A las 9 de la mañana de un lunes de marzo precuarentena, un hombre de 54 años, párpados caídos, barba incipiente, camisa cuadrillé y guardapolvo blanco entra en un edificio antiguo frente a Parque Centenario. Toma el ascensor hasta el primer piso y atraviesa el pasillo largo con andar parsimonioso. A los lados hay heladeras, placares color beige y duchas hidrantes. Frena en una puerta desde la que se observan mesadas negras. Están repletas de colorantes, cultivos, jeringas, microscopios, pipetas. El hombre está solo en el Laboratorio de Terapias Regenerativas y Protectoras del Sistema Nervioso Central de la Fundación Instituto Leloir, creada por un premio nobel argentino y considerada una de las instituciones científicas más importantes del país. Sobre su escritorio descansa una estatuilla de Einstein con la bragueta baja. Esta mañana, como desde hace 30 años, Fernando Pitossi trabajará en la búsqueda de la cura contra el Parkinson. A las siete de la tarde, se cambiará el guardapolvo por una remera naranja, se colocará un collar de cuentas de madera y, en un amplio salón de Colegiales, sentado en posición de loto, con ojos cerrados, voz suave y pausada, dirigirá una meditación budista. Pero eso pocos lo saben. Y menos lo creen posible.
Desde hace 30 años, Fernando Pitossi trabaja como científico. Dirige un equipo que busca la cura contra el Parkinson en el Instituto Leloir. Y, desde hace 20, es practicante y facilitador de meditación budista tibetana.
–El budismo me ayudó a desapegarme de las cosas ligadas al reconocimiento. Hasta hace un año yo tenía clarísimo adónde quería llegar, hoy ya me cuesta pensar a futuro: se me fueron los objetivos –dice.
Está sentado en una mesa blanca cuadrada, en una sala pequeña y vidriada con un pizarrón blanco detrás, en la Fundación Leloir. Después recuerda cuando en 2008 recibió el Premio Fellow de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation por su trabajo en el área de las neurociencias.
–Se me infló el pecho: los premios son pura vanidad.
Lo dice y cierra los ojos para concentrarse en su respiración. Se lleva la mano al pecho. Pasan uno, dos, cinco segundos. El silencio se amplifica en el cuarto pequeño. De fondo se escucha el ajetreo de los pasos de personas que caminan por el pasillo contiguo. Algunos de los que pasan miran hacia dentro de la sala. Pitossi sigue con los ojos cerrados. Respira una vez más y los abre: "Es que tengo náuseas", se disculpa. Comenzaron hoy temprano, explica, cuando se enteró de una noticia desagradable.
–Es un mal gusto, pero no lo tengo que dejar pasar porque, si no, se me mete para adentro. Cuando el budismo dice que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, es así: vos lo podés hacer opcional transformándolo a través de la respiración –dice–. Pasa que todo el tiempo estamos evitando sentir: no me banco esta tristeza, este dolor, esta angustia, entonces la evito, y vuelve, vuelve, vuelve… y me termino enojando con cualquiera. En cambio, si lo hago consciente, pasa…
Pitossi integra los conceptos del budismo a la vida cotidiana. Los suelta como una margarita que va deshojando, en todos los temas que toca, hasta llegar al último pétalo: la respuesta develada, la explicación espiritual. Esa visión filosófica, que tiende hacia lo elevado, se contrapone con su manera de hablar descendente: voz calma, párpados caídos, semblante cansado. Pitossi siempre es un rostro pálido que parece al borde del agotamiento.
Algunos de sus colegas del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) creen que está loco. "¿Cómo puede ser que un hombre tan inteligente y con tanta trayectoria haga eso?", dijo una de las científicas más influyentes de las Ciencias Exactas de Argentina cuando se enteró de que Pitossi medita todos los días a la mañana y a la noche y, además, guía meditaciones. Otros, como Fernando Goldbaum, inmunólogo del Conicet, director del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Buenos Aires (IIBBA) y colega de Pitossi desde la Facultad, creen que la meditación le hizo bien porque "le trajo paz y lo devolvió a su eje".
