A Marcos Amadeo, la magia lo sacudió a los 17. Y a Julián Ávila, a los 12. Amadeo, que leía la Pelo y El Musiquero, era un creativo nato. Y a los 17, cuando vio un especial de David Copperfield –el rey del ilusionismo–, Marcos abrió los ojos en shock: "Mamá –dijo–, yo voy a hacer eso de grande". Dicho y hecho: se puso a tomar clases de magia, una vez por semana, a lo largo de cinco años.
Ávila, en cambio, nunca había visto mago alguno. Ni en la tele. Ni en las revistas. Un día, en plenas vacaciones, cayó enfermo de una extraña patología. Tan extraña que, cuando los papás lo llevaron a un chequeo en la clínica, el primer médico lo chequeó y se encogió de hombros. El segundo, lo mismo. Y el tercero y el cuarto, la misma cosa. Nadie tenía la menor idea de qué le pasaba, ni qué remedio darle. Y Julián, durito y absorto, no emitía palabra. Hasta que llegó el quinto médico. ¿Y qué hizo para ablandar al niño? Un truco de magia. En medio de los delantales, y el terror al hospital, ese hechizo era algo inesperado. Y ese niñito entró enfermo y salió de la clínica con su futuro resuelto: quería ser mago.
A Marcos y a Julián, hermanados por la magia, el destino los hizo amigos y luego socios. Al comienzo fue un hobby. Marcos, mientras tanto, se graduaba en Abogacía y Julián en Diseño.
120 shows de magia corporativos hacían al año
Veinte años antes, en tiempos de magos bohemios, Marcos y Julián se propusieron armar un dúo y ser magos profesionales: horarios, oficina, empleados. Armar, en fin, una estructura de trabajo. Por si fuera poco, invirtieron en trucos high-tech: desde proyecciones a magia en 3D y trucos en celulares. Los primeros en Latinoamérica en incorporar tecnología a la magia. Y así, se ganaron un lugar en el mercado: se especializaron en shows de magia corporativos. Daban 120 shows al año. Volaban a Las Vegas, a Miami, a Madrid.
A todo trapo
Y el mundo comenzó a rubricar su ingenio: en el 2013 le dieron el prestigioso galardón Merlí, en Nueva York, y tocaron el cielo con las manos –en la Argentina solo lo ganó el gran René Lavand–. Un premio que únicamente obtienen los grosos entre los grosos. "Entramos en la elite", se dijeron. Y así fue. Llegaron a hacer migas con el mismísimo David Copperfield. "Comimos varias veces con él", dice Marcos. "Y él nos dijo que teníamos todo su apoyo para lo nuestro".
Los muchachos se tomaban el asunto en serio. Convocaban, para plasmar sus trucos, a ingenieros y a diseñadores. Y, para difundir mejor sus shows, se apuntaban en cursos y seminarios de publicidad y marketing. A las empresas les ofrecían shows personalizados y a medida. Lo que sea que ellas quisieran promocionar, ellos craneaban un truco que les volaba los balances y quedaba grabado en la retina de jefes y empleados for ever and ever. "La diferencia entre nosotros y cualquier otro –explicaban a sus clientes– es que tenemos como herramienta de comunicación el asombro". Y así, por ejemplo, en la presentación del Megane 2 en el 2005, en un concesionario de Salta, en medio del cóctel, y ronda e invocación previas, materializaron dos autos flamantes del nuevo modelo. "La gente no lo podía creer", recuerda Julián.
En 2012 pusieron en marcha la empresa Asombro Extremo, y sumaron la tercera pata: Ezequiel Escudero, socio estable, un programador capo y tecnológico.
Fue divertido, pero duro: durante 20 años, no degustaron ni un solo fin de semana libre. Siempre había algún show. Algún viaje. Algún producto que hacer aparecer. Un asombro en puerta. Daban presentaciones para petroleras, laboratorios, cadenas globalizadas. En un show, para una compañía telefónica, hicieron aparecer un avión en medio de la fiesta. Y, luego, la gente partía a otra parte en ese mismo avión traído con un chasquido de dedos.
Un día, tuvieron una idea irrepetible: en vísperas de Navidad concibieron un truco donde Papá Noel llamaba expresamente a cada niño y lo saludaba por su nombre. Era un truco que exigía algo de tecnología, y ellos la tenían. Golpearon las puertas de Coca Cola. Fueron una y otra vez postergados hasta que tuvieron, seis meses más tarde, su bendita reunión: "Nos gusta la idea", le dijeron. "Pero ya tenemos diseñada la campaña publicitaria para esta Navidad. Háganla, si quieren, igual los apoyamos". El gerente de Coca les dijo que, si lograban que en 10 días lo vieran 10.000 personas, se daba por satisfecho. Pusieron en marcha la campaña "La carta de Papá Noel" en 2014. Y, en lugar de 10.000, para el final, el mensaje de Papá Noel había llegado a cuatro millones de niños. Fue tal el éxito que al año siguiente Coca Cola decidió internacionalizar la campaña, les multiplicó el presupuesto y Papá Noel habló en diversos idiomas a niños de todo el mundo. Fue un éxito globalizado, sin precedentes: 5 millones promedio de visitas por año y 27 millones de reproducciones en YouTube.
27 millones de
Y ese fue el ingreso triunfal de Asombro Extremo, y el dúo de magos laureados y vitoreados, en el mundo publicitario.
Y, entonces, llegó el segundo hitazo, en el 2017: la publicidad para Sony Latinoamérica con el eterno Carlos Vives, por su tema "Robarte un beso", hablando a cada fan por su nombre. Pidieron una reunión con Ricardo Chamberlain, director de imagen digital de la compañía. Para tentarlo, hicieron el pedido con un truco tecnológico que logró que Chamberlain aceptara la reunión en un abrir y cerrar de ojos. "Quiero una campaña –les explicó– que gane premios". Y así fue. Convocaron a Carlitos Vives, que grabó mensajes personalizados en un estudio durante cuatro horas que luego recibieron fans en todas partes. El músico les enviaba su nuevo clip, los saludaba por su nombre, les autografiaba una foto y se las mandaba por mensaje de texto. El tema se hizo viral: 20 millones de visitas en la primera semana. En las primeras 12 horas, más de 204.000 personas de 83 países fueron telefoneados por el mismísimo Vives –habló, por decirlo así, 61 días de comunicación sin interrupciones–. Y los premios, tan ansiados por Chamberlain, llegaron: por el spot ganaron dos galardones en Londres y uno en Colombia.
204.000 personas de 83 países recibieron un llamado con el video de Carlos Vives en 12 horas
Los magos argentos volcados a la publicidad ya están plantados: emplean a más de 40 personas. Tienen oficinas en Argentina, México, España y Estados Unidos. Esperan abrir filial en Paraguay y en Inglaterra. Y tienen representaciones en Chile, Ecuador, Perú y Centro América.
La expansión es meteórica: para el 2012, tenían solo tres empleados y facturaban US$10.000. Hoy facturan US$7 millones. Y tienen entre sus clientes, además de los incondicionales como Coca Cola y Sony, a Antel, Falabella Chile, Chubb, Samsung, Universidad de Belgrano, Santander, SAP, American Express, ESPN. Y más.
Planean hacer crecer el equipo de ingenieros y tienen en mente franquiciar la agencia. No quieren que el asombro sea solo suyo. "Antes, asombrábamos a 5000 personas en un espectáculo", dice el dúo, que, de 120 shows corporativos, hoy en día, solo hacen 10 que les gustan especialmente. "Ahora, con el mismo método utilizado en una campaña publicitaria, asombramos a 5 millones de personas".
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