Historias truculentas: la segunda ola de los true crimes ya está entre nosotros
Las series dedicadas a crímenes reales atraviesan un momento mucho más prolífico, diverso y exitoso que el inicial, cuando la American Crime Story del caso O.J. Simpson fue furor. Los realizadores hablan de subjetividad –mostrar los hilos de la producción y exponer sus puntos de vista– y cuentan cómo logran acercarse tanto.
El concepto basado en hechos reales es hoy el gran disparador, el gatillo. Una detonación, un aperitivo, un prólogo crocante para series o films: entre el participio (basado) y el adjetivo (reales), la explosión del verbo (hecho) ese embrión del relato tan actual como la biblia: "en el principio fue el verbo". O sea: la acción, lo que ocurrió, lo fáctico. Eso que llamamos "la historia". Basado en hechos reales, cual cuatro notas y palabras que suenan como disparos, que detonan nuestro morbo y felinamente nos electrocutan de curiosidad por lo que se nos narrará: la historia. Pero, ¿hay acaso una única historia? El eslogan true crime gatilla la promesa de una prueba forense: la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad… Sí, pero acompañada de una mirada subjetiva.
A principios de 2020, casi al mismo tiempo que la pandemia definía la forma de nuestra soledad y distancia (juntos, pero aislados: como en un domo de Stephen King), la serie Nisman, la presidenta y el espía acaparaba una atención única y la discutía el país entero. Sin saberlo preanunciaba que el año también concluiría con otra serie true crime: Carmel. ¿Quién mató a María Marta? (Netflix) que iba a quedar entre lo más visto del streaming. En el año más extraño que la ficción, las series que secuestraron la atención de los argentinos y de gran parte del mundo no se basaron en lo fantástico, en la ciencia ficción o cualquier otro género que conecte con la (i)realidad de la pandemia. El público halló placer y entretenimiento en los hechos. O, al menos, en su mirada.
Estemos ante una nueva y segunda ola, mucho más prolífica, diversa y exitosa que la primera, de producciones true crime. Un género joven en TV cuyos precursores nacieron hace menos de un lustro con The Jinx, Making a Murderer y The People v. O.J. Simpson: American Crime Story. Apenas dos años más tarde, Mindhunter (ficción, pero basada en un estudio real del FBI) prodigaba una tendencia que abarcaba desde historias de crímenes verdaderos con personajes públicos (de Oscar Pistorious a Gianni Versace y la niña Madeleine McCann) hasta el más ignoto de los ciudadanos con la reciente y perturbadora El caso Watts: El padre homicida.
¿El hombre equivocado?
Carmel fue producida por la showrunner Vanesa Ragone (ganadora del Oscar por El secreto de sus ojos) y su director es Alejandro Hartmann. La serie lideró el ranking de lo más visto compitiendo con megaproducciones internacionales muchísimo más costosas, como The Crown o Gambito de dama. "La gente me pregunta quién la mató –dice Hartmann, ya casi acostumbrado–. Y obviamente yo no lo sé. Lo nuestro fue un documental, a decir verdad, bastante clásico, con algunas tomas ficcionales, pero sobre todo periodístico y de investigación: mucho respeto por las fuentes e investigación. No quisimos borrar los límites entre documental y ficción, cuya delgada línea divisoria es un signo del cine de estos tiempos".
-¿Hay una fórmula de cuánto de ficción y cuánto de documental balancear en una serie así?
-El caso es muy cinematográfico realmente. Yo vengo de la ficción y nos llevó meses discutir a mí y a mi productora Sofia Mora, esa maduración de la ficcionalización. Lo pensábamos en imágenes. Por ejemplo, María Marta andando en bicicleta, volviendo a su casa, es una imagen muy visual y eso fue quedando en la serie.
-La víctima es retratada más real, con su historia, su pasado, sus amigas, etcétera, no como la abstracción de un crimen o un expediente.
-Por supuesto. De la misma manera que con un caso así no podés hacer comedia negra. Así, las recreaciones tienen un lugar claro. ¿Sabés por qué? Porque no teníamos archivo. Y ahí yo preferí explicitar mi mirada: decir ‘esto es una visión, una mirada entre tantas’. Mostrar que hay un director, una realización detrás, una mirada editorial… Si alguien te lo cuenta, entonces que te muestre su costura.
-¿Cuán difícil fue conseguir a los entrevistados? ¿Te sentiste en algún momento frente a un culpable del crimen o de falsear pruebas para lograr una condena?
