El “Rey” David Hartley fue un falsificador que, en la localidad de Cragg Vale, armó una banda que puso en alerta a la corona en 1769
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Febrero es tan impredecible como impresionante en Cragg Vale, un pueblo de calles empedradas y una inmensa belleza natural en la extensa campiña de West Yorkshire, Inglaterra. Una semana antes de que planeara recorrer un sendero de 8 kilómetros conocido localmente como la ruta Coiners, Cragg Vale fue azotado por dos tormentas que dejaron ríos desbordados y árboles arrancados de raíz a su paso.
Pero, cuando finalmente lo logré, los cielos estaban de un azul claro y las colinas brillaban con amarillos quemados y verdes intensos. Este es un paisaje imponente que en gran parte no ha cambiado con el paso del tiempo; un puñado de turbinas eólicas salpicadas a lo largo del horizonte son los únicos marcadores obvios de la vida moderna.
Vine a Cragg Vale para seguir los pasos del “rey” David Hartley, quien una vez forjó un imperio criminal en esta parte de Yorkshire, un condado apodado cariñosamente como “el propio país de Dios”. Caminé por colinas empinadas cubiertas de bosques y deambulé por caminos de herradura bordeados de flores silvestres. Las cabañas en las laderas estaban anidadas en los valles, protegidas del mundo exterior. Los pájaros cantaban, los arroyos murmuraban y las ovejas pastaban en los campos cubiertos de escarcha.
Estos fueron los paisajes que inspiraron “Cumbres Borrascosas” de Emily Brontë. A primera vista, había poco que sugiriera que esta extensa zona rural alguna vez albergó a una banda conocida como los Coiners de Cragg Vale, cuya empresa de falsificación en el siglo XVIII se enfrentó al establecimiento y puso de rodillas al Banco de Inglaterra.
En ese momento, por el comercio entre Inglaterra, España y Portugal, tanto las monedas inglesas como las extranjeras se aceptaban como moneda de curso legal en Inglaterra. Las monedas estaban hechas de metales valiosos, más o menos valían su peso en plata y oro. Los Coiners, encabezados por Hartley, recortaban los bordes de estas monedas, chelines y moidores, y los fundían para falsificar monedas.
Los moidores portugueses eran los más valiosos, con un valor de alrededor de 27 chelines la pieza, aproximadamente el salario de una semana. Esta empresa no era una operación de poca monta. Por un tiempo fue el mayor fraude en la historia británica, con algunas estimaciones que dicen que pusieron en circulación 3,5 millones de libras esterlinas en monedas falsas, lo que redujo el valor de la moneda en un 9%. Hoy, esa suma rondaría los 650 millones de libras esterlinas (unos US$795 millones).
Si bien se sabía que los miembros de la pandilla asesinaban a quienes los molestaba, también enriquecieron a su comunidad, y fueron protegidos por ella, robando a los ricos para alimentar a los lugareños pobres, quienes le darían a David su apodo de “rey”. Hoy, la historia de Hartley se ha convertido en una leyenda local y es casi folclórica en su infamia, en un enclave del norte de Inglaterra que está plagado de historias extrañas y cuentos fantásticos.
En lo alto de una colina de 400 metros en el valle superior de Calder, formado por pequeños pueblos y aldeas, se encuentra Stoodley Pike, un monumento con púas de 37 metros que se completó originalmente después de la Batalla de Waterloo, en 1815, como tributo a la paz. Por una calamitosa casualidad, se volcó justo antes de que se declarara la guerra de Crimea contra Rusia en 1854.
Fuera de las granjas y las iglesias hay cabezas humanas de siglos de antigüedad talladas en piedra, que alguna vez se pensó que protegían a los espíritus mágicos. Todmorden, por su parte, es un semillero de conspiraciones extraterrestres y supuestos avistamientos de ovnis, alimentados principalmente por la muerte en 1980 del trabajador del carbón Zigmund Adamski, quien fue descubierto a más de 30 kilómetros de su casa cubierto de una sustancia pegajosa no identificable.
Su caso sigue sin resolverse. “Las condiciones perfectas para el folclore son un área donde hay comunidades separadas con buena comunicación entre sí, interdependencia económica y un paisaje distintivo”, dijo John Billingsley, autor e historiador del folclore.
“Todos viven lo suficientemente cerca como para que se encuentren en los pubs”, continuó. “Eso hace que las historias sigan circulando y da un sentido de identidad”. “Los Coiners impactaron con mucha fuerza entre quienes se beneficiaban de su trabajo de ‘Robin Hood’”. La opinión está dividida a la hora de recordar a los Coiners. Algunos creen que fueron simplemente producto de su época, hombres duros para tiempos difíciles. Otros, que no eran más que criminales.