–Puede ser que esté un poco loco, pero a mí la meditación me cambió la vida. Y mientras en el laboratorio nos vaya bien, creo que seguimos aportando al conocimiento científico –dice Pitossi antes de irse al bioterio, el lugar en el que se crían las ratas con las que hace experimentos, para seguir con su jornada laboral–. Para mí la ciencia y la espiritualidad son lo mismo. Dos vías para intentar disminuir el sufrimiento.
El camino del medio
Entre los más de 10.000 investigadores del sistema científico argentino del Conicet, hay solo tres que están estudiando fenómenos ligados a lo espiritual: dos, mindfulness y una socióloga, chamanismo. De las fronteras argentinas hacia fuera es otra cosa: existen 11.000 estudios científicos de los últimos 10 años que comprueban los efectos de la meditación en la vida diaria.Siete mil se produjeron en los últimos tres años. Hay, incluso, una nueva rama de la ciencia –"neurociencia contemplativa"– que investiga cómo los fenómenos de contemplación, como la meditación, alteran la sangre, los genes y las imágenes cerebrales.
Existen 11.000 estudios científicos de los últimos 10 años que comprueban los efectos de la meditación en la vida diaria.
Si la mayor parte de los investigadores creen que el método científico es infalible y desestiman aquello que no se pueda explicar a través de ese sistema, en la otra vereda, quienes cultivan una vida espiritual creen que aquello no es más que una construcción del intelecto. Que el único modo de llegar a la verdad ante preguntas como "qué sentido tiene la vida", "qué es la felicidad", o si "existe Dios", es rendirse ante el misterio.
En el medio está Pitossi.
No siempre fue así: cuando comenzó, Pitossi también quería ser un científico a imagen y semejanza de sus colegas. Cumplió con todos los requisitos. En la Facultad, era un alumno ejemplar –aunque estudiaba siempre tres días antes de los exámenes–, pero, además, era muy activo: en 1985, plena posdictadura, Pitossi participaba en la Secretaría de Cultura. Con su agrupación Junta Organizadora del Alumnado (J.O.D.A.) armaba mesas redondas que revolucionaban la Facultad de Ciencias Exactas, donde debatían temas con invitados de la contracultura, como Enrique Symns, curas o prostitutas. Pitossi leía a Freud, a Wilhelm Reich, a Henry Miller, era un habitué del Parakultural, de Cemento.
Hay una nueva rama de la ciencia –"neurociencia contemplativa"– que investiga cómo los fenómenos como la meditación alteran la sangre, los genes y las imágenes cerebrales.
Pis, caca y sangre era el camino que le esperaba después de la Facultad. Los análisis clínicos son el horizonte de cualquier bioquímico recibido, pero no lo fueron para él. A los 23, rindió las siete últimas materias que le quedaban en tres semanas y se fue becado a Suiza. Allí, en los mejores institutos de Europa, dio sus primeros pasos en investigación básica en el campo de la biología molecular. A la semana de llegar a Basilea, su jefe le dio una molécula que él mismo había clonado para que leyera las letras que componían su ADN, es decir, para que la caracterice. Al hacerlo, Pitossi le avisó: "Esto es nuevo". Ese fue todo su mérito, que para los parámetros del mundo científico no parece demasiado, pero le alcanzó para figurar en un paper como parte del equipo que descubrió la proteína Akt, una de las más famosas del mundo, que abrió un nuevo camino en la señalización celular.
–Se convirtió en una proteína clave para que se hagan más células a partir de las células, es decir, para que las células proliferen. A partir de ese hallazgo, la proteína Akt tuvo más de 80.000 citas: se utilizó en más de 80.000 trabajos científicos.
Después se doctoró en Zúrich y, de ahí, a Friburgo. La ciencia lo tenía fascinado, trabajando 10 horas por día, de lunes a lunes. Por esos años, conoció a quien sería su mujer y con quien tendría dos hijas; mientras, en el laboratorio, estudiaba la interacción entre el sistema inmune y el nervioso.
