Año 1984. Claudio Marangoni, mediocampista estrella del fútbol argentino, almuerza con sus compañeros del Club Independiente. Acaban de volver de un entrenamiento. Ahí están las figuritas y figurones de un equipo que, en pocos años, no deja título con cabeza: Giusti, Morete, Ortiz y el gran Ricardo Bochini, siempre talentoso, siempre pelado, siempre imprevisible. Entre bocado y bocado, el volante estrella del equipo les hace una confesión. Más que una confesión, un anuncio empresarial. "El otro día, cenando con unos amigos en Palermo, me preguntaron dónde podían mandar a sus hijos a aprender fútbol. El nene de ellos tiene 5 años, tres más que el mío. Y la verdad es que no se me ocurrió qué decirles. No hay ninguna escuela en todo el país para llevar a los chicos. Los clubes solo aceptan pibes más grandes, ya en edad profesional". Marangoni hace una pausa. "Así que les dije: no se preocupen. ¿Saben qué vamos a hacer? Los atiendo yo. Total, a mí me gusta la docencia. Tengo pensado alquilar un club detrás de Obras Sanitarias para enseñar fútbol a chicos. Seguro debe haber muchos padres en su misma situación, ¿no les parece?".
Sus compañeros de Independiente dejan los cubiertos a un lado. Se miran entre ellos y se matan de la risa en la cara del pobre Marangoni. Es lo más gracioso que escucharon en mucho, pero mucho, tiempo. "¿Enseñar a los pibes a jugar al fútbol acá en la Argentina?", le dice uno. "Es como enseñar tintorería en Japón". "Pero claro", se sumó otro. "Esas cosas no se enseñan". "Es ridículo", cierra Bochini. "El fútbol viene en los genes". Y meta risa.
Pero Marangoni está decidido. No es cualquier futbolista. Tiene paño y tiene cancha: pasó por el fútbol inglés y pasará por la Selección Nacional. Se retira con 17 años como profesional y figurará pronto entre los ocho futbolistas con más partidos jugados en el país, sin contar los arqueros: llega a 600 fechas. Por si fuera poco, nunca un volante argentino convierte tantos goles en su carrera: anota más de 70. Es histórico. No hay título ni trofeo que no pase por sus manos: de la Supercopa a la Libertadores, del Campeonato Argentino a la Intercontinental y a la Interamericana. Nombre un título: Marangoni ya lo tuvo.
A decir verdad, Claudio es mitad jugador, mitad docente. Mientras juega como profesional, se recibe de Kinesiólogo en la UBA y durante cuatro años es ayudante de cátedra en Histología. Lleva la enseñanza en los pies y en la cabeza. Aun así, se permite el pensamiento mágico: a la cancha entra religiosamente con el pie derecho y, cada vez que puede, se lava las manos con alcohol.
A decir verdad, Claudio es mitad jugador, mitad docente. Mientras juega como profesional, se recibe de Kinesiólogo en la UBA y durante cuatro años es ayudante de cátedra en Histología. Lleva la enseñanza en los pies y en la cabeza.
Algunos días después de aquella burla, Marangoni invierte $2.000 en alquilar el club YPF detrás de Obras. Abre en septiembre de 1984 y el primer mes enseña nomás a cinco chicos, incluido el hijo de la pareja de amigos. No pone un peso de publicidad. Y, sin embargo, por el boca en boca, al segundo mes se inscriben 150 niños. En 30 días, ya es un éxito. Alquila tres horas los lunes y tres los miércoles, de 17 a 20. Abre las puertas a chicos de 6 a 13 años, a quienes divide en dos grupos, por edades.
En meses, lo convocan de un country para organizar la escuelita de fútbol. Luego, de una escuela. Con el tiempo, da sus servicios a un puñado de colegios cajetillas: el Andersen, el Saint Mary of the Hills, el St. Philip, el Moorlands.
Marangoni entrena en Independiente por la mañana y por la tarde enseña a chicos a dejar el chupetín y abrazar la pelota. Así durante seis años, hasta que en el 90, jugando en Boca Juniors, se retira del fútbol profesional y se vuelca tiempo completo a la docencia.
