Hugo Guerrero Marthineitz
Pompa y circunstancias
Es una tarde inmóvil, y son las 4 de la tarde. 25 de Mayo y Córdoba. El barrio ya no es lo que era, pero el hombre sí. Moreno, igual a sí mismo con ese aire pomposo de animal extravagante. Lleva un aro de oro y un anillo de plata que le hace joven toda la mano izquierda. Hugo Guerrero Marthineitz. Hemos llegado en plena subasta. -Voy a vender todo lo que ve. Mi consola de sonido, mis aparatos de minidisc. Me estoy despidiendo de la tecnología.
Hace décadas que vive en este departamento de un solo ambiente, y hace dos años que no tiene trabajo. El último fue un programa en FM La Isla. Estuvo seis meses, y se fue.
-La última oferta que tuve para hacer un programa fue con la condición de que yo buscara los anunciantes. Me he cansado de llamar por teléfono.
Después de dedicar un breve minuto para reseñar su actual condición de desocupado, Guerrero Marthineitz se sumerge en su propia historia como un chico en sus golosinas. El hombre que llegó del Perú a Buenos Aires en 1955, que ya era famoso a los 17 años por ser la voz más linda de Lima y del resto del Perú también no parece preocupado. Más bien parece contento. Sobrevivir, después de todo, es un mérito, y a él le gusta relatar la epopeya. Porque aunque asegura que no tolera escucharse, que cuando se escucha se da cuenta de que es un locutor engolado y pontificador, durante las cuatro horas y media de esta entrevista en la que sólo se pudieron hacer un puñado de preguntas, él va a practicar el deporte que mejor le sale: representarse.
Pasen y vean, señoras y señores, la difícil vida y el peor comienzo de los años del señor Hugo Guerrero Marthineitz. Locutor. Prócer de la radio y todos de pie.
Nació en 1924, hijo de mamá Esther, modista, y de papá Lorenzo, buscavidas. El nacimiento de este hombre es el fruto de la última voluntad de un chico de 14 años, un hermano al que él no llegó a conocer. Esther y Lorenzo llevaban años separados cuando este hijo, en la última de sus agonías, les rogó que se reconciliaran. El fruto de esa monstruosa reconciliación fue Guerrero. Apenas la embarazó, Lorenzo se fue de casa para nunca más volver. Esther, modista de la aristocracia limeña, lavaba sus sedas y cosía casimires para espantar la miseria, mientras arrastraba por las mejores casas de Lima su vientre de limeña embarazada. Un día, cuando el hijo llevaba tres meses de concebido, la atropelló un auto. El embrión, que ya había adivinado cómo le iba a gustar el mundo, no sufrió ningún daño, y mamá Esther sobrevivió a fuerza de no morirse. Muchos años después, cuando Lorenzo tuvo 65 años, el accidente de auto que no pudo matar a Guerrero ni a su madre lo mató a él en plena calle limeña. Esther y Lorenzo no se vieron jamás, y se odiaron minuciosamente hasta el último día de sus vidas.
-Mi padre vivía a veinte cuadras de mi casa. Me compraba ropa, pero para la casa, ni un peso. A mí me enseñaron a pedir disculpas por todo. Por vivir. Porque mi madre no se acordaba con la frecuencia que debería haberse acordado, de mi nombre... ¡Víctor!
Grita, y mira a esta cronista -que no se llama Víctor- con ojos de furia.
-¡Víctor!
Víctor. Hay que encontrar a Víctor. Quién es Víctor. El sigue mirando con rabia, y entonces grita: -¡Lorenzo! Transforma su voz en un susurro y ahora Guerrero Marthineitz es la señora madre de Guerrero Marthineitz.
-Ay, perdón, perdón hijito, Huguito, ven por favor, pero qué loca soy.
Pausa de un minuto. -¡Lorenzo! Ay, pero... Huguito, qué loca soy... perdóname hijito. ¿En qué mes estamos? Ay, octubre, un mes que cumpliste años, perdóname.
Pausa.
