Lucio Bussetti, jefe de máquinas, cuenta la increíble historia del buque pesquero , que fue confiscado por la Armada y enviado a la zona de exclusión para reportar movimientos de la flota británica
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¡Lucio, Lucio, tora máquina, tora máquina, nos siguen! La orden emitida por el capitán de pesca Asterio Wagatta, paraguayo descendiente de japoneses, llegó a través de la radio a Lucio Bussetti, maquinista del buque pesquero Narwal.-
En la sala de máquinas, Bussetti estaba solo. Ante la orden de Wagatta (que repetía “tora máquina”, queriendo decir “toda máquina”), no dudó en llevar los aceleradores a fondo. La temperatura de los escapes se elevó a 410 grados. En el exterior de la nave se vivían momentos de tensión. En medio de la noche, una fragata británica, que resultó ser la HMS Alacrity, se acercó al Narwal con sus luces apagadas, al amparo de la oscuridad. La nave de guerra navegó a la par del barco pesquero durante horas. Hasta que encendió sus reflectores de alta potencia Aldis y alumbró el casco rojo de su acompañante. Los británicos ordenaron a los pescadores retirarse de la zona de exclusión. En la siguiente noche, ocurrió lo mismo. La voz de Wagatta fue oída en el equipo de radio que Bussetti poseía en la sala de máquinas: “Lucio, Lucio, pare los motores”. La fragata HMS Alacrity repitió la maniobra, pero endureció el tono de su advertencia: debían retirarse del área o serían atacados. El Narwal continuó navegando en el sector, desoyendo las amenazas del enemigo. No hubo avisos posteriores. Parecían solo incidentes aislados hasta que, el 9 de mayo, el pesquero argentino recibió el ataque prometido.
Lucio Bussetti nació en la localidad portuaria de Ingeniero White. Apasionado por la disciplina deportiva del básquet, se convirtió en jugador. Su estatura lo favoreció. Se unió a los clubes Comercial, Deportivo Norte, Mainque de Rio Negro, Estrella en la ciudad de Bahía Blanca e integró el seleccionado local en la década del setenta. Se hizo marinero a bordo de buques pesqueros. Fue su medio de vida y su otra pasión.
Pescadores y espías
La historia de Bussetti -y su relación con el Atlántico Sur- suena fascinante en primera persona: “Unos meses antes de la guerra me incorporé a la tripulación del pesquero Narwal en calidad de maquinista. Pasaba mis jornadas de trabajo bajo cubierta, siempre con luz artificial. En octubre de 1981 tuvimos un incidente peligroso con la brutal naturaleza del mar en aquellas latitudes. Navegábamos cerca de las islas Malvinas, íbamos pescando. El capitán del buque observó desde el puente de comando una ola de más o menos 18 metros de altura que avanzaba hacia el Narwal. Él había navegado los siete mares y creía que el Océano Índico había sido su peor experiencia, pero descubrió en ese momento que esto era peor... y, quizás, el final. Jamás en su vida de marino había visto una ola de esas características. El Narwal escaló a través de la ola casi en forma vertical y a toda máquina, pero luego vino lo peor. Al alcanzar la cumbre de la ola y sobrepasarla se abrió el mar. Las hélices siguieron girando fuera del agua, el buque se encaminó hacia un precipicio y cayó casi en picada, apuntando su proa al fondo del mar. El impacto contra la masa de agua fue digno de una película. La vajilla de a bordo dejó de existir, las ollas en la cocina salieron despedidas de los sujetadores y volaron por todos lados. El buque, luego del impacto, emergió, se incorporó y prosiguió su marcha. Afuera, en la cubierta, los tambores de combustible y aceite que llevábamos estibados y amarrados se esfumaron. Algunas de las barandas simplemente desaparecieron. Pero nos salvamos”, dice.
¿Cómo llega el Narwal a la guerra de Malvinas? Estaba amarrado en Mar del Plata cuando la Armada Argentina tomó el control del buque y su tripulación. Lo incorporaron a una flota de pesqueros (entre los que también estaban el María Alejandra y el Ursubil) que tenía por misión dar vueltas alrededor de las islas Malvinas, adentrándose en la zona de exclusión para observar y reportar el movimiento de la flota británica. Debían mezclarse entre los pesqueros que trabajaban en el lugar e intentar pasar desapercibidos.