–Este tema a mí me ayudaba a entender fisiología: cómo una persona que está deprimida tiene el sistema inmune bajo, por ejemplo. Porque hay colegas a los que el método científico los atrapa tanto que no importa si estudian una proteína del ribosoma de una bacteria de la Antártida o la distribución de los pelos del camello. Les da lo mismo porque el método científico los fascina en sí mismo. A mí no. Me interesa el para qué.
Antes yo juzgaba, decía que eran cosas distintas, que no podía ser. Esto de integrar la ciencia y la espiritualidad es un desafío, porque genera resistencia.
Fueron 9 años y medio en Europa hasta que volvió al país tironeado por los afectos. Era 1993, la carrera de investigador científico estaba cerrada en Argentina y con un doctorado en Biología Molecular bajo el brazo solo consiguió trabajo como remisero. Volvió a Alemania con su esposa, continuó sus investigaciones en cerebro y Parkinson, fue y vino de Europa a Argentina varias veces en vacaciones, hasta que regresó definitivamente en 1997. La vuelta, aunque deseada, no fue fácil.
–Me agarró un síndrome vertiginoso y me tuvieron que internar un viernes en el Sanatorio Colegiales. Con mi mujer estábamos a las patadas. Hasta ese entonces yo jamás había meditado.
Las oportunidades empezaron a aparecer: una beca de reinserción de la Fundación René Barón, un concurso docente, un contrato en Conicet, un subsidio de Fundación Antorchas. Pero solo había una forma de salir de la espiral de estrés: empezar terapia. Y resultó que la terapeuta, recomendada por una amiga, no era muy convencional. Durante las sesiones, le propuso dinámicas de ensueño dirigido, relajación y meditación budista.
–Así llegué a la meditación: por desesperación.
Viaje iniciático
Como si hubiese viajado al Ártico. A Islandia. A Marruecos. A Lisboa. Como si hubiese atravesado las fronteras de un país desconocido esquivando los controles. Como si hubiese cruzado el umbral de la atmósfera. Como si hubiese viajado a la Luna. La primera vez que Pitossi meditó estuvo un minuto –un eterno minuto– sin pensar.
–Sentí como si hubiese estado una semana de vacaciones.
Después volvió a la vida real: se divorció y consiguió establecer su propio laboratorio, de terapia de genes en sistema inmune y Parkinson, en la Fundación Instituto Leloir. Eran los 2000, y Pitossi parecía tener dos caras. En lo personal, se convertía en practicante de meditación. En lo profesional, era tiránico: su práctica favorita era echar a quienes trabajaban con él en su laboratorio.
El budismo dice que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional: vos lo podés hacer opcional transformándolo a través de la respiración.
–Era malo, muy malo. Estaba sacado. Me estaba divorciando. Y no entendía por qué acá funcionaba todo mal, no había presupuesto: en Europa, hacer investigación era tener todo servido. Pasé dos años y medio de una situación personal de mucha tensión. Con una necesidad muy fuerte de que me fuera bien. Muy fuerte, violenta. Nerviosa. Tensa. No porque quisiera ser premio nobel, no era ambición de carrera, era inconsciente, algo de supervivencia. Era "ya estoy acá, no me quiero ir".
Pero siguió con la terapia. Y del consultorio de terapia saltó a un grupo de budismo tibetano. Se fue de retiro de meditación con la escuela de Claudio Naranjo, doctor en medicina, psiquiatra y terapeuta holístico. Y como una pócima que de pronto se activa, la meditación comenzó a hacer efecto en su vida. Años después, también encontraría respuestas en técnicas como el chamanismo con tambor y el tantra. Pero para eso todavía faltaba.
La universidad del espíritu
Es un sábado soleado de comienzos de marzo, dos días antes de la entrevista en la Fundación Instituto Leloir. Aún faltan algunas semanas para que se imponga el confinamiento obligatorio debido a la epidemia de coronavirus. En un amplio salón de Colegiales, hay más de 50 personas sentadas en almohadones dispuestos sobre un piso de goma espuma, frente a Pitossi, que lleva puesta una remera naranja y pantalón claro. Una imagen se proyecta en la pared a sus espaldas. Dice "Ciencia y Meditación" en letras mayúsculas, acompañada con fotos de Einstein y Buda. Al fondo del salón, un ventanal da a un jardín lleno de plantas.