-A ella se le murieron juntos dos hijos de 13 y 14 años. Mis hermanos mayores se llamaban Víctor y Lorenzo, al que le decían Lolo, para no confundirlo con mi padre. Y Hugo no era Hugo, Hugo era Víctor, o Lorenzo, y el 11 de agosto, mi cumpleaños, no se celebró nunca, jamás. ¿Por qué no se celebra el cumpleaños de Hugo? ¿Por qué no se celebraba el cumpleaños de ella? Porque mi abuelo que era negro norteamericano celebraba su fecha patria el 4 de julio, había nacido el 4 de julio, llegó a América latina el 4 de julio, mi madre nació el 4 de julio y su padre murió el 4 de julio. Llegaba el 4 de julio y ella lloraba por la muerte de su padre.
La mejor modista de Lima militaba en un partido de izquierda: el partido aprista peruano. Apra. Alianza Popular Revolucionaria Americana.
-Perdió su trabajo de modista por pertenecer a un partido de izquierda. Un día voy a buscar a mi padre. No está, no está. Cuando lo encuentro le digo: "Dónde estabas?" Y él me dice: "Estuve en el panóptico, por estos apristas de mierrrda..."
Por algún motivo, Hugo Guerrero Marthineitz parece creer que esta cronista escucha mejor si se le aplica un pequeño golpe en la rodilla cada tanto. O un apretón en el brazo. O un empujoncito. Esa es la peor parte: el empujoncito. Porque la silla de la cronista -que tiene ruedas- se desliza. Derecha, izquierda. Una especie de barco ebrio, ridículo, mientras el hombre se levanta de la silla, se ríe, agita los brazos y empieza a gritar: -¡Era fascista, mamita de mi corazón! ¡Mi padre era fascista a lo Franco! Agitador y con cachiporra. Lo pescaron y lo metieron en cana.
-¿Lo pasó mal en la infancia?
-No, yo siempre digo que el decir que en la infancia se pasa mal, es parte de la gente que hace política. Por eso yo llamo feudo a la Argentina. La Argentina es feudal, porque...
Cada tanto emprende monólogos extensos que incluyen un vuelo rasante por una teoría de la educación, la socarronería peruana, la Guerra de Malvinas, los escritores argentinos en el exilio, la música popular brasileña y el cuarteto argentino. Al terminar, aterriza donde más le gusta.
-... y la clase media argentina fue una invención anticomunista.
-¿Cómo?
-Shhhhhhh. Una invención anticomunista.
Lo hace una y otra vez. El monólogo ininterrumpible. Ahora es la historia de un chalet en La Lucila, los taxistas, el chamamé, Fangio y el divino arte de la paciencia. Dice que lee mucho. Que lee desde chico, cuando se zambullía en novelas policiales que compraba a veinte centavos hasta que conoció al señor Osada, japonés y dueño de la despensa del barrio. El señor Osada no tenía afecto por ese nene insolente.
-Yo era inaguantable. Un día, cuando tenía 14 años, entro en la despensa con un libro bajo el brazo. El señor Osada me dice: "¿Qué lee"? Le digo que es una novela policial. "Ah. Cuando tiene tiempo, lea mejor novela policial del mundo." Le digo bueno, me voy. Al tiempo vuelvo. Y me dice: "¿Leyó novela policial mejor?" Le digo que sí. Me dice: "Bueno, esta noche, después comer, viene casa y conversamos". Esa noche toco la puerta, me hace pasar a un salón enorme con una mesa baja. "Bueno, ahora, si leyó novela policial mejor, vamos a hablar. ¿Qué opina de Rascolnikov?" A los 14 años el hijo de p... ¡me había hecho leer Crimen y castigo! Guerrero se agarra la cabeza, va a mirar su biblioteca, abre los brazos, insulta al japonés un par de veces más, hasta que hay que entender que si lo insulta tanto es porque lo adora, porque más tarde usará el mismo insulto para hablar de todos y cada uno de sus hijos, de una de sus ex mujeres y de algunos de sus escritores favoritos. Tuvo muchas parejas. Siempre mujeres mucho más jóvenes que él. En 1996, por dar un ejemplo, su pareja se llamaba Geraldine y tenía 26 años. El, 73.
-¿Pero qué culpa tengo yo de ser bonito? El otro día me encontré a un conocido en la calle y me dijo: "Negro, pero qué bien que estás". Y yo le digo: "Sí, pero los 77 años ya me pesan".
