Está emplazado en el sitio más popular de la ciudad y aún conserva la prosapia elegante y refinada con la que nació. De arquitectura impactante, fue vanguardista por sus servicios originales. Y, como sucede con tantos edificios de su valía, quizás no es reconocido en su real dimensión. El Gran Hotel Provincial de Mar del Plataes una joya instalada en la postal turística por excelencia, frente a la playa Bristol. Icónico. Fachada famosa e interiores misteriosos. Albergó a celebridades de todo el mundo. Marcó época. Sigue de pie frente al mar sin pasar inadvertido, haciendo gala de sus oropeles y escondiendo leyendas. Y una historia que, en gran medida, desnuda tiempos y aconteceres del país. Como marca de agua indisoluble en el ADN local, su construcción generó polémica. Es que para que el famoso arquitecto Alejandro Bustillo pudiera levantarlo, junto con el edificio paralelo y de igual estilo del Casino Central, se tuvo que demoler la antigua rambla que turistas y locales disfrutaban tanto. Con los años, el nuevo paseo con los impactantes edificios y el Monumento al Lobo Marino esculpido por José Fioravanti, se convirtieron en las joyas mimadas de la ciudad. Desde la realeza española hasta el presidente norteamericano Dwight Eisenhower se hospedaron en sus suites de pisos de madera. Y hasta se dice que algún espectro de impecable smoking suele deambular por sus pasillos durante las madrugadas invernales. Más allá de las fantasías, lo cierto es que el Gran Hotel Provincial, el más grande de Sudamérica, es uno de esos rincones que merecen ser conocidos por su valor patrimonial, histórico y cultural, allí donde la costanera se cruza con la calle Lamadrid.
Aquellos años de lujo
El 22 de diciembre de 1939 abrió sus puertas el Casino Central de Mar del Plata. Sin embargo, restaría más de una década para que, plaza seca de por medio, se inaugurase el Gran Hotel Provincial. El 18 de febrero de 1950, durante la gobernación de Domingo Mercante, se levantaron las persianas sobre el Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos. El hotel era único en su estilo tanto por los valores arquitectónicos como por los servicios a sus huéspedes. El arquitecto Alejandro Bustillo pensó al Provincial y al casino en 1937 a pedido del gobierno provincial. Si bien, ambos edificios llevan su sello, como el Hotel Llao Llao de Bariloche o la sede del Banco Nación frente a Plaza de Mayo, lo cierto es que, para la creación de los dos símbolos urbanísticos más fotografiados de Mar del Plata, se inspiró en la parisina Place Vendôme y en el estilo Luis Xlll. De todos modos, Bustillo era un talentoso creativo que le aportó sobriedad e idiosincrasia propia a su nueva obra junto al Mar Argentino.
Su fachada está recubierta por la tradicional piedra Mar del Plata y ladrillos a la vista, elementos que le confieren esa fisonomía característica rematada con la mansarda de pizarra negra. A sus pies, está rodeado, menos en la cara que da a la ciudad, por recovas que permiten el transito peatonal. Sus 77.500 metros cuadrados se dividen en siete plantas. Recorrerlas es una experiencia única debido a la historia que encierran y a lo exquisito de los detalles de construcción y decoración.
El sofisticado gigante, al momento de inaugurarse, ofrecía servicios únicos que pocos hoteles del mundo se daban el lujo de ofrecer. En este sentido, uno de los fuertes con los que se lo promocionaba era la posibilidad que tenían los huéspedes de contar con agua de mar en las canillas de las 500 habitaciones. Con los años, ese servicio fue anulado debido a que las cañerías de plomo que conducían esas aguas no eran aptas para la salubridad humana. El piso de caldén pampeano le conferían, y le confieren, a las suites un clima sumamente acogedor. Buena parte de su mobiliario sigue siendo el original, restaurado para la reapertura de 2008. Cuando fue inaugurado, el legendario diseñador francés Jean Michel Frank se ocupó de los muebles de estilo por encargo del propio Bustillo. El hotel estuvo cerrado entre 1998 y 2008, década en la que se deterioró mucho su mobiliario y su estructura matriz. En aquellos años se convirtió en refugio de murciélagos y hasta de amigos de lo ajeno que lo fueron saqueando. Se perdieron objetos incunables y muebles de épocas. Transitarlo era un viaje lúgubre digno de una película de terror. Las canillas inundando pisos de madera que no se pudieron reparar, techos que dejaban ver las estrellas y paredes descascaradas. Roedores anidando en los rincones. Y suciedad. Una escena fantasmal mostrando un edificio paralizado y en proceso de destrucción.
