Con un título universitario bajo el brazo, tomó un rumbo diferente al que se esperaba de ella y planificó un modo de vida que le permite disfrutar los 365 días del año.
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Cuando en 2016 finalizó su carrera en Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires, tomó un rumbo diferente al que muchos esperaban e incluso imaginaban. Con el título bajo el brazo y mucha ansiedad por dar comienzo a una nueva etapa de su vida, armó una valija y se instaló durante un año y medio en El Bolsón, en el sur argentino. Cautivada por la naturaleza y los paisajes exuberantes del país, trabajó en un lodge de pesca con mosca y, con el paso de los meses, fue dando forma a la posibilidad de hacer de aquella experiencia un estilo de vida.
Criada en la ciudad de Buenos Aires, Natalia Grunberg recuerda con felicidad su infancia. Asistió al colegio, jugaba al hockey y siempre disfrutaba de mantenerse en movimiento. “De chica escuchaba a mis padres decir bueno, se terminaron las vacaciones, hay que volver a la rutina en la ciudad. Esa frase quedó grabada en mi memoria y siempre pensé que cuando fuera mayor, no quería esa vida para mi. Por el contrario, buscaba, de alguna forma, poder vivir de vacaciones todo el año, con el espíritu de la aventura y las ganas de explorar el mundo”.
Un trampolín hacia lo desconocido
Israel surgió como primer destino para animarse a dar el gran salto. Era un país que ya conocía y, a su vez, le permitía estar más cerca de Italia, donde buscaba llegar. En experiencias anteriores, se había enamorado de la amabilidad de la gente, de la ayuda que siempre estaban dispuestos a brindar pero también de la variedad de opciones gastronómicas que ofrecía para deleitar el paladar. “Me pareció muy interesante poder recorrer el país con los ojos de los habitantes. Eso sí, debo confesar que aunque fui varias veces, no me termino de acostumbrar a que haya personas que en las calles circulan armados. Eso es lo que me resultó más difícil de manejar”.
Cuando sintió que había llegado el momento de dar vuelta la página y cerrar ese capítulo, viajó a Australia. Allí obtuvo una Working Holiday Visa. Ese documento le permitía conocer el país y trabajar al mismo tiempo hasta los 31 años. Luego, emprendería su camino hacia Europa, para descubrir otras latitudes.
“Hay tantas cosas hermosas por conocer que no me quiero perder la oportunidad de hacerlo. Además, creo que cuando estamos en un lugar tres o cuatro meses generamos rutina. Y lo que en un momento resultaba interesante se convierte en algo que se repite cada día: levantarse a la misma hora, ir al mismo lugar de trabajo, volver a casa, hacer compras, etc. No importa si estás en Argentina, Australia o en China. Por eso es que me gusta estar en movimiento. De ese modo siento que no genero rutina y que puedo estar en vacaciones constantes”.
Viajar le permitió a Natalia aprender a ser desapegada, tanto de los afectos como de lo material. Reconoce que la virtualidad hace posible mantenerse en contacto a diario y no extrañar tanto. De todos modos, como parte de su recorrido, luego de algunos meses, regresa al país para visitar a su familia y ponerse al día con sus amigos. “No sé qué me depara el futuro, pero si tengo que regresar a la Argentina, creo que lo haría para instalarme en el sur. El Bolsón es definitivamente mi lugar en el mundo. Ahí es donde me siento en casa. Quizás es porque fue el primer destino que visité por primera vez sola y cuando arranqué esta aventura”.
Un trabajo en cada destino
Para solventar sus gastos, Natalia se mantiene abierta a las diferentes opciones que ofrece el mercado laboral. Por ejemplo, en el sur argentino trabajó en un lodge de pesca como host y al servicio de los clientes que allí se hospedaban. En Italia, consiguió empleo como moza pero también hizo un voluntariado en el que servía el desayuno, limpiaba las instalaciones del hostel y ayuda en diversas tareas. En Australia hizo diez trabajos diferentes a lo largo del año que estuvo en ese país: trabajó en el área de atención al cliente, como moza, bartender, en ferias de pueblo preparando copos de azúcar, en un tobogán gigante, en una granja de almendras y cosechando lechuga y espinaca.
Siempre positiva y entusiasta, comparte experiencias, información, consejos, aprendizajes y reflexiones en su cuenta de Instagram @natigru. “Tengo la suerte de que mi familia me apoyó desde el primer momento en esta decisión. Siempre fui de una personalidad fuerte de hacer e ir por lo que a mí me gusta. Entonces era como que caía de maduro que iba a buscar mi propio camino”.
En Bali y en Myanmar hizo voluntariados. En Inglaterra estuvo empleada en un geriátrico y en un restaurante. Actualmente, en Francia, trabaja en un chalet como anfitriona del lugar (cocina, limpia y está atenta a los requerimientos de los clientes).
“Sin lugar a dudas, la lección más importante que aprendí es a ser consciente de que lo más valioso que tenemos en esta vida es el tiempo. Al final del día, no importa cuánta plata tengas o lo que hayas hecho. El tiempo es lo único que no podemos recuperar. Siempre intento disfrutar al máximo y realmente estar donde quiero estar”.
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