La señora tiene las manos atrofiadas. Las veo de cerca porque las extiende al cielo y está justo a mi lado, de modo que su mano derecha casi se pega a mi cara. Pasó algo en ellas, un accidente, una quemadura. No puedo saberlo. En el codo, una venda le cubre la zona. No le hablo porque estamos en plena ceremonia, en la segunda fila del templo Jesús La Esperanza, en la calle Necochea, La Boca.
Tiene los ojos cerrados y las manos extendidas. Digamos que mira hacia arriba, pero en verdad reza. Dice: "Tu nombre, Dios, exaltaré. Tu majestad levantaré". Lo dice como un mantra, para sí, tu nombre, Dios, exaltaré, tu nombre, Dios... No es la única. Son las 8 de la noche de un martes. En el templo –que era una cantina hasta 1976, cuando José Manuel Carlos la compró y convirtió en iglesia– hay cerca de 500 personas. Muchas de ellas, con los brazos extendidos. La diferencia con la señora no son las manos, sino que mientras ella parece estar en su propio trance, el resto se siente parte de una liturgia colectiva. Están juntos mientras escuchan la música. Yo también la escucho. Es pegadiza y la voz de la cantante, prodigiosa.
Al frente, en el escenario, lo siguiente: tres escalones, un atril azul semitransparente con una cruz en el medio conformada por las palabras "Jesús", "la" y "Esperanza". Una pantalla gigante que hasta hace diez minutos no se veía, pero con el inicio del culto se desplegó. Un teclado eléctrico frente al cual está sentado Fernando Blanco, el pastor –y tecladista– de la ocasión. Una batería, un guitarrista, y lo ya dicho: una mujer de voz fenomenal que nos contagia a todos de fe, de alguna fe. Mientras ella canta, la mujer de las manos diferentes la seguirá con un murmullo que acá, desde su lado, se siente como un coro. Ella, la cantante y yo, que estoy de invitado, por un segundo somos otra iglesia. Y pienso que de esto se trata esta nota, de contar cómo la iglesia evangélica parece lograr lo que la católica no: crecer en gente, crecer en poder, crecer en influencia.
Así lo indican los números: mientras que en América Latina hay cerca de 425 millones de fieles de la Iglesia Católica (según una encuesta de la organización Latinobarómetro, el 59% del continente se considera católica hoy, mientras que en 1996, el 80% lo hacía como tal), se estima que ya son cerca del 20% los seguidores de las iglesias evangélicas (según esa misma encuesta, el 19% se considera evangélico). En nuestro país, ese número baja al 15%, aunque no hay una estadística rigurosa al respecto. ¿Cuántos había hace 30 años? Se habla de un 5%.
Este crecimiento despierta todo tipo de fantasías, que encuentran eco en lo que parecería ser un corrimiento del poder en América Latina. Jair Bolsonaro es lo más caliente del candelero: se dice que fueron los evangélicos quienes lo llevaron al poder. Pero se sabe que Bolsonaro no es evangélico, sino su mujer, Michelle. Para Gabriel Salcedo, conferencista cristiano y escritor, hay algo clave en la manera de entender el mundo de los evangélicos que permite este fenómeno: no hace falta creer para ser acogido por ellos, solo es necesario estar dispuesto a llevar el mensaje. Es evangélico y durante mucho tiempo estuvo cerca de los hombres fuertes, pero sus ideas se ablandaron respecto de algunas cuestiones y ahí, cuando abandonó el dogma, se le empezó a complicar su relación con las iglesias. Según él, no son muy permeables al cambio y a las ideas progresistas, pero depende qué iglesias.
La radiografía del poder sigue: en México se dice que un partido de base evangélica apoyó al presidente Andrés Manuel López Obrador ; en Guatemala, está al mando Jimmy Morales, evangélico. En Brasil, se sabe que Bolsonaro recibió un gran apoyo de la Iglesia Universal del Templo de Dios (aunque veremos luego que los pare de sufrir, como se los llama acá, no forman una iglesia evangélica propiamente dicha).