Suma a su mujer, Mónica, psicóloga infantil, al equipo. Y entre los dos diseñan un plan integral de clases que trasciende el mero hecho de patear una pelota a la red. Asientan las bases de la escuela: que los chicos plasmen un vínculo feliz con el deporte, que la competencia no sea la prioridad y que cada niño sea tratado de manera individual. Hay padres, por lo pronto, que se acercan a Marangoni para decirle que su hijo es muy tímido. O que es un poquito agresivo y que necesita que lo ayuden a dominar su enojo. O que no tiene tolerancia a la frustración cuando pierde. O que no está estimulado porque no tiene figuras masculinas en la familia. En fin, los Marangoni deciden que la escuela respetará, por sobre todas las cosas, el deseo del alumno.
"El chico quiere jugar y divertirse", les repiten a los profesores que van formando. "Los padres son los que desean verlos competir. Y nosotros no nos dedicamos a eso. Si quieren profesionalismo, que los anoten en un club".
La gente reconoce en nuestro emprendimiento un esfuerzo notable por lograr que cada chico que llega pueda recibir la respuesta que viene a buscar
Para eliminar posibles presiones, durante los partidos Marangoni impone una regla: los padres, fuera de la cancha. Y si advierten que les dan consejos a sus hijos, se acercan a decirles que para eso están ellos: "Si tiene algo para decirnos, puede acercarse al profesor y hacerle el comentario". A un padre que cada semana se la agarraba con el réferi, con su hijo y con Dios y María Santísima, le llaman tres veces la atención. Luego lo filman y le pasan el video en privado. "¿Ese soy yo?", se asombra el tipo. "Soy un enfermo mental". A partir de entonces, gracias al escrache, deja que su hijo y los hijos de los demás jueguen en paz.
Marangoni no predica cómo tragarse al rival. Mezquinar el resultado. O taponar al adversario. Les enseña a trabajar en equipo. Ser respetuosos del otro y tener lo que él llama "pensamiento estratégico". Planificar, cooperar y, sobre todo, divertirse. "Sean líderes positivos", explica a los chicos en las reuniones previas a los partidos. "Lo que aprendan acá luego lo van a utilizar de adultos".
Para eliminar posibles presiones, durante los partidos Marangoni impone una regla: los padres, fuera de la cancha. Y si advierten que les dan consejos a sus hijos, se acercan a decirles que para eso están ellos: "Si tiene algo para decirnos, puede acercarse al profesor y hacerle el comentario".
Logra, en escasos partidos y charlas, lo que pocos terapeutas pueden plasmar en años de sesiones: integrar en equipos a chicos revoltosos y sumar niños con Síndrome de Down, que hasta terminan organizando equipos en sus barrios. El fútbol es como la fécula de maíz: todo lo une.
"Uno de los factores más decisivos a la hora de emprender, no importa el rubro que sea, es que el emprendedor escuche su deseo. Hay que sintonizar con eso. Esto lo va a ayudar a trabajar su voluntad. Y deseo y voluntad, cuando actúan a la par, se transforman en hechos y actos. Aconsejo que persigan esos sueños. Que vayan y los concreten. No esperen a tener una lista de cosas preparadas, como si fuera un manual. A mi juicio, primero hay que empezar y luego todo se va a ir agregando. Es clave que el emprendedor vaya a buscar el objetivo con lo que tiene. No es un invento mío, ojo. El 90% de los grandes emprendedores hace eso", aclara.
Es vital, sostiene, "aprender a escuchar cada vez que alguien te hace una devolución. Y esa devolución habla por sí sola. Si uno aprende a escuchar lo que le devuelve el alumno (o un cliente, como lo quiera llamar), se va a dar cuenta de si tiene que modificar algo, o mejorar un área y en qué momento hacerlo. No solamente se trata de hacer, sino también de saber escuchar".
Un consejo más desde el vestuario: "Hay que ponerle pasión a lo que uno hace. Cuando uno hace las cosas con pasión, no lo siente como un trabajo. Lo siente más bien como una realización".
Pensé que el modelo argentino era exportable a países del mismo idioma, y no fue así. Cada lugar tiene sus secretos. Y hay que respetarlos
En su predio, organiza la Copa Toon (para Cartoon Network), la Clínica de Fútbol Kellogg’s para niños, la Copa Fox Kids y la Copa Disney. Los chicos se sacan fotos. Marangoni les firma remeras y papelitos y les dice: "Háganse amigos de la pelota".
Al año de la apertura, abre tres sedes más y llega a 400 alumnos. En 1987, desembarca en Parque Las Heras, donde da clases a siete escuelas municipales y, con el tiempo, supera los 10.000 inscriptos.
