Hay historias del cielo que necesitan ser contadas con los pies en la tierra. No hay otro modo de hacerlo. Esta se inicia con dos hermanos, los Gallo, que pasan los días viviendo el sueño de todo niño, el de que tus padres sean dueños de un kiosco.
No era un pequeño local: era uno de los grandes. En el barrio de Chacarita, sobre Álvarez Thomas, todos lo conocían como El emporio de las golosinas. Papá Gallo salía a buscar clientes recorriendo las calles. Mamá Gallo atendía el mostrador. Y la abuela criaba a los chicos, Gastón y Sebastián, los protagonistas de un emprendimiento que revolucionaría el mundo del espectáculo.
Hábil para los negocios, papá Gallo traía petardos, estrellitas, unos bultos de tres tiros made in Brasil. Pero un fin de año llegó con algo espacial: un cohete. Decía, escrito en alguna parte, Júpiter. Para los hermanos fue una luz en el camino, la dirección que marcó el destino de sus vidas. Y el destino apuntaba al cielo abierto. Y estaba lleno de explosiones y de color y de posibilidades. Ya crecidos, los Gallo montaron su negocio de fuegos artificiales en el depósito donde sus padres tenían El emporio de las golosinas. Le pusieron de nombre, como debe ser, un homenaje a aquel cohete de la infancia: Júpiter.
Para que no les saliera el tiro por la culata, los Gallo fueron a la cuna del rubro: China. Hoy, cada hermano tiene más de 50 viajes sellados en sus pasaportes. Allí, no solo hurgaban en las novedades sino que también chusmeaban cómo le imprimían un sello serio y profesional a algo que, en la Argentina, era un filón de unos pocos emprendedores para hacer un dinero antes de las fiestas.
Y así Gastón empezó a dedicarse a montar shows de fuegos artificiales. Ponía, al igual que los chinos, música y armaba una coreo en el cielo, que estallaba ahí arriba cual lata de pintura, mientras resonaban platillos y tambores acá abajo. Había aprendido el oficio viajando por todo el mundo, no solo en China. Fue a todas las convenciones americanas de aficionados y profesionales de esta industria, donde había desde locos sueltos tirando cohetes hasta químicos, fabricantes e inventores de las consolas que se usan para dar inicio a las explosiones. Visitó varias veces a los españoles en las fallas valencianas, a los portugueses con sus tradiciones y a los que viven en el sur de Italia. Aprendió diferentes estilos, incorporó tecnología alemana de disparo, pero siempre volvía a China. Luego, experimentaba en la Argentina.
Hay una variable de incertidumbre muy grande: los números meten miedo, pero no hay que detenerse ante eso. La rapidez de reflejos hace que no te estrelles.
A los 22, un canal de tevé que organizaba una gran fiesta lo contrató para cerrar el año ante 100.000 personas. Nada de encender mecha por mecha: Gallo tenía su propia consola de disparos. Empezaron a convocarlo de las grandes empresas para poner un marco en el cielo a sus fiestas corporativas. En el fin del milenio, un canal quiso celebrar en Ushuaia con Julio Bocca y Eleonora Cassano bailando con tutú nuevo en la bahía. El gerente de la emisora le explicó a Gallo: "Van a ser 45 segundos en los cuales queremos que el cielo explote. Va a ser transmitido en todo el mundo". Diseñó el primer show de fuegos artificiales 100% acuático en la historia del país, a cambio de medio millón de dólares.
Al año siguiente, lo convocaban de Europa para darles un marco celestial a algunos de los eventos más resonantes del planeta, como la fiesta anual de la ciudad de Ginebra y un homenaje al Sultán de Omán.
Pero a no olvidarse que el hombre es argentino y la Argentina barre con todo. En el 2001, la gente saqueó sus puntos de venta. Los clientes pagaban con patacones y lecops, si es que pagaban. Todo un año para prepararse para las fiestas y, justo entonces, se vino el acabose. La deuda de 1 a 1 pasó a 4 a 1. Trabajaban con fabricantes chinos a quienes les debían en dólares. "Era muy difícil explicarles lo que se vivía en nuestro país", recuerda hoy Gastón. "No teníamos nada firmado. Pero me conocían desde chico. Tenían confianza". Los Gallo rompieron el chanchito y pagaron sus deudas. Un año más tarde llevaban sus shows a Italia.
En momentos de crisis es fundamental volantear o reinvertir en las visiones que uno tiene, más allá de que la proyección económica haga difícil el pronóstico.
Los Gallo son cabeza del mercado en Latinoamérica y pelean el liderazgo en Italia. Los chicos compran a dos manos su Traka Traka; los adolescentes, el Matasuegras y los adultos, los grandes shows. Tienen un equipo de 12 artistas-técnicos y han sorprendido en Alemania, Canadá y Francia, entre muchos otros destinos. Para sumar respeto por parte de los padres del rubro, los invitaron a los festejos del 55 aniversario de la República Popular China.
Hoy, los Gallo tienen 14 locales y 70 stands en el país. Y venden un par de millones de cajitas de los inofensivos Traka Traka, más varios miles de tortas explosivas al año. Pero ahora, con el despegue de los espectáculos y las pantallas publicitarias en leds, cambiaron el negocio. En cuatro años, las ventas y los alquileres de estas luces alcanzaron el 50% de la facturación de la empresa. Los costos de una pantalla van de US$1.000 a US$5.000 por m2. El servicio de alquiler y operación de leds puede llegar a los $500.000.
"Los planes de estudio de las universidades se arman para lo que ya es conocido y el mundo cambia tan rápido que es una oportunidad para el autodidacta. Debe tener, por supuesto, una base sólida que le permita volar más alto. Pero la exploración y el desarrollo de métodos propios es fundamental", dice con respecto a la combinación de software, hardware y diseño de imagen y sonido que implican los shows con leds.
El autodidacta debe tener una base solida que le permita volar alto pero la exploración y el desarrollo de métodos propios es fundamental.
En Argentina, Brasil, Uruguay e Italia, Júpiter tiene 100 empleados, que en temporada alta trepan a 300. Entre sus clientes están desde Martín Palermo a Fernando Cavenaghi, desde Marcelo Tinelli a Valeria Massa, desde las producciones de Susana Giménez hasta Diego Maradona. A la mano de Dios también le gusta escribir en el cielo. •
Esta nota forma parte de 15 ideas millonarias, el especial de revista BRANDO que llega este mes a todos los suscriptores.
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