Es el máximo símbolo del estilo parisino. Fue musa de los más grandes diseñadores y hoy, devenida empresaria, es una referente para mujeres de todo el mundo
Una clienta se prueba unas botas justo al lado de donde transcurre la entrevista, en el salón del fondo de la boutique Ines de la Fressange. "Están buenas, ¿no? Al menos no se encuentran en ningún otro lugar, por eso me gustan", le comenta la ex modelo reconvertida en diseñadora. La clienta le responde que adora esas botas y la felicita por el local. "Gracias. Usted ya había venido, ¿no?", repregunta Inés, transformada esta vez en mujer de negocios. El interés que demuestra la reconocida dueña deslumbra a la clienta y disipa todas sus dudas. Minutos más tarde, se retirará con una sonrisa y un nuevo par de botas bajo el brazo.
Ícono internacional de "la parisina", Ines de la Fressange conserva a los 58 años la frescura y la franqueza que marcaron su paso por la moda durante estas últimas cuatro décadas. Alta y flaca como un espagueti, no transmite fragilidad ni una particular femineidad, más bien todo lo contrario. De hecho, no suele usar aros. Modelo favorita de la casa Chanel en los 80, desafió a Karl Lagerfeld, que se oponía a que posara como modelo para el busto de la Marianne, símbolo de la nación francesa, porque le parecía vulgar "vestir a un monumento". Ines lo hizo de todas formas: con eso marcó el final de su contrato con la gran casa de haute couture y ganó el respeto de los franceses. "Hay que hacer las cosas sólo por feeling. Quizá sea mi costado argentino. Los franceses son cartesianos, lógicos, razonables. Los argentinos tienen, como decía Borges, ese tengo ganas. En los métiers de la moda, es importante", cuenta Ines. Su mamá nació en París –"porque mis abuelos argentinos eran muy snobs", precisa Inès–, pero pasó toda su infancia en nuestro país.
¿Cómo es su vínculo con la Argentina?
Mi mamá estudió en la Sorbonne y me hablaba en francés, pero siempre había argentinos que circulaban en casa. Su mejor amiga era Silvia Agulla, la modelo preferida de Gabrielle Chanel, que era como mi tía. Al envejecer, y conociendo más argentinos, tuve más la impresión de no ser sólo francesa. Sentir las raíces a medida que pasan el tiempo y los encuentros es un fenómeno bastante corriente.
Ines vivió en el campo cuando era chica, cerca de Normandía. Recuerda que sus padres invitaron a un grupo de artistas jóvenes argentinos a vivir con ellos durante algunos meses. "Eran muy excéntricos. No tenían mucho trabajo y decidieron organizar un baile rosa. Hicieron esculturas y pintaron los dos pianos de rosado. Todos los días, cuando volvía del colegio, había algo nuevo. Los llamábamos los pops. Creaban flores que colgaban de las cortinas. Son recuerdos de la niñez, pero hoy me doy cuenta de que esos nueve meses de vida fueron muy importantes. Vi gente que podía ser creativa con poco, que mezclaba el humor con el talento y que transformaba lo cotidiano. Hicieron el baile rosa y fue mágico. Mucho tiempo después me reencontré con ellos. Algunos hacían teatro: era el grupo de Alfredo Arias. Y cuando llegué a Kenzo como modelo, sin maquillaje, flaca y tímida, una pareja me reconoció: eran Pablo y Delia, que habían estado en casa y que en ese momento trabajaban con Kenzo Takada. Siempre hubo un vínculo con la Argentina. Cuando me cruzo con argentinos hay muchos puntos en común, el humor por ejemplo. Ahora me doy cuenta realmente de que soy mitad argentina."
¿Visita seguido el país?
No tanto porque es agradable ir entre diciembre y febrero y para mí es un período de mucho trabajo en París. Y cuando tengo vacaciones, en julio y en agosto, es menos interesante. Además mis padres viven en Villa Allende, cerca de Córdoba, un lugar conocido por el golf y en una casa que construyó mi abuelo muy de estilo francés, así que no es muy divertido porque no es típico ni pintoresco. Me gustaría ir al Norte o a la Patagonia. Por favor, decile a tus lectores que me envíen una tarjeta postal desde donde lean este artículo así sé dónde tengo que ir la próxima vez. ¡Que manden la postal a la boutique!