–¿Cuántos en esta sala son científicos? –pregunta Pitossi. Se levantan seis o siete manos- ¿Cuántos son meditadores? -Ahora las manos alzadas se multiplican.
Pitossi está por presentar una introducción al curso anual que da desde hace una década. Jornadas de exposiciones teóricas todos los lunes, que intentan explicar científicamente la espiritualidad, mezcladas con prácticas de meditación. Para eso, como hace en los congresos científicos, pasará un power point con 39 placas.
–Yo hasta los 20 años pensaba que eran mis pensamientos, no sé si a ustedes les pasa. Los pensamientos son como el ruido de un televisor, o como mariposas. Antes, cuando empezaba a meditar, a mí se me venía la agenda completa. Llegué a contar siete diálogos juntos que sucedían en mi interior –en el salón, algunos asienten, otros se ríen–. La meditación me sirvió para cambiar la percepción y aquietarlos.
En la pared se proyecta el funcionamiento de un intestino animado.
–Eso es lo que el budismo llama impermanencia. Lo único permanente es el cambio. En el cuerpo se generan un millón de glóbulos blancos por segundo a partir de células madre –chasquea los dedos–. Dos millones de glóbulos rojos. La piel en dos semanas se regenera. Hay hasta nuevas neuronas. Cada neurona está conectada con otras 10.000. El que me diga "la gente no cambia", que venga y discutimos. Tenemos que aceptar el cambio.
–Parecés del Gobierno anterior –dice a los gritos alguien desde su almohadón. Pitossi se ríe, todos se ríen.
–¿Qué pasa si no aceptamos el cambio? –sigue–. Nos estresamos.
Ahora enumera los efectos científicos del estrés crónico. Diabetes, riesgo cardíaco, ansiedad, depresión. Pasa a otra placa, que se titula "Limitaciones del método científico", y muestra gráficos de un estudio de 1992, publicado en una revista científica de psiquiatría, donde estudian a 22 pacientes con síndrome de ansiedad general que son sometidos a sesiones de meditación durante ocho semanas. En otra placa, muestra estudios de la actividad cerebral durante la meditación. Después, explica el funcionamiento de la amígdala cerebral que regula el miedo. Y exhibe un video que dice: "Hay solo dos sentimientos: amor o miedo".
–Este tipo de estudios científicos y conceptos budistas vamos a ver en el curso. Y después vamos a meditar nosotros. Porque cuantas más horas meditás, mejor estás. Me comprometo a hacer el mejor esfuerzo para transmitirles en forma rigurosa qué está probado científicamente y qué son creencias personales o filosóficas. Ustedes eligen qué tomar de todo eso –dice, cuando termina la exposición.
Ser o no ser (científico)
Una rata albina espera su neurocirugía adormilada sobre una mesada del bioterio de la Fundación Instituto Leloir. Este lunes, Pitossi, barbijo y guantes puestos, le hace una pequeña incisión en el cerebro. Luego, siguiendo las coordenadas de ancho, largo y profundidad, le inyecta una molécula que mata neuronas y provoca signos de Parkinson. Y así con otras 11 ratas. Una vez que las enferme, probará cómo curarlas. Su ilusión es poder extrapolar esa cura, algún día, en seres humanos.