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¿Cómo entender el mundo evangélico? La primera aclaración que me hicieron cuando empecé a hablar con pastores es que prefieren no ser llamados evangelistas, porque un evangelista es alguien que predica el evangelio, pero no necesariamente un fiel de una iglesia evangélica. La segunda aclaración es que no tienen nada que ver con la Iglesia Universal del Templo de Dios. Ellos son de Brasil y tienen otro funcionamiento.
Aclarado esto, lo siguiente: las iglesias evangélicas surgen en el siglo XVI, tras la reforma luterana iniciada por Martín Lutero. De allí que a muchas se les llama "iglesias reformadas". Surgieron allí las iglesias protestantes, que se separaron de la católica. El primer desmarque fue en relación con el Vaticano: las iglesias protestantes dejaron de reconocer al Papa como figura máxima. Luego, fueron afinándose las diferencias hasta llegar a las distintas denominaciones, que agrupan a su vez distintas iglesias. Las más tradicionales que salieron de ese primer movimiento son la anglicana (que vino de Gran Bretaña) y la presbiteriana (de Escocia). Pero luego están las más modernas: la pentecostal, la bautista, la metodista… Las denominaciones son muchas. A su vez, cada una se concentra en distintas congregaciones que reúne iglesias. La más grande en el país es la Unión de las Asambleas de Dios, compuesta por iglesias pentecostales. Y a su vez, cada congregación responde a una cámara, por decirlo de algún modo. En la Argentina, hay dos fundamentales: la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (Aciera) y la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE). Allí radica el poder político.
En diciembre de 2018 aparecieron en las calles de la ciudad unos mensajes que sorprendieron a muchos. En los carteles electrónicos oficiales se leía "Navidad es Jesús". Se dijo que fue parte del lobby evangélico. Así fue: gente de Aciera se reunió con el Gobierno de la Ciudad y le propuso difundir ese mensaje. Hasta ahí pude confirmarlo. Al parecer, al Gobierno le pareció bien y se procedió. ¿Pero hay realmente un poder oculto?
Rodolfo Polignano es el pastor de una iglesia de Colegiales que está en plena reforma. Es hijo y nieto de pastores. El apellido Polignano es famoso entre los suyos. Rodolfo es amable y explica sin cansancio una y otra vez las distintas complejidades de este mundo (sin contar, claro, la complejidad última de la fe). Para él no es extraño que un colectivo que ya reúne cerca del 15% de la población haga propuestas. La principal lucha en la que está Aciera en este momento, me explica, es por lograr la ley de culto que les permita a los templos ser considerados iglesias. Hoy esa potestad pertenece solo a la Iglesia Católica.
Sin problemas me explica cómo se sostiene una iglesia evangélica: por el aporte de sus fieles. No hay secretismo (aunque sí intriga) al respecto: cada fiel aporta lo que quiere. El pastor sugiere siempre el 10% de los ingresos (el famoso diezmo), pero el aporte es voluntario.
Los movimientos pentecostal y bautista son los más grandes del país. La actividad pentecostal en la Argentina comenzó en 1910, de la mano de inmigrantes italianos y pastores suecos, canadienses y norteamericanos que llegaron al país. El comienzo de la Unión de las Asambleas de Dios (la congregación evangélica que reúne mayor número de iglesias y fieles), habría sido en Gualeguaychú, Entre Ríos, de la mano de la pastora Alice Wood, proveniente de Canadá. Otra fecha clave fue 1954, año en que se llenaron de fieles los estadios de Atlanta y Huracán. Esa fue, acaso, la mayor concentración de fieles junto con la marcha contra el aborto del 6 de agosto del año pasado.
