Horacio Coppola: los ojos del siglo
Cámara en mano, trajo al país las vanguardias de Europa y fotografió Buenos Aires como nadie. Días antes de su cumpleaños número, recibió a la Revista y 100 recordó su historia
Casi todo el siglo XX pasó ante sus ojos, empujado por el vértigo y la fugacidad de muchos instantes eternizados en una imagen. Tal vez mucho de lo que vivió se le escurra hoy, como arena entre los dedos, en la profundidad de su memoria centenaria. Pero su historia y sus vivencias se filtran en las imágenes que tomó con su Leica, testigos de un mundo que ya no está pero del que sus fotos dan testimonio.
Su obra torrencial se entroniza en el punto más alto de la fotografía moderna argentina junto con los registros de Annemarie Heinrich; su ex esposa, Grete Stern y Anatole Saderman, entre otros fotógrafos de exquisita sensibilidad que abrieron las ventanas de las vanguardias en los prósperos años 30 para que por allí se colara la modernidad y la experimentación visual.
La mesa del té está servida en su departamento de la calle Esmeralda. Y, como en sus imágenes, todo está como detenido en el tiempo. En el piano de cola de su querida Raquel Palomeque, su segunda esposa, fallecida dos años atrás, se apila su obra inmensa, recogida en media docena de libros que descansan cerca de un retrato suyo tomado en el veneciano puente de Rialto.
Custodiado por libros de filosofía alemana, literatura francesa, arte universal y la más variada prosa argentina recopilada en primeras ediciones, el ejemplar de Evaristo Carriego dedicado por su autor, Jorge Luis Borges, dispara sus recuerdos mientras compartimos el té junto a su hijastro Carlos Peralta Ramos, su fiel galerista, Jorge Mara y su colega y amigo, Daniel Merle.
Horacio Coppola se acomoda ágil en su sillón preferido; sabe que en tan sólo ocho días más, el lunes 31 de julio, el calendario le recordará su cumpleaños número 100 y que tres días después esa Buenos Aires a la que tanto retrató en sus incansables peregrinajes urbanos le dedicará en el Malba el primero de los muchos homenajes que celebrarán su legado (ver recuadro).
El ardid para reconstruir su historia no puede ser otro que el mostrarle sus fotos. "Cada una de ellas tiene su historia", asegura con su voz dulce, la mirada de niño grande que enternece cada vez que nos regala una sonrisa hospitalaria. Abre el libro sobre Carriego y allí aparece la esquina de Jean Jaurés y otra toma palermitana, de Paraguay al 2600, elegidas por Borges para recrear la semblanza del poeta que le hizo dar el mal paso a la costurerita.
Cuatro años después de la aparición de Fervor de Buenos Aires, Coppola trajinó con Borges la ciudad de calles empedradas y charcos estancados. Sobre uno de esos pequeños espejos de agua, se proyectó la silueta de una casa típica de Palermo. El ojo avizor de Cóppola recogió esa "poesía" en una instantánea. Borges, al verla, no dudó: "Esto es Buenos Aires", dijo. Y con esa síntesis tan certera, el fotógrafo tomó prestada la frase de su amigo para titular su foto.Tuvo el privilegio de que los mayores intelectuales y artistas del siglo XX –Alfredo Guttero, Xul Solar, Leopoldo Marechal, Victoria Ocampo, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Romero Brest– le regalaran su amistad y sus confidencias.
"Caminar por Buenos Aires era una forma de conversar y una manera de cultivar la amistad –confiesa Coppola–. Veíamos la ciudad como un paisaje escurridizo en el que había que estar atento a sus personajes, a los objetos fortuitos en los que si uno sabe mirar encuentra mil formas insólitas. Mi primera aventura fue descubrir las perspectivas geométricas, las simetrías y sombras que dibujaban las siluetas negras de hombres de espaldas, aferrados a sus periódicos sin que se les moviera el sombrero. La Leica siempre lista, colgada al cuello. Cuando bajaba el sol, tomábamos la calle Corrientes a la altura de Once y llegábamos hasta Chacarita unas cuantas horas después."
