Las plantas no hablan, no cantan, no se trasladan, no participan de cacerías espectaculares ni hacen acrobacias, y sin embargo, encantan, fascinan, atraen y enamoran. La pasión por ellas, esa que ocupó la vida del explorador Alexander Von Humboldt o de la poetisa Emily Dickinson, por mencionar solo dos de los muchos naturalistas de la historia, es un misterio. Y esa misteriosa atracción, precisamente, es lo que late y de lo que trata Homos Botanicus, la película del director colombiano Guillermo Quintero (38) que llega esta noche a la Argentina de la mano de la séptima edición del Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires.
Rodado durante más de dos años y medio en los bosques de niebla de los Andes colombianos y en el Herbario Nacional de Colombia, con sesiones de unas 90 horas de grabación, el film retrata el trabajo de un profesor, el prestigioso botánico Julio Betancur, y su alumno Cristian Castro, en sus expediciones de campo para colectar y clasificar plantas. Con escenas de la espesura de la selva y con primerísimos planos de la compleja vida vegetal, Homo Botanicus disecciona la relación del hombre con la naturaleza, en su dimensión puramente racional, científica, pero también irracional, la de esos personajes fascinados por sus misterios y locamente dedicados a desentrañarlos.
Imágenes en movimiento de un archivo de 1919, como un diente de león dispersándose en el aire, miniaturas captadas de microscopios y estereoscopios, la narración en off del propio Quintero o time lapses de flores desplegándose, están puestas ahí con un propósito: marcar el ritmo de las varias capas de la película. Porque si Homo Botanicus cuenta la historia del prestigioso experto y del discípulo entusiasta, también cuenta la historia del propio director, que fue alumno de Betancur mientras estudiaba biología en Colombia y, tras no haber ejercido nunca la profesión y haber vivido 15 años en Francia, donde estudió Filosofía en La Soborna, se reencuentra con esa disciplina pero desde otro lugar: el de un hombre movido por la nostalgia de sus exploraciones de juventud.
El documental recorrió distintos festivales internacionales y tuvo buena recepción entre los jurados de, por ejemplo, el 59º Festival de Cine de Cartagena de Indias, Colombia, y en el 36º Festival de Cine de Torino, Italia, donde ganó premios. Según Quintero, también la tuvo entre el público. "Es una película que toca mucho por varias razones. Hay gente que desconoce el oficio del botánico y se sorprende de que esto todavía exista. También gente que de pronto sí conoce algo sobre el oficio y a quien la toca porque se ve muy reflejada. A la gente que es amante de la naturaleza en cualquier sentido, porque es una peli que habla del sentimiento del explorador, de ese encuentro con la naturaleza, muy romántico, al estilo romántico de los alemanes del siglo XVIII", dijo Quintero desde París, donde vive.
-¿Qué lo llamó a volver a acercarse a la botánica después de tanto tiempo?
-Es un proceso muy largo. Yo salí renegando de la ciencia, diciendo que nunca más iba a volver a ella, que me iba a interesar por la filosofía y por la epistemología y por la manera en que se hacía la ciencia, pero que no iba a ser científico. Y ya una vez aquí en Francia, comenzó a crecer en mí una nostalgia muy grande de ese estudiante que era yo en medio de una expedición en el bosque. En un momento dado, esa nostalgia era tan grande que para mí era una evidencia que tenía que volver.
-¿Y cómo fue el regreso?
-Le escribí a Julio Betancur y le propuse seguirlo en sus expediciones botánicas para hacer la película. Gracias a su memoria fotográfica y pese a que habían pasado 14 años, él se acordaba de mí y aceptó la propuesta. Comencé a grabarlo y así empezó el proceso de cerrar ese ciclo, a hacer las paces con esa ciencia y a encontrarme desde el punto de vista del observador, en que podía ser crítico y al mismo tiempo apasionado y amoroso con ese oficio. Por eso yo siempre digo que Homo Botanicus es una critica amorosa del oficio un poco obsesivo y loco de clasificar a la naturaleza.