En 1980, llegó lo que probablemente sea el punto de quiebre para todo el mundo evangélico: la aparición de Carlos Annacondia. Es la referencia ineludible de todo pastor, el hombre –milagroso, según dicen– que sacó al mundo evangélico de las sombras. Nació en Quilmes el 12 de marzo de 1944. Tiene 9 hijos y 18 nietos. En su página web oficial dice que "conoció al Señor el 19 de mayo de 1979 de San Justo, provincia de Buenos Aires, en una Cruzada Evangelística con el Reverendo Manuel A. Ruiz, de Panamá". Su actividad como evangelista comenzó por las villas de emergencia de la provincia de Buenos Aires. Según se dice, los milagros son comunes de ver en sus campañas. Cuando uno ve un milagro, me dice Rodolfo, la cosa cambia. Supongo que nadie podría discutir eso. Para muchos, ese es el camino de la conversión.
Lo fue para el padre de Rubén Daconte. Pastor evangélico de la iglesia William Morris, de Palermo (Charcas y Uriarte), cuenta que a su padre "solo le interesaba hacer dinero porque venía de una infancia muy dura", pero un día tuvo un accidente y quedó en silla de ruedas. Vivían en Mar del Plata. Desesperado por esa situación, un día acompañó a un conocido a una iglesia evangélica. "Fue en silla de ruedas, y volvió a mi casa caminando", me dice Rubén. "Ahí empieza nuestra experiencia con Dios", agrega.
–A partir de ahí no dejó de ir nunca más, supongo.
–No, no. Además, no es solo el tema de que sos sanado, es el tema de lo que pasa internamente en tu corazón. Tuvo un cambio total. Dios le dio sentido a su vida, lo llamó para predicar el Evangelio. Así que liquidó su empresa (tenía más de 45 empleados), y se dedicó al Evangelio. Yo tenía en ese momento 13 años.
–¿Hay competencia entre pastores?
–No. Es tan difícil la obra que lo que hay es un corazón para acompañar, para ayudar. No trabajamos para el reino propio, trabajamos para el reino del cielo. Y las iglesias no son nuestras, la gente no es tuya.
–Si yo te veo predicar hoy y te veía hace quince años, ¿cambiaste mucho?
–Sí, sí. La madurez viene con la experiencia y la experiencia te da autoridad. Cuando uno empieza, habla de grandes ideas, grandes teologías, pero después vas viviendo y las experiencias, la relación con la gente empieza a darte esa autoridad.
–¿Sentís que hay alguna iglesia o religión que sea más cercana a lo que vos entendés por fe?
–Cada uno tiene el testimonio de su relación personal con Dios. ¿Qué significa eso? Cuando alguien me habla a mí, me ve como pastor, en la iglesia, y me dice: "Usted es religioso". No, porque la religión es el dogma, es el esfuerzo del hombre por agradar a Dios. Yo no vivo religión, yo vivo salvación. Es el esfuerzo que hizo Dios por salvarme. No sé si yo lo merecía. La ley del merecimiento es la ley de la gracia. Lo que yo sí hice fue aceptarlo. Yo lo vi a mi viejo sano y lo que Dios hizo en mi familia hizo que me dijera "Dios está acá, yo lo quiero".
***
Son las 6 de la tarde y la avenida Eva Perón, en el límite entre Caballito y Parque Chacabuco, está movida. Llegan señoras, hombres, chicos, chicas, familias… todos van entrando a la Catedral de la Fe, una de las iglesias evangélicas más grandes del país. Apenas cruzar la entrada, un hombre de traje y bigote refinado recibe a la gente tras un mostrador de recepción. A la izquierda, Catedral Kids, una especie de guardería donde los fieles dejan a sus hijos para presenciar en paz el culto. Al lado, una librería con bibliografía acorde a la situación. Si en la calle hay movimiento, adentro hay un mundo. Gente que va de acá para allá, muchos con los ojos llorosos, no sé aún bien por qué. Después de la recepción, un stand de venta de productos estilo merchandising: remeras, gorras, pines. Y atrás, una entrada a la parte baja del auditorio del templo y una escalera al pullman. Los sábados como este hay ceremonias a las 16, a las 18 y a las 20. Entran cerca de 2500 personas en el auditorio. Lo mismo sucede los domingos.