Aprendió a hacer las operaciones estereotáxicas de ratas en Oxford. Las practicó durante 20 años sin culpa, hasta que empezó a meditar y a preguntarse si valía la pena dañar, con fines científicos, a estos animales: el budismo postula que ningún ser sintiente debe ser sometido al sufrimiento y, por eso, promueve hasta el vegetarianismo. Un dilema similar llegó a los oídos del Dalai Lama a través de los encuentros de la Fundación Mind and Life, congresos de científicos y monjes budistas en los que se discute sobre ciencia y espiritualidad. Pitossi tenía el planteo en la cabeza, y la respuesta del Dalai Lama, que llegó a través de uno de sus representantes monjes, fue como una verdad revelada: para hacerlo, el científico debe estar muy seguro de la intención. Es necesario que a las ratas se les aplique anestesia y se les disminuya todo el sufrimiento posible. También, que se las mantenga en lugares confortables y, después de la operación, se les dé analgésicos, hasta que exista otra cosa que pueda suplir el uso de estos animales.
–Ya estamos reemplazando –avisa Pitossi–. Estamos supliendo los modelos animales por neuronas que hacemos a partir de piel y sirven de modelo de estudio de enfermedades.
En 2019, Pitossi fue elegido como miembro de una de las organizaciones más prestigiosas de Europa de Biología Molecular. Y fue promocionado a la categoría más alta del Conicet.
A raíz de sus investigaciones, en abril de 2018, el equipo que Pitossi dirige en el Laboratorio del Instituto Leloir fue noticia en los medios nacionales por las posibilidades que están abriendo sus investigaciones para encontrar un tratamiento de la esclerosis múltiple, dirigidas por Carina Ferrari, una científica de su grupo. El titular del diario digital Infobae lo anunció así: "Avances en un modelo para estudiar la forma más discapacitante de la esclerosis múltiple". La nota fue acompañada por una foto: Pitossi posando junto a su equipo, sonriente, radiante. No fue la primera vez que salieron en los medios: en 2015, fueron tapa de Clarín. "Hallan una molécula clave para enfrentar el Parkinson", avisaba la noticia, y explicaba el descubrimiento de una molécula del sistema inmune que podría ser capaz de crear nuevas neuronas a partir de células madre, con las que se podrían regenerar las mismas neuronas que se van muriendo en los pacientes con Parkinson. Además, en 2019, Pitossi fue elegido como miembro de una de las organizaciones más prestigiosas de Europa de Biología Molecular. Y fue promocionado a la categoría más alta del Conicet: se convirtió en investigador superior.
En términos generales, yo soy muy empírico; si algo me funciona, lo adopto. A mí lo que me convenció fue la experiencia.
A veces, Pitossi fantasea con dar una meditación en el Instituto Fundación Leloir, para sus colegas. Y a veces, varias veces, Pitossi se preguntó si debía seguir siendo científico. Si no sería mejor dedicarse de lleno a la meditación budista. Lo preguntó en muchas ceremonias de chamanismo con tambor. La respuesta que recibe es siempre la misma.
–Que no. Que no son mundos diferentes. Que tanto la meditación como el chamanismo, como el tantra, son modos de llegar a lo mismo: a disminuir el sufrimiento. En términos generales, yo soy muy empírico; si algo me funciona, lo adopto. A mí lo que me convenció fue la experiencia. Antes yo juzgaba, decía que eran cosas distintas, que no podía ser. Esto de integrar las dos cosas, la ciencia y la espiritualidad, es un desafío, porque genera resistencia. Es un cambio. Es nuevo, pero estoy seguro de que se va a seguir. Cada vez que hay un cambio, hay una resistencia: esa es una ley. Y todo cambia, pero el sufrimiento está en aferrarse a lo que nosotros pensamos que nos hace felices, porque todo eso está destinado a cambiar. Mi objetivo es salir lo menos lastimado posible de ser una de las caras visibles de este cambio, hay pocas personas que me pueden acompañar todavía con eso –dice Pitossi, y se ríe.
Hasta hace un año, tenía los objetivos "clarísimos": seguir con la maquinaria de resultados en el mundo científico.
–¿Y ahora?
–A ver… dejame sentir un poquito… –Pitossi hace un silencio en el cuarto pequeño del Instituto Leloir. Cierra los ojos, respira uno, dos, cinco segundos. Se escuchan los pasos de personas que pasan por el pasillo.
- Ojalá en 10 años tenga el corazón más abierto –dice cuando los abre y se encoge de hombros.