Basta con conversar un rato por skype, o con seguir sus posteos diarios en Twitter, para comprobar que Horacio Altuna ostenta una vitalidad que no se condice con las 80 velitas que soplará el año que viene. ¿Los 80 son los nuevos 60? Al fin y al cabo, tiene casi la misma edad que el presidente electo de Estados Unidos. "Mi profesión me ha hecho feliz", suelta el dibujante desde su casa en Sitges, la ciudad balnearia de Cataluña, donde se radicó hace casi cuatro décadas. "¿Cuánta gente en el mundo puede disfrutar su vida haciendo durante 50 años lo que le gusta? Es muy difícil. Pero ese es mi caso. Y a mí me apasiona. Yo lo repito hasta el cansancio, y siempre digo lo mismo: que trabajar ocho horas diarias el resto de tu vida haciendo algo que no te gusta debe ser terrible. En cambio, trabajar ocho horas diarias haciendo algo que te gusta, aunque no tengas mucha guita, no te lo quita nadie. Eso es lo que siempre digo cuando doy talleres o hablo con gente joven".
Creador de una galería de personajes y obras emblemáticas como El Loco Chávez, Las puertitas del Sr. López, El último recreo, Ficcionario, El Nene Montanaro y Charlie Moon, Altuna es dibujante profesional de historietas desde 1965. Antes, por mandato paterno, cursó un par de años la carrera de Derecho, con puras penas y ninguna gloria. También fundió una granja de pollos, que tenía con su amigo y mentor, el ilustrador Gianni Dalfiume. "Él ya dibujaba para la editorial Columba, y me impulsó a dibujar. Yo empecé en una editorial que funcionaba abajo de la cancha de Huracán. La revista se llamaba SuperVolador, que era un superhéroe infame, y desde entonces me viene el rechazo por los superhéroes. Hice tres o cuatro episodios de ese personaje. Apenas empecé, dije: «Esto es lo mío». Nadie nace sabiendo, pero era terrible."
–¿Por qué?
–El guion era malo, y mi dibujo también. Me ceñía mucho a los dibujantes de Superman. A pesar de eso, me di cuenta de que esa era mi vocación. Tenía 23 años.
Fundada en 1928, y especializada en historietas, la editorial Columba fue durante décadas la más exitosa de Latinoamérica. A mediados de los 60, vendía millones de ejemplares semanales de revistas como El Tony, Intervalo, D’Artagnan y Fantasía, y contaba en su plantel con guionistas de la talla de Héctor Germán Oesterheld y Robin Wood. Fue en 1967, el mismo año en el que cruzó el Río de la Plata para ver en el Estadio Centenario el zurdazo eterno del Chango Cárdenas que le dio a Racing la primera Copa Intercontinental, que Altuna empezó a publicar en la prestigiosa editorial. Pronto se transformó en una especie de estrellita del universo Columba.
Un día decidió ir a mostrarle sus trabajos a Alberto Breccia. "Tenía amigos como Cacho Mandrafina y Alberto Macagno que estudiaban con él. Tenía cuarenta y pico de años, pero ya le decíamos «El viejo». Yo fui con una carpeta, esperando el palmeo y salir con toda mi vanidad bien pertrechada".
Delante de una decena de alumnos, Breccia fue pasando las hojas y marcando sus correcciones. "En 10 minutos me dijo los errores que veía: de composición, del uso del blanco y el negro, de falta de equilibro, de disposición de la página, algún problema de narración. Esa fue la mejor lección que tuve en mi vida sobre cómic, porque en 10 minutos, él me dijo que la página estaba mal armada y por qué, que estaba mal compuesta y por qué, y por qué mi ojo seleccionaba una figura cuando tenía que seleccionar otra. Diez minutos. En ese momento salí con mi vanidad hecha mierda, pero al día siguiente lo valoré. Después tuve la fortuna de ser muy amigo del viejo, porque éramos vecinos en Haedo y nos visitábamos, nos veíamos mucho. Y cuando él venía a España, se quedaba en casa. Fuimos muy amigos, pero yo siempre he tenido una relación reverencial con él. Para mí, el viejo es muy importante".
La educación sentimental
Nació en Córdoba, pero cuando tenía 9 años, la familia Altuna se mudó a Necochea. Horacio iba al cine religiosamente tres veces por semana. "Los martes y los jueves iba con mi vieja y veía tres películas, y eran todas películas de los años 40 y 50, es decir, el cine clásico americano, sobre todo, las comedias, el cine negro, todo eso que es de culto. Esa fue mi formación narrativa", explica.