La música se escucha desde el inicio. Suena a rock. Cuando pase la ceremonia, sin ninguna ironía me iré cantando una de esas canciones, como quien escucha a alguien tararear un hit y se le pega por el resto del día. Pero ahora, que entro por primera vez a la Catedral de la Fe, todavía no sé las canciones. Veo un grupo de gente que entra en una sala vidriada acompañada de otras con chalecos naranjas, con el lema Ministerio de la Consolidación escrito en ellos. Los de chaleco son de la iglesia, los otros son los primerizos. Los de la consolidación les pedirán sus datos y los llamarán en la semana para preguntarles cómo se sintieron e invitarlos a volver.
Mientras tanto, en un predio al lado del templo, pasa otro montón de cosas. Es el complejo social de la Catedral de la Fe. Allí se dan clases a jóvenes, se organizan encuentros, y se realizan las ceremonias para adolescentes. Paso un rato. El auditorio está a oscuras y con el aire acondicionado a todo motor. Hace frío y hay cerca de cien chicos. El pastor está al fondo, ya hizo su trabajo y ahora cedió la palabra y el escenario a un adolescente pichón de pastor al que llaman líder. Hay música también. Una chica, al costado del escenario, agita una bandera roja, como vemos en las inauguraciones de los Juegos Olímpicos. El líder adolescente dice cosas, arenga a sus compañeros, que lo festejan. Y al final, cuando llega al último segundo, dice algo de la fe y cierra con el siguiente combo de palabras: "Atr perro cumbia cajeteala piola gato". Atr es "a todo ritmo". Perro cumbia cajeteala piola gato creo que son palabras sueltas que, combinadas, configuran una especie de santo y seña motivacional.
Vuelvo ahora al templo principal y entro al auditorio. En el escenario hay efectivamente una banda de rock: dos guitarras, batería, piano, coristas. La gente, de pie, tiene los brazos abiertos; muchos, los ojos cerrados. En poco menos de media hora saldrá a escena Osvaldo Carnival, el pastor de este templo y una de las figuras más reconocidas del universo evangélico. Pero antes de verlo ahí, encendido en prédica, lo veré tras bambalinas, en la sala en la que se prepara. Y me dirá que prepara su discurso durante la semana, y el día de la ceremonia solo lo ofrece. "Lo que uno hace es compartir una charla, algunas verdades de la Biblia. Generalmente nosotros lo hacemos como en series. Por ejemplo, ahora tenemos una serie que se llama No temas. En la Biblia hay unos trescientos sesenta y cinco No temas, son expresiones, como cuando se le acerca el ángel a la Virgen o José y lo primero que dice es no temas", me explica. Luego, ofrece café y me cuenta que al lado del auditorio hay una sala de ensayo en la que se preparan las siete bandas musicales que intervienen en su iglesia.
–¿Qué significa tener a tanta gente escuchándote?
–Es la gran oportunidad para uno de expresar la vivencia con Dios. Creo que la cosa fuerte en la iglesia evangélica pasa por lo vívido, ¿no? Fue lo que a mí me impactó. Yo siempre fui a una iglesia católica, tomé la comunión y demás, pero para mí el Cristo estaba cosificado ahí. Hasta que un día, un evangélico me dijo: "Nosotros tenemos una cruz, pero está vacía porque el tercer día resucitó y quiere ser tu amigo". Yo no tenía problemas de droga o delincuencia, que generalmente son las historias más comunes, pero sí estaba en la búsqueda de lo trascendente.
–¿Cómo era hace veinte años ser un pastor evangélico en la Argentina?