-Una tarea que lo atrae, evidentemente.
-Por supuesto, pero me da vértigo. Es como cuando uno lo atrae una gran altura, y después dice "Guau, me tengo que alejar un poco". A mí la naturaleza me atrae y me fascina, la ciencia me atrae y me fascina, entonces esta peli para mí fue un gran goce, porque me encontré con ella de una manera que nunca me había encontrado, mediante una cámara, en un proceso creativo muy vivo, rico y potente, que me movió muchas cosas, por supuesto.
-La película incluye un diálogo entre el profesor y el alumno acerca del amor a las plantas. ¿Por qué eligió incorporarlo?
-Esa conversación es fundamental y es un eje primordial, justamente porque muestra al explorador sensible, al que se le mueven las entrañas cuando está frente a la naturaleza o frente a un paisaje. Es la que me hace decir, como botánico, que la película es sobre el amor y la pasión por las plantas del bosque.
-¿Por qué cree que las plantas atraen tanto, ya sea a investigadores u aficionados?
-En general, en el ser humano siempre hay un encantamiento por lo desconocido, y en eso por la naturaleza, y en eso por lo que se mueve: "Ay, ¡¿viste el tigre?!", o "¡¿Viste el mono?!". Esa es la alegría más espontánea del hombre cuando contempla la naturaleza, pero, después de un tiempo, se da cuenta de que está rodeado de plantas, y las plantas reflejan más ese misterio, justamente por ser tan diferentes a nosotros. Eso las hace especiales, nos toca acercarnos a ellas y explorarlas de otras maneras. Apenas estudiamos sus formas de crecimiento, sus interacciones con el sol o con otros seres vivos, el papel que juegan en un bosque, nos fascinamos aún más. Eso, y que todas las plantas tengan mecanismos tan extraños de reproducción, que las flores sean órganos sexuales para atraer a sus polinizadores (y que muchas veces nos atraigan a nosotros, los seres humanos), las hace muy especiales e irresistibles.
-¿Qué le pasó con el reencuentro con esta disciplina?
-De alguna manera fue muy importante reconciliarme con todo ese pasado, y por supuesto ver a la naturaleza de otra manera. Cuando me retiré de la ciencia y abjuré de ella, era más renegado y decía "esto no sirve para nada". Ahora no, ahora veo la utilidad clara de lo que ellos hacen. El trabajo de conservación parte de ahí, de un inventario y de saber lo que tenemos, no puedes defender algo que no conoces. Ellos son los que construyen la memoria del bosque.
-Las escenas del final en el herbario, con las plantas disecadas y archivadas en carpetas, son muy bellas y a la vez perturbadoras.
-Hay algo muy nostálgico. Y lo dice Cristian también: "Es nostálgico porque estamos censando algo que no va a estar". En un punto es aterrador. Y lo otro aterrador es que por más que ellos hagan un inventario tras otro, siempre hay algo que se queda en el filtro, como en un Triángulo de las Bermudas de las plantas, esas plantas que nadie nunca censó ni las puso en la base de datos del archivo, y quedaron ahí, como fantasmas.
-Y por otro lado, por más que se hagan inventarios y estudios, hay un misterio que las plantas conservan que quizás el hombre nunca vaya a desentrañar.
-Volvemos a la idea de Humboldt, de que gracias a ese sentir, entonces el hombre puede aceptar el misterio. Su parte racional le permite organizar y avanzar en la búsqueda de lo que ellos llaman verdad, pero la parte sentimental también te permite decir "Pucha, el misterio perdura, siempre estará".
Proyecciones en Buenos Aires:
- 7/09/2019, a las 19 en Arte Mulitplex,Cabildo 2829.
- 11/09/2019 a las 19 en FADU, Ciudad Universitaria, Pabellón 3.
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