Se ríe con maldad, sabiendo que nadie podría pensar que tiene casi ocho décadas sobre el mundo. De tres matrimonios diferentes tuvo tres hijos: Diego Alonso; de 34 años; María Gabriela (a la que dejó de ver por problemas legales cuando la nena tenía 4 años y sólo volvió a verla cuando ella tuvo 21), y Hugo Bernardo, de 18, al que le puso Bernardo en honor a su psicoanalista. A la madre del primero de sus hijos varones la conoció cuando él tenía 32 años y ella, 17.
-Fue una relación larga, de diez, once años, jodida, dolorosa. Nos quisimos mucho. Ella consiguió mi teléfono, me llamó, la invité a tomar algo. Se había hecho la rabona. La invité al bar del hotel donde yo vivía. Pidió un trago de frutilla, sin alcohol. Luego, porque yo hago las cosas naturalmente, le dije que subiéramos a mi habitación a charlar. Y ella, con 17 años, me contó todo, su vida. Una hembra. Otro recuerdo que tengo de ella es cierta vez que fui a Nueva York con un conocido. Caminando por la Quinta Avenida yo miraba vidrieras y pensaba qué lindo ese collar, ese pañuelo. Era invierno. Fui corriendo y le puse un cable: "Negra, te vienes como estás". Porque yo soy autoritario. Y a la mañana siguiente baja ella del avión, con un vestidito floreado. La llevé a comprar de todo y a la noche me dice: "Ay, Negro, sabes que ayer me dio por limpiar la casa, y estuve fregando, hasta que dieron las 3 de la mañana, y entonces en calzones, me senté en el piso y me quedé mirando cómo amanece". Esa es una imagen de esa mujer que me conmueve.
El hombre del que todos dicen que cambió la forma de hacer radio asegura que nunca la escuchó. Que cuando era chico, su madre le compró una radio con la que capturaba frituras en japonés, alemán y africano en onda corta.
-Pero cuando llegué a hablar en la radio, hablé como hablaba yo. Y a los ocho meses era la voz número uno del Perú. Y luego aquí era una estrella. Pero hay que ser idiota para creerse el éxito, mamita de mi corazón. Hace veinte años la revista Siete Días titulaba: "Guerrero Marthineitz, el que mantiene despierto a Buenos Aires". Diez años después, la revista Gente titula: "Marcelo Tinelli, el que mantiene despierto a Buenos Aires".
En 1951, y porque ya había hecho todo lo que tenía que hacer en Lima se fue a Chile, queriendo con toda el alma irse a París, pero sin dinero.
-Mi madre dijo: "Haces bien. Un hombre tiene que viajar".
En Chile estudió tres años en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, y pasó semanas enteras sin un cobre, durmiendo en un tranvía, hasta que una prostituta le enseñó que podía descansar, pagando diez pesos, en un hotel alojamiento, entre las dos de la mañana y las siete.
-Yo quería mostrarte un libro, espero que no lo haya tirado porque todo lo tiro yo... Nada, no guardo nada. Tal vez sea cosa de mi madre. Mi madre, me cuesta decirlo, pero me sale así, mi madre tenía solamente el retrato de sus hijos y nunca un retrato mío. La única foto que yo me saqué fue cuando fui al Zoológico, tenía dos pesitos, y me saqué la fotito. Con 10 años. Pero no tengo rencor. Yo descubrí algunas cosas con la vieja. La única persona que puede acariciarte, besarte, tocarte, perdonarte, ¡es la misma que puede decirte: "Fuera de acá, mierda, no sé para qué carajo te tuve"! En el otro extremo de la habitación hay un espejo que ocupa toda la pared. El se mira, de reojo, antes de regresar a la mesa y gritar: -¡Te están formando para la vida, para que sepas que quien te da un beso te golpea!
