Fueron levantadas bajo una técnica milenaria por expertos que llegaron especialmente al país; el complejo Milahasa propone descansar sin descuidar la espiritualidad y el respeto por la naturaleza
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María Sol Durini ha sido diplomática toda su vida. Vocación que la llevó a recorrer buena parte del mundo junto a Miguel Nougues, su marido, integrante de su misma promoción y con quien compartió, desde la primera juventud, la pasión por representar a nuestro país en destinos tan diversos como Paraguay, Bulgaria, España, Chile, Brasil y Rumania; rincones del planeta donde el matrimonio dejó su huella trabajando en las embajadas de Argentina y donde cosecharon una gran cantidad de amigos que, ya jubilados del cuerpo diplomático, hoy continúan visitando.
Indonesia: otro mundo
Sin embargo, hubo un destino que les modificó el modo de entender la vida, un lugar bien distinto al modo de pensar de Occidente. Corría 1995 cuando María Sol y Miguel fueron destinados en Indonesia, el país del sudeste asiático distante a más de 15.000 kilómetros de Buenos Aires. Otro mundo.
La experiencia diplomática allí duró cinco años, los suficientes para que se enamoraran de la gente del lugar y de su cultura, del idioma y de esa eterna sonrisa que acompaña cada frase. Claro que, para semejante idilio, 60 meses es poco. Nada. Así que, un tiempo después decidieron lo impensado. Una locura que hoy es una realidad, construir cuatro cabañas -traídas desde Indonesia- en el Delta bonaerense, a pocos minutos de la estación Tigre. Una osadía con sabor a excentricidad que hoy disfrutan desde turistas que buscan desconexión con la ciudad hasta los amantes del yoga que llegan para disfrutar de retiros sanadores.
Indonesia a una hora del Obelisco bautizado como Minahasa, un Macondo propio, con Buda recibiendo en el muelle y rodeado de una vegetación agreste. “Por lo verde y los canales que atraviesan el lugar, el Delta es muy parecido a Indonesia”. La isla de Célebes, en el norte del país, tiene una geografía con una naturaleza exuberante muy similar a la que se puede encontrar al norte de la localidad de Tigre.
Hoy, las cabañas se destacan imponentes, pero sin alterar el ecosistema del lugar. Para los que buscan adentrarse en la cultura milenaria del pueblo asiático, no hay que rogar demasiado para que una casera prepara un riquísimo “Nasigoreng”, un plato típico indonesio que, tal como define María Sol, es “como una paella”.
Locura de cuerdos
Antes de la recorrida por las cabañas, María Sol Durini recibe a LA NACION en su piso de Recoleta. Alguien podría pensar que el lugar podría ser poco inspirador para conversar sobre Oriente. Sin embargo, su atuendo, su modo de hablar, sin dejar de sonreír con calidez, hacen pensar que se está ante una mujer que bien podría haber nacido en alguna de las 17.000 islas que conforman el archipiélago de Indonesia o en la mismísima Yakarta, capital del país, donde ella y su marido estuvieron destinados representando a la Argentina.
A pesar del apasionamiento con el que se refiere a Indonesia, no fueron tiempos fáciles aquellos. Durini y su marido coincidieron en su estadía en ese país con la época en la que finalizó el gobierno del dictador Suharto. “Había desabastecimiento, se quemaban vehículos y casas, murió gente. Nos tocó evacuar a los argentinos y latinoamericanos y repatriarlos, ayudados por la empresa Pescarmona”.
El amplio departamento regala la atmósfera del sudeste de Asia en cada rincón, donde los objetos -bellos y trabajados- compiten en llamar la atención. “Indonesia es uno de los países más fascinantes del mundo, con una cultura muy distinta a la nuestra. Por ser diplomáticos, nuestra experiencia nunca tuvo nada que ver con la del turista, siempre conocimos los lugares desde otra perspectiva”, explica esta mujer que, en Buenos Aires, se atreve a ir a los casamientos porteños vestida con esas telas entramadas cuya técnica se define como “batik” y con la que se pueden confeccionar los típicos kebaya, fusión de blusa con vestido. “¿Cómo nos enamoramos de Indonesia? Conociendo”.
-¿Cuál fue el incentivo para traer las cabañas al Delta?
-En las Célebes vimos un tipo de casas que nos encantaban, así que comenzamos a averiguar cómo se hacían. Nos fuimos hasta el sitio donde las fabricaban y descubrimos que el procedimiento era manual. Las personas se trepaban hasta donde podían para encastrar las piezas y armarlas de manera artesanal.
No se trata de un tipo de construcción occidental, sino de la lógica de un juego Rasti. “Cada ciudad o pueblo tiene sus casas, todas talladas en madera, con techos muy importantes, bien altos”, describe esta mujer que habla de aquello con naturalidad y cercanía.
Ya afincados en Buenos Aires, María Sol y Miguel, con la fascinación indeleble que habían traído de Indonesia, decidieron importar las cabañas, aunque, al principio, la idea era comercializarlas. “La primera idea fue importar las casas para venderlas, pero la coyuntura económica del año 2000, hizo que, finalmente, eso no se pudiera concretar”.