Al quiebre de siglo, tiene más de 20 sedes, de Neuquén a Salta, de Córdoba a Entre Ríos, de Santa Fe a Pergamino. Durante 15 años, Marangoni da tres horas de clases al día y visita todas las sedes que puede. Evalúa profes, fiscaliza torneos, toma nota de las debilidades del predio y pone a raya a los padres sacados que esperan que su hijo sea el nuevo Messi.
Desde el 2000, lo convocan de empresas para organizar eventos deportivos. Marangoni diseña programas de calidad de vida para Molinos, Autopistas del Sol, Hewlett Packard, Movistar y Quilmes. Y encabeza programas de actividad física para la tercera edad en el PAMI, donde agita los huesos a 600 abuelos al mes. Su escuela llega a las villas 31 y 21-24, en las que participan 600 chicos en programas de inclusión social.
Su institución deportiva la integran 250 empleados y más de 100.000 alumnos.
Si bien no predica la competencia, de su escuelita sale un puñado de futbolistas de primera: Federico Freire, que juega en Vélez; Lucas Orban, el defensor de Tigre; y Pablo Frontini, que luce la casaca del Once Caldas, del fútbol colombiano. Pero eso a Marangoni lo tiene sin cuidado. No retiene todos los nombres y no le preocupa.
Marangoni se transforma en bandera de enseñanza del fútbol infantil ético y por amor al balón. Recibe premios de la Subsecretaría de Deportes del Gobierno de la Ciudad, el Santa Clara de Asís y distinciones barriales de donde se le ocurra. Sus primeros alumnos hoy les llevan a sus propios hijos. Incluso ofrece becas deportivas en universidades de Estados Unidos. Es caso de estudio de modelo exitoso en la UADE.
En la Argentina existen ahora más de mil escuelas de fútbol desparramadas de Ushuaia a la Quiaca. La mayoría de ellas toma el modelo de Marangoni. El exvolante también brinda know how a futbolistas que quieren convertirse en docentes. Gracias a su ayuda, abren sus escuelas Bertoni y Sanabria. Y los propios compañeros de Independiente (Bochini, Moriconi, Villaverde), que le decían todo eso de enseñar a ser tintoreros en Japón, se dejaron de reír hace mucho tiempo y descubrieron que si quieren conseguir trabajo estable, aun en el retiro, nada mejor que ponerse una escuelita con su nombre. Es un negocio y una vocación. Golazo.
Aciertos y errores
A veces se gana
"El gran acierto de la marca que perdura en el tiempo es la vocación de servicio, y esto se extiende a toda la gente que integra la escuela. El amor por la educación y por ser un vehículo para las necesidades de las personas que requieren nuestras prestaciones es constante. Chicos, adolescentes, adultos… Tratamos de hacer un traje a medida para cada uno. Y, a pesar de que la escuela hoy se ha multiplicado en número, esa filosofía sigue como el primer día. La gente reconoce en nuestro emprendimiento un esfuerzo notable por lograr que cada chico que llega pueda recibir la respuesta que viene a buscar".
A veces se aprende
"Un error fue, tal vez, en el 2001 abrir una escuela en España, donde el deporte está muy socializado, y a emprendimientos como el nuestro les cuesta mucho insertarse. Yo no hice estudios de marketing, simplemente fui pensando que la Argentina era un país en decadencia y que iba a ser muy difícil crecer solo localmente. La experiencia dejó cosas muy válidas. Saber que en los lugares donde pudimos convocar se lograron muchas cosas. Hoy nos siguen invitando. Pero para nosotros fue un esfuerzo muy grande. Después de dos años, levantamos campamento y seguimos trabajando en la Argentina, donde había cambiado el contexto y no parábamos de crecer. Uno no lo puede todo ni lo sabe todo. Pensé que el modelo argentino era exportable a países del mismo idioma. Pero cada lugar tiene sus secretos".
Cifras
- 600 partidos jugó Marangoni en su carrera nacional. Es uno de los 8 futbolistas del país con más encuentros disputados.
- 17 años de carrera en el deporte tiene en su haber.
- 1984 fue el año de inicio de su escuela.
- 0 peso en publicidad gasta el año del debut.
- 2.000 pesos invierte en el inicio para alquilar las canchas del club YPF.
- 5 chicos se anotan el primer mes.
- 10.000 alumnos tenía ya en el 2017.
- 100.000 alumnos participan de su programa comunitario de transmisión de valores por medio del deporte.
- 20 empleados trabajan en su empresa.
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