El juguete que marcó generaciones, y perdura en la memoria colectiva, es ciento por ciento argentino y hoy se sigue fabricando con variaciones y otros dueños
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Al verla, a más de un grandulón se le pianta un lagrimón y, entre anécdotas divertidas e historias de los picaditos de fútbol en el barrio, vuelven a sentirse niños por un rato o, mejor dicho, para siempre. Tiene un rebote caprichoso, es impredecible, escurridiza, saltarina, dócil, gauchita y fiel. El amor que despierta no tiene distinción de edades ni de clases. Ella es una “todo terreno”: capaz de bancarse el barro, la lluvia, el patio, el baldío, el empedrado y el asfalto. Eso sí, en una época tenía que ser cautelosa con los autos y evitar romper los vidrios de las ventanas de los hogares, porque si esto sucedía, en muchos casos, los vecinos enfurecidos iban en busca de sus filosas tijeras y, sin piedad alguna, quedaba hechas trizas. En ese momento todo era tristeza, pero los pibes iban al kiosko en busca de otra y comenzaba nuevamente el juego. La felicidad regresaba. La adrenalina también.
Primero fue lisa, después rayada
La más clásica es roja y blanca, pero también hay con diferentes combinaciones: azul, amarillo y verde, entre otros. En época de Mundiales se ponía coqueta con los colores albicelestes de la Selección y, orgullosa, rodaba sin parar hasta que terminaba en el arco. “Gooooool”, gritaban y se abrazaban los muchachos en cada esquina. Además, era infaltable en los veranos en la playa: siendo gran protagonista en el “Cabeza” y en “El Loco”. Así de versátil es la famosa y querida pelota de goma “Pulpo” o “Pulpito”, como le decían cariñosamente los más pequeños cada vez que se juntaban a patearla contra el arco “imaginario” delimitado por árboles o dos buzos apilados. Este icónico balón se creó en la década del 30 y fue un invento 100% argentino. Hoy, a más de 90 años de aquel “primer pique” se continúa produciendo artesanalmente en una pequeña fábrica familiar en Villa Lynch, en el partido de General San Martín.
Un ex operario de la empresa Pirelli
La historia de la pelota comenzó a escribirse en la década del 30 en una fábrica en el barrio porteño de Saavedra, en la calle Pinto al 3740/50. Allí, el italiano Don Gerildo Lanfranconi, un ex operario de la empresa Pirelli, junto a su hermano Arístides y otros socios, se dedicaban principalmente a la producción de artículos moldeados en goma de uso industrial y doméstico. Entre ellos, sopapas, bolsas de agua caliente, regatones para sillas, tacos del motor para los automóviles, cuerdas para triciclos, suelas y etiquetas para calzados (entre ellos Topper y Febo), tapones de goma y pipetas para la industria química, entre otros. Durante una de las jornadas de trabajo a Don Gerildo se le ocurrió una fantástica idea: crear una pelota de goma, pero sin pico de inflado. Similar a una cámara, pero un poco más gruesa.
El padre de la criatura fue un visionario y revolucionó el mercado: ya que en aquella época no había un intermedio entre la económica pelota de trapo y la de cuero, inaccesible para la mayoría de los bolsillos. Dicen que su primera tanda de balones fue lisa de color ferrite óxido. A su invento recreativo lo bautizó “Pulpo”.
Pero ¿cómo se originó ese curioso nombre? A lo largo de su historia surgieron varios mitos. Algunos aseguraban que “Pulpo” era en honor a las antiguas pulperías o almacenes de barrio en donde era un clásico encontrarla. Pero, nada más alejado de la realidad. Se llamó así ya que este era el apodo de Don Gerildo, su artífice. Dicen que era un hombre de gran fortaleza y como tenía “tanta fuerza” era capaz de levantar, con un solo brazo, los fardos de caucho que en aquel entonces pesaban unos 110 kilos. Por esta virtud, le decían cariñosamente “El Pulpo”. De hecho, durante las jornadas laborales él solía armar divertidas competencias con sus empleados para ver quién tenía más resistencia en los brazos.
La máquina del color imborrable
Tras las primeras ediciones, Lanfranconi le dio una vuelta de tuerca a la pelota: la transformó en “colorida” para llamar aún más la atención de los niños. Primero se pintó artesanalmente con esmalte sintético, pero cuando la goma entraba en el proceso de vulcanización con el calor la pintura solía derretirse o quedar borrosa. En ese momento, “El Pulpo” ideó un sistema revolucionario que le permitió inyectar goma blanca sobre la roja. Diseñó una novedosa máquina extrusora (de doble cabezal) que inyectaba un color sobre el otro. De este modo, la pelota se podía desgastar, pinchar, pero la línea blanca no se borraría jamás. Así, el balón se vistió de rayas y con el tiempo obtuvo el look más tradicional.
También llegó su icónica etiqueta (con forma de rombo) con la palabra “Pulpo” y debajo: “Industria Argentina”. Años más tarde, los hermanos Lanfranconi también sumaron a su comercialización pelotas de tenis llamadas LAN-GER y de pelota paleta, entre otras.