Después de Chile, pasó un tiempo corto en Buenos Aires, donde nadie le dio un trabajo, y cruzó a Montevideo, donde fue toda una estrella en Radio Carve. Cuando lo llamaron desde la Argentina con una oferta laboral, Guerrero no podía creer su buena suerte. Le ofrecieron hacer un programa a las 10 de la mañana, un horario radial tan atractivo como un páramo, pero él hizo El club de los discómanos y fue un éxito arrasador. Desde entonces, nunca paró. De trabajar y de tener problemas. En 1957 se presentó en Canal 7 con la camisa arremangada y levantaron el programa: lo acusaron de traer a las mentes del pueblo reminiscencias peronistas y descamisadas. Cuando en 1967 empezó a hacer El show del minuto en Radio Belgrano -seis horas al aire, solito y su alma-, el hombre pasó a ser una estrella sin perder su costado insolente y provocador. Se negaba a programar discos de Donald, Sandro, Leonardo Favio, Violeta Rivas y Palito Ortega. Insistía con Piazzolla cuando todo el mundo decía que eso no era música. Fue el primero en sacar al aire la voz de los oyentes, cuando los oyentes eran esas cosas de las que nadie se ocupaba demasiado. Hizo silencios enormes y una entrevista de dos horas sin cortes con Jorge Luis Borges. En 1972, dedicó todo el programa a leer un artículo de la revista Confirmado que criticaba a medios y periodistas. A pedido de la Sociedad Argentina de Locutores, y de muchas otras instituciones, el programa fue suspendido. Pero Guerrero había grabado el programa y demostró que los dichos por los que lo habían censurado eran de la revista y no de él.
-Dije: "Vuelvo si se retractan todos públicamente". Todos se retractaron. Cuando volví, porque soy muy hijo de p... dije: "Bueno, esto es lo que decíamos ayer y que motivó que nos suspendieran el programa". Pasé la cinta de nuevo, y se lo tuvieron que comer.
Cuando se envió un comunicado del gobierno a todas las radios recomendando no repetir temas musicales en una misma jornada, Guerrero lo leyó y ese día en su programa no se escuchó otra cosa que un solo, monótono, único tema musical: Argentino hasta la muerte, de Rimoldi Fraga.
-Un día me tiró un brulote Crónica a través de Lucho Avilés y lo leí en mi programa. Y al día siguiente lo vuelvo a leer y al terminar digo: "Pero hoy voy a ocuparme del señor Héctor Ricardo García, el dueño de Crónica". Pum, música. Volvemos, y de nuevo: "Hoy voy a ocuparme del señor Héctor Ricardo García". Pum, música. Así hasta el final, cuando yo digo: "Muy bien, hoy me he ocupado del señor Héctor Ricardo García". Pum. Termina. ¡Y habían llegado los abogados de García a la radio! En los años 70 hizo un comentario imprudente sobre López Rega y al día siguiente todos los locutores sin carnet estaban prohibidos en territorio nacional. Después de veinte años de trabajo, Hugo Tomás Tiburcio Adelmar Guerrero Marthineitz, tuvo que marchar a sacar su carnet para poder regresar al trabajo sólo en 1974. Su historia laboral es la de un escandaloso Midas mediático. Un éxito tras otro, un problema tras otro, un levantamiento tras otro, y las opiniones divididas entre los que adoran su provocación eterna y los que lo tildan de insoportable. -Usé ciertas tácticas y la gente sintió que yo le hablaba a ella. Si salgo y digo: "Buenas tardes, ¿qué tal señora, cómo le va?" y del otro lado estoy yo, que no soy señora... No hay locutores que le hablen a la gente. Todos forman un clan seudofraternal para que los oigan. No para compartir lo suyo con quien pueda estar oyendo.
En sus mejores épocas, llegó a ganar 20 mil dólares por mes, pero para él el dinero siempre fue un asunto menor. El show del minuto empezó siendo un programa por el que cobraba 800 dólares, y el mismo salario obtuvo cuando empezó a hacer, en 1984, el programa televisivo A solas. En 1986 hizo, de 23 a 24, Reencuentro a solas por ATC y, de 2 a 6 de la mañana, Guerrero de noche, en Radio del Plata.
-Lo último que hice fue televisión en un canal de VCC y lo de FM La Isla. Por eso yo nunca tuve nada. Siempre me levantaron programas.
Son las 9 de la noche. Guerrero se sienta y cruza las manos detrás de la cabeza. Cuenta que su madre, Esther, en el Perú quiso ser humilde hasta el final, que mientras él se iba al teatro ella se quedaba en casa, paliando la miseria con punto inglés.
