Independencia
Es necesario, importante y urgente revisar nuestra forma de vincularnos con los otros
Podríamos coincidir en que no hay valor más preciado que la libertad.
¿Cuánto sabremos aprovechar de este beneficio? ¿Cuán libres nos sentimos? ¿Cuán libres nos permitimos ser? Acaso, ¿vivimos presos o condicionados por alguna dependencia? ¿Cuál, quién, cuánto, cuándo, por qué?
Que las preguntas no agobien. Por el contrario, que nos permitan reafirmar o librarnos de cualquier creencia, mandato o inseguridad.
Si bien somos seres sociales que no sobreviviríamos sin la presencia de un otro, siempre es necesario, importante y/o urgente revisar nuestra forma de vincularnos con esos otros (y, en definitiva, con uno mismo, claro está).
¿Cuánto confiamos en nosotros? ¿Cuánto necesitamos de la mirada y la aprobación, o de lo que los otros puedan darnos?
Insisto, que las preguntas no agobien; que libren cadenas. Ya el hecho de preguntarnos es un gran síntoma, un saludable deseo de autosuperación y libertad.
¿Por qué estamos con quién estamos? ¿De qué depende su presencia, su afecto, su aceptación? ¿Tenemos, acaso, una relación libre? ¿Podemos elegirnos y permanecer sin condiciones? ¿Qué condiciones?
Cuando alguna vez alguien me dijo que nadie muere de amor, llegué a suponer (casi, convencido) que, en esos casos, en definitiva, de lo que morimos es de dependencia. Para pensar.
Por lo pronto, sin caer en extremos, como suele acostumbrarnos el amor, podríamos indagar a conciencia –sin prejuicios, ni críticas dependientes–, respecto a nuestros grados o dosis de apego, atribución o condicionamiento.
Resulta beneficioso tomar registro de nuestros niveles de dependencia emocional, tanto en nuestras relaciones interpersonales, así como en cualquier otro tipo de vínculos que establecemos: con el trabajo, el consumo, la acumulación, las modas, las adicciones.
Soy, estoy, puedo, tengo, deseo, ¿a cambio de qué?