–Y quizás había una sensación de proscripción. Yo no he vivido tan crudamente la persecución. Acá ha habido pastores que los han metido en la cárcel, los han proscripto, los han prohibido. Es decir, han sufrido una persecución muy notoria. Yo no la viví tan así, pero sí había una sensación de una secta.
–Hoy, en cambio, hay un auge de visibilidad. ¿A qué lo atribuye?
–Bueno, justamente la visibilidad estuvo marcada el 6 de agosto de 2018, en la marcha en contra del aborto. Creo que eso fue un hecho muy contundente para los medios y, a través de los medios, para toda la ciudadanía pública. Fue un elemento que nos permitió alinearnos. La iglesia evangélica es muy amplia en sus conceptos, desde la política, la música. Vos te vas a encontrar con templos donde la música tiene onda cumbia, onda pop, más comercial, más rock. Por eso hay bandas de cualquier estilo de música. Pensamientos, formas de vestir, de lo que te puedas imaginar... Chamamé, lo que vos quieras. Hay una diversidad muy grande, pero hay temas que no negociamos.
–¿Siente que el diputado Alfredo Olmedo representa en la política a los valores evangélicos? Algunas encuestas hasta le dan diez puntos...
–No, él es una persona que ha tenido una experiencia con Jesús y a la vez tiene una vocación política. Es decir, definitivamente nadie –creo yo y creo que es un poco el pensamiento común de todos– va a representar a los evangélicos. La palabra partido viene de parte, y vos en una congregación tenés que tener gente de Vélez, de Boca, de River, de Racing.
Nos despedimos. Tiene una calma opuesta a lo que veré después, cuando se pare en el escenario y comienza a decirle a la gente que no tema. "Cuando temo… En Dios confío". Lo dirá una vez, el resto de las veces (más de 20), dirá solo la mitad: "Cuando temo". Y la gente completará: "En Dios confío". ¿A ver los de arriba? ¿A ver los de abajo? "¿Cuando temo?". La congregación responde. No será nuevo decir que hay algo de show. No será nuevo decir que cuando la música comienza, hay algo de emoción. Pero antes de ese momento (un reloj con una cuenta regresiva –44 minutos– va marcando los tiempos de la prédica), Carnival invitará a sus fieles a bajarse una aplicación para releer en la semana lo que se dijo allí, y tomar notas de lo más resonante y demás. YouVersion se llama, es la versión aggiornada de los cuadernillos o volantes que entregan en la iglesia.
El reloj marca que quedan siete minutos y la banda entra, mientras Carnival sigue predicando. Se acomodan en sus puestos, la voz del pastor ahora es acompañada suavemente por una guitarra. Siento cómo la música me va cautivando, una especie de masaje que me enciende el corazón y me pongo de pie. A mi lado, una chica hermosa se pone de pie. A su lado, un muchacho con su hijo. A su lado, una señora. A su lado, un muchacho con los ojos cerrados que tiembla como si una fiebre de 40 grados le hubiera tomado el cuerpo. La música va levantando la ola. ¿Qué sección de mi cerebro se acaba de encender? Pienso en consultar a un neurólogo, pero no, la gente que me rodea no va a consultar a un neurólogo, hacerlo sería alejarme de ellos. Y no quiero. Por mi artículo y porque no quiero, ahora mismo se siente bien. La voz de Carnival crece y me pregunta, solo a mí me lo pregunta, eso siento. ¿Cuándo temo? La respuesta es a la multitud. En Dios confío. Comienza el llanto entonces. ¿Qué se ve en las caras de los otros? Comienza la canción. ¿Qué se ve? Y Carnival canta el coro: yo soy hijo de Dios. Y la gente canta el coro: yo soy hijo de Dios. Continúa el llanto, entonces. Continúa para muchos el momento más emocionante de la semana, el que volverá a buscar la semana siguiente, y la otra, y la otra. Cada semana, hasta que Dios los sane.
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