Tras un inesperado diagnóstico de cáncer de pulmón Fernanda dejó de fumar y después de la operación hizo un clic de 180 grados en su vida.
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A los 36 años María Fernanda Leticia Muntaner comenzó a tener una tos seca y fuerte, principalmente, por la mañana. Por esa razón consultó a un médico clínico, quien luego de examinarla dijo que no tenía ninguna enfermedad, que era producto del cigarrillo y que solo dejando de fumar se le iba a pasar.
Sin embargo, no se quedó para nada convencida por lo que decidió pedir un turno con un neumonólogo. Al primero que fue, confiesa, no le cayó demasiado bien ya que solamente le ordenó hacerse una placa de tórax y después de verla le expresó que no tenía nada y que no podría ordenar que le hiciera una tomografía ya que por su edad y por sus condiciones físicas no ameritaba tal exposición radiactiva.
Como Fernanda no se había quedado para nada conforme con esa devolución, decidió ir a un segundo neumónologo, quien le ordenó hacer un “montón de estudios invasivos”, que le terminaron diagnosticando asma. Finalmente, ya obcecada en conseguir que le realizaran esa bendita tomografía, terminó en el Hospital Alemán donde la atendió la Dra. Eugenia Alais, quien en la primera placa encontró algo que no le cerraba. Lo mismo vio en todos los estudios anteriores que le habían estado haciendo durante los últimos seis meses. Y le ordenó la tomografía. El resultado fue el menos esperado: cáncer de pulmón.
“Yo estaba convencida de que tenía algo, ¿pero cáncer? Era una palabra tan alejada de mi realidad que me pareció entrar en una película de ciencia ficción. Recién empezaba a salir con mi actual novio, volvía de un viaje y estaba organizando mi cumpleaños. En ese momento sentí que entraba en una especie de realidad virtual y empecé a llorar en un llanto tan ahogado que solo lo había vivido cuando falleció mi papa y nunca más me había vuelto a pasar. Desde el día que me dieron la noticia tuve miedo de morir”, recuerda Fernanda, a la distancia.
“Yo vivía siempre estresada”
A los 14 años, Fernanda había probado su primer cigarrillo en unas vacaciones familiares en la Costa Atlántica argentina, lugar al que concurría durante toda la temporada hasta un día antes de empezar las clases. “En ese verano una amiga le robó un cigarrillo a su mamá y fuimos a la playa junto a mi hermana (melliza) María Cecilia.
Esa fue la primera vez, luego nos compramos entre las tres un paquete de cigarrillos, y nunca dejé de fumar hasta el diagnóstico. Ese primer verano fumaba solo cuando estaba con mis amigas, para hacernos las cancheras. Pero cuando el verano terminó, seguimos fumando en complicidad con mi hermana, ya incluso en casa nosotras solas. Enseguida se convirtió en un hábito”.
Fernanda cuenta que fumaba entre cuatro y seis cigarrillos por día, aunque de más grande, cuando empezó a salir a fiestas y a eventos, podía llegar a consumir un atado entero.
Los años fueron pasando a la par del consumo de cigarrillos. Sin embargo, ella seguía con su rutina sin pensar en que algo tan malo y determinante podía ocurrirle. No obstante eso, había indicios de que no todo iba bien. “Yo siempre vivía estresada. En la facultad me obsesioné con recibirme, así que me la pasaba estudiando. Cuando me recibí (de abogada) quise ser escribana y estuve dos años quemándome las pestañas. Estudié mucho más que en la facultad hasta que lo logré. Después de eso, como nadie de mi familia es del ambiente, tuve que trabajar muchísimo para hacerme de clientes. Así que empecé a trabajar en exceso. Me quedaba hasta las 11 de la noche en la oficina y trabajaba sábados, domingos y feriados. Pospuse mucho mi vida personal en muchos aspectos por estas decisiones, me perdí muchas cosas de mis amigas, mi familia, mis sobrinos y de mi propia vida por estudiar o trabajar”.
“Fumé un cigarrillo que me prometí sería el último en mi vida”
Cuando salió del sanatorio con semejante diagnóstico en mano sintió un miedo que jamás había experimentado. Ese tipo de temores que son difíciles de explicar con palabras.
“Me fui a mi casa donde vivía sola por lo que todo el día estuve mirando a la nada y pensando mil ideas que se me cruzaban por la cabeza. Fue como si la vida hubiera quedado congelada, y yo estaba en una dimensión diferente del resto de la humanidad. Inmediatamente se cambió el eje de mi vida, y todo lo demás, absolutamente todo había quedado en segundo plano. Cuando reaccioné, salí del departamento y me compré un vino rico. Esa noche abrí la botella, me serví una copa y me fumé un cigarrillo que me prometí sería el último en mi vida. Cuando lo terminé, tiré todo en la basura y volví a llorar”, se emociona.
Para Fernanda, dejar de fumar implicaba comenzar un segundo duelo ya que el primero, obviamente, tenía que ver con aceptar la enfermedad y prepararse para la operación que le permitiría tener una segunda oportunidad para vivir. “Tomar la decisión de que vas a dejar de hacer alguna cosa por el resto de tu vida es un duelo, lo vivas o no de esa manera. Hay días que hasta me sueño fumando, y cuando me levanto me tranquilizo al saber que era sólo un sueño, como si eso fuera la verdadera pesadilla”.
