Lo que creyó que sería un viaje de unas semanas sin rumbo fijo, transformó su vida para siempre...
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Bruno Bengen tenía 19 años cuando dejó Argentina por primera vez. Se fue sin premeditarlo, se fue sin plan. No sabía a dónde iba, ni a dónde llegaría, tan solo sabía que su cuerpo y su mente necesitaban irse, alejarse, olvidar. “Fue instintivo”, asegura él, mientras rememora su historia.
En su casa la atmósfera ya se había vuelto insostenible y el contexto del país tampoco ayudaba. El año 2001 apenas sí había comenzado y todo y todos a su alrededor parecían haber enloquecido. Necesitaba un cambio de aire, caminar y seguir caminando hasta dejar atrás aquella densidad que parecía perseguirlo. Ante la repentina noticia, su madre manifestó descontento, pero comprendió que debía aceptar la voluntad de su hijo. Su padre no opinó nada, ni siquiera se dirigían la palabra.
Decidido, Bruno vendió todas sus posesiones, armó una mochila y partió desde Buenos Aires hacia el norte creyendo que, tal vez, su aventura culminaría en algunas semanas. Llegó a Tucumán, luego a Salta y después Jujuy y, de pronto, se halló parado en territorio boliviano, ya sin plata pero con ganas de seguir. Llamó a su madre y le pidió una pequeña ayuda, convencido de que seguro pronto podría conseguir un empleo. Ella le envió 100 dólares que fueron destinados al pago del hotel en La Paz, con los 20 dólares restantes, el joven llegó a Cuzco y allí, con las monedas contadas, consiguió trabajo de mozo: “Me quedé seis meses”, cuenta. “Esa experiencia me cambió la vida”.
Mirar hacia el norte: “Vi un mundo sin fronteras que tenía grandes cosas para ofrecer”
Allí, en Cuzco, Bruno forjó amistades entrañables, que conserva hasta el día de hoy. A los amigos de Buenos Aires, mientras tanto, los agasajaba con esporádicos reportes virtuales a través de las plataformas de la época. Cuando retornó a la Argentina, el joven comprendió que ya no había un vuelta atrás, ya no existía un regreso real hacia el punto de partida. La metamorfosis se había producido y ahora, desde el suelo porteño, tan solo podía mirar hacia afuera, hacia un mundo que de pronto amaneció vasto y a disposición: “El viaje había sido muy intenso. Lo bueno, lo malo, el libre albedrío fueron alucinantes. Estaba mal en Buenos Aires y encarar esas aventuras me hizo olvidar. Ante mí, todo se había presentado nuevo e increíble”.
Durante los siguientes años, Bruno trabajó para irse, empecinado en convertirse en fotógrafo a fin de retratar las maravillas evidentes, pero, más aún, las ocultas del planeta Tierra. Un nombre resonaba más que cualquier otro: Nueva York, y para llegar a la Gran Manzana ahorró hasta lograr inscribirse en una muy buena escuela de fotografía: “Quería estar en el epicentro de las cosas, el lugar donde todo lo que me gustaba se había inventado”.
“Estudiando ahí vi un techo mucho más alto del que veía en Buenos Aires... Vi un mundo sin fronteras que tenía grandes cosas para ofrecer. Ahora solo había que alcanzarlo. También me quedé seis meses, se me vencía la visa y no quería quedarme ilegalmente”.
“Si hay algo que entendí viviendo en Nueva York es que hay un mundo donde las oportunidades existen. Podés hasta publicar en National Geographic si te esforzás; también comprendí que la economía incide directamente en las oportunidades laborales”.
Otros hábitos, otras costumbres por el mundo: “Los porteños estamos, creo, más cerca de los israelíes que de los chilangos”
Con un título en mano y unas ganas incansables de trabajar y crecer en su profesión, Bruno regresó a su país ansioso por expandir lo conquistado. Las posibilidades eran infinitas, mientras que estuviera dispuesto a romper una y otra vez cadenas, caminar, atravesar fronteras y seguir caminando.
Fue así que en los siguientes años vivió y trabajó en nuevos destinos, como Jerusalén y Tel Aviv, allí donde las oportunidades laborales habían abierto sus puertas. El amor y el trabajo lo trajo de regreso una vez más a la Argentina, a Córdoba, un lugar que no se sintió muy bien en su piel. Tras algunas temporadas de su vida, se dejó llevar por una nueva oportunidad y el instinto, hizo las valijas y voló a Ciudad de México.
“Cada lugar en el que viví tiene hábitos que nos pueden resultar muy distintos a lo que traemos. Los gringos, por ejemplo, son muy cerrados, si bien tienen buenas intenciones, son así. Pero lo cierto es que el raro ahí sos vos, y esa es una lección que tuve que aprender: el raro, el que juega de visitante, es uno”.
“Y hoy, en México, soy muy consciente de las diferencias culturales que tenemos, aunque hablemos el mismo idioma. Ni hablar de lugares como Israel, donde conviví con turcos, rusos, e israelíes obviamente. Es un costado del mundo al que no estamos habituados. Por ejemplo, los turcos son en extremo amables, te invitan a su casa, con su familia, te llenan de comida, si les decís que no querés comer más se ofenden… ¡En serio!”, describe Bruno, entre risas.
