Este mago ya no puede ponerse serio al marcarle límites a su hija, que lo sorprendió al pedirle que dejara de tatuarse, aunque él no piensa hacerle caso.
Por Nazareno Brega
Quién pudiera decir unas palabras mágicas y hacer desaparecer un tatuaje equivocado... Este actor e ilusionista tal vez sería el indicado, pero no tiene ese problema porque lució siempre orgulloso sus tatuajes en la tele (¿En qué mano está? junto al Chino Leunis), el teatro (todos los viernes en el Metropolitan) o las redes sociales (las propias, siempre como @soyradagast, o las de Telefe, donde conduce los especiales Soy Rada Show). Agustín Aristarán, más conocido como el Mago Radagast, pasa por un gran momento y seguramente algo de toda esta experiencia termine reflejada en su piel.
¿Cuándo te hiciste tu primer tatuaje?
A los 18, hace 15 años. Me hice los cuatro palos de la baraja en la pierna. Me hice las cartas porque desde muy chico soy mago y elegí ese lugar para que no se viera mucho. Todavía no tenía el vicio de los tatuajes y me lo podía tapar con una media larga. Algo de eso me quedó porque no se ve ninguno, si no quiero mostrarlos. Tengo la manga derecha con seis tatuajes y en el brazo izquierdo cuatro más. Además, dos en cada pierna y, si volvemos a hablar el mes que viene, seguro alguno más. El primero fue el único que tuve que retocar. Tengo muy buena piel para los tatuajes. La manga me la hice hace siete años y está explotada de color, como si fuera el primer día.
¿Cómo decidiste tatuarte la manga entera?
Me había hecho un tatuaje muy chiquito de una piraña en el lado interno del bíceps y ahí sentí «bueno, a la mierda, me voy a empezar a tatuar». El siguiente fueron dos elefantes, padre e hija, en el gemelo. Me lo hice para mi hija. Y después ya empecé con la manga entera. Tengo un tatuaje japonés, la piraña, unas carpas de circo muy psicodélicas de un ilustrador brasileño, un payaso simpático vomitando un arcoíris, un jack-in-the-box, que son esas cajas de sorpresa, pero en lugar de saltar un payaso salen cuatro tipos cantando, un Monty Python y cuatro payasos en actitudes diferentes arriba del codo. Y todo está unido por unas líneas de colores. Siempre me tatúo en Bahía Blanca, con Tito de Ink Attack. Él hace tradicional americano y japonés, pero como soy amigo también me hace algunas cosas new school. También tengo un conejo realista en la pierna, que me lo hizo el peruano Alcántara.
¿Todos tus tattoos simbolizan algo?
Hace poco me di cuenta de que tienen importancia según el momento que vivís. Mi mamá me dijo que iba y me marcaba cada vez que tenía un cambio importante, laboral o personal. Me la tiro medio de psicólogo, pero puede ser. Mi vida está cambiando mucho ahora, pero uno no es muy consciente. El próximo que me voy a hacer es una imagen de Mars Attacks! Me gustan los tatuajes en las manos, pero nunca me haría uno. No sé si querría ver mis manos así todo el tiempo. Y eso que tengo tatuadas todas las extremidades, no sé por qué nunca me tatué el torso. Por suerte, no me arrepentí de haberme hecho ningún tatuaje y cada vez me gustan más hasta los primeros, que ni siquiera están tan bien hechos.
¿Cuál es el tatuaje que más te gusta?
Me gustan mucho los del brazo. Ren y Stimpy, Pinky y Cerebro, y la ranita Michigan J. Frog, del dibujo animado que canta cuando nadie la ve: “Hello! Ma Baby”. Pero mi favorito es la Señora Doubtfire en el estilo tradicional americano. No soy fanático de Robin Williams, pero esa película me marcó por la relación del padre con los hijos. Valoro mucho el tiempo que paso con mi hija. Cada vez que me voy a tatuar, mis viejos me dicen que me deje de joder, que ya estoy grande. A mi novia sí le gustan. Y a Bianca, mi hija, también, aunque hace poco me pidió: “No te tatués más, papá. Ya está”. Me divierte mucho que una nena de 11 años me ponga esos límites.
¿Cómo se lleva la paternidad con los tatuajes?
Una vez me acuerdo que la estaba retando y trataba de hablarle bien, con sinceridad, hasta que me contestó: “Vos me estás diciendo todo esto, papá, pero tenés a las Tortugas Ninja tatuadas en el brazo”. Me cagué de risa y le dije que tenía razón, pero que igual iba a tener que hacerme caso. Fue un buen remate. No dejaría que ella se tatuara antes de los 18, pero después, que se haga lo que quiera. Mis únicos consejos serían que no se hiciera nombres de personas ni tatuajes en la cara.
LA NACION