-El acercamiento a cada entrevistado fue muy lento. Fuimos muy claros en que no íbamos a tomar partido, pero que también estarían ambas partes y todos los implicados en el caso. Pero cuando los entrevistás ya estuviste hablando muchas horas por teléfonos con ellos, con lo cual ese sentimiento de hipotética culpabilidad… ya no pervive. No preguntás "che, ¿la mataste?"[risas], es un poco fuerte, ¿no? Tampoco era la idea. Por supuesto que uno se pregunta por la culpabilidad. Pero las repuestas te llevan para otro lado. La entrevista es un momento muy complejo donde también hay que dejarse llevar y no estar a la defensiva. Yo no soy "la justicia" y me interesaban otras cosas, acaso más importantes: si seguían manteniendo ese mismo discurso luego de casi 20 años.
A la hora de sus preferencias cinéfilas, Hartmann elige un documental bisagra como La delgada línea azul (1988, Errol Morris), por haber introducido ficción en el registro, o el cine del brasileño Eduardo Coutinho. Y también enfatiza la importancia de trabajar con un equipo de guionistas y productores que cumplan diferentes roles. "Pude ponerme en un lugar, acaso más corrido, pensando más en la forma que en el caso. Obviamente leí todos los libros y vi todo el juicio, pero no intenté resolver el caso. Es tan complejo que podría ramificarse y no terminar más. Es un verdadero fractal, como cajitas chinas: vas al caso de narcolavado y abrís otra puerta judicial; volvés al cuestionado certificado de defunción y cambia a otra causa judicial paralela... Es bueno entonces, a la hora de la hacer un documental, estar afuera y adentro al mismo tiempo".
¿Hay una clave para la fascinación con este sub-género, tan antiguo como los homicidios múltiples, pero tan novedoso y fresco como el auge que vivió el cine con los asesinos seriales, a partir de Hannibal y su inolvidable interpretación por Anthony Hopkins? Tal vez la pista la dé Adrian Horton, periodista especializado en TV para el diario inglés The Guardian, cuando explica que ‘’es más una meditación sobre el magnetismo de las conclusiones que la búsqueda de una’’. Se refiere a una de las mejores series de true crime de este año, A Wilderness of Error (a través de la cadena FX), basada justamente en un libro de Erroll Morris. Y citando a Morris, agrega: "¿Qué sucede cuando una narrativa ocupa el lugar de la realidad? Es casi como si nada hubiera pasado realmente en la historia a menos que se haya grabado en una película o en una serie de televisión".
Pero los crímenes también pueden ser políticos, una apuesta que no siempre parece tener aval comercial o capital de riesgo desde la producción. No es el caso de la flamante El arte del asesinato político (The Art of Political Murder) que acaba de estrenar HBO. A su seductor título que parece abrevar de nombres esenciales del género criminal y del realismo sucio (Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas De Quincey, o El simple arte de matar, de Raymond Chandler), se suma la producción de una estrella como George Clooney. El documental investiga el brutal asesinato del obispo guatemalteco Juan Gerardi en 1998, apenas dos días después de que presentase un informe condenatorio en el que culpaba a los militares guatemaltecos de las atrocidades de la guerra civil (un hecho espantosamente similar al del asesinato de Rodolfo Walsh, que fue acribillado por militares del ejército argentino un día después de presentar su célebre Carta abierta). El caso conmocionó a un país devastado por décadas de violencia política. Esta producción forma parte de una colección de cinco documentales sobre crímenes de la misma señal e incluye Loco, no demente, El misterio de D.B. Cooper, Complejo de dios y La serpiente de Alabama. HBO, a su vez, en octubre último estrenó Murder on Middle Beach, una miniserie dirigida por el hijo de una mujer asesinada; él sale a investigar el caso y entrevista a los miembros de la familia para saber qué pasó y reconstruir también la historia de su madre.
Víctima, no victimario
¿Cómo se hace un documental así, no desde el drama, sino desde la más pura e inverosímil tragedia griega? Es lo que nos cuenta la desgarradora Las Tres Muertes de Marisela Escobedo. En Ciudad Juárez, México, luego del asesinato de la joven Rubí Escobedo en 2008, su madre, Marisela, inició una lucha sin cuartel por todo México exigiendo justicia y que el caso fuera encuadrado como femicidio. El asesino de Marisela (su pareja) fue liberado y su madre fue espantosamente asesinada de un tiro en la cabeza frente al Palacio de Gobierno de Ciudad de México mientras exigía justicia. Aún más: el homicidio quedó registrado.
"La familia de Marisela está asilada en Estados Unidos. Fue muy difícil dar con ellos y tener su confianza –le cuenta a LA NACION revista Carlos Pérez Osorio, el director de la serie–. Tardaron, comprensiblemente, en tener confianza con nosotros. Trabajé horas y horas sin cámaras frente a cada uno de ellos: hay que escuchar antes de grabar. Estamos hablando de gente muy especial que vive en uno de los lugares más violentos del mundo, entre Ciudad Juárez y la frontera y que ahora ven la vida como una forma de supervivencia. Esta película es la historia de un crimen, de una familia y el intento de reconstruir la vida de Marisela. El guion, pensado en tres actos, lo teníamos hace tiempo… Pero tienes que encontrar el sentimiento que acompañe a tu guión".