Ines pega su boca al grabador y recuerda la dirección del local que lleva su nombre (24, Rue de Grenelle – 75007 París), inaugurado el año pasado en su querida Rive gauche y allí donde espera recibir las sugerencias de los lectores argentinos. Acostumbrada a las entrevistas, no duda en bromear cuando sus ganas se imponen o en mostrar sin rodeos su curiosidad por el otro. Me pregunta por qué vivo en París y qué hacen mis padres, y descubre que estamos vestidas igual: un suéter azul y una camisa que sobresale por debajo. "¿Se usa así o mejor meto la camisa dentro del pantalón?", le pregunto, aprovechando que estoy frente al gurú parisino. "La camisa que sobresale…¡es todo! Es lo que hace la diferencia. Lo remarcó Phoebe Philo en Céline. Son años de trabajo", explica entusiasmada, mientras nos acercan dos vasos de agua. "Esto es para vos: agua parisina", añade entre risas. Elegida embajadora por L’Oréal (un éxito porque parece diez años menor) y por la casa de zapatos Roger Vivier (padre del taco aguja, luego de su muerte la marca fue relanzada por el fundador de Tod’s, el italiano Diego Della Valle), colabora con una línea que lleva su nombre para el gigante japonés Uniqlo y siempre aparece en las portadas de las revistas femeninas como símbolo del chic a cualquier edad.
Estos últimos años estuvo muy ocupada siendo parisina...
Es verdad. Empezó con la guía (La Parisienne, 2010). Me la pasaba dando consejos y, como me parecía pretencioso decir qué hacer, se me ocurrió pensar qué hacía la diferencia. Por ejemplo, es muy parisino mezclar algo que viene de Monoprix (cadena de supermercados con una línea textil) con algo de Prada o de otra marca. Encontrar un suéter de hombre en el Monoprix y usarlo en talle extra large, con jeans cortos y balerinas, es muy parisino. No es ni mejor ni peor, pero ciertamente es diferente. Quizás en Düsseldorf elegís un suéter de tu talle y te lo ponés con un jean grande y tacos. Eso hace toda la diferencia. También es muy parisino comprar una cartera en Marruecos y usarla con anteojos Céline y un perfume de lujo, pero con poco maquillaje. En Texas, una mujer puede ponerse la misma vestimenta, pero seguramente se maquillará mucho los ojos y la boca, y se pondrá muchas joyas, y no será lo mismo. El libro tuvo un éxito enorme, con más de un millón de ejemplares vendidos, incluso en Hungría, Polonia y Brasil.
Y la convirtió en una referencia parisina, al menos para el resto del mundo.
Siempre amé a mi país y fui de las raras personas en tener la Legión de Honor en la moda (máximo reconocimiento francés), y vendo sin parar las cualidades francesas. Pero creo que es también porque soy provinciana. Cuando vivía en el campo, siempre soñaba con venir a París e ir a los mercados de pulgas. Creo que las verdaderas parisinas son las que, en algún momento, soñaron con París.
¿Cuál era su proyecto inicial?
Quería pintar o ser psiquiatra infantil. Estudié arqueología e historia de arte y tenía buen gusto para vestirme pero no sabía que eso era un métier. Creía que todas las adolescentes de la tierra se interesaban en la vestimenta. Me di cuenta de que quizá me interesaba un poco más que al resto.
¿Le gusta mirar quien entra en su boutique?
Es interesante ver la diversidad de la gente. Ahora hay un pequeño problema: la selfie. Y de repente aparecemos con ojeras bastante feas en Instagram, pero no se puede decir que no, es difícil. Es gracioso porque cuando tienen una selfie pareciera que ya nada más importa. Nos podemos morir, ellos ya tienen su foto.
La solían llamar la modelo que habla. ¿Siempre dijo lo que pensaba?