“Gracias a eso, llegue esperanzada al quirófano”
Al primero que decidió contarle de una manera muy atenuada, sin decir las palabras tumor ni cáncer, fue a su novio (Juan Ignacio) que la acompañó incondicional y amorosamente en todo ese proceso.
Desde que le comunicaron el diagnóstico hasta que la operaron pasó menos de un mes. “El día de la operación fue tremendo. A las seis de la mañana ya estábamos en el hospital. El tiempo parecía eterno. Yo ya no sabía qué hacer para estar en positivo, la espera me ponía nerviosa. Sabía que nada podría hacer para ayudar en la operación, lo único con lo que podría ayudar con la cirugía era estar en positivo y pensar que todo saldría bien”.
Entonces, en ese momento en el que necesitaba relajarse se puso a bailar una coreografía de música Axé, típica de Salvador de Bahía (Brasil), una de sus grandes pasiones desde que tiene 16 años. Como no tenía encima su celular, Fernanda empezó a cantar la canción Só Voce (de Dennis y MC G15) e interpretó todo el baile completo que le había enseñado su profesora Paula Amoedo. “Fue un shock de energía, era lo que necesitaba para sentirme mejor. Gracias a eso, llegue esperanzada al quirófano”.
Luego de la operación estuvo una semana internada en terapia en la que no la pasó bien ya que tenía vías, drenajes y estaba enchufada por todos lados. Los dolores que sentía se apaciguaban un poco cada vez que ponía en práctica los ejercicios de meditación y de relajación. “Frente a mi cama había un reloj de pared. Cuando tenía dolores muy fuertes, lo miraba y hacía una especie de ´cuenta regresiva´, cada minuto que pasa es un minuto menos de estar acá. En un día me sacan el drenaje, en una hora viene el médico, en dos horas ceno y voy a dormir toda la noche y así adopté esa cuenta regresiva como una especie de mantra”, grafica.
Como el diagnóstico había sido en una etapa muy temprana de la enfermedad, con la cirugía Fernanda ya estaba curada, así que no tuvo que hacer ningún tratamiento posterior. Solo tiene que hacerse controles y por 10 años seguirá siendo tratada como paciente oncológica.
“Es muy importante que los pacientes busquen apoyo de otros pacientes”
Fernanda cuenta que hay un antes y un después en su vida tras la operación y que, entre otras cosas, cambió sus prioridades. “Dejé de preocuparme por cosas que no valen la pena. Hoy priorizo sentirme bien, estar con la gente que quiero, poner mis fuerzas en todo lo que me interesa y me hace bien. Deje de estresarme por cosas que no valen la pena; de preocuparme en lo que no suma y en gastar energías en lo que me hace mal. A veces, la vida te muestra cosas que tenés que cambiar, y no las ves. Y, a veces, te tiene que dar un sacudón como ese para que abras los ojos”.
Antes de la enfermedad Fernanda vivía a “mil” para el trabajo, para el estudio, para los demás y dejaba de lado a sus amigos, a su familia y a las cosas que le gustaban hacer. “Hoy veo el mundo con otro prisma. Tengo otra sensibilidad con las cosas. Tengo un disfrute de las simples cosas, que antes no lo tenía. Tengo más contacto con mi cuerpo, con mis emociones, con la naturaleza. Me siento más conectada conmigo y con mi entorno”.
Esta sensibilidad y empatía que comenzó a percibir Fernanda de sí misma le fue abriendo la cabeza y el corazón para conectarse con otras personas, con otras historias. De esa manera comenzó a ser parte de la Fundación Pacientes Cáncer Pulmón, cuyo presidente es Peter Szanyo, también sobreviviente de esta dolencia y autor del libro La vida después de la enfermedad.
La fundación tiene como objetivos el acompañamiento al paciente y a su familia, donde se da contención ante el diagnóstico y luego el postoperatorio. Además, brindan orientación con los trámites y estudios que deben hacerse y ayudan a quienes no tienen acceso a medicación a conseguirla por distintos medios. Por otro lado, se encuentran desarrollando un proyecto de screaning, para la detección temprana de la enfermedad y con eso salvar muchas vidas.
“Me hubiera encantado haber conocido a la fundación antes de mi operación para estar más contenida. No lo sabía pero hay ONGs para casi todas las enfermedades, y si no las hay una fundación de pacientes ayuda a cualquier persona que tenga casi cualquier diagnóstico. Creo que es muy importante que los pacientes busquen ayuda, apoyo y testimonios de otros pacientes para tener información y contención”, asevera.
Actualmente, Fernanda tiene 39 años, trabaja como escribana y está muy enamorada de su novio. Toma clases de canto, de portugués, de danza y le gusta mucho leer y escribir. “También tengo mi grupo de coaching y mi terapia. Amo mis sesiones de acupuntura y aprender de medicina china, Feng Shui y Taichí que los encuentro extremadamente interesante. Ahora vivo en una casa, estoy en contacto permanente con la naturaleza. Amo mi huerta y cada vez tengo más plantas. Sueño con tener mi casa propia y formar una familia. Combinar mi trabajo con todas las cosas que me llenan el alma y principalmente con tener salud, que es la base para tener todo lo demás”.
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