En 2001, Leonardo Moscato perdió su trabajo y se puso a fabricar pasacalles; hoy es un referente de la “industria” y cuenta los secretos de un negocio que define como “una aventura, algo apasionante”
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Leonardo Moscato lleva 23 años en el rubro. Hoy, desde San Justo, fabrica pasacalles que luego cuelga por toda la zona metropolitana de Buenos Aires. Suele demorar entre 15 minutos y una hora en terminar un pasacalle. Y su producción es asombrosa: hace 25 por día, aproximadamente.
Ahora, a sus 42 años, cuenta su historia: “Mi pasión por esto empezó cuando tenía 4 años. Un día dibujé a Clemente en casa. Me quedó tan bien que mi mamá pensó que lo había hecho mi papá. Y él pensó que lo había hecho ella... Cuando les conté que era mío, ellos lo borraron, me dieron una tiza y me pidieron que lo dibujara de nuevo. Cuando vieron el resultado, se dieron cuenta de que tenía talento, y me mandaron a clase de arte. Mi mamá averiguó, y la profe le dio una cita para que yo fuera. Pero cuando llegamos al lugar y me vio tan chiquito, no me tomó. Se habían olvidado del detalle de la edad. Yo estaba tan entusiasmado que mi mamá le pidió a la profesora que me diera aunque sea una clase. La respuesta fue negativa. La terminó convenciendo. La profe me dio una lapicera y una hoja. Me pidió que dibujara una ciudad. Lo hice con mucho detalle, como si estuviera vista desde arriba. Dibujé postes de luz, cables, pajaritos parados en los cables. Cuando vio eso, fue al revés: le insistió a mi mamá para que me mandara igual. Lo que no nos podían asegurar es que yo pudiera rendir examen por la edad. Entonces yo me empecé a preparar ahí. Hice 3 años seguidos en nivel inicial hasta tener la edad para rendir. Eso me sirvió, porque me iba formando viendo a otros artistas, era como la mascota del lugar”, dice Leo.
Cursó la primaria en una escuela de arte. Y completó la secundaria en la Escuela Técnica de Arte Fernando Fader, en el barrio porteño de Flores. En 2001 comenzó a trabajar en una fábrica de carteles. Le iba bien, se sentía a gusto, pero el estallido de fin de año lo dejó sin empleo, al igual que a muchos argentinos.
“Tuve que reinventarme y empecé a pintar carteles y banderas a domicilio. Y bueno, después un vecino me pidió un pasacalles. Yo no sabía de qué se trataba el tema de los pasacalles, pero necesitaba trabajar y le dije que sí... Ahí empezó todo”, cuenta.
-¿Cuáles fueron los primeros pasos en esta “industria” tan particular?
-Compré la tela, que en ese momento era bolsa de arpillera. Después se la empezó a llamar rafia, después polipropileno... pero es similar a la tela de arpillera. Dejaba mi firma en cada pasacalles, era una manera de promocionar. Empecé yo solo, pero tenía la ayuda de mis padres que recibían los pedidos en su teléfono de línea.
-¿Prendió rápido el negocio?
-Sí, aunque tuve que buscarle la vuelta. Levanté muy rápido en el tema ventas porque me puse a trabajar con emprendedores que si bien estaban en una situación complicada, invertían mucho en publicidad. Y como les funcionaba, redoblaban la apuesta y seguían invirtiendo en pasacalles. Empecé con uno por semana, después dos... Últimamente son muchísimos.
-¿Qué decía el primer pasacalles que pintó?
-Recuerdo que fue para un vecino. Era por un cumpleaños de 15. No me acuerdo el nombre de la chica. Decía: FELIZ 15, QUE TODOS TUS SUEÑOS SE HAGAN REALIDAD, TE AMAMOS, más el nombre de los familiares y un dibujo de una rosa.
-¿Cuáles son los mensajes más pedidos?
-Ahora lo que está en el puesto uno, ahora justo, son las graduaciones. Se reciben de ingenieros, arquitectos, enfermeras. Y después muchos de enamorados.