Ante un nuevo momento crítico de la economía nacional, la familia decidió que, si bien se había desmoronado la idea original, las propiedades podrían montarse en el Delta con fines recreativos. Un nuevo proyecto nacido de la adversidad en la que suele estar inmersa la coyuntura local.
El desafío más complejo
“Las partes de las casas llegaron en barco, eran maderas sueltas de distinto tamaño que debían encastrarse para poder armar cada cabaña”, explica la diplomática. Había que poner en marcha lo que podría ser la construcción como si se tratase del juego Mis ladrillos, pero en escala gigante. Suena sencillo, no lo fue.
“Pensamos que podríamos armarlas, incluso habíamos traído los cuadernos escritos con las anotaciones que indicaban cómo se hacía, pero todo estaba en idioma indonesio y con detalles técnicos que sólo manejaban los entendidos en ese oficio. Además, como todo va encastrado, una técnica que acá no se conoce, no había personas capacitadas que pudieran cumplir con el trabajo, solamente lo podían hacer los indonesios”, recuerda María Sol Durini, recordando la tensión que les generó contar con cuatro casas desarmadas y la imposibilidad para ponerlas de pie.
La única solución viable era “importar” albañiles desde Indonesia. Apelaron a sus contactos y buscaron al personal capacitado, “son como carpinteros”. Para que no sufrieran el cambio climático, se esperó a la primavera argentina. “No hubieran soportado nuestros fríos, no están acostumbrados”.
Fueron ocho los obreros que llegaron al fin del mundo. “La mayoría no había salido de su isla, cuando les mostraron a dónde irían casi se mueren”. El personal fue instruido con algunos conceptos de lengua española para que pudieran comunicarse a lo largo de los siete meses que duró la estadía. “Era un espectáculo verlos armar las cabañas, se trepaban por todos lados”.
Cada una de las casas -siguiendo el modo indonesio y también la característica de nuestro Delta- se apoyó sobre parafitos que elevaron las construcciones, tal como se construye en los archipiélagos de Indonesia y en esa zona isleña del norte bonaerense, buscando asentarlas sobre bases firmes y evitando que, ante las crecidas, se vean afectadas.
Un viaje interior
“No es un hotel”, define terminante María Sol Durini. Está claro que las cuatro cabañas -que tienen una superficie de entre 70 y 110 metros cuadrados- están pensada para una experiencia que va más allá del mero acontecimiento turístico.
Lucila Couriel es la nuera de María Sol y Miguel, y la responsable de llevar adelante el día a día del lugar. Una anfitriona que irradia la paz que necesita el huésped. Las cabañas, todas de diseños diferentes y realizadas con maderas de distinto tipo, pueden albergar a más de ocho personas cada una.
Ingresar en Minahasa es comenzar a impregnarse del aroma de la naturaleza agreste a la que hay que pedirle permiso para pasar y también de la atmósfera que imprime la madera, indudablemente, se respira diferente.
El interior de cada cabaña está ambientado con muebles traídos desde el sudeste de Asia. Camas talladas que rematan con baldaquinos, bancos, baúles, tapices, cuadros, objetos conforman una colección incunable que hace que la imaginación vuele.
Desde ya, el sitio posee luz eléctrica y agua corriente y se provee del servicio de ropa de cama y blanco. Las cocinas están equipadas de manera integral para quienes deseen preparar sus propios manjares. “La casera tiene una pequeña provisión de alimentos y, caminando por los senderos tan particulares de las islas se puede llegar a un almacén”, explica la dueña de casa. También una empresa de catering suele proveer el lugar cuando se realizan eventos o llegan grupos especiales.
“La idea es desconectarse de todo”, afirma Durini. Acaso por eso, la señal de Wifi llega sólo a un rincón del predio. Acá no va estar frente a la pantalla permanentemente.
-Además del hospedaje, ¿qué actividades se pueden realizar?
-Se hacen retiros holísticos, de meditación y se practican varios tipos de yogas. Además, hubo experiencias con cuencos, flores y perfumes. Y también hubo gente que organizó retiros de cartas astrales.
Indudablemente, en el lugar se respira mística. “Después de la pandemia, la gente sintió más necesidad no sólo de salir de la ciudad sino de alimentarse espiritualmente, calmarse, encontrar un equilibrio”. Para el próximo invierno, se está acondicionando un espacio cubierto para la práctica de yoga, algo muy buscado ya no sólo por el visitante local, sino también por un público internacional que se siente atraído por la propuesta: “Llegó gente de España y de Canadá”.
Desde ya, también se pueden practicar deportes náuticos, navegar en canoas, bañarse en el río y hasta pescar. No son pocos los que, binoculares en mano, se disponen a avistar aves. “No tenemos un público bullicioso, acá la idea es encontrarse con la naturaleza y, sobre todo, con uno mismo”, finaliza la diplomática María Sol Durini.
Minahasa significa “camino al cielo”. Este rincón de Indonesia en el Delta no podría llamarse de otra manera.
Para saber:
Complejo Minahasa: Arroyo Esperita, Delta, Provincia de Buenos Aires.
Medios para llegar desde el puerto fluvial de Tigre: lancha colectiva o lancha taxi.
Contacto: (11) 15 3310-2542 / @somosminahasa
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