Si hay algo que sé que siempre me va a ser feliz es que me llamen por mi nombre. Porque tardé años en descubrirlo, por el miedo que me dio decírselo a la gente la primera vez, porque me identifico con él. Porque, durante toda mi infancia, me llamaron con otro nombre como si le hablarán a otra persona y, hoy en día, de verdad siento que esa persona no era yo.
Tuvieron que pasar más de 10 años para que yo me diera cuenta de quién soy. Recién en séptimo grado descubrí que me gustan las chicas y fue terrible, tenía tanta vergüenza y miedo que a mis amigas se los dije por mensaje. Si ni siquiera a mi mejor amiga, que no tenía celular, se lo conté cara a cara: le di un papel y le pedí que lo leyera en su casa.
Ahora me parece ridículo y exagerado, pero en ese entonces la homosexualidad para mí era algo ajeno. Una de esas cosas irreales que solo se ven en la tele o en internet y que nunca van a pasar por tu vida (aunque en la tele tampoco se veía mucho, especialmente en películas y series para chicos). Tal vez esto suene un poco raro. ¿Por qué tanto problema para decir que me gustaban las chicas siendo un chico en ese momento? Yo todavía pensaba que era una mujer.
Imagínense, con lo que me costó entender que me gustaban las chicas, el problema que tuve después cuando descubrí que, además, yo no era la persona que siempre pensé que era, la que los demás veían: una nena.
Empecé a vestirme distinto, pero no alcanzaba. Me molestaba el aspecto de mi cuarto, mi cuerpo, mi nombre. Me sacaba fotos con gorros escondiendo mi pelo, me filmaba haciendo mi voz más grave. Buscaba las remeras más holgadas y abajo de esas me ponía las más apretadas. Verme así en el espejo, cuando no había nadie en mi casa, era la mejor sensación. Y fue mucho mejor cuando corté mi pelo de verdad y ya no lo tenía que amontonar, dentro de una bolsa de tela sobre mi cabeza, para sentirme cómodo.
Tuve depresión porque no entendía. No aceptaba lo que me pasaba, no podía pedir ayuda y explicarlo. Cuando terminé el primer año de la escuela secundaria pensé que iba a ser feliz otra vez, porque iba a una escuela que odiaba y no veía la hora de cambiarme a otra. Pero seguía llorando de la nada, solo que esta vez el motivo estaba más claro: el problema era yo y todo lo que tenía guardado dentro, lo que estaba intentando enfrentar solo.
Tenía que hacer algo. Fue hasta ahora la parte más difícil del proceso y me alegro mucho de haberla superado, porque si ni siquiera yo me aceptaba como soy, iba a ser muy difícil esperar que los demás lo hicieran.
La primera persona a la que le hablé de todo lo que me estaba pasando, a la cara, fue mi mamá. A la cara, si se puede decir así, porque no pude ni mirarla. Mientras le explicaba todo respondía a sus preguntas incómodas. Y eso que sabía que me apoyaba. Sabía que me iba a entender, pero yo me quedé con la cara enterrada en la almohada temblando hasta que me largué a llorar. Entonces me dio el abrazo más fuerte que sentí hasta ahora.
Pensé que después de recibir algunas reacciones positivas sería más fácil contárselo al resto pero eran demasiadas personas y tenía miedo de que se alejaran de mí. Deje de juntarme con algunos de mis amigos porque quería evitar decirles. Quería evitar que me vieran como una chica demasiado masculina y que me llamaran con ese nombre que tanto odiaba. Mi primo me dijo que no me tenía que importar lo que pensaran los demás, lo cierto es que no me importaba pero hay una diferencia entre ser una chica masculina y ser un varón. Yo no sólo me vestía como hombre, me molestaba mi cuerpo, mi nombre, la forma en la que me veían.
Sabía que era mejor que me vieran como un chico afeminado que como una chica masculina porque si me veían como una chica me tratarían como una y me harían sentir como una. Yo eso no lo soportaba. De otro modo, hubiera sido mucho más fácil; solo tenía que aceptarme como era y no habría nada que explicar a los demás. Tal vez, si hubiera sabido un poco más sobre la homosexualidad y la transexualidad desde chico me hubiera costado un poco menos. Menos tiempo, menos miedo, menos vergüenza.
Después de todo lo que viví, si me hubieran dado la opción nunca hubiera elegido ser trans. Y eso que ni siquiera me tocó un entorno tan hostil. Pero estoy orgulloso de estar acá, de ser Hugo. Estoy orgulloso de haber superado todo, de estar más seguro que nunca de quién soy y poder mostrarlo sin miedo. Estoy orgulloso porque me convertí en el tipo de persona que necesitaba en ese momento. Alguien que me inspirara, que hubiera pasado por el mismo proceso que yo estaba empezando. Ese es el tipo de persona que quiero ser: alguien que inspira, como las personas que yo veía en vídeos en internet que están detrás de una pantalla y, sin hablarme directamente ni responderme, me ayudaron a aceptarme como soy.
Hoy pienso en todo lo que avancé y me dan ganas de llorar de la emoción por lo que me costó y por todo el apoyo que recibí y que no esperaba para nada.
Quiero transmitir eso para que nadie se quede estancado en el miedo de decir quién es.
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