Altuna sostiene que los primeros planos de las caras, en su propia obra, tienen que ver con el modo en que se filmaba el cine clásico. "No es como ahora, que enfocan y se ven los poros. En aquel entonces era plano americano o plano general, no había tantos primeros planos. Y eso me quedó, me debe haber llegado".
Alex Raymond (Rip Kirby, Flash Gordon) y Harold Foster (El príncipe valiente), ilustradores clásicos, fueron sus influencias seminales. "Hasta que irrumpió en mi vida Milton Caniff, el de Terry y los piratas, que todavía me fascina. Y también me gustaban dibujantes argentinos: miraba a Breccia por aquel entonces, también me gustaba el brasileño João Mottini. Pero el que me daba vuelta era Hugo Pratt, con Sargento Kirk. Cuando yo empecé a dibujar venía leyendo mucho Hora Cero, Frontera, todas las revistas de Oesterheld. Mi formación comiquera se la debo a esa generación de maestros. Así me formé. Esa fue mi escuela".
–Con Oesterheld llegás a trabajar en la editorial Columba, ¿cómo lo recordás?
–Yo a él no lo veía, porque ya estaba semiclandestino. Entonces me entregaban los guiones y yo los dibujaba. Oesterheld tiene obras maravillosas, pero no es el caso de Kabul de Bengala, que la hice durante un año. Durante ese lapso, no lo vi nunca. Lo había visto una sola vez, cuando él estaba preparando La guerra de los Antartes, que después hizo Gustavo Trigo. Yo presenté mis dibujos para ver si le gustaban, pero no le gustaron.
–¿Recordás algo de aquel encuentro?
–Lo tengo como en una nebulosa. Yo iba buscando trabajo y él no fue elegante, fue seco. No le interesó y me dijo: "Adiós, buenas tardes". Ahora, si yo lo viese al viejo, me moriría, porque para mí fue un fundador de la historieta moderna, pero en aquel entonces yo no lo pensaba de esa manera.
Cuando empecé a dibujar venía leyendo Hora Cero y Frontera, todas las revistas de Oesterheld. Mi formación comiquera se la debo a esa generación de maestros.
–¿Es especial haber ilustrado sus guiones?
–Para mí, fue un trabajo más. Es anecdótico. No es un orgullo, porque no me interesaba hacerlo. No me interesó hacer nada de lo que hice en Columba, porque eran trabajos por encargo, yo no tenía nada que ver con los guiones. Me los entregaban, yo los dibujaba, punto.
–Después, Oesterheld se volvió un mito...
–Es una leyenda porque es el creador de la historieta moderna para adultos. En ninguna parte del mundo se abordaban las temáticas que abordaba Oesterheld y de la manera en que las abordaba. Incluso en historias del western o bélicas les daba una carnadura especial a los personajes, los hacía más humanos, más adultos, con conflictos. No eran héroes. Realmente es un tipo fundamental para la historia del cómic en todo el mundo. A la sombra de Oesterheld surgieron muy buenos guionistas en Argentina: Trillo, Saccomanno, Agrimbau, Barreiro, De Santis, muchísimos. Pero no solo eso, esos guionistas que se formaron con Oesterheld como guionistas de cómic, con el tiempo, fueron escritores muy importantes dentro del mundo de la literatura.
Un encuentro trascendental
A mediados de los 70, Andrés Cascioli, que había fundado la revista Satiricón y luego haría lo propio con Humor Registrado, ofició de celestino de una de las duplas más fructíferas de la historieta argentina cuando presentó a Horacio Altuna con Carlos Trillo. La empatía fue absoluta.
"Cascioli me llamó para hacer una historieta con Jorge Guinzburg, que se llamó La rebelión de los idiotas. Ahí lo conocí a Carlos, que trabajaba con Dolina en Chaupinela. Y empezamos a vernos y a charlar mucho de lo que nos gustaba", recuerda Altuna. "Él estaba muy formado en la narración, en la ficción, en todo eso; yo en la imagen. Yo aprendí muchísimo de él en cuanto a narrativa y supongo que él también aprendió algo de mí en cuanto a la narración gráfica. Entonces fue un lindo complemento".