“Todas las sociedades tienen sus forajidos”, señaló Steve Tilston, un músico folclórico y local de Hebden Bridge. “[Los forajidos] no son sólo villanos sino que se las arreglan para burlarse de las personas a cargo, y eso alimenta leyendas. Y en los días de Hartley, la corrupción abundaba. Como ahora”.
El paisaje de Calder Valley, al igual que algunas de sus actitudes, ha permanecido prácticamente intacto desde que Hartley vivía. En 2018, el cartógrafo local Chris Goddard ideó “la ruta Coiners”, que abarca muchos de los lugares frecuentados por la pandilla, algunos basados en hechos históricos, otros mitificados por Goddard en sus numerosos paseos por el paisaje de Calder.
Nuestro paseo comenzó en Mytholmroyd, donde la pandilla solía hacer planes mientras tomaba cerveza. De ahí, nos abrimos paso a través de un bosque antiguo y denso, dragando pendientes empinadas y vadeando entre hojas caídas. Paseamos por una pequeña laguna conocida extraoficialmente como “La piscina de David”, donde el líder de la pandilla se pudo haber bañado una vez, y, alrededor de un kilómetro y medio más tarde, llegamos a los extensos páramos de Broadhead Clough.
Sola, en el vértice de la colina, estaba Bell House, el hogar original de Hartley y, en gran medida, el centro ilegal de la pandilla. “Desde aquí, Hartley podía ver todo”, dice Goddard, particularmente desde Lumb Hole Falls, una roca gigante que domina el valle, que está muy cerca de Bell House. En nuestro camino, nos encontramos con una mujer que, cuando le mencionamos a los Coiners, dijo: “Hicieron muy buen trabajo: tumbaron a la tesorería en Londres... alguien tenía que hacerlo”.
“Los de aquí podían comer carne y vestirse adecuadamente”, agregó. “Dicen que eran duros, pero fue un momento difícil. Bien por él. Yo habría hecho lo mismo. Era supervivencia”. Las riquezas de la pandilla crecieron demasiado para que los poderes superiores las ignoraran. La gota que colmó el vaso llegó el 8 de noviembre de 1769, cuando varios miembros de los Coiners asesinaron a un oficial de impuestos especiales, William Deighton, enviado a investigarlos.
Cinco días después, una proclamación real emitió una recompensa de 100 libras esterlinas para quien nombrara a los perpetradores. Se hicieron docenas de arrestos, y el grupo comenzó a implosionar. Los miembros se enfrentaron entre sí para salvarse. Algunos escaparon de la justicia, como el hermano de David, Isaac, quien murió a los 70 u 80 años.
Hartley fue arrestado. Y el 28 de abril de 1770 fue ahorcado en Knavesmire Tyburn, cerca de la ciudad de York. Por razones que son desconocidas, a Hartley se le dio un entierro que no corresponde a una persona sentenciada a muerte en el siglo XVIII, una época en la que los criminales podían ser ahorcados, arrastrados y descuartizados. Tras la ejecución, su cuerpo fue liberado de York y transportado 95 kilómetros hasta la iglesia St Thomas à Becket en Heptonstall, West Yorkshire, donde fue enterrado en los terrenos consagrados de la iglesia.
La iglesia, construida entre 1256 y 1260, hoy es una ruina sin techo. La poeta Sylvia Plath está enterrada en el mismo cementerio; cuando la visité, su tumba estaba adornada con flores y el suelo perforado con bolígrafos y lápices dejados en homenaje. La de Hartley era poco más que una piedra en el suelo.
Pero el nombre de Hartley sigue vivo, tanto en piedra como en sus descendientes. “Legendario es probablemente una buena palabra para referirse a él”, dijo Steve Hartley, cinco veces bisnieto de David Hartley. La historia familiar de Steve era controvertida mientras crecía, y recuerda que su bisabuelo rara vez hablaba del “rey”. “Las generaciones mayores se avergonzaban”.
No sólo las anteriores. Tilston recuerda que un curador del museo Heptonstall le dijo que Hartley era indigno de estar enterrado en la iglesia. Pero su historia pronto será más conocida, gracias a una adaptación televisiva de la novela de Benjamin Myers “The Gallows Pole”, un relato parcialmente ficticio de los Coiners. Venerado o vilipendiado, hay algo intrínsecamente humano en el motivo por el que se sigue contando su historia, según Billingsley.
“El folclore tiene una gran capacidad de atraer a la gente”, dijo. “Es una búsqueda del origen y una validación del lugar de donde provienes, y en la comunidad hoy hay personas buscando significado y conexión”.
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