El juguete se posicionó en el mercado gracias a que su distribución llegaba a cada rincón de Argentina. Era la estrella de los picaditos en la calle, en los potreros, los clubes de barrio y los balnearios bonaerenses, en donde era un clásico jugar al “Cabeza” en la playa. Por aquel entonces llegó uno de sus emblemáticos slogans: “Más pique en su negocio con pelotas Pulpo” transformándose en la gran vedette en los kioscos y almacenes de la ciudad y el interior del país. Era accesible, al alcance de todos. Los niños se volvieron fanáticos: se las encargaban a Papá Noel y a los Reyes Magos. En una época también se entregó como obsequio a todo aquel que llenara su álbum de figuritas. “Vamos a jugar a la pelota”, era la frase más repetida a la salida de las escuelas. “Había mucha demanda. Es que el fútbol era un deporte que se jugaba en todas partes. La fábrica en esa época tenía un sistema de producción continua: estaba abierta todos los días de la semana las 24hs del día. Se hacían entre cinco mil a seis mil pelotas (de sus diferentes tamaños) por jornada. Era impresionante tenían más de 80 empleados”, expresa Luis Cena (70), quien actualmente está al frente de la marca junto a su hijo Nicolás. Mientras, nos invita a recorrer cada rincón de la fábrica en donde sucede la magia.
La crisis de los años 90
El negocio de la querida pelota parecía ir viento en popa hasta que llegaron los años 90. La apertura de las importaciones y la convertibilidad afectaron seriamente a la industria nacional. Además, la empresa sufrió las consecuencias de los reiterados aumentos de la materia prima (el caucho y otros productos químicos), que fue imposible trasladar a los precios de los artículos. Es que “La Pulpo” desde los inicios surgió con la idea de ser un juguete accesible para todos y tenía que continuar con dicha filosofía. El consumo disminuyó drásticamente y en 1994 Juan Carlos Lanfranconi, segunda generación, tomó la decisión de cerrar las persianas de la fábrica de Saavedra. Fue la familia Cena, quienes desde hace años trabajaban en el rubro de las pelotas de goma, la que continuó con la producción en Villa Lynch. Aunque el mercado era cada vez más pequeño, las hermanas Diana y Susana Cena no se daban por vencidas. Desde 2004 Luis, uno de sus sobrinos, tomó la posta del emprendimiento familiar. Él jovencito de la familia Cena se crio en la fábrica de su tío abuelo. “Ya con doce años venía a trabajar. Durante mis vacaciones del colegio venía a dar una mano con los repartos y después fui aprendiendo los secretos del sector de producción. Era el pibe de los mandados, hacía de todo. En el verano salían un montón, era la temporada alta porque la solicitaban mucho para jugar en la playa. Otras fechas con gran demanda eran el Día del Niño, Navidad, Reyes Magos y en el inicio del ciclo escolar. Siempre quise mantener viva la tradición de la pelota”, reconoce, quien tuvo el desafío de recuperar el mercado. “Había que volver a imponerla en todos lados. Como antes”, agrega.
“La pelota se sigue haciendo como la primera que salió”
El aroma a caucho fundido se percibe a metros antes de llegar a la fábrica de artículos de goma ubicada sobre Catalina de Boyle y Casilda, en Villa Lynch. Al ingresar al sector de producción, comienza a hacer cada vez más calor. De fondo, se oye el ruido de las máquinas, que trabajan sin cesar. La jornada laboral arranó temprano: a las seis de la mañana. “La pelota se sigue haciendo como la primera que salió: de caucho natural y con los mismos sistemas. Con esta mezcladora lo transformamos en goma (del pigmento que seleccionemos). Las clásicas rayas se hacen con una doble extrusora. Luego, se arma lo que nosotros llamamos el “buñuelo” con un molde redondo. Es decir, la pelota en crudo y le incorporamos el “chimichurri”, que es el famoso juguito que siempre sale cuando se pinchan. Este es uno de nuestros mayores secretos. Luego, van a un horno especial (a una temperatura de 200 grados) para la llamada etapa de “vulcanización”. Cuando salen del horno los moldes enseguida se pasan por una batea de lluvia para enfriarse”, detalla Nicolás Cena, segunda generación. Por tanda, entran mil unidades al horno. Actualmente, producen aproximadamente dos mil pelotas por día (de todos los tamaños: Nº2, cuatro y la clásica Nº6, entre otros).
En otro sector, Víctor, quien trabaja hace más de dos décadas en la fábrica, es el encargado de la etapa final del proceso. Con una herramienta especial, que ellos bautizaron “Boludometro”, realiza la limpieza y pulido de la pelota. “No tienen que quedar imperfecciones”, cuenta, mientras con suma precisión acomoda la nueva tanda en bolsas transparentes según el modelo y el color. “Ahora está saliendo mucho la especial del Mundial celeste y blanca”, dice.
