¿Quiénes son?
Ana Laura Cantera es magíster en Artes Electrónicas por la Untref, artista bioelectrónica, investigadora y docente. Demián Ferrari es técnico en mantenimiento de aviónica y cursa la maestría en Artes Electrónicas de la Untref. Juntos, están al frente del Laboratorio de Bio-Robótica del Instituto Baikal.
¿Qué hicieron?
Diseñaron un robot con cerebro de hongo que funciona como un tester de contaminación ambiental, y lo acaban de presentar en el MIT. Está realizado con piezas mecánicas, un hongo vivo y biomateriales, que permiten monitorear condiciones ambientales y registrar, mediante GPS y sensores, cuáles son las zonas con mejor calidad de aire, gracias al desplazamiento que se genera en función de las necesidades del hongo.
¿Cómo lo hicieron?
Ana Laura venía explorando las posibilidades del trabajo artístico con hongos –puntualmente con lo que se llama micelio: unos filamentos que teje el hongo cuando se alimenta– y Demián estaba investigando sobre robótica compleja. Armaron un proyecto en común para postularse a participar en la Bienal de Land Art Mongolia LAM 360°. Bajo la premisa de generar una pieza en espacio abierto –la estepa mongola–, propusieron la concepción de un robot elaborado con material orgánico de la región y una estructura mecánica capaz de monitorear en tiempo real las condiciones ambientales.
"Lo primero que nos planteamos fue llevar a una de las ciudades más contaminadas del mundo, Ulán Bator, un robot para chequear el aire que respiramos. Después empezamos a pensar qué morfología darle y cómo diseñar un mecanismo propio, de qué manera iba a «sensar» datos y cuál sería su sistema de locomoción", cuenta Ana Laura.
Para el comportamiento, se inspiraron en un fenómeno de la naturaleza: el de la hormiga zombi. Cuando dicho insecto de origen brasileño se infecta con una espora de un hongo específico, el vegetal manipula el desplazamiento de la hormiga a modo de marioneta hasta tanto llegar al lugar adecuado para su crecimiento. Esto mismo ocurre con el robot: el centro de decisiones del mecanismo radica en el hongo, que es de una especie muy sensible a las condiciones ambientales y reacciona negativamente ante la contaminación.
Un GPS registra las coordenadas y, mediante una app, se puede ir viendo cuáles son las mejores zonas, las que tienen mejor calidad de aire.
"Si los sensores detectan que el entorno donde se desplaza no es el adecuado, el robot seguirá caminando hasta encontrar mejores condiciones. Para eso, dispone de sensores de color, de humedad, de temperatura, de luz y de presencia de gases ambientales. El robot siempre se va a desplazar hacia donde se sienta mejor el hongo", explica Ana Laura y Demián agrega: "Un GPS registra las coordenadas y, mediante una app, se puede ir viendo cuáles son las mejores zonas, las que tienen mejor calidad de aire". Este se encuentra hasta diciembre expuesto en el CCK como uno de los trabajos premiados en el Concurso de Arte y Tecnología del Fondo Nacional de las Artes.
Desde abril de este año, Ana Laura Cantera trabajó como becaria del MIT para llevar, a fines de octubre, esta creación a la Global Community Bio Summit 3.0, donde también participó de un debate sobre arte robótico como herramienta para el futuro, realizó presentaciones sobre bioarte y brindó talleres sobre biomateriales. Además, junto con Demián, presentaron el prototipo experimental de la nueva criatura que están desarrollando en la misma línea de trabajo que iniciaron: "Ahora estamos diseñando un robot inspirado en un pájaro. Para recubrirlo estoy haciendo la piel con un bioplástico realizado con yerba mate y Kombucha, un material generado con bacterias y microorganismos. En esta etapa, estoy cultivando los materiales", dice. "Y, al ser bípedo, vamos a complejizar las funciones", anticipa Demián.