-Y muchos de arrepentidos, ¿no?
-Sí, esos también están en el primer puesto (ríe), como los de venganza, de despecho; hay muchísimos de esos.
-¿Cómo se suele dar esa situación?
-Apenas se pelean con la pareja, me llaman para escracharlos o para pedir perdón.
-A veces se ven intercambios muy divertidos en las calles.
-Hace poco se dio una “guerra de pasacalles” que se hizo viral. Hay una pareja, se dedicaban pasacalles bastante subidos de tono entre sí. Los colgaban en las inmediaciones del shopping de San Justo. Se contestaban los mensajes ahí en el mismo lugar, y ahora fueron por más y están colocando nuevos mensajes en donde frecuenta la persona: los ponen en donde el otro va a arreglar el auto, en donde va a bailar...
-¿Cuánto sale cada uno? Parece una inversión bastante alta para una pelea...
-Más o menos, un promedio de 39.500 pesos, con la colocación incluida. Sin colocar, 30.500. Esa pareja invierte una barbaridad de dinero... Pero fijate que ella dice que se está gastando la plata de él, algo que cuenta en los mismos pasacalles. Así que parece que no le molesta derrocharla (ríe).
-¿Hay competencia?
-Hay. Yo tengo contabilizados más o menos 10 talleres, pero puede haber más.
-¿Hay códigos?
-Yo me llevo bien con el 100 por ciento de los colegas. Hay otros que entre ellos, no tanto, y están en una batalla campal a veces continua, de muchos años. Se han terminado agarrando a palazos con los palitos de los pasacalles. Se amenazaban por pasacalles. A veces hacían pintadas nombrando un taller a otro, amenazándose hasta de muerte. A veces todo nace por un resentimiento por gente que se desprendió de un taller y se puso a trabajar por su cuenta, lo que derivó en provocaciones y peleas. Se burlaban el uno del otro. Pasaba que en los autos salían a colgar los pasacalles. Pero en vez de ir una persona o dos, iban 6, por si había que pelearse con los otros. En esas situaciones, yo traté de pacificar. También cuando veía un pasacalles caído de otra empresa se lo arreglaba. Me respetan. Entonces nunca tuve nada para que dijeran de mí, ni yo de ellos.
-¿Cuánto le lleva terminar uno?
-Se puede tardar entre 15 minutos y 1 hora.
-¿Usa máquinas?
-Todo a mano. Hago a tiempo porque tengo muchos kits de pintura preparados. Con el primero sí tardé 3 días y medio. Incluso antes marcaba los renglones y las letras con lápiz y fibras. Ahora no. Lo pinto directamente.
-¿Trabaja solo?
-Hoy tengo todo un equipo. Más o menos 10 personas. Y mi abuela, que tiene 80 años, confecciona las costuras de los bordes de la tela. Lo podríamos hacer tranquilamente nosotros, pero ella se siente muy feliz de hacerlo.
-¿Cuántos suelen vender?
-Hacemos de 100 a 200 por día, contando los que son publicitarios. Fuimos desarrollando técnicas para ir secándolos más rápido y para que el color quede potente y que el borde quede nítido.
-¿Qué tipo de clientes tiene?
-Además de los clásicos, hacemos pasacalles para manifestaciones, hacemos banderas de arrastre. Después hay varias discográficas que nos piden, cada vez que alguien saca un disco, hacer uno con un mensaje incógnito. Y después hay bizarros. Por ejemplo, ahora hicimos para Stefi Xipolitakis. Algunos fans suyos le habían dejado mensajes subidos de tono a ella (en un pasacalle), y ella misma se los contestó con el mismo método.
-¿Qué le decían?
-Le decían “turra”, cariñosamente. “Mordeme los labios”, cosas así.
-¿Y qué respondió ella?
-“Si aceptara, no te la bancarías”, les respondió. Están colgados en las inmediaciones del shopping de San Justo.
-¿Cuál es su mejor anécdota?
