Historias fascinantes detrás de un fetiche de biblioteca
El 7 de mayo de 2016 no fue un día más para la Feria del Libro de Buenos Aires. Quienes se acercaron aquel sábado a La Rural, en Palermo, se sorprendieron ante la extensa fila de lectores que aguardaban para entrar. Aunque esto es habitual durante los fines de semana, aquella vez la fila daba la vuelta a la manzana y el promedio de edad de los lectores no debería superar los 11 años. Con un libro impreso en una mano y un selfie stick en otra, hacían cola durante horas para ingresar en la Feria y, si tenían suerte, llevarse de ahí su ejemplar autografiado por Germán Garmendia, el youtuber chileno del que muchos argentinos, solo ante el furor desatado, oyeron aquel día hablar por primera vez. Para sus miles de seguidores, sin embargo, aquello no fue una sorpresa. Pero, para todos, aquel día fue, por sobre todas las cosas, la confirmación del vínculo inesperado que seguía uniendo a los jóvenes con el mundo de los libros y la fascinación de una nueva generación por el viejo fetiche de todos los lectores: una dedicatoria manuscrita de su autor favorito que convierte a un ejemplar cualquiera en un libro único, personal e invalorable.
Cuando faltan pocas horas para la inauguración de una nueva edición de la Feria Internacional del Libro , posamos hoy la mirada de LA NACION revista en el deseado universo de esos tesoros de puño y letra: el trofeo que año tras año moviliza a los lectores al encuentro de los autores para concretar un rito que trasciende las páginas. ¿Qué sería de la Feria sin ese contacto fugaz pero personal, casi íntimo, que se vuelve posible entre el olor de las hojas?
Ese objeto de deseo que perdurará para siempre en bibliotecas enriquecidas por él, ha dado lugar, en todo el mundo, a curiosidades y anécdotas que hoy evoca Silvina Dell'Isola en esta edición. Nos recuerda, entre otras historias, aquella frase atribuida a Borges : "He firmado tantos ejemplares que el día que me muera va a tener un gran valor uno que no lleve mi firma". Aunque esto no es así para los afortunados que atesoran entre sus libros alguno garabateado por la frágil firma de Borges –que un año antes de morir se instaló en un parque de Madrid a personalizar con su rúbrica más de trescientos ejemplares de Los conjurados–, es cierto que los autores más destacados suelen agotar su pulso cumpliendo el deseo de sus lectores. Incluso, en algunos países, es habitual encontrar en las librerías mesas que ofrecen exclusivamente ejemplares autografiados por sus autores. Ese detalle manuscrito hace de por sí la diferencia para los lectores. Cuando la firma acompaña, además, una dedicatoria, puede también alimentar algunas de las más fascinantes historias de la literatura.