Basta bucear en las redes sociales para hallar una catarsis infinita de sentimientos de entre los que vieron el documental. Como si a los tres actos correspondieran tres reacciones: indignación, dolor (el relato de los muchos que tuvieron que dejar de verla y apartar los ojos) y finalmente la acción: instalar legalmente la figura del femicidio.
-¿Cómo volviste a contar una muerte que todo México conocía?
-Te sorprenderías. Fue una cosa más de periodistas y de activistas. Desgraciadamente, se parece a muchos otros casos de homicidios en México.
-En el documental Grizzly Man, su director, Werner Herzog, decide no mostrar el registro sonoro del momento en que el oso devora a la pareja retratada. ¿Cuál es el límite de lo que se puede publicar?
-Si buscas en internet ‘Marisela Escovedo’, te encuentras con todo tipo de cosas. Y yo creo que hay cosas que no hace falta ver... Quisimos ser elegantes, respetuosos con una familia, con un país que iba a revivir este crimen. Porque el riesgo en las historias sobre true crime, es que haya un rechazo por sentirnos vulnerables ante el sistema de justicia que tenemos. Tienes dos opciones: morir en la lucha por tu causa… u olvidar y vivir tu vida. Ese momento del asesinato de Marisela es de tal impacto (hace un silencio)… de tal cinismo, tan descarado. O sea… ¡8 PM, frente a las oficinas del gobernador y que alguien pueda bajarse de un carro y que asesine a quemarropa a alguien que ya había sido amenazada!
-Pero a la vez evitás el didactismo, la ‘’bajada de línea’’.
-Eso fue importante desde el inicio. Realizar algo así que no se sienta regañón. "Entretenido’’ es una palabra difícil, pero las audiencias necesitan emocionarse y a la vez tienes que lograr que no dejen de ver. Y sobre todo con una narrativa nueva: la de la víctima, no de un victimario. Porque historia de sicarios… pues en las plataformas tenemos un chingo y se venden muy bien.
Adaptada o no, la literatura sobre crímenes reales siempre ha sido un género en sí mismo. En la segunda mitad del siglo pasado se la empezó a denominar no ficción y hoy continúa expandiéndose: desde Rodolfo Walsh y Truman Capote hasta Emmanuel Carrère (con El adversario) o Carlos Busqued y su crónica Magnetizado. El escritor de policiales Guillermo Martínez que participó en Carmel nos da también su opinión.
"En el caso María Marta –sostiene Martínez– actuó una ley muy humana que Borges reconoce extraordinariamente en su cuento policial ‘La muerte y la brújula’. Allí un detective paralelo a la investigación sostiene ante la hipótesis oficial: ‘posible, pero no interesante’. Y esto es lo que nos ocurre a los seres humanos y es lo que yo llamo la estética de los razonamientos. Lo que sostenemos muchas veces ante un caso policial no tiene que ver con el grado de verosimilitud, sino con lo que nos parece grato o cercano a nuestro círculo de pertenencia. Y con este caso sucedió algo parecido: acaso el verdadero misterio radica en por qué la familia encubrió o limpió la escena, cuándo el viudo al comienzo de la serie declara haberse encontrado con ‘eso’ (el cuadro de la lucha de María Marta por su vida)… Esto llevó a la opinión publica a creer a la familia como autora material del hecho. Como escritor de policiales, todo eso me hace pensar en ese tipo de novela de misterio en que la familia, por diversos motivos, no quiere que se investigue. A partir del encubrimiento de la familia, la hipótesis más ‘interesante’ es el crimen a lo Agatha Christie, que, por supuesto también alimentaron los medios, a pesar de que Carrascosa fue sobreseído luego de años en prisión".
Las producciones (incluso el apogeo de los podcasts que se especializan en true crime, como My Favorite Murder, Serial o Criminal) viven un renacimiento que, parece, ha llegado para quedarse. Para 2021 Netflix ya anunció Night Stalker: The Hunt For a Serial Killer sobre el asesino serial Richard Ramírez y la plataforma Hulu contará con Martin Scorsese para la producción The Devil in the White City, la historia del primer asesino en serie de Estados Unidos: el Dr. Henry Howard Holmes. La protagonizará Leonardo Di Caprio. Con claras resonancias políticas, el nuevo título de American Crime Story (FX y BBC) para 2021, será Impeachment, sobre el escándalo sexual entre el expresidente Bill Clinton y Monica Lewinsky. Desde asesinos seriales hasta procesos judiciales, crímenes sexuales (como Lorena, sobre el caso de Lorena y John Bobbitt), política e historia, producciones basadas en entrevistas de archivo (Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy) o con fuerte acento en lo forense, el true crime por ahora, no se entrega. ¿Caso cerrado?