El Loco Chávez, ese periodista arquetípicamente porteño, nació y se consolidó en las mesas de un café, y se proyectó al país desde la última página de Clarín, junto a Clemente, de Caloi, y El mago Fafá, de Bróccoli. Altuna y Trillo establecieron una dinámica de trabajo con un aura de bohemia que se traslada a la trama. "Las historias las hacíamos juntos, siempre. Nos reuníamos en los bares, dos o tres veces por semana, los guiones estaban apuntados en servilletas de papel. Yo no guardo ninguna hoja escrita por Carlos, no tengo. Tengo toda la correspondencia que tuve con él cuando me vine aquí, pero no había guiones. Fue una época muy linda porque nos divertíamos mucho. Después, en Humor, publicamos Las puertitas... y Charlie Moon".
A lo largo de 12 años y unas 5000 tiras, El Loco Chávez se metió en el imaginario popular y captó la esencia de una sociedad en tiempos de dictadura, primero, y en el regreso a la democracia, en un crepúsculo que se extendió hasta la segunda mitad de los 80.
"Se sabe que los personajes de historieta –sobre todo los de tiro largo y aparición cotidiana– se cambian poco de pilcha y menos la cara. El Loco, pese a todo, tuvo siempre mucha más flexibilidad de placard que otros colegas aventureros. [...] El Loco vivía en Buenos Aires y cada día se vestía para salir, andaba por la calle, iba al diario, al café y se acostaba solo o acompañado en su departamento de soltero. El papel de la pilcha lo cumplía la ciudad", sentenció el periodista y escritor Juan Sasturain, actual director de la Biblioteca Nacional, en un texto de 2004.
Con los escenarios clásicos de El Eternauta como el Congreso, la Plaza Falucho o la cancha de River, Francisco Solano López parecía haber plasmado como nadie la ciudad de Buenos Aires en una historieta. Sin embargo, basta con repasar algunas viñetas de Altuna para dejarse fascinar por los niveles de detalle de los colectivos y otros escenarios emblemáticos, como el Palacio Barolo, donde el Loco conoce al que será uno de sus grandes amigos en la saga, el detective Malone, inspirado en el escritor Guillermo Saccomanno. "Yo pertenecía a la Asociación de Dibujantes, y la sede estaba en el Barolo, entonces lo conocí muy bien".
Lloré cuando dibujé la última tira del Loco Chávez. Todas las dudas que tiene antes de irse de Argentina son las mismas que yo había tenido. Es muy autobiográfico.
–¿Lo dibujaste de memoria?
–Tenía fotos. Apuntes, prácticamente, no hice. Para algunas escenas en barrios, me acuerdo de algunas en Pompeya, iba con un fotógrafo del diario. Tenía muy incorporado que tenía que ser un escenario que la gente conociera y se identificara con él.
–La redacción tenía mucha presencia en las historias del Loco. ¿Ustedes también la transitaban?
–Sí, yo iba mucho a Clarín. Trabajaba en casa, pero iba muy seguido porque entregaba casi al día. Todavía tengo muy lindos recuerdos de mucha gente de ahí. Entre ellos, el director, Marcos Cytrynblum, que inspiró a Balderi. Y, claro, era hincha de Argentinos Juniors. Además, había anécdotas que vivíamos juntos y que después salían en la tira.
Si Oesterheld había humanizado a los personajes, el Loco Chávez logró una empatía que hoy, 33 años después, sus últimas viñetas nos dejan con los ojos llenos de lágrimas. "Cuando dibujé la última tira, la hice llorando. Mi mujer es testigo", confiesa Altuna. "Para mí también era muy importante. Y yo la dejaba porque quería enfocar mi vida profesional para otro lado. Pero son 13 años de mi vida, que son determinantes, porque es una época en la que tuve mis hijos, nos vinimos a España. Todas las dudas que tiene el Loco antes de irse de Argentina son las mismas que yo había tenido. Entonces es muy autobiográfico".
Distopía, erotismo, revolución
Instalado en España desde 1982, mientras dibujaba todavía al Loco Chávez, empezó a hacer los guiones de sus propias historietas. Distopías como Ficcionario (1983) o Chances, de 1986, por el que le otorgaron el prestigioso premio Yellow Kid, son ejemplos de los mundos que Altuna fue capaz de construir en un registro muy diferente del costumbrismo porteño que lo llevó a la fama.