“Los israelíes son muy duros, supongo que están acostumbrados a luchar por lo que quieren, entonces te hablan imperativamente, se te cuelan en la fila, pero no es algo personal. Son muy competitivos, aunque a la vez cuando necesitás una mano están super dispuestos a dártela, me abrieron las puertas, no me puedo quejar. Y les encanta que vayan extranjeros. La antítesis de los gringos son los chilangos (los mexicanos de CDMX), que son super amables, serviciales y se pueden ofender fácilmente si uno no dice por favor y gracias. Los porteños estamos, creo, más cerca de los israelíes que de los chilangos en lo imperativo de nuestras maneras, aunque no seamos conscientes de eso”.
Trabajar y relacionarse en Norteamérica: “El desafío y lo interesante es salir de la burbuja argentina”
Poco a poco en México, su actual lugar de residencia, Bruno supo construir junto a su pareja un hermoso rincón al que considera hogar. De la mano de la fotografía, el mundo continuó con su apertura, los viajes laborales comenzaron a ser frecuentes y disfrutados pero, aún así, no hay vez que su corazón no se expanda de amor y alegría cuando regresa a su hogar mexicano: “Estoy muy contento con lo que construí acá. No sé si me voy a quedar toda mi vida, pero hoy es mi lugar”, sonríe.
“De todos los destinos siempre me llevé algo, la verdad. Pero hoy siento que México es el centro cultural de la Latinoamérica hispanohablante. Es un motor enorme que genera industria, tanto para adentro como para afuera. Y al estar al lado de Estados Unidos hay una conexión cultural más grande de lo que pensaba. Muy seguido me piden hacer fotos para allá (es más barato), pero a la vez estás a dos horas de distancia y se trabaja bien”, observa. “Cierta vez, por ejemplo, estaba haciendo un proyecto para una marca de Houston en CDMX. Tenían que mandar el producto desde ahí, pero lo mandaron mal y quedó retenido en la aduana mexicana. El cliente quería cancelar el proyecto, y para evitarlo, me fui a Houston a buscar el producto y me lo traje en la valija, en el mismo día”.
“También me ha tocado viajar a trabajar a EE.UU. y fue una experiencia muy distinta a trabajar en Latam, mucho más regulada. Hago muchas cosas para el Latin market gringo”, continúa. “En México, por otro lado, hay mucha industria de cine. La verdad es que jamás pensé que iba a vivir todo esto. Hace un año más o menos me tocó ir a Curazao, una isla increíble del Caribe (ni sabía que existía) a hacer unas fotos para una empresa de internet de ahí. Pero fue un trabajo que vino de una agencia de Miami. Básicamente siento que en México si te esforzás mucho podés llegar a algún lado. En Argentina no sentía lo mismo, tuve muchos problemas con agencias que tardaron ocho meses en pagarme y me encontró una devaluación en el medio haciendo que pierda plata por hacer el proyecto, por trabajar”.
“En cuanto a lo humano, sí es difícil hacer vínculos verdaderos por varios motivos: uno se pone más grande y tal vez está menos abierto, aunque, por ejemplo, mi novia es mexicana. Lleva tiempo, pero de a poco, si estás abierto, se logra. El desafío y lo interesante es salir de la burbuja argentina, muchos no lo hacen y ahí es donde no se adaptan”.
De empatía y sueños cumplidos: “Mi aprendizaje más importante fue entender que había infinitas realidades posibles”
Casi dos décadas pasaron desde que Bruno dejó Argentina por primera vez, sin imaginar cuán largo sería su recorrido. Buenos Aires, con su caos familiar y socioeconómico, comenzó a desdibujarse tras emprender un camino intenso, que cambió su visión del mundo para siempre.
Desde su rincón querido en México, piensa en sus padres que ya no viven. También en la tierra que lo vio nacer, Argentina, a la que regresa cada tanto, en especial para ver a su hermano, que es su vida, “aunque él no lo sepa”. También imagina a su hermana mayor, ella vive en Edimburgo, mantienen un buen vínculo, aunque sean distintos.
Tal vez, en un comienzo se fue para escapar, pero en algún lado, una nueva versión de sí mismo comenzó a gestarse para llevarlo hacia el lugar menos pensado: encontrarse consigo mismo. En su transformación llegó la aceptación, el vínculo resignificado con su padre. Hoy, Bruno observa su recorrido con orgullo: las decisiones tomadas fueron y son suyas; en su vida, la libertad y la paz interior prevalecen.
“El mundo tiene un sinfín de posibilidades, solo que a veces el árbol no nos deja ver el bosque. Hoy me siento muy conectado al mundo, hago publicidad para todo el continente y en Argentina no sé si lo sentía posible. Aprendí que sí se puede soñar y alcanzar lo que uno desea, aunque vale aclarar que las cosas no son como uno se las imagina, nunca”, reflexiona. “Aprendí que todas las culturas son distintas, algunas de forma evidente, otras no tanto, pero cuando empezás a indagar vez que los códigos culturales son otros, la comida es otra, las dinámicas, la fe, todo es distinto en cada lugar, sin etiquetas de bien ni mal. Nada que con un poco de empatía no se pueda encarar”.
“Sí se puede alcanzar las metas por más altas que sean, pero hay que esforzarse mucho y que a veces hay que moverse de lugar para alcanzarlas, tanto física como mentalmente. Salir de la zona de confort, tener que auto proveerse sin una red de contención puede ser difícil por momentos pero el camino, de a poco, se abre. Es esencial no pretender que el mundo se adapte: adaptarse al contexto es, creo, el secreto del éxito. Sin embargo, mi aprendizaje más importante fue entender que había infinitas realidades posibles”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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