Federico Moura murió en 1988, pero la belleza de su legado está vigente. Es una merecida recompensa por los años que su obra tardó en ser reconocida y comprendida en todo su esplendor. Su figura está vinculada a Virus, aunque su visión de artista cruzó distintas disciplinas. En los shows del grupo participaban pintores, escenógrafos, actores, fotógrafos, videastas y también vestuaristas y el peluquero francés Cyril Blaise. Oriundo de La Plata, en los días como integrante de la banda Dulcemembriyo, los músicos de La Cofradía de la Flor Solar lo recuerdan mirándolos ensayar por la ventana. Luego Federico se instaló en Buenos Aires, y abordó la moda con Limbo y más tarde con Mambo. En Limbo, ofreció la primera marca joven en un mercado atiborrado por la sastrería inglesa e italiana, y anticipó una silueta que la moda global tardó años en definir. Aquí, un pequeño retrato de un hacedor de hits que es toda una lección de estilo.
Bohemia setentista
Federico planificó todo el repertorio de prendas que ofrecía en Limbo. En el pequeño local ubicado en Galería Jardín gestó ropas en una paleta de colores vibrante, elegía telas y entallaba siluetas que construían chupines de colores, camisas estampadas y cinturones de cuero. Limbo era punto de encuentro post Di Tella; incluso al lado de su local funcionaba Ropas Argentinas, del diseñador Juan Risuleo, un habitué del Instituto. Allí circulaban artistas que ayudaron a nutrir la visión estética de Moura. Federico cultivó una imagen vanguardista y adelantada para la época. Así quedó registrado en una campaña de 1976, hecha en Nueva York, donde el fotógrafo José Luis Perotta lo inmortalizó, con esa belleza descomunal, siendo modelo de su propia marca: algunas tomas lo muestran con un tapado de piel, una camisa a rayas, y otras, con un abrigo con corderito y polera.
Soy moderno
Federico innovó en materia de rock y de moda. Usaba prendas que eran distintas a los estilos habituales de los jóvenes, incluso opuestas al rock de la época. Cuando Moura vendió su marca a Charlie Thornton y Claudio Martínez para concentrarse en Virus, la apariencia en la banda era tan importante como sonar impecable. Trabajaba con la vestuarista Adriana San Román y Noemí Vázquez. Le gustaba experimentar con su imagen. Una presencia sensual vestida con musculosa, jean celeste, cinturón fucsia y zapatillas azules que terminó en la portada de Wadu Wadu (1981) siguió como uniforme para varios shows. Luego agregó una campera de cuero al hacer un cambio de look, más rockero, para Agujero interior (1983).
Vanguardia chic
El concepto estético de Federico era bien amplio y de avanzada. "Fuimos muy resistidos, muy agredidos. Lo peor que te puede pasar es que pases inadvertido", declaraba Federico cuando le consultaban por su estética atrevida. Él bailaba y hacía bailar, pensaba varios vestuarios para los shows y, al mediar los años 80, se concentró en un estilo más simple. Era la época de Superficies de placer (1987). El pantalón –siempre de tiro alto– podía ser de jean o sastre, las camisas con estampas y una melenita de coté sellada con mechas rubias. Su particular percepción personal lo llevó a no seguir los estereotipos nacionales en ninguna de las disciplinas en las que participó, y eso lo distinguió de inmediato.