Durante cinco años Maru y su marido buscaron incesantemente un hijo y en ese trayecto pasaron angustias, dolores, desilusiones y desesperanza. Pero también aprendizajes y enseñanzas que ella compartió en un libro.
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Desde que tiene uso de razón, pero más especialmente cuando su papá le regaló Toda Malfalda cuando tenía 10 años, Maru Pesuggi (38) tuvo la certeza de que cuando fuera grande iba a ser madre. Cual Susanita, dice, siempre supo que primero estudiaría una carrera, luego conocería al amor de su vida, se casaría y vendrían, como mínimo, dos hijos.
Cuando tenía 20 años conoció a Juan Pablo, un joven que era el administrador de un foro de autos. “Era un misterio, una persona super reservada, no se sabía mucho de él y era bastante popular y misterioso. Hablamos por días, durante horas. La conexión era mucha, pero no pasaba de lo virtual hasta que un día dijimos de vernos para ver qué pasaba, si la magia se mantenía también fuera del plano virtual. Y así fue que después de meses de foros, ICQ y Messenger finalmente nos conocimos y nunca más nos separamos”, cuenta Maru.
El compañero ideal para formar una familia
Al poco tiempo de ponerse de novia y tras pronunciar el primer “te amo”, Maru se dio cuenta que Juan Pablo era el amor de su vida y que en el futuro sería el padre de sus hijos. El 3 de noviembre de 2011, cuando ella tenía 28, se casaron.
Maru cuenta que en diciembre desde ese mismo año, antes de la luna de miel que iba a ser en abril del 2012 por diversas ciudades de Estados Unidos, comenzaron a buscar el embarazo sin imaginar el periplo de estudios, tratamientos, ilusiones, llantos y decepciones que durante cinco años los tendrían amarrados a un deseo que parecía una utopía.
“Cuando las cosas no me salen como espero que salgan tiendo a ser negativa y tremendista. A los pocos meses sentí con seguridad que algo teníamos que impedía que quedara embarazada, a pesar de que mis controles ginecológicos de rutina siempre daban normales. Cuando volvimos de la luna de miel, en mayo, ya casi cumplíamos seis meses de búsqueda y empecé con una consulta con mi ginecóloga. Los resultados de los controles habituales siempre me daban normales y como notó mi angustia, aun avisándome que un año de búsqueda cuando la mujer tiene menos de 35 años es lo habitual para quedar embarazada, nos indicó hacer consulta con un andrólogo”.
Estudios y tratamientos
Los estudios que se realizó su marido arrojaron que padecía varicocele, el ensanchamiento de ciertas venas, como várices, por donde pasa la sangre. Por eso, los espermatozoides que él genera, explica Maru, no logran tener la forma normal con capacidad de fecundar.
“Ni hace 10 años ni ahora hay consenso respecto a este cuadro. Algunos profesionales sugieren cirugía, pero como cualquier vena del cuerpo puede formar varices por otras vías. Por lo tanto, su solución no está garantizada. Incluso, la operación tiene un post operatorio importante que iba a retrasar nuestra búsqueda. Así que analizando todas las variables y entendiendo que el varicocele de él es severo, preferimos empezar con los tratamientos de inmediato ya que el panorama que él siempre tenía favorable era que su recuento total de espermatozoides siempre fue muy alto”.
Con esta noticia Maru y su marido se embarcaron en la búsqueda de clínicas de fertilidad y a partir de ese momento, cuenta ella, profundizó sus conocimientos sobre el tema de las fechas fértiles, la alimentación durante la búsqueda del embarazo y la frecuencia sexual recomendada.
“La carta que me tocó a mí fue la de ovarios poliquísticos. En términos prácticos y poco elegantes significaba que el bardo de hormonas que se genera en mí bajo vientre hace que mi ovulación sea ineficiente y mis ovarios en vez de tener una superficie llana y aterciopelada, parezcan moras con decenas de quistes del que no sale un óvulo decente. Éramos una combinación perfecta anti-bebés”, comenta Maru, con ese toque de humor e ironía que fue uno de los pilares que la ayudó a superar esos momentos tan dolorosos.
“Éramos tres en esa cama y el tercero nunca fue un hijo”
Como no quedaba embarazada, el siguiente paso fue realizar tratamientos de reproducción asistida. El primero consistía en tener relaciones programadas y el médico controló su ciclo mientras Maru tomaba unas pastillas y al momento de la ovulación les indicaba hacer el amor con frecuencia. “El acto se volvió mecánico, programado y cronometrado. Éramos tres en esa cama y el tercero nunca fue un hijo, justamente. Esto hizo tambalear la convivencia con mi marido”, confiesa.
Después de años de probar con inseminaciones intrauterinas, les tocó pasar a alta complejidad. “Cuando manipularon nuestras células en el laboratorio creí que iba a funcionar, que el embarazo era inminente. No quedaba más nada que hacer después de eso. Pero al no funcionar, me rompí en miles de pedazos. Me iba a dormir llorando y me despertaba entre las mismas lágrimas. El miedo, la frustración, la ansiedad, la culpa y la desilusión se transformó en una idea presente: me iba a morir sin sentir lo que es ser una mamá. El dolor, que no es más que un sentimiento, podía palparlo en cada centímetro de mi cuerpo. Empezar de nuevo era volver a poner el cuerpo, las ganas, la voluntad. Era retomar el camino burocrático y tedioso de trámites ante la obra social cuando no quieren cubrir lo que una ley les obliga”.
“Ser mamá era lo que más me importaba en la vida”
Sin embargo, Maru y Juan Pablo nunca dudaron en continuar con esa búsqueda porque el deseo de ser padres era mucho más fuerte que cualquier dolor, desilusión o desesperanza que se les pudiera cruzar en el camino. A pesar de eso, cada resultado negativo caía como un cimbronazo.
