¿Qué ves cuando las ves? Algunos, cuando observan las estrellas, ven un potencial sin límites de mundos por explorar. Otros, más ambiciosos, ven en el cosmos un mercado potencial que, por estos días, se estima en US$150.000 millones. Allí arriba, sin ir más lejos, en la órbita más cercana a nuestros ojos, dan vueltas 1.700 satélites, muchos de ellos en manos de grandes potencias, ojos y cámaras de gobiernos, fuerzas armadas y millonarios que buscan monitorearlo todo.
El negocio satelital, en este futuro que ya es presente, es un mercado sin techo y aún sin ganadores ni perdedores. En ese terreno fértil, Emiliano Kargieman, un exhacker amante de la vieja escuela informática, tuvo una idea humilde: conquistar el espacio. O, para decirlo en otros términos, democratizarlo. Hacerlo accesible. Potable. Cercano.
Un hacker precoz, especialista en ciberseguridad, hizo escala en Silicon Valley y cursos en la NASA, y creó la empresa Satellogic, de microsatélites a precio accesible.
En 2010 desembarcó con Satellogic, una empresa que se dedica al diseño, la fabricación y la operación de microsatélites que, prometía él, serían mil veces más eficientes que los que ya estaban orbitando allá arriba. Más pequeños. Más eficientes. Más económicos. En pocos años, sus satélites dieron literalmente la vuelta al mundo. Emiliano hizo alianzas con colosos de Oriente,como la corporación China Great Wall Industry –para lanzar, en los próximos 24 meses, 90 satélites–, recibió financiación por US$27 millones de fondos brasileños, norteamericanos y, por supuesto, chinos. Y hoy su empresa tiene sedes por todo el mundo y logró que el nombre de Argentina no solo fuera sinónimo de buena carne y de buen fútbol, también podía ser sinónimo de futuro.
Vida de película
La historia de Emiliano ya es prácticamente leyenda, y es guión de película de acá a la China. La película –su vida– cuenta la historia de un niño de avanzada que a los 9 abría la memoria de la computadora Commodore 64 para obtener más vidas en los videojuegos. Año: 1983. El inicio de toda su carrera fue una derrota catastrófica en el Space Invaders. Mal tirador y lento de reflejos, en pocos segundos, sus tres vidas en el juego se fueron por el retrete. Probaba y probaba y no había caso. Los alienígenas se le venían encima.
"Imaginaba que el número de vidas estaba en alguna parte de la computadora", contó Emiliano de aquel evento iniciático. "Si solo podía encontrar donde estaba en la máquina, entonces, era cuestión de llegar hasta allí y cambiarlo. Mi vida, a partir de ese momento, fue un continuo hackeo de cosas para investigar por dentro las computadoras, mientras se volvían más y más complejas".
9 años tenía cuando hackeó su computadora para tener más vidas en el Space Invaders
Cursó la secundaria en escuela pública y sacrificó las noches de joda en pos de programar y programar. A los 15, cuando sus amigos debutaban con sus primeras borracheras, Emiliano ya vendía software contable a los negocios del barrio. Y, dos años más tarde, lo contrataron de AFIP en el área de ciberseguridad. Estudió matemáticas en la UBA. Y, mientras cursaba en la Facultad, creó una empresa de seguridad informática junto a su socio Gerardo Richarte –hoy, la empresa con capitales globales, factura 34 millones de dólares al año–. Pero el proyecto lo aburrió. Dio un paso al costado, creó una asesoría de inversiones de riesgo. Luego dio otro paso al costado. Y, en una estadía en Singularity University, en Silicon Valley, motivado por una convocatoria para que innovadores crearan emprendimientos que dieran mejoras palpables al planeta, Emiliano se puso a mirar el espacio. Para esa época, el cielo más cercano estaba atravesado por satélites pesados de tecnología arcaica.
"Pensaba cuáles eran los grandes problemas que íbamos a tener que resolver con tecnología", reflexiona hoy. "Básicamente cómo alimentar y dar energía a esta población creciente sin destruir el planeta. Ese es el gran problema por resolver. Al comienzo, no pensaba en satélites. Pensaba en teléfonos celulares. O drones. O aviones. Terminé pensando en satélites porque están posicionados para resolver estos problemas. Solo había que modificar la forma de fabricarlos".
