada iba a ser suficiente si me faltaba pasión”
De la mano del yoga, y mientras continuaba en el estudio de abogados, se animó a estudiar asesoramiento de imagen con Carolina Aubele -especialista en Moda, Asesoramiento de Imagen y Tendencias-, hizo diseño de interiores, organizó muestras de arte e intervenciones de artistas amigos.
Pero su contacto profundo con la moda fue cuando se lanzó a lo desconocido y aceptó dejar el derecho por un puesto en la marca de indumentaria Naíma. Allí se enfocó en la producción integral de las campañas y producciones, lanzamientos y presentaciones de temporada. “Aprendí a trabajar en equipo. A materializar las ideas más locas. Descubrí fortalezas mías de las que no tenía idea y conocí lugares y personas increíbles. La experiencia que tuve en esa empresa es una de las más sagradas de mi historia”.
Pero el desamor tocó su puerta y lo que había conseguido se derrumbó. Lucía se refugió en los viajes. Y no dudó en emprender vuelo hacia continentes aún no explorados. “Venía de un desamor muy grande y sentía que no iba a poder salir de esa desesperanza. Fueron meses de mucho desconcierto. Y, en un viaje a Sudáfrica me di cuenta de que por más que estuviera en el lugar más espectacular del mundo, nada iba a ser suficiente si me faltaban cosas elementales como amor o admiración por lo que hacés. En ese momento me faltaba todo”.
“Mi transformación más grande fue volver a confiar”
El vacío le oprimía el pecho, pero Lucía siguió adelante. En los viajes encontraba un paliativo a su malestar, hasta que conoció a su pareja actual. “Fue un un cambio total. Y lo lindo es que fue gradual, muy íntimo, porque yo tenía pánico de sufrir otra vez por alguien. Mi transformación más grande y mas compleja fue volver a confiar, entregarme, creer en el otro, aprender a ser dos. Me llevó meses, hasta llorar de bronca conmigo misma por no poder abrirme al 100%, pero pasó, y hoy solo tengo gratitud”.
Los días de calma retornaron. Y con esa tranquilidad, Lucía pudo retomar sus prácticas de yoga, que la conectaban con un lugar muy profundo en su interior. En forma paralela, comenzó a tomar forma cada vez con más fuerza, la posibilidad de vivir fuera de Argentina. Tel Aviv, Nueva York y Madrid siempre habían estado entre sus destinos preferidos y ahora había llegado el momento de optar por una de esas ciudades para empezar una nueva vida.
La decisión fue tomada en uno de sus tantos road trips por España. Y fue un verano que apareció el “¿por qué no?”. Llegó a Madrid, la recorrió barrio por barrio, calle por calle, encontró el departamento con el que siempre había soñado y no lo pensó dos veces. Esto fue en agosto de 2012 y, en octubre, ya estaba amoblando mi nuevo hogar. De todos modos, también decidió que su vida iba a transcurrir entre Buenos Aires y Madrid. Por eso conserva su departamento en San Telmo.
“Me decidí por Madrid porque encuentro en ella una Buenos Aires europea, una ciudad ante todo caminable, que es un aspecto que valoro muchísimo. A su vez el clima y su ubicación geográfica única para llegar a cualquier rincón del mundo. Sin duda la seguridad fue un punto que también sumó. Madrid es soleada, pequeña, accesible, con comida deliciosa. Al vivirla uno se da cuenta de que su círculo social es pequeño, pero su contorno muy cosmopolita. La cultura es muy similar a la nuestra: arte, museos, música, teatro, vida nocturna, no falta nada. Si bien es una sociedad muy conservadora, las nuevas generaciones están rompiendo con muchos de los mandatos que vienen de años”.
“El yoga y la meditación son fundamentales”
En todo ese recorrido, jamás abandonó la práctica de yoga ya que le permitía estar presente, cerca de sus deseos y con un rumbo definido. “Cambié de mat mil veces. Un día me senté en uno y empecé a dibujarlo con marcadores. Después descubrí una marca de mats estampados y compré mi primer mat. Lo amé, y fue lo que luego de mucho tiempo me empujó para crear House of Mats, mi propia marca de mats que da la posibilidad de jugar con los colores, estampas, frases, palabras que inspiren”.
La creatividad explotó en todos los sentidos. Así fue que Lucía se decidió a emprender. Fue en septiembre de 2019 y la apuesta en ese momento la hizo de la mano de mats sustentables, de material de residuos sólidos urbanos. Pero la sorprendió la cuarentena por la pandemia mundial de Covid y tuvo que redireccionar sus esfuerzos. Lucia comenzó a ofrecer diseños especiales para marcas, empresas y hoteles. También participó en colaboraciones con empresas deportivas, de belleza y cuidados capilares.
Desde entonces fabrica mats de alta densidad, compactos, sin olor, y antibacteriales ya que sus células son cerradas e impiden que la transpiración penetre. “La pandemia por el coronavirus nos enfrentó con nosotros mismos y nos hizo buscar la manera de atravesarla de la forma más sana posible. El yoga y la meditación son dos herramientas fundamentales que ayudan en ese proceso”. En 2022, decidió llevar su creación a Europa. Presentó su primer diseño en el Día Internacional del Yoga con una clase sensorial guiada por tres de los mejores profesores de yoga de Madrid.
“Se amplió mi curiosidad al 100%”
Actualmente Lucía vive entre Madrid y Buenos Aires “En mi caso, mi vida es mucho más ordenada que cuando estoy en Buenos Aires. Tengo menos distracciones. Logro hacer mucho más foco en el trabajo y estoy más cerca de mis principales proveedores, algo que sin duda alguna facilita mucho el negocio. Tengo una rutina más estable, diaria, innegociable”.
Si bien reconoce que en la ciudad hay una oferta gastronómica infinita, se confiesa como una mujer casera y disfruta de hacer comidas en su casa tres veces por semana. Madrid también le da la posibilidad de conocer lugares increíbles a simplemente una hora de avión o tren. Siempre hay planes. Además recibe amigos muy seguido que se quedan en su casa y son de gran compañía. Eso hace que la distancia con sus afectos de Argentina no se sienta tanto.
Con el camino recorrido asegura que ganó libertad. tiempo y gratificación con su trabajo. “Tengo la enorme fortuna de poder desarrollar mi creatividad sin límites. En cierto modo eso me abre puertas. El contacto con personas y culturas diferentes me ha resultado sumamente gratificante. Amplió mi curiosidad al mil por ciento. Mi negocio me profundizó en el camino del yoga sin empañar su naturaleza. Es algo que me sorprende y me encanta que suceda”.
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