Tienda departamental, símbolo de la exclusividad y el refinamiento, se convirtió en ícono muy arraigado y lugar de reunión de varias generaciones de argentinos. Abrió en 1914, cerró en 1998 y planea reabrir sus puertas en 2020.
La sola mención del nombre Harrods dispara recuerdos de una época que pasó. El papá Noel que visitaban las familias en Navidad, la compra del uniforme escolar, su calesita cubierta, las cajas rectangulares verdes y blancas llenas de mentitas, el té de las cinco en el salón del último piso y la peluquería de niños. Las grandes vidrieras sobre la calle Florida, los pisos de madera, sus ascensores de hierro forjado con capacidad de veinte personas y ascensoristas que anunciaban qué se vendía en cada piso, las majestuosas escaleras de mármol y su vasta zona de bazar. Y la posibilidad de comprar en una tienda donde se conseguía absolutamente todo, y en especial, artículos importados. Porque su lema era, "Lo que usted quiere, Harrods lo tiene, lo hace o se lo consigue".
"La casa Harrods era ya una necesidad en esta metrópoli. No podíamos conformarnos con sólo oír hablar de lo que son las grandes tiendas de París, Londres, Nueva York y Viena. Necesitábamos tener algo propio que a la par de aquellas luciese; algo que en una sociedad eminentemente elegante como la nuestra, diese la norma del buen todo... Un establecimiento igual a los que constituyen la meca obligada de las familias argentinas que visitan Europa", escribía Caras y Caretas el 4 de abril de 1914, cuatro días después de la inauguración. Así explicaba lo que la alta sociedad del por entonces granero del mundo venía buscando: un sitio paquete donde la oferta igualara lo que se conseguía en Europa. Sus artículos de lujo apuntaban claramente a las familias que habían hecho dinero con la producción agropecuaria.
"Lo que usted quiera, Harrods lo tiene, lo hace o se lo consigue" era el lema de la tienda, que buscaba satisfacer hasta los caprichos más sofisticados de sus clientes.
Sucursal de la tradicional Harrods fundada en Londres en 1849, unió Buenos Aires con aquella ciudad inglesa a través de una misma marca. Fue la única réplica sudamericana de la tienda londinense. Se construyó sobre un terreno de 6529 metros cuadrados, llegó a tener más de 47,000 m2 de superficie cubierta, siete niveles y subsuelos, y 2000 empleados. Fue una de las obras proyectadas por el inglés Paul Bell Chambers y el norteamericano Louis Newbery Thomas, responsables también del Edificio Thompson lindero a la tienda y de otras que decoraron la ciudad. En los albores de la belle époque argentina, el edificio con fachada sobre la calle Florida inauguró sus dos primeros pisos con un gran festejo organizado por la Sociedad de Beneficencia en que las elegantes damas de buen apellido se convirtieron en habilidosas vendedoras de tejidos, sedas, perfumes, lencería, guantes, corsets, pañuelos, joyas, cintas y puntillas, batones y otras prendas de vestir. Dicen que ese día asistieron 15.000 personas. Solo seis años más tarde y debido a importantes ampliaciones gracias a su éxito comercial, la tienda departamental ocupaba casi toda la manzana de Florida, Córdoba, San Martín y Paraguay. En 1922 se fusionó con la tienda Gath & Chaves de Florida y Cangallo.
Punto de reunión de la aristocracia porteña, los políticos conservadores se citaban en la peluquería de caballeros, revestida en mármol de carrara blanco veteado de gris y negro, inmensos sillones blancos con pies ornamentados en hierro, y ventiladores de palas de bronce y espejos biselados. El té se tomaba en el distinguido salón del último piso, el Tea Room, cuya entrada marcaba un llamativo cartel de bronce.
Allí, entre enormes arañas y columnas revestidas, se citaban las mujeres tras su paseo de compras, o para celebrar todo tipo de eventos: la despedida de una amiga que viajaba a Europa o su recibimiento, la despedida de soltera. Un eficiente sistema de carros primero, y camionetas después repartía las compras en el domicilio del cliente. Junto a amplios y completos catálogos, los envíos también llegaban al interior. Los clientes eran bienvenidos en la puerta principal de Harrods por un hombre de muy baja estatura y uniforme verde. Otro dato: había en el Hospital Británico un puesto de souvenirs exclusivamente con objetos de la tienda para regalar a los internados.
Con los años de la hiperinflación y la desintegración de la economía, la tienda sufrió y no se recuperó. Ya en manos de un conglomerado económico, los pisos fueron cerrando de a poco hasta 1998, cuando bajó las persianas. Algunos intentos por reabrirla fracasaron, y el edificio declarado patrimonio histórico lleva un largo tiempo con sus luces apagadas. Solo se abre ocasionalmente para alojar eventos culturales como Gallery Nights y el Festival de Tango de Buenos Aires.
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