Lo primero que dijo Palazzo fue "no". Tenía 29 años y producía recitales cuando, durante una cena, Julio Mahárbiz –amigo de su padre– le propuso llevar rock al escenario de la plaza Próspero Molina, en el corazón de Cosquín, que quedaba ocioso después del tradicional festival de folclore. Él dijo que no. "Don Julio, es inviable", rechazó. Pero, después, dudó. Y algo lo llevó a cambiar de opinión: "Se lo conté a los chicos de Divididos y se coparon con la idea de hacer ahí su versión de «El Arriero», de Atahualpa Yupanqui", recuerda. Lo contagiaron de entusiasmo y José aceptó un reto que no iba a ser nada fácil, como tampoco lo serían ninguno de los siguientes.
Contra algunas resistencias de los folcloristas, Cosquín Rock nació en febrero de 2001. Calcularon vender 2000 entradas, pero erraron: llegaron a 9000. Era como una peregrinación, amantes del rock llegaban con sus mochilas desde todas partes. "Hicimos un copamiento pacífico de la plaza y de la ciudad", se enorgullece Palazzo.
Ocurrió unos meses antes de que derrumbaran las Torres Gemelas en Nueva York y, también, de que cayera estrepitosamente la economía argentina. Y, sin embargo, a pesar de la crisis, siguieron tres ediciones exitosas. "No solo estuvimos al lado de todas las bandas del rock argentino en las distintas etapas de su evolución. Este festival acompañó 20 años de historia socioeconómica y musical de la Argentina", asegura Palazzo con un dejo de nostalgia.
1.2 millones de personas concurrieron a Cosquín Rock
Con el correr del tiempo, el festival se convirtió en una marca registrada potente que evolucionó hacia nuevas formas sin perder la identidad. Trascendió las fronteras del género –hoy incluye trap, blues y música electrónica–, las de su ciudad natal –ya se mudó dos veces de sede oficial, desde Cosquín a San Roque y de ahí a Valle de Punilla– y de la Argentina –actualmente, el formato se exporta a ocho países–.
A fines de 2004 ocurrió el trágico incendio de República Cromañón, durante el recital de Callejeros, y, en 2005, Palazzo fundió. "Todo se vino todo abajo. Los sponsors se bajaron el 31 de diciembre, con todo ya producido, con plata a pagar, con artistas que habían dejado compromisos para participar en Cosquín". No había manera de volver atrás, pero avanzar en esas condiciones resultaba épico: "Era como mover un Titanic a pedales", se ríe, ahora, Palazzo. Mis socios saltaron para los costados para no estrellarse y yo seguí".
Dejó la plaza Próspero Molina y, soñando con crear un Glastonbury nacional, se mudó a la montaña. "Tomamos un predio con vista al lago, en la Comuna San Roque, en el medio de la nada".
2000 bandas tocaron a lo largo de las 19 ediciones
Fue un riesgo inmenso y resultó una oportunidad decisiva. Primero porque la intemperie no podía prenderse fuego y, aunque fue difícil volver a llevar público a los recitales, este entorno daba la seguridad que un lugar cerrado no ofrecía. En segundo lugar, porque la inmensidad subió la vara de la apuesta y hubo que crecer. Y, en tercer lugar, porque, ya sin socios y quebrado, José Palazzo debió buscar ayuda y sumó una pieza clave: Marcelo "Chueco" Oliva.
Venía del mundo corporativo, de música no tenía demasiada idea, pero sabía manejarse en este tipo de entornos porque había trabajado en el ámbito del rally y, sobre todo, sabía evaluar contingencias y hacer que las cuentas cerraran.
A mediados de 2005, José y el Chueco conformaron un dúo imbatible. Entre la apasionada irresponsabilidad de uno y la estratégica responsabilidad del otro armaron una fórmula mágica: el negocio empezó a crecer y no paró.
De los tres escenarios de San Roque se expandieron a los ocho en 12 hectáreas que hoy tiene el festival en el Valle de Santa María de Punilla. Se abrieron espacios temáticos y se amplió la oferta a experiencias variadas: exhibición de tapas de Rocambole para los Redondos, charlas sobre música por Claudio Kleiman o de vinos por Marcelo Pelleriti. "Se generó turismo cultural, las bandas ya cumplen un rol secundario", cuenta Oliva. "Llegan familias enteras: los que venían a las primeras ediciones ahora traen a sus hijos que ni entienden por qué se llama Cosquín".
8 sedes en distintos países tiene el festival
El nombre es una batalla ganada. Cuando desplazaron al festival de la ciudad, pelearon por conservar la marca. "Usamos el argumento de Rock in Rio", explica Oliva. Nosotros nos llamamos como un río, dijimos". Así, el cauce que atraviesa el valle les quedó de nombre, fueran adonde fueran. Y el modelo se volvió exportable.
En 2017, por primera vez, hicieron un festival argentino en Guadalajara, México. Desde entonces, ya recorrieron ocho países del continente: Paraguay, Bolivia, México, Colombia, Chile, Estados Unidos, Perú y Uruguay. Y este año se suma España: en julio recalarán más de 30 bandas en Fuengirola. "Tenemos socios estratégicos en cada lugar, no manejamos un modelo de franquicias, sino que trabajamos como productores del festival", detalla el Chueco.
Pero traspasar las fronteras del género fue quizás más engorroso que las geográficas. En 2011 se instalaron en el aeródromo de Punilla y consideraron que necesitaban incorporar otros estilos musicales para atraer a más gente. Primero se expandieron hacia el pop. Después al hip-hop y al blues. Y ahora también al trap y a la música electrónica. "Me costó mucho aceptarlo y hubo peleas", reconoce Palazzo. "Me negaba rotundamente a algunas incorporaciones, pero entendí que la palabra «rock» nos había quedado chica", explica.
u$s 7 millones facturaron en el exterior
Cuando el año pasado, en una nota periodística, se refirió a la ley de cupo femenino, Palazzo fue duramente castigado en Twitter por lo que se interpretó como un comentario machista. "Yo dije que, en la industria de la música actual, la cantidad de talentos femeninos –talento como sustantivo, ¡no como adjetivo! – no era todavía grande, jamás dije que no había mujeres talentosas en la música. Fue muy duro para mí todo lo que se armó, pero gracias a eso se dio una discusión que no se estaba dando. La participación de mujeres que hemos logrado este año es muy importante, más del 30%. La mala interpretación de lo que dije fue dolorosa para mí, pero si la discusión que se generó ayudó a visibilizar y a que haya mayor representación, sirvió", admite.
El 8 y 9 de febrero se va a celebrar la edición número 20 de Cosquín Rock, en Punilla, con 170 bandas. Pero este encuentro va a ser solo una parte de los festejos que durarán todo el año: se harán 30 sesiones ocultas en puntos icónicos del país como Cataratas, Buenos Aires, Mendoza, Ushuaia y Córdoba; habrá irrupciones flashmob con el desembarco sorpresivo de bandas en la vía pública y se desarrolló una plataforma de contenidos exclusivos en la web. Además, lanzaron una línea propia de vinos con la idea de empezar a incorporar a la marca intereses asociados a la comunidad que los sigue. En alianza con la bodega Las Perdices desarrollaron un blend de Malbec y Cabernet Franc, además de un blanco de cepa Torrontés, de edición limitada. "Cosquín Rock es como una persona de 20 años. Nació, se pegó un gran palo, se fue educando, se equivocó, aprendió. Hoy estamos en la universidad", dice el Chueco.
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