Hay que admitirlo: casi todo el mundo tiene una anécdota y un momento “feliz” con La Pulpo. “Muchas veces se acercan clientes a contarnos sus historias. Incluso hay veces que voy con la bolsa por la calle para entregar los pedidos y la gente cuando las ve se emociona hasta las lágrimas. Para nosotros es el trabajo del día a día, forma parte de la rutina, pero para la persona que no la encontraba hace mucho no lo puede creer”, relata Luis. “Uhhh la Pulpito, jugaba de chico en el patio o en la calle”, suele ser una de las frases más repetidas de los nostálgicos. Como Eduardo, de 57 años, quien recuerda que le regalaron su primera pelota Pulpo cuando cumplió seis años. “Jugábamos en el patio de casa, en Junín, con mi hermano Lucio y mi amigo Andrés. La pelota para mí significa infancia y un sinfín de recuerdos imborrables”. Los Cena conservan los clientes del interior del país de toda la vida. “Hoy en día nos compran los nietos. Ya van más de tres generaciones”, añade Nicolás.
Los famosos que acrecentaron su fama
De La Pulpo hablaron periodistas, futbolistas, escritores, cantantes y figuras del espectáculo. Todos con gran cariño. Desde Diego Armando Maradona hasta el futbolista el Trinche Carlovich, quien en una de sus últimas entrevistas afirmó: “El primer regalo que me hicieron los Reyes Magos fue una pelota Pulpo. ¿Sabés lo que era yo con esa maravilla saltarina, de goma? No la tocaba más nadie. Ese regalo me alegró la vida”. También el “Cabezón” Oscar Ruggeri confesó, que en Corral Bustos, en su Córdoba natal, solía romper ventanas con la pelotita y que su madre la terminaba “derritiendo” para evitar que continuaran los destrozos “Esta es la pelota Pulpo con la que jugaba los cabezas en la arena de Marpla”, confesó, el conductor Marcelo Tinelli, hace un par de años, en un emotivo posteo en Twitter. Enseguida, el posteo recibió una catarata de recuerdos de aquellas épocas doradas.
Esta es la pelota Pulpo con la que jugaba los cabezas en la arena de Marpla. pic.twitter.com/TlSZtSwrKF
— marcelo tinelli (@cuervotinelli) October 19, 2016
A lo largo de su historia también ha sido protagonista en poemas, canciones, discos y cortos. Luis Alberto Spinetta, contó que para hacer el arte de la tapa de su disco “Durazno sangrando” compró una de estas pelotas de goma y la partió al medio. Recientemente, el cantante Omar Giammarco le escribió un tema musical llamado: “La asesina de las pelotas Pulpo”.
También hay un documental en su honor: “Pelota Pulpo”, con guion y dirección de Ignacio Losada, que se estrenó en Cine.Ar en 2017. Ángel Alejandro Losada, al que todos conocen como Anyulino, desde pequeñito se juntaba en la calle a jugar a la pelota con sus amigos de “la barra”. Los muchachos tenían su equipo llamado “La Plaga” y a él siempre le gustó jugar de mediocampista o delantero. La cita siempre era en el mismo sitio: Galicia y Artigas, en Villa Mitre. “En el 2003 se nos ocurrió volver a juntarnos con los muchachos a jugar al fútbol con la pelota de goma. La idea era revivir la tradición que teníamos cuando éramos chicos: el fútbol se jugaba en la calle. Fue muy emocionante porque nos acordábamos anécdotas de cuando la colgábamos en los techos, se pinchaba o la pisaba algún coche. Nos divertimos tanto. Después de cada partido venía el tercer tiempo en el bar “El Balón”, era nuestro clásico”, cuenta Anyulino, de 76 años. Dicho ritual continuó hasta el 2015 y como recuerdo, en aquella esquina que los vio crecer, colgaron plaquetas en homenaje a cada año de encuentro. Fue su hijo Ignacio quien filmó un documental para inmortalizar “esos momentos de felicidad”. “Ahora ya no tengo con quien jugar al picadito”, dice, entre risas.
La pelota también ha sido protagonista de distintas obras y muestras de arte. Actualmente, es uno de los objetos estrella de “Del Cielo a Casa”, conexiones e intermitencias en la cultura material argentina en el Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires). El artista Daniel Joglar, realizó una instalación colgante con 600 pelotas de goma Pulpo (de distintos tamaños). Cada esfera, se conecta, de alguna manera, con la otra. “Para nosotros fue un orgullo que nos hayan convocado. Es un reconocimiento a lo que nosotros hacemos como pyme familiar. Además, el artista realmente nos sorprendió con la obra”, señala Nicolás Cena y cuenta que para la muestra realizaron una tirada especial de pelotas rayadas blanco y negro exclusivas.
“Para nosotros es importante mantener este juguete que se transformó en un ícono argentino. Estamos muy agradecidos por todo ya que nos ha dado muchas satisfacciones. Nos encanta lo que hacemos”, concluye Luis. A su lado, Nicolás confiesa que uno de sus sueños es armar un libro de cuentos. “Me encantaría que esté repleto de anécdotas y relatos de la Pulpo”. Es que, ¿Quién no tiene lindos recuerdos con la pelota rayada de goma con rebote caprichoso y ese aroma único que remite a la infancia?
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