En tándem con Trillo, también publicó al bizarro detective Merdichesky; Charlie Moon, una historia que ambientada en los años 30 contrastaba la Gran Depresión con el American Dream, y el mundo posapocalíptico de El último recreo.
Con las novias del Loco Chávez, Altuna había creado un catálogo de bellezas femeninas ilustradas, con Pampita a la cabeza, que a fines de los 80 inauguró una veta con la que paró la olla (¡y millones de pollas, tío!), durante muchos años. "Me peleé con una editorial francesa que me debía seis meses de colaboraciones y me quedé en la calle. Un amigo estaba dirigiendo la edición italiana de Playboy y me propuso hacer cómics eróticos. Hacía cuatro páginas por mes, pero la vendía en 10, 12 países. Era un negoción para mí. Era un trabajo alimenticio, porque tampoco me interesaba demasiado hacerlo, pero me dio esa fama de dibujante de género erótico", explica.
"Cuando empecé a hacer lo de Playboy, se me ocurrió que tenía que hacer un erotismo más cercano, porque era una revista que la compraba el albañil y el empleado de banco, pero no el tipo que está rodeado de mujeres y todo eso. Se me ocurrió hacer ese erotismo más cercano del vecino que se quiere levantar a la vecina, ese tipo de cosas más cotidianas. Y tuvo éxito".
–En retrospectiva, ¿percibís una mirada machista en tu obra erótica?
–No, no. La verdad es que yo nunca he sido machista, pero puede ser interpretado como machismo todo lo que uno hace. Yo no quiero que me interpreten. Y tampoco quisiera que alguien me diga que soy un machirulo. Yo no quiero polemizar con nadie, ni tener que defender mi trabajo. Entonces, si alguien ve un mensaje machista en alguno de mis trabajos de antes, es legítimo. Lo asumo. Pero te aclaro, los personajes femeninos que he dibujado, Pampita, las novias del Nene Montanaro, eran mujeres muy inteligentes, mucho más inteligentes que el Loco Chávez. Más formadas, más centradas, más inteligentes. Si se ven en Pampita únicamente las curvas es que no han leído la historieta.
–Inspirado en el caso Rodney King, a principios de los 90, hiciste Hot L.A. Pasaron casi 30 años y la persecución racial sigue vigente. ¿Qué importancia tienen para vos ese tipo de trabajos que dejan un testimonio histórico?
–Eso no es de ficción, porque fue muy documentado. Las historias esas las saqué de Los Ángeles Times, del diario, que me mandaba un amigo de allá. Por ser fanático del jazz ya hay una parte mía que es negra. Siempre digo que en una vida anterior o posterior he sido o seré negro. Y cuando surgió toda esa rebelión allá, se me ocurrió hacer una historieta sobre el tema. A mí, todos los temas de contenido social me gustan. Si uno se pone a ver en El Loco Chávez, El Nene Montanaro o en alguna cosa que estoy haciendo muy de soslayo ahora , como en Es lo que hay (Reality), hay un segundo plano que tiene un contenido social. Ese tipo de contenidos siempre me interesaron, pero ahora, por edad o por tiempo, no puedo abordar otra temática más allá de la tira. Pero me gustaría hacer una historieta que aborde lo social, imaginate que Ficcionario ya era distópico y la hice en el 83. Si la hago ahora, no sé lo que me saldría, pero sería muy jodido tal como yo veo el futuro.
–¿Sentís una evolución en el arte del cómic?
–Creo que en la actualidad hay un cambio que no sé adónde nos va a llevar. Hay cómics dirigidos a plataformas digitales donde el dibujante ya tiene que trabajar con un programador: es decir, yo dibujo, pero alguien me mueve un brazo o hace una explosión atrás. Y eso es lo que se viene. Pero no sé. Yo cumplo 79 dentro de unos días y no sé qué voy a llegar a ver de todo eso.
–¿Y te interesa la incorporación de la tecnología?
–Sí, me interesa. No para ponerme a hacerlo, pero sí como posibilidad de lenguaje nuevo. Es interesante. A todo lo que es innovación, llego tarde. Pero me gusta. Ahora, por ejemplo, estoy muy contento trabajando con el iPad. Me dicen: "¿A tu edad con el iPad?". ¿Y qué? Es una puerta que se me abre y no sé qué puede haber detrás de esa puerta.