-Había uno.. la situación fue graciosa, porque un muchacho mandó a hacer un pasacalles para la ex novia, diciendo que la extrañaba. Fuimos a colocarlo en frente de la casa de la chica después de las 21, por recomendación de él. “Ella está muy deprimida, se acuesta a las 9. Ni siquiera llega despierta a las 10 que ya se duerme”, nos contó. Bueno, cuando lo fuimos a colocar, nada que ver, estaba en la vereda con cinco muchachos, tomando cerveza, a las risotadas, y bueno, no sabíamos cómo decirle a él que dejara de invertir en algo que ya no se iba a dar (ríe). Nada que ver al pronóstico que él tenía. Después el pibe se puso de novio con otra persona y fue bueno, porque nos ahorramos de contarle la realidad muy de golpe.
-¿Los que lo contactan por mensajes de arrepentimiento, después llaman para decirle si les funcionó?
-Sí, llaman. Suelen conseguir un efecto positivo. La mayoría son historias con final feliz.
-Imagino que usted también tiene su propia historia con un pasacalle...
-Sí (ríe), hice para mi esposa cuando todavía éramos novios. Fue de incógnito. No podía poner ni mi nombre ni el de ella porque el papá aún no sabía que estábamos juntos. No se tenía que saber todavía... Yo sí quería ir a blanquear la situación, a pedir la mano, y ella estaba aterrorizada con el papá, pidiendo que no se enterara todavía. Le hice un pasacalles con íconos de WhatsApp que nosotros nos solíamos mandar, solo íconos, que ella iba a poder identificar. Lo curioso es que había unas viejitas en la cuadra y se hacían cargo del pasacalles. Decían que era para ellas, de un admirador secreto (ríe).
-¿Alguna vez le han hecho problemas por colgar un pasacalle?
-La condición que nosotros encontramos es buscar no molestar a otros y no atarlo en columnas de luz. Todo lo que perjudique a otros, directamente nosotros mismos lo limitamos, pero después no hay ninguna legislación que hable de los pasacalles. Un día, un policía nos quiso bajar uno que estábamos haciendo para Los Ángeles Azules. El policía leyó mal, pensó que era un mensaje xenófobo porque empezaba con “no todos los ángeles son negros...”. Pero en cuanto le explicamos de qué se trataba, entendió.
-¿Cuál fue el más polémico?
-Puse un pasacalles para un vecino de parte de la novia. Lo colgué y apareció la mamá del muchacho en mi casa súper subida de furia a pedir por favor que lo bajáramos. Que por qué le había hecho eso al hijo, porque no sabía lo que había hecho esa chica. ¡Lo terminó prendiendo fuego! El mensaje decía algo como “¿qué idiota te hace el amor?”. Esa señora se ve que se dio cuenta quién lo mandó a hacer y me vino a buscar a mí directamente.
-¿Hacen pasacalles para todo el país?
-Tenemos cuadrillas de colocadores que instalan en zona sur, norte, CABA. Incluso despachamos pasacalles al interior del país.
-Parece ser un negocio con mucha actividad. Se lo ve muy ocupado.
-Hay muchas ventas, la gente lo toma como un regalo al corazón, no tanto como una tela pintada.
-¿Cuánto puede durar un pasacalle?
-Nosotros los dejamos puestos y, si nadie los saca, pueden durar como 3 o 4 meses. A veces los sacan ellos mismos o nos avisan para bajarlos.
-¿Hay momentos del año en donde venda notoriamente más?
-Sí, febrero es un mes con muchísima demanda por el día de los enamorados. Todo el mundo empieza a pedir pasacalles. También suele pasar que, después de San Valentín, nos piden muchos mensajes con despechos.
-¿Qué es para usted la industria de los pasacalles?
-Para mí es una alegría bárbara ponerme a pintar. Hasta lo haría gratis... es algo que me llena de entusiasmo, me gusta, y me gusta más ver a las familias felices después de haberlo colocado. Yo lo definiría como una aventura.
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