El Narwal partió rumbo al Atlántico Sur con su dotación original: 23 tripulantes. Eran todos civiles, sin ningún tipo de preparación para navegar entre buques de guerra. A ellos se les sumó el teniente de navío Juan Carlos González Llanos, quien simulaba ser un pescador más, aunque llevaba un equipo de radio para pasar información. Que su capitán fuese un paraguayo, hijo de japoneses, aportaría más confusión en caso de ser abordados por los ingleses.
Ya en las inmediaciones de Malvinas, el Narwal entró y salió de la zona de exclusión las veces que quiso. En cubierta, parte de la tripulación maniobraba las redes como si realmente estuviesen pescando mientras González Llanos observaba a la flota británica. Bussetti sabía que estaban haciendo tareas de inteligencia y tenía un mal pálpito. Hoy, 40 años después, historiadores concluyeron que al Narwal “lo engancharon porque andaba más bien solo”.
“Nos bombardearon dos Sea Harrier”
-¿Cómo fue su primer contacto real con la guerra, Lucio?
-Al iniciarse el conflicto, nuestro barco fue confiscado por la Armada Argentina. Básicamente, era usado para observar movimientos de la flota enemiga dentro de la zona de exclusión. Luego del 1 de mayo, nuestro buque de casco color rojo comenzó a ser observado por los ingleses. Al principio, nos sobrevolaron helicópteros. En las noches siguientes apareció la fragata Alacrity con sus advertencias. Después no hubo más avisos: nos atacaron.
-¿Cómo fue el ataque al Narwal?
-Ocurrió el 9 de mayo. Yo tenía 30 años y no imaginaba lo que estaba por vivir. A las ocho y media de la mañana, fuimos sobrevolados por dos Sea Harrier. Sentí que algo malo estaba por suceder y me puse el salvavidas. Ellos cumplían con sus advertencias: como desobedecimos las órdenes de retirarnos del área, nos atacaron. Cada Sea Harrier nos lanzó una bomba. Una de ellas golpeó el mar y, al explotar, levantó una columna de agua de magnitud. La otra nos dio de lleno. La bomba atravesó varias cubiertas, se introdujo en el corazón del pesquero y explotó. Quedé shockeado, paralizado. Bajé por las escaleras internas y escuché gritos que provenían de una cubierta más abajo. Encontré herido de gravedad a Omar Rupp que también era, como yo, de Ingeniero White. Él había sido alcanzado por la bomba y le faltaba uno de sus miembros inferiores. Se murió en nuestras manos, en la cubierta, al aire libre, abrazado a un triciclo que le había comprado a su pequeño hijo en Buenos Aires mientras el buque se encontraba en dique seco.
Pensé que esto era lo peor, pero luego aparecieron de nuevo los Sea Harrier y cañonearon el buque mientras intentábamos abandonarlo. Recibí 35 esquirlas en mi cuerpo. Mi overol de trabajo -que aún conservo- lleva las marcas. A continuación, varios helicópteros británicos procedieron a nuestro rescate. Me inyectaron morfina y en calidad de prisioneros arribamos al portaaviones Invencible. Al descender del helicóptero, se acercó el jefe de la cubierta de vuelo para prestarme auxilio. Yo estaba fuera de mí. Además, la morfina había hecho efecto. Me reí, lo empujé, lo maltraté. El oficial británico reaccionó, me agarró la muñeca, la pasó por mi espalda: “¿Cuál es su problema?”, me preguntó. Le contesté en inglés: “No voy a poder jugar al básquet por mi pierna herida”. Entonces, ante mi respuesta, el jefe de cubierta pasó mi brazo sobre su hombro y me ayudó a caminar.
-Me ingresaron al quirófano del buque. Seguía alterado. Apareció el comandante del buque, el capitán de navío John Jeremy Black. Se acercó y me preguntó: “¿De qué se ríe usted?”. Yo seguía bajo los efectos de la morfina. “Usted me hace acordar a Sir Francis Chichester”, le dije. Black no pudo contener su flema inglesa, esbozó una sonrisa y se retiró. Chichester era un marino británico que había circunvalado el planeta a bordo de un velero durante una regata oceánica.
En esas horas se realizó un servicio religioso a bordo y se llevó a cabo el entierro en alta mar de Omar Rupp según las antiguas tradiciones marineras.
“Había dos palabras que a los ingleses le daban pánico: Super Etendard”
-¿Cómo fue su vida de prisionero de guerra, teniendo el status de “personal civil”?
