Antes de que toda esta historia empezara, Gastón Parisier no quería ser emprendedor, ni quería hacerse millonario. No quería revolucionar el mercado a la regalería ni lo tenía en mente. Él era un niño y ese niño quería ser mago. Pero Parisier es un hombre de llevar las cosas a fondo así que se tomó ser mago a pecho: amante de las pelis de magos, el teatro de mago, la mitología de mago, y la parábola del escapista Houdini, que se convirtió luego en desmitificador de magos chantas, Parisier viajó un mes a Las Vegas y pagó por ver lo más cerca posible los shows de los number one del rubro. La crème de la crème. Y en Argentina, para formarse con los mejores, se convirtió en discípulo entusiasta durante diez años de la gran leyenda de la cartomagia: el inigualable René Lavand. El rey de la magia en cámara lenta. Como tenía una sola mano, Lavand enseñaba a Parisier mezclar como él las barajas, solo con la mano izquierda. "Hasta que no lo haga perfecto, Gastón", le decía Lavand, pura solemnidad, "no puede continuar".
Regalar magia
Pero Parisier era un mago atípico, de cosas palpables y con corazón de ingeniero —se recibiría de ingeniero industrial con una especialización en Finanzas (ITBA)—. Lo que más lo motivaba era descubrir los resortes que activaban la magia. En fin, la verdad de la milanesa. Y así soñó con producir tecnología para magos —fabricar él mismo los trucos—, pero luego se propuso algo más ambicioso: regalar, como quien obsequia un chocolate, la magia misma.
Viajero frecuente, hombre de pasaporte siempre desbordante de sellos, Parisier vio cómo en Francia —donde hizo un intercambio de estudios en Lyon—, una empresa vendía servicios de regalos de experiencias en un sector del súper Carrefour. A la vuelta, recibió él mismo de regalo un obsequio atípico: una tirada en paracaídas —un regalo que recordaría por toda su vida—. "Nadie se acuerda de los regalos que recibiste entre los 15 y los 25", dice el exmago, desafiante. "Me refiero a regalos productos. Ni la camisa que te regaló la tía. Ni el vino que te dieron tus amigos. Ni la lapicera que te regaló tu abuelo. En cambio, si alguien te regaló un viaje o una salida, uno lo recuerda para siempre".
Hace 10 años Gastón Parisier creó Bigbox, la primera empresa de regalos de experiencias de la región. Eran cinco personas. Hoy tiene 120 empleados.
Tras el salto al cielo y el aterrizaje vivito y coleando, Parisier regaló él mismo un salto en paracaídas. Y vio lo que se sentía estar del otro lado del mostrador. Luego ató cabos y se propuso desembarcar con la primera empresa de regalos de experiencias de la región: la bautizó Big Box. Por entonces, tenía 22 años. Y desembolsó 24 mil dólares para ponerlo en marcha —de ese inicio participaron dos amigos que luego siguieron camino propio—.
Se propuso, a diferencia del servicio en Francia, masivo y popular, hacerlo Premium. El año de estreno: noviembre de 2009.
Esperaban un promedio de cinco mil regalos al año, pero a seis meses de Bigbox, llegó un cliente corporativo con una propuesta que les voló los números: quería 25 mil regalos.
Acumular menos, vivir más
Parisier empezó golpeando puertas de restaurantes, cual hijo de vecino, y contándoles su loca idea. No solo les hablaba de vender un servicio y facturar. También, como todo mago, los sorprendía: les hablaba de trabajar para un mundo mejor. "¿Me quieren ayudar a hacer de este mundo un lugar donde se acumule menos y se viva más?" Quién iba a negarse a semejante propuesta. Los dueños de restaurantes, los dueños de hoteles y spas, le decían que cómo no. Estaban con él.
A partir de entonces, en 10 años los números de Bigbox, a pesar del maremoto bamboleante de la economía argentina, no paran de crecer. Empezaron como un puñado de cinco amigos entusiastas. Hace tres años, eran 70. Y hoy son 120 empleados con la camiseta puesta que creen en que no sólo venden servicios. También venden un propósito. Una filosofía de vida. Un camino que bordea con la filosofía budista donde lo que importa no es acumular zapatos en el ropero. Lo que importa verdaderamente es acumular experiencias.