En los 80, los creadores como Castelbajac, Mugler y Montana empezaron a hacer desfiles muy espectaculares, con música compuesta para la ocasión, con setenta modelos sobre el podio, con caballos o en grandes carpas. Los diseñadores como Sonia Rykiel invitaban a escritores, directores y amigos a ver sus desfiles, y todos hablaban de esos shows. La gente se moría por entrar, y se convirtió en un fenómeno. Los diarios empezaron a interesarse por esos desfiles, en los backstages y en las modelos. Y, como nadie hablaba inglés, era más fácil venir a entrevistarme a mí, que hacía cuarenta y dos desfiles y me divertía tener un comentario sobre cada cosa. Me beneficié en un momento en el que periódicos como Libération, Le Matin de París o el Herald Tribune dedicaban muchas páginas a la moda. La gente tenía la imagen del desfile de los 50 en la Avenue Montaigne, con modelos que pasaban con carteles numerados. Y, de repente, me veían llegar en pijama, con mi perro, hablar con los invitados y desfilar en zigzag. Era lo contrario al prejuicio que se tenía de las modelos que comían una lechuga y chupaban un hielo. Era como el cine mudo. Parecían pequeñas películas, era el principio de algo.
¿Cómo ve a ese mundo de la moda hoy?
Es una enorme industria, porque la gente acepta que la moda y la ropa conciernen a todos. En Europa es un sector que funciona bien, y sigue habiendo una superioridad sobre Asia en materia creativa. Para Francia y para Italia, forma parte de la imagen del país. Y detrás hay industrias ligadas, por ejemplo los cosméticos como L'Oréal que se nutren con la moda, así que se convierte en un negocio enorme. Ahora son grandes grupos y, para las pequeñas marcas, es más difícil existir y desarrollarse. Tenemos un poco la impresión de que de un lado están las grandes marcas de lujo, con nombres que conocemos de memoria como Hermès, Gucci, Saint Laurent, Dior o Chanel, y del otro la gran distribución como Zara, H&M, Uniqlo. Estar en el medio parece más difícil.
¿Su boutique está en el medio?
Yo estoy fuera de competencia: ¡soy argentina! La marca argentina de París. En realidad, no sé. Beneficio del mundo del lujo porque mi nombre está asociado a Roger Vivier y a Chanel y, al mismo tiempo, la gente espera no encontrarse con los precios de esas grandes casas que cito. Soy un poco atípica. En los 90, los empresarios pensaron que podían hacer todo ellos mismos e inundaron los diarios de publicidad, creyendo que sería fácil lanzar marcas. Rápidamente se dieron cuenta de que, si el producto no era de nivel, había que cambiar de diseñador. Hubo toda una época sin identidad ni verdaderos productos. Ahora, los empresarios entienden que el producto es esencial.
¿De qué manera se implica en esta boutique?
Soy consultora, directora artística y parcialmente accionista, así que una de esas magdalenas me pertenece (se ríe mientras señala los petits fours que nos trajeron). Yo soy lo contrario a esa frase que dice: "No quiero pertenecer a un club que me admita como socio". Me gusta mucho la gente que me quiere. Los que compraron mi nombre me dijeron que lo harían a condición de que yo trabajara con la marca. Me pareció inteligente de su parte. Me pidieron que les diera mi opinión sobre todo: decoración, productos, licencias. Hay también muchos objetos que compro en otros lados, porque eso de que sea todo sobre mi ya está pasado de moda. La selección de otros objetos revela de por si una creación artística. También elegí a la estilista que trabajaría a tiempo completo, a la directora de la moda, que colaboró con Lagerfeld y Kenzo, a la directora de la boutique, y a varios de los empleados.
Parece funcionar, siempre hay gente. ¿A los clientes les da curiosidad su nombre?
Con el tiempo entendí que el nombre no sirve para nada. Es útil para despertar la curiosidad, pero cuando la gente saca la tarjeta de crédito, lo necesario es que el producto sea bueno. Hay una cierta justicia, y el cliente es inteligente. Enseguida compra lo mejor. Después de semanas de liquidación, lo que queda no es lo mejor: eso desapareció rápido. Pero es cierto que hay una confianza. A veces son mujeres que envejecieron al mismo tiempo que yo, que tenían 20 años cuando yo los tenía, que hoy tienen ganas de lo mismo que yo. También viene gente que no me conoce, que entra de casualidad, y jóvenes estudiantes, porque la escuela de ciencias políticas está al lado y acá pueden encontrar regalos de entre 30 y 200 euros, lo que no sucede mucho en este barrio. Acá se encuentran con mi "tengo ganas".