-Mis primeros días fueron en cuidados intensivos y desde mi cama entendí lo que se vivía a bordo. Había dos palabras que a los ingleses les daba pánico: Super Etendard. Conté treinta alarmas, a razón de tres por día durante diez días. Tres de ellas fueron violentas, al punto que nos dejaron solos en la sala, sin nadie que nos vigilara. Volví a recibir la visita del comandante del portaaviones, el capitán Black. Cada noche pasaba a ver mi estado de salud y quería saber sobre mi actividad de basquetbolista. El día que me trasladaron en helicóptero al buque hospital británico HMS Hecla junto a mis compañeros, un marino del Invencible me obsequió varias cosas, entre ellas una medalla del buque.
-¿Cómo continuó su vida de prisionero?
-Pasé al buque hospital Uganda y me agarró el desembarco en San Carlos, el 21 de mayo. Otra jornada para el olvido: padecí junto a los británicos las embestidas de la aviación argentina. Pensé que nos iban a meter otra bomba.
Dos días más tarde, mientras tomaba aire en una de las cubiertas, hubo una alarma de ataque aéreo. Aparecieron tres Skyhawk, uno cruzó sobre nuestro buque, era un A-4Q fácil de distinguir por su color gris clarito y panza blanca... los conocía de verlos volar sobre Bahía Blanca y sobre el mar. Supe, con el tiempo, que era el capitán Castro Fox con sus numerales que iniciaban su ataque sobre blancos en San Carlos. Luego nos trasladaron de nuevo buque hospital HMS Hecla que me transportó a Uruguay. Arribé a Montevideo el 2 de junio, abandoné el buque británico, caminé cinco metros y subí a un colectivo que me llevó hasta el buque escuela Piloto Alsina. Al llegar a Buenos Aires, me trasladaron a un hospital. Luego de verificar mi estado de salud y el de mis compañeros, la Armada Argentina nos abandonó. Nos dejaron tirados en la vereda, sin dinero, a la deriva, sin preguntar si necesitábamos algo. Simplemente, desaparecieron. Nos salvaron unos taxistas que nos vieron con nuestros overoles, preguntaron quiénes éramos y, solidarizados, nos llevaron sin cobrarnos un peso a nuestra empresa, la Compañía Sudamericana de Pesca, que tenía sus oficinas en la calle 25 de mayo.
-¿Volvió al mar después de semejante experiencia?
-Tardé diez meses en reponerme físicamente. Después éramos los loquitos de la guerra, como saben todos, y no conseguía trabajo. Pero el básquet me salvó. Me entrevisté con un gerente técnico que resultó ser Roberto Fiore. Teníamos la misma edad, pero yo no lo tuteaba. Él sí me tuteaba, y me sorprendió con sus palabras: “Sos basquetbolista bahiense, yo me acuerdo de vos. ¿No te acordas de mí? Yo entraba de suplente en partidos contra ustedes y te tenía que marcar a vos”.
Al concluir la entrevista, me pidió que me presentase el lunes siguiente en su oficina. Le agradecí y me retiré. En la fecha pactada me presenté y Roberto me informó: “Lucio presentate en el buque pesquero Borrasca. Lo demás es historia, a los pocos días navegaba en el Golfo San Jorge en ese buque dedicado a la pesca de la merluza. Luego, al observar mi veteranía, me enviaron al pesquero Lapataia y luego pasé a buques del sector petrolero. Navegué 33 años y me jubilé como jefe de máquinas. El mar es mi mundo, como las canchas de básquet, donde tengo mis recuerdos más preciados. Tuve oportunidad de compartir vestuario con leyendas del básquet nacional y local en Bahía Blanca: Atilio Fruet, Alberto Cabrera, Jorge Cortondo, Adolfo Scheines, José Polo De Lizaso, Eduardo Ojunian, Raúl Lopez... ¡y hasta Jorge Ginobili, padre de Manu, en equipos contrarios!
Lucio Bussetti actualmente reside en el balneario de Pehuen-Có, al sur de la provincia de Buenos Aires, cerca de Punta Alta. Sigue atraído por el mar, es parte de su vida. De carácter reservado, rara vez comparte sus recuerdos de la guerra. Justamente ahora, pone punto final a la entrevista. Teme haberse explayado demasiado. “Aún a 40 años de la guerra de Malvinas, mis recuerdos siguen tan vivos como si hubieran ocurrido ayer”, agrega.
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