Cuando la vio en un casamiento no pudo dejar de mirarla, pero no se animó a acercarse. El destino, sin embargo, les tenía preparado una coincidencia asombrosa
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La primera vez que Edgardo la vio fue en un casamiento. Ella vestía un saco a rayas y él quedó perplejo al contemplarla. Desde aquel instante fue incapaz de apartar su mirada: Cupido había lanzado su flecha.
A veces la perdía de vista y trataba de localizarla, pero al dar con ella, quedaba paralizado y tan solo la observaba. Edgardo no se acercó en ningún momento, aunque era evidente que la mujer se había percatado de sus ojos persistentes.
La fiesta llegó a su fin, dando por terminadas las horas de idilio con una desconocida con la que no había cruzado ni una palabra. Edgardo regresó a su hogar, resignado, seguro de que jamás volvería a verla.
Tres empleados nuevos y una sorpresa
Las semanas transcurrieron con más penas que glorias. Edgardo estaba atravesando por un momento complicado y, aunque el rostro de la mujer de la fiesta emergía en sus recuerdos, sabía que debía focalizarse en resolver algunos problemas.
Cinco meses transcurrieron desde aquella boda, cuando decidió que era tiempo de tomarse un descanso del trabajo y las preocupaciones. Aquellos días fueron ideales para regresar con renovadas energías y acomodar ciertas ideas.
“Edgardo, están por entrar tres empleados nuevos a trabajar y necesitamos que te encargues de capacitarlos”, le dijo su jefe a su vuelta. El descanso había durado poco y en la oficina no le dieron tregua para aclimatarse al regreso.
“En fin, veremos qué tal nos va con ellos”, pensó Edgardo, luego de que le anunciaran que los nuevos integrantes lo esperaban. Se dirigió con paso ligero a la recepción y, de pronto, una presencia lo detuvo en seco: entre los empleados primerizos estaba ella, la mujer del casamiento.
Incrédulo, esta vez tampoco pudo apartar su vista, ¿acaso era posible que tuviera tanta fortuna? La tenía y no tenía dudas: ella, Soledad, vestía el mismo saco a rayas que traía en la fiesta.
El loco de la fiesta y un mensaje fuera de hora
“Sé quién sos”, le dijo Soledad tiempo después. El corazón de Edgardo comenzó a galopar con una fuerza arrolladora. “Vos me miraste de forma extraña hace unos meses, en un casamiento”.
“Y sí, me reconoció porque era el loco que no le sacó los ojos de encima”, revela hoy Edgardo, entre risas. “Con el tiempo me confesó que pensaba que, por cómo la miraba, estaba pasado de copas”.
El acercamiento fue tímido, pero inevitable. Él le enseñó acerca de la cultura de la empresa y, cada tanto, cruzaban algunas palabras, que se volvieron más frecuentes: “Me consultaba cuando tenía dudas laborales y, por supuesto, yo la ayudaba con muchas ganas”.
Pero todo cambió ese gran día, cuando Edgardo recibió un mensaje fuera del horario laboral. Soledad tenía una duda respecto a su PC, y aquella consulta derivó en otros temas y en conversaciones más profundas: “Y, en algún momento, me encontré acompañándola a la parada de colectivo diariamente, hasta que un día me animé y la invité a salir”.
La chica con saco a rayas que iluminó una vida
Como un adolescente, Edgardo disfrutó de las sensaciones que lo invadieron cuando se encontraron en aquella primera cita. Conversaron fluidamente y se rieron mucho. ¡Cómo le gustaba! Y, en algún momento, mientras caminaban por la calle, ella lo tomó de la mano y él sintió algo que jamás había experimentado en su vida: “Se me cortó la respiración”, confiesa. “Desde ese momento supe que era ella con quien quería pasar el resto de mi vida”.
Soledad y Edgardo se casaron y le dieron la bienvenida a Julieta, su hija de tres años. Aún hoy, cuando rememora su historia, él no puede creer las casualidades de la vida. En el lugar menos pensado apareció su enamorada, aquella chica con saco a rayas que lo encandiló en una fiesta y que, contra todos los pronósticos, estaba destinada a iluminar sus días.
“Me gusta creer que era el destino que nos había preparado Dios. En el momento menos pensado puede aparecer esa persona que llena tus días con amor”.
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