En uno de esos recorridos, con palabras en neocriollo, Xul Solar le confió sus cuitas. "Si sacó una rosa roja y comenzó a comer sus pétalos, hoy ya no lo recuerdo –concede–, pero si así lo consigné en mi autobiografía debe ser cierto."Carlos Peralta Ramos, que se turna con su hermana Raquelita para cuidarlo, le acerca de improviso un tesoro: la Leica que compró especialmente en Alemania en 1938, y que guarda en un armario junto a su profuso archivo de negativos y fotos vintage, resguardadas en un añejo álbum que tiene el valor de un relicario. "¿Esta es la mía?", pregunta sorprendido, y la explora con entusiasmo. Mira por el visor, pero no dispara: "Hace tanto que no saco –se queja–. ¿ No está cargada, no?"
Tras un silencio prodiga una sonrisa como preámbulo de una revelación inesperada: "Fue mi hermano Armando, dentista y 20 años mayor que yo, el que me enseñó en mis comienzos todo cuanto supe sobre fotografía".La confesión anima a que entre todos los presentes se reconstruya el derrotero que lo convirtió en el cronista de la ciudad y en un poeta visual del siglo XX.
El menor de seis hermanos en una familia de origen genovés que gozó de un muy buen pasar gracias a que su padre poseía una fábrica de máquinas a vapor, Coppola pasó por la Facultad de Derecho y se convenció de que lo suyo no eran las leyes, sino el poder registrar el gran espectáculo que le ofrecía la vida.Las conferencias en Amigos de Arte, sobre todo aquella de Le Corbusier acerca de "La mirada de las casas tradicionales de Buenos Aires como formas abstractas", fueron el eje teórico a partir del cual surgirían sus modernas visiones de los barrios porteños: un encuadre original que sacaba provecho de las perspectivas y los puntos de fuga y acentuaba las líneas y ángulos geométricos en fachadas, aceras y balcones.
Viajó por primera vez a Europa en 1930. Si bien su interés primero había sido el cine (en 1929 fue el fundador y presidente del primer Cine Club del país) la visión del húngaro Laszlo Moholi-Nagy y del germano Albert Renger-Pätzsch, factótum de la Nueva Objetividad en fotografía, redireccionaron su camino estético. En Italia, Alemania y Francia estudió la luz y los encuadres. Supo capturar los climas, ambientes y personajes de la Europa de entreguerras, en el que se destaca su célebre registro de los hierros curvos del balcón de la Municipalidad de San Gimignano; ejercicio de contrastes arquitectónicos que continuó a su regreso en Buenos Aires.
Pero los estímulos del Viejo Continente lo siguieron atrayendo y en 1932 regresó a Alemania, entonces inmersa en la paradoja de la expansión vanguardista en el arte y del frenético avance nazi. Llegó a inscribirse en la Bauhaus berlinesa, tomó clases con Walter Peterhans y allí conoció a Grete Stern antes de que la escuela fuera cerrada definitivamente en 1933 por el nacionalsocialismo. Grete ya estaba empapada en las aventuras de la vanguardia, pero ante la amenaza nazi se instala en Londres. Coppola, en cambio, viaja a París, donde Christian Zervos, el director de Cashiers d´Art, le encarga su primer libro fotográfico: L´Art de la Mesopotamie. Para ello fotografía el acervo de arte sumerio del Louvre y del British Museum. Al volumen lo presenta con elogios en Londres el escultor Henry Moore a partir de un extenso análisis que escribe para la revista The Listener. También por gestiones de Zervos, Coppola se interna en los ateliers parisinos de Marc Chagall y de Joan Miró, cuyos retratos se publican en París.Ya casado con Grete, se reparte entre la capital gala y la británica. En Francia documenta y filma la región de La Ardéche, la campiña entre Lyon y Marsella, y en las afueras de Londres produce su primer documental: Un domingo en Hampstead Heath, sus primeros pasos como cineasta.