Recuperar el esplendor
Desde su reapertura, la majestuosidad se palpa desde la calle. Ingresar por su acceso principal de tres puertas es sumergirse en una atmósfera palaciega. Da la bienvenida al visitante un gran espacio de recibo, techo de triple altura, escaleras art decó de mármoles brillantes y murales que son verdaderas alhajas pictóricas. César Bustillo, hijo del arquitecto, es el autor de esas pinturas que generaron controversia. En primer lugar, porque su padre no es una persona de la que se guardase el mejor de los recuerdos en la ciudad. Si bien sus obras son monumentales y simbolizan a La Feliz, para construirlas se debió tirar abajo la hermosa y elengante rambla de la Bristol. En buena medida, ese resquemor de los marplatenses con Alejandro se heredó en la obra pictórica de su hijo. Aún hoy, la ornamentación del imponente hall de ingreso es motivo de análisis en los claustros de estética y arquitectura. El autor de la obra se pintó a sí mismo en el mural que enfrenta, a la derecha, a los que ingresan al palacio. Las críticas a las obras tenían dos vertientes: por un lado, se cuestionó el "acriollar el arte" mixturando lo mitológico con lo autóctono. Y, por otro lado, causaron revuelo los desnudos que contenían las obras. Al inaugurarse el hotel fueron catalogados como "indecorosos para un espacio de libre acceso familiar". El autor debió cubrir con taparrabos los cuerpos desnudos, incluido el suyo, dado que él formaba parte de la obra autorreferencial. En vísperas del Festival de Cine de 1954, directamente los frescos fueron tapados en su totalidad. Luego de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón, esos lienzos fueron quitados para oponerse a lo que se había hecho en el gobierno anterior, pero la libertad duró poco dado que fueron nuevamente cubiertos. Cuestiones de los tiempos, las represalias, la ignorancia y los prejuicios. Hoy, los frescos están allí dando la bienvenida al visitante con versiones de Eolo, Dios de los Vientos, atravesando la idea madre de la obra.
La forma circular de buena parte del edificio le confiere identidad única. En la planta baja, atravesando un medio círculo se accede al restaurante y a la confitería del hotel. Un poco más arriba se encuentran las piscinas cubiertas y el spa actual. Un poco más allá se puede ver el mar y el balneario que pertenece al hotel que cobija una pileta descubierta que, durante años, estuvo enterrada bajo la arena de la playa. Otra de las curiosidades de la historia del hotel. Una salida subterránea directa conecta el edificio con la arena, y una puerta de varias hojas, hoy clausurada, permitía ingresar al Provincial desde la rambla y llegar hasta el centro del edificio observando las vidrieras de la desaparecida galería Promenade. Hoy, todo ese espacio es el sitio para comer o tomar un café. Del paseo de compras solo queda el recuerdo de las columnas que lo cobijaban y hoy enmarcan un gran pasillo central.
En tiempos de la inauguración, en el primer piso, contaba con una pista de baile de pisos de madera y forma circular, otra vez esta forma geométrica atravesando el pensamiento de construcción que le otorga identidad al espacio. El domo de cristal en el techo es digno de fotografías.
Refugio de celebridades
Siempre fue refugio de los famosos locales. Su sala de teatro cobijó temporadas exitosas de la mano de los actores de moda. En los ochenta vivió su mayor esplendor. También sus terrazas mirando al mar se convirtieron en sets televisivos durante enero y febrero. El verano y el espectáculo son indisolubles en Mar del Plata. Y ahí estuvo siempre el Provincial para acoger ese cóctel de sabores autóctonos.
En 1981 se presentó Queen en el estadio Mundialista. La banda, liderada por Freddie Mercury se hospedó en el Provincial. Cuenta la leyenda que el cantante, asomado a una de las ventanas del hotel, habría visto a su pareja caminar junto a un joven por la rambla. Esto habría marcado el fin de la relación aunque el tercero en discordia involucrado siempre negó tal situación.
Guillermo Vilas fue otra de las celebridades hospedadas en el Provincial. El tenista hasta se dio el lujo de jugar varios partidos en una cancha de césped sintético montada en el Salón de las Américas de 1400 metros cuadrados y que suele utilizarse para eventos. Los clubes de fútbol lo han elegido siempre para alojarse cuando les toca jugar los torneos de verano. Cerca de fin de año, cuando se realiza el Festival Internacional de Cine, son muchas las figuras que se alojan acá o que brindan sus conferencias de prensa. Allá lejos y hace tiempo, Paul Newman o Sofía Loren transitaron los pisos de caldén que son testigos de ese tránsito de famosos. Cuando los Reyes de España, Sofía y Juan Carlos, se hospedaron aquí, la Suite Presidencial se denominó Suite Real. Toda una deferencia.
Visitar el Gran Hotel Provincial es darse la mano con la historia de la ciudad y del país. Fue, y es, testigo del acontecer nacional. Sobrio e imponente al mismo tiempo. Elegante. Atravesar su puerta giratoria sobre el Boulevard Marítimo es sumergirse en un universo diferente, de reminiscencias francesas en el rincón más autóctono de la ciudad. Postal ineludible. Misterioso y sobrecogedor. Así es el Gran Hotel Provincial.
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