-Una vecina que tenía tres chicos me decía: "Huguito, si te lavas la cara, nos vamos todos al teatro". Salíamos, cuatro chicos y ella. Vivíamos a tres cuadras del maleconcito. Acá abajo estaba el mar Pacífico. Nos sentaba allí como angelitos. "Bueno, vamos a ver cómo se va el sol a dormir!" Entonces, flaca querida, a esa hora... el mar... el mar... y el sol... y la mujer: "Miren al otro lado, ¿de qué color son esas nubes? Escarlata, no es rojo. Es-car-la-ta". Y por último venía esto: "Ahora, se va, se va, ¡no se lo pierdan! Se fue. Niños, ¿saben dónde duerme el sol? Al otro lado de la tierra." Era gorda, cocinera... Ahí tienes.
Joven argentino
-Un día en pleno Proceso, en 1982, leo un comunicado del Ejército: "Joven argentino, si tienes entre 18 y 20 años, inscríbete en la Escuela Nacional del Ejército Argentino, que puedes ocupar el cargo más alto y llegar a general". Y agrego: "Je, de discretos que son no te dicen que puedes llegar a ser presidente de facto". En pleno proceso militar. Tac. Adiós programa. La señora de Udaquiola, que era la presidenta de radio Continental, me defendió a muerte. Le enviaban notas del Comfer que decían: "Le notificamos que a las 3 de la tarde, 45 minutos, 33 segundos el señor Hugo Guerrero Marthineitz al pasar tal tema de los Beatles hizo ejem ejem". Un día le digo: "Señora, deme los papeles". Me fui a verlos al Comfer. Me atiende un milico. Le digo: "Señor, he venido a hablar con usted, pero ¿me da un cigarrillo? Gracias. Menos mal que son importados, porque no se encuentran los importados", comento, que eso es algo por lo que yo me he hecho odiar, por ser socarrón. Le digo: "¿Por qué tanto papel?; mire todo lo que tengo" y él dice: "¿Y todo lo que tengo yo? Mire. Mire. Cuando usted se refiere a señor esto y señor lo otro, a quién se refiere". "A usted" -le digo-. "Pero no lo puedo mencionar por la radio con nombre y apellido." Allí mismo me convidó con un café, otro cigarrillo y ya que estaba le dije que yo no iba a pasar ningún tema musical de la lista negra, pero que ellos no podían prohibir que Serrat cantara sus canciones de amor, que Mercedes Sosa la zamba de no sé qué... Así se empezaron a escuchar a los artistas prohibidos en la radio.
Dime que me admiras
Muchos locutores que a su vez han producido cambios en el medio, como Lalo Mir o Bobby Flores, han declarado su admiración por Guerrero Marthineitz. Guerrero dice lo siguiente, de la gente que dice admirarlo.
-Ayer le decía a mi hijo que si tuviera plata me gustaría ir a la Universidad de Bologna para escuchar una clase de Umberto Eco. Decirle: "Lo único que quiero que sepa es que lo admiro". Porque si admiras, toca. Agradece.
-La gente que lo admira no le agradece...
-Tienen su forma, que no es mi forma.
-Pero se los ha visto en fotos, juntos, con Bobby por ejemplo.
-Sí, sí, pero por necesidades de prensa. Nos hicieron una nota en el libro de Carlos Ulanovsky. Habla mucho de mí en su libro, Días de radio, pero me retacea. ¿Sabes el lugar que me da? El de radio. No vas a oír a nadie que diga: "El Negro cambió la televisión argentina".
-Ese libro es uno de la historia de la radio, no la de la televisión, y lo menciona mucho.
-No, no, no estoy hablando del libro de radio. Estoy hablando de la televisión.
-Pero...
-Cuando hice A solas, le dije al director Raúl Caserta: "Este es un programa de radio televisado, la atracción es la luz, en la televisión no hay rostros con sombra, vamos a tener rostros con sombra, y los cortes van a ser a tu antojo". Cuando salieron El loco de la colina y El perro verde, con Jesús Quintero, el diario El País de Madrid dijo que eran una imitación de Reencuentro y de A solas.