Pero vuelve. "Buenos Aires decide retenerme junto con Grete y nuestros hijos Silvia y Andrés: Victoria Ocampo nos ofrece la redacción de Sur para la primera exposición conjunta que realizamos con Grete", recuerda Coppola. Tras el éxito de la muestra, llega el encargo del intendente Mariano de Vedia y Mitre: registrar Buenos Aires cuando transita por el cuarto centenario de su fundación. El libro Buenos Aires, 1936. Visión fotográfica, con prólogo y comentarios de Alberto Prebisch, contará con varias reediciones. El volumen pasó a formar parte de una memoria visual mítica de la fotografía, a la altura de Paris de nuit de Brassï; del Stockholm, de Andreas Feininger o de los perfiles londinenses de Bill Brandt.
Siguen años de experimentación que alcanzan su punto más alto en la creación del Grupo Imagena, que preside y forma junto con un centenar de artistas. Las noches de bohemia y tertulias en Buenos Aires se alternan con viajes y exposiciones por el mundo.Sus últimas retrospectivas –la que le dedicó el Bellas Artes en 1992, y luego el IVAM, en Valencia – profundizaron la gravitación que sus fotos tienen hoy en el mundo.
De pronto, fatigado por una visita que resultó más extensa de lo esperado, Coppola junta fuerzas para expresar el que ha sido el principio irrenunciable de su labor: "He vivido en un estado de permanente contemplación; esa es una de las razones de mi existencia y sobre todo, de mi felicidad".
Hoy el mundo festeja esos ojos.
Agenda
Festejos y muestras
- Buenos Aires se rinde a los pies de Coppola. La primera muestra para festejar su centenario la inaugurará el Malba el 3 del mes próximo. El 7, Juan Manuel Bonet brindará una conferencia sobre su obra en el museo de Palermo Chico y se proyectarán sus cuatro cortometrajes.
- Con fecha por definir, el Ministerio de Cultura de la Ciudad hilvanará un recorrido por las esquinas de Buenos Aires que Coppola retrató. La Galería Jorge Mara, por su parte, prepara una muestra para septiembre. Y ese mismo mes, Ediciones Larivière editará un volumen con las imágenes de Coppola en un contrapunto con los registros contemporáneos de la ciudad capturados por Facundo de Zubiría.
Cien años de prodigios
Por Juan Manuel Bonet (*)
Rodeado del cariño de los suyos y del reconocimiento de su ciudad natal, Horacio Coppola, un grande de la fotografía universal, cumple 100 años fecundísimos. "Lo he hecho todo con entusiasmo", me decía el pasado mes de abril.
Descubrí la obra de Horacio Coppola hace unos once años, en una librería de viejo madrileña, donde encontré Buenos Aires 1936. "He descubierto al Brassaï de Buenos Aires", les conté maravillado a los amigos. Poco después, yo llegaba a la dirección del IVAM, el museo valenciano de arte moderno. En la programación heredada había una muestra de los Sueños psicoanalíticos de Grete Stern. "El año que viene, tu papá", le dije a Silvia Coppola, hija de ambos.
Diez años después de aquella muestra, El Buenos Aires de Horacio Coppola, estoy poniendo en pie, para la editorial madrileña Documenta –que prevé coediciones con otras de otros países– una monografía sobre el gran fotógrafo.
Azoteas, esquinas rosadas, carromatos, anuncios, cables eléctricos, barcos de La Boca, trabajadores y "flâneurs": todo es registrado por la cámara del primer Coppola, con una mirada de notario y a la vez de poeta, que se fija en un mundo antiguo, el mismo que queda fijado por siempre en las páginas del primer Fervor de Buenos Aires, o en ciertos dibujos de Norah Borges.
En el libro también recopilo imágenes más tardías: su fotovisión de La Plata, sus retratos –entre ellos, el de Alejandra Pizarnik–, un viaje brasileño en pos del Aleijadinho o esa serena instantánea de la Plaza San Martín…
Todo lo ha hecho el gran Horacio Coppola con entusiasmo, y ahora ese mismo sentimiento nos embarga a nosotros, sus espectadores. Tanto sus conciudadanos como quienes, para rendirle homenaje, vendremos de lejos, y una vez más, inevitablemente, veremos la metrópoli austral a través de sus ojos.
* Ex director del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) y del Museo Reina Sofia. Tiene en preparación el libro Buenos Aires, metrópolis moderna, sobrela obra de Horacio Coppola.
lanacionar