“Me iba a dormir pensando en esto, muchas veces llorando. Incontables fueron las noches que soñé con bebés y amanecí también llorando por palpar el vacío. Hubo momentos muy duros. Ser mamá era lo que más me importaba en la vida, estaba haciendo todo lo posible para lograrlo y el tiempo que empezó a contarse en años me aniquilaba el alma. Cada vez que sentía que no iba a tener más fuerzas para seguir adelante, el monstruo tomaba la forma de una mujer sin hijos. La muerte no me daba miedo, me daba miedo morirme sin saber lo que es ser una mamá”, insiste.
Por aquellos días en que lograr el embarazo parecía un quimera, Maru se animó a compartir lo que le estaba ocurriendo en primera persona y de manera irónica a través del blog Que me parta un Milagro. Y de esa manera comenzó a vincularse virtualmente con otras mujeres que se encontraban en su misma situación. Y ya no se sintió tan sola y ese ida y vuelta le generó pensamientos positivos y sentimientos de esperanza. “Cuando te enfrentás a la infertilidad te sentís un bicho raro, la única, la especialmente disfuncional. Cuando encontrás una tribu que vive lo mismo que vos, tu dificultad se universaliza, dejás de sentirte única, no solo en lo que te pasa, sino en todo lo que sentís”.
Tanto tiempo de espera valió la pena
Ya habían pasado cinco años desde que Maru y Juan Pablo habían comenzado la incesante búsqueda para convertirse en mamá y papá y ese lapso de tiempo coincidió con la necesidad de cambiar de médica que los atendía ya que sentían que ese vínculo era desperzonalizado y carente de empatía.
“Siempre fui de hacerme test de embarazos caseros antes de hacerme el estudio de embarazo por sangre que indican los médicos post tratamiento. Esa vez no me animé a adelantarme al resultado. Estaba cansada, agotada físicamente. Lo único que sabía hacer a la perfección era volver a empezar en un ciclo que parecía infinito. Así que la mañana indicada fuimos con mi marido a hacerme el estudio en sangre. Esperé varias horas, no quería recibir el resultado sola así que le pedí a él que volviera un rato antes de trabajar a casa. Acercándome a la hora en la que me iban a enviar el resultado, empecé a stalkear a mi médico en su WhatsApp. En un momento apareció el ´está escribiendo´ y yo sabía que me escribía a mí. El resultado apareció en pantalla: ´Positivo, 575´, ese número confirmaba que estaba embarazada. Empecé a gritarle a Juan Pablo que estaba sentado a mi lado y las palabras no me salían de la boca así que le mostré el celular. El abrazo que nos dimos tuvo una fuerza cinética que creí que iba a hacer estallar los vidrios de toda la ciudad. Mudos de la emoción, esta historia, por fin, daba vuelta la página a un nuevo capítulo”, relata Maru con mucha emoción y lujos de detalle.
Maru confiesa que no tuvo el embarazo que se merecía por todo lo que había sufrido durante los últimos cinco largos años. “Lo viví con nuevos miedos, esos que pinchan globos o despiertan de sueños placenteros. Cursé un embarazo de riesgo por hematomas, trombofilia y riesgo de preclamsia. Tanto me había costado llegar hasta ahí y parecía que el camino no se volvía llano en ningún momento. Pero luego de 37 semanas de gestación pude conocerle la carita al amor más puro que superó todos mis sueños”.
Enamorada de Annabella
Esa carita que la llenó de un amor incomparable, incondicional, puro y que le cambió la vida para siempre se llama Annabella, que actualmente tiene siete años. “Es una nena súper cariñosa y demostrativa. Muy pícara. Me asombra la lucidez con la que mira el mundo y al mismo tiempo me enternece con su inocencia. Es responsable y cuidadosa, me vuelve loca de amor ver como adquiere nuestros hábitos, sin exigírsele, es muy ordenada y prolija con sus cosas.
Disfruta de escuchar música, y usa Spotify mejor que yo: arma listas y las reproduce en el auto o en casa, le decimos DJ Bella. Le gusta disfrazarse e interpretar. Canta y actúa y prefiere hacerlo sin público, lo hace para ella. Está muy atenta a todo lo que la rodea, participa o se involucra en cualquier actividad. Hace chistes, como suelo hacer yo, y eso me desarma del amor”, la describe su mamá.
Como desde el año 2013 Maru tenía mucho material que venía redactando en su blog, por recomendación de varias seguidoras en 2020 publicó el libro ¡Que me parta un milagro! La búsqueda de un hijo que parece inconcebible con el objetivo de poder compartir todo su recorrido con otras mujeres que todavía no pudieron cumplir el sueño de ser madres.
“Lo publiqué porque este libro fue lo que necesité tener cuando me tocó enfrentarme a la infertilidad: información de calidad, calidez, realidad, emociones, mucho humor, todo lo que me llevó a poner en práctica la resiliencia. Para que sepan que no están solos, el libro es un abrazo a la distancia y así me lo hacen saber mis lectoras”, dice. Y agrega: “A las mujeres y hombres que están pasando por una situación similar a la que vivimos nosotros me gustaría decirles que se muevan por el deseo. Esto no es una carrera que hay que ganar. Es un proyecto que hay que llevar adelante, que nos tocó el camino difícil, pero como en esto, la vida puede presentar desafíos en otras áreas. Que no dejen de estar informados ni de evacuar ninguna duda que tengan. Que aprendan el metalenguaje de este universo que al principio parece inentendible. Que duden de cualquier oferta facilista: no hay atajos ni recetas mágicas. Que entiendan que cada paso es un logro en sí mismo y merece ser reconocido, que sean piadosos con uno mismo”.
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