Nadie se acuerda de los regalos que recibiste entre los 15 y los 25. En cambio, si alguien te regaló un viaje o una salida, uno lo recuerda para siempre.
Los primeros años, Parisier probaba él mismo las experiencias que vendía su plataforma en carne propia. Pero con la oferta —ya van por un catálogo que ofrece 1.200 experiencias— no da abasto. A esto se sumó el aterrizaje de BigBox en Chile, Uruguay, Perú y este año, ponen un pie en México y Colombia.
En un mercado de los regalos donde los argentinos invierten miles de millones de pesos cada año, Parisier dice que tienen un amplio terreno para conquistar —hace un año su empresa representaba el 2% del share de los regalos—. Sólo en el primer trimestre de 2019, BigBox creció un 120% del mismo período del último año. "El mercado de los regalos es como una montaña y aún nosotros estamos en la base", dice él. Hace un año, vendían 300.000 obsequios de experiencias —1 de cada 10 de ellos, se concretaban en sus sucursales en el exterior—. Y facturaban 250 millones de pesos.
El 60% de esas experiencias eran salidas gastronómicas. Y 2 de cada 10 regalos, van con destino al mismo comprador: normalmente son contrataciones de restaurantes donde el cliente paga con anticipación para agasajar al otro.
Meta: 500 mil regalos de experiencias espera vender para 2019
Y esperan para 2019, vender medio millón de regalos —como cada regalo normalmente es para dos personas, los BigBox ya alcanzan el millón de participantes—. La meta: llegar al millón de regalos al mes. Ya tienen entre sus clientes a los 10 mejores restaurantes de Buenos Aires. Hoteles boutique y hoteles 5 estrellas. Y lo contratan corporaciones como el Banco Galcia, YPF, Latam y HSBC. Las experiencias que más salen son tres restos top: La Mar, Mishiguene y Don Julio. El salto en paracaídas. Y en la sección bienestar, una pasadita por el spa del Hotel Faena.
Para 2019, además tiene en carpeta la apertura de cuatro nuevos puntos de venta en Argentina —ya tiene ocho— y cuatro más en Latinoamérica.
Recorrer el mundo
Dice que su gran competidor son las mentes retro que aún persisten en regalar obsequios de caja y moño. A Parisier podrás verlo en infinidad de situaciones diversas como emprendedor —dice que no quiere empleados, quieren emprendedores que trabajen codo a codo con él—, pero nunca jamás de los jamases lo verás entrar en una fiesta con un perfumito de regalo. No way.
Mientras tanto, mientras el negocio crece cual soja en el campo, Parisier recorre el mundo. Si puede, alquila un auto y va a la aventura pueblo a pueblo. Ya lo hizo en su última estadía en Los Ángeles donde paró en cada playa y vio, con sus propios ojos, si no se le estaba escapando alguna experiencia potable para clonar en Argentina.
24 mil dólares invirtió para desembarcar con Bigbox, la empresa por la que hoy recorre el mundo.
Además, es un adicto a la adrenalina, un loco de rotas cadenas: practica heliski —lo llevan en helicóptero hasta una cumbre, con esquíes anchos y más pesados, y se tira por una montaña de nieve en un camino virgen, y agarrate—, y spearfishing —pesca a 10 metros de profundidad y, ops, sin tubo de oxígeno—. Juega golf, despunta el vicio del boxeo y la cata de vinos. Y su mamá también está en esto de los deseos y las experiencias: está a cargo de la filial argentina de Make a Wish, una ONG norteamericana que se ocupa en cumplir deseos de niños terminales en todo el mundo.
En 2016, para abrir el mercado, Parisier compró Cookapp, una aplicación para concertar comidas en casa de los chefs. Y sigue ampliando el horizonte creativo de las experiencias posibles a atesorar. Para un mago, para un auténtico aprendiz de René Lavand, el mundo y el futuro en especial, es una inagotable caja de sorpresas.
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