Terminé pensando en satélites porque están posicionados para resolver el gran problema: cómo alimentar y dar energía a esta población creciente sin destruir el planeta.
En el 2010, Emiliano participó de una temporada en la NASA y, en lugar de ver tecnología de punta, lo que observó allí parecía una mala película de Ed Wood: computadoras IBM más vintage que un tocadiscos que los operarios habían adaptado a las circunstancias. "¿Eso era la NASA?", se dijo. "¿Este era el lugar que se presentaba como una ventana al futuro?". Parecía chiste. Y no lo era. Conversó con ingenieros detrás de la fabricación de satélites.
"Los satélites usaban tecnología de hace 50 años, de la era Apolo", comentaba a colegas. Y, cada vez que un país lanzaba uno, cohete de por medio, era toda una hazaña de fuego, aplausos y portadas victoriosas en los medios. Durante décadas, la Guerra Fría fue una pulseada por ver qué potencia tenía el cohete más grande.
Ese paso por Silicon Valley, sumado a su decepción en la NASA, le dio el combustible para crear tecnología espacial de punta, con modelos mucho más pequeños y sencillos, y a precio accesible. Antes, para construir un satélite tardaban 10 años desde la idea hasta el producto final. Kargieman se propuso hacerlo en cuestión de meses. Cuando se lo comentó a un jefe del departamento de ingeniería de la NASA le dijo que estaba loco. Emiliano, loco o no, se encerró durante ocho meses en un cuartito en el parque tecnológico de la NASA tomando notas, haciendo fórmulas en pizarrones y viendo cómo revolucionar el mercado. Cuando tuvo todo listo, los ingenieros le volvieron a decir: "Estás crazy, man".
El pequeño gran invento
Así que, Kargieman hizo las valijas y volvió a la Argentina. Avalado por el Ministerio de Tecnología, junto a su socio Gerardo Richarte armó un equipo –primero de 6 personas, ahora son 170– y bocetaron durante dos años diseños, hasta que en 2013 hicieron su primer lanzamiento. Ya van por 8. Y este año esperan llegar a 16.
40 kg llegan a pesar sus satélites y proyectan lanzar 90 hasta 2021
Sus primeros nanosatélites medan lo mismo que la edición en papel de esta revista y pesar apenas 2 kilos y medio –su Capitán Beto, un gusto spinetteano que se dio Kargieman–. Los microsatélites que están produciendo actualmente miden 51x57x82 cm. y pesan un poco menos de 40 kilos. Por ejemplo, Tita –y uno, más reciente, a pedido del público, llamado Milanesat, que a diario da 15 vueltas a la Tierra a 27.000 km por hora–. La segunda generación de sus satelites fue aún más osada: el Maryam orbita la Tierra cada 93 minutos y cuenta con tres cámaras como mirada de mosca: multi e hiperespectrales.
Los satélites, high-tech, permiten captar en fotografías cada rincón de la Tierra. Sus clientes van desde petroleras hasta corporaciones agrícolas, que buscan monitorear su rendimiento en tiempo real.
Con la invención de Kargieman, las cosas allá arriba no volvieron a ser iguales. El mercado lo acompaña: para el 2000, solo cinco inversores privados habían apostado a tener sus propios satélites –desembolsaron US$26.000 millones–. Para 2017, de la mano de Emiliano, se multiplicaron a 61 proyectos y 462.000 millones. Nada mal. Y los números prometen seguir creciendo.
170 empleados tiene hoy su empresa
Su empresa tiene oficinas y laboratorios de software repartidos por Barcelona y Tel Aviv. En Argentina se diseñan todos sus componentes. La fábrica está en Uruguay. Su oficina comercial, en Miami. Utilizan plataformas de despegue por toda China. Tiene clientes en los cinco continentes del globo. Y esperan triplicar las ventas el año próximo.
"Cualquiera en este salón puede construir un satélite", desafió Emiliano a la audiencia en una charla organizada por la revista Wired. Pasaron cinco años de esta charla, y Emiliano sigue pum para arriba.Una mente brillante, al infinito y más allá, que aún no sabe cómo vencer al Space Invaders sin hacer trampa.
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