¿Qué consejos les da a sus dos hijas?
Ellas me dan consejos a mí. Cuando eran chicas les decía simplemente que no les hicieran a los otros lo que no les gustaría que les hagan. Es bastante católico, porque soy muy creyente. Les decía que no vale la pena vestirse, maquillarse y peinarse si no se lavaron los dientes. Y típicos consejos de mamá, como que no salgan con el estómago vacío. Nine tiene 21 años y entró en l'Ecole Normale Supérieure, la más difícil de Francia. No sé cómo hizo. Violette, de 16, es rubia de ojos azules y pasó sus exámenes con 16/20 de promedio. Las eduqué llevándolas a ver exposiciones graciosas y sólo por un rato, a vernissages, y de viaje a Cuba, Egipto, la India. Fue una educación medio cualquier cosa, con mucho humor, mucha alegría y variedad, y parece haber tenido éxito. Ahora ya no tengo nada más para enseñarles, sólo decirles que acá estoy si me necesitan.
¿Se siente en constante reinvención de sí misma?
Cuando los encuentros y las oportunidades son apasionantes, me es difícil decir no. Espontáneamente, elegí Roger Vivier hace doce años porque me encantaba su proyecto. Hacía años que me vestía en Uniqlo y la propuesta de hacer cosas lindas, con estilo y baratas se convirtió en una obsesión, un ejercicio de estilo que me apasiona. Y la guía tuvo tanto éxito que cuando me pidieron hacer otro no pude decir no.
¿Cuáles son sus proyectos a futuro?
Mi proyecto es hacer cada vez menos. Es muy difícil, pero me gustaría irme cada vez más de vacaciones y delegar. Ahora hago meditación diez minutos por día, todas las mañanas. No hacer nada es un milagro. Pienso en mil cosas hasta que me enfoco nuevamente en mi respiración. Nos toma una vida entender que hay que apreciar el momento presente. Yo transmito una imagen patética en las entrevistas: la gente lee que trabajo para L'Oréal, que aparezco en el Festival de Cannes vestida de largo, que mi trabajo en Roger Vivier me lleva por el mundo, que gestiono mis propios negocios... Ahora lancé una newsletter todos los jueves y funciona bárbaro, así que estoy obligada a continuar. Es una locura. Esa imagen de la mujer de los 80 que trabaja sin parar ya fue.
¿Cuáles son sus momentos de inseguridad?
A la mañana, frente a mi placard, el día empieza con un ¿cómo me voy a vestir? Nada me queda bien. Sería atroz alguien completamente seguro de sí mismo. Pero con el tiempo aprendemos, incluso físicamente, a arreglarnos no muy mal. Hay que dudar y también saber preguntarles a los otros. Es difícil tener autoridad, pero hay que animarse a decir lo que uno piensa. Mi trabajo es tener una opinión.
1957
Nace el 11 de agosto en Saint-Tropez, donde su madre franco- argentina, Cecilia Sánchez-Cires, y su padre, el marqués André de Seignard de La Fressange, pasan sus vacaciones
1970
Viaja por primera vez a la Argentina con su hermano y su abuelo Alberto Sánchez-Cires
1983
Firma un contrato de exclusividad con Chanel, lo que no volverá a suceder con ninguna otra modelo desde entonces
1990
A los 33 años se casa con el empresario Luigi d’Urso, en Tarascon, en la región de la Provence francesa
1994
El 27 de febrero nace su primera hija, Nine. La segunda, Violette, llegará el 6 de agosto de 1999
2015
Abre su boutique en la Rue de Grenelle, un sueño hecho realidad. Allí se encuentra desde un saco bordado y mocasines dorados hasta aceite de oliva y un collar para perro o una bicicleta
El futuro
Después del éxito de La Lettre d’Ines (www.lalettredines.com), una newsletter en la que escribe sobre libros o películas que le gustan, planea lanzar otra especializada en belleza. También le gustaría abrir una boutique en Buenos Aires