Los últimos minutos de Chernobyl, la miniserie que en este invierno 2019 se sumó a nuestras conversaciones cotidianas como la inflación, el Mundial de fútbol femenino o la separación de Dolores Barreiro y Matías Camisani, terminan con el juicio a los responsables del desastre nuclear soviético de 1986. El año en que se filme una serie sobre la historia olímpica argentina, al recorrido por nuestros héroes y heroínas del olimpo deportivo no le debería faltar un capítulo sobre el boicot militar a Moscú 1980, una historia que, como la producción de HBO y BBC, debería finalizar con los culpables en el banquillo de los acusados. Es decir, con los dirigentes castrenses que le prohibieron competir en la capital de la Unión Soviética a una magnífica generación de deportistas.
En 1980, la dictadura militar se sumó al boicot que Estados Unidos lanzó a los Juegos Olímpicos de Moscú, los únicos a los que el país faltó en el último siglo. Y, por alguna razón, de eso no se habla.
Si el régimen comunista intentó silenciar la nube radiactiva que se dispersó por miles de kilómetros a la distancia (acaso porque era un enemigo imperceptible), el gobierno de facto de Argentina en 1980 también invisibilizó a sus atletas proscriptos. Al complot político se le sumó el boicot mediático y, ya en democracia, el moho del olvido y el desamor por la historia hicieron el resto. Del Mundial 78 y de los cientos de deportistas federados desaparecidos hay mucha y muy buena bibliografía. Del Mundial 82 en paralelo a la Guerra de las Malvinas, también. Pero Moscú 80, los únicos Juegos Olímpicos a los que Argentina faltó en el último siglo, están borrados de nuestros libros. No es que no hubo medallas: ni siquiera hubo derrotas. Ya que a los periodistas deportivos nos gusta dárnoslas de poetas, no es una mala frase para sobrecito de azúcar:la mayor derrota es cuando ni siquiera tenemos la posibilidad de perder.
Entonces una cámara debería enfocar a Alejandro Lecot, el mejor nadador argentinode la época, para que recuerde el día en que le comunicaron que, a pesar de que había clasificado a Moscú 80, no podría participar: "Yo tenía 19 años –me dijo hace poco, en una de las contadas veces que le preguntaron por el tema–. Agarré una bandera argentina, de esas que te daban para el Mundial 78, y la quise romper. Mi viejo me paró, pero si ese día me daban un arma... Me mataron, me mataron". El decatlonista Tito Steiner –candidato a medalla– se sumaría en el recuerdo: "Estuve angustiado mucho tiempo. Me cortaron las piernas y las manos".
Es una etapa de mi vida que borré. Fue una cosa increíble, no entendíamos nada. ¡Nos quedamos afuera por algo tan lejano!
La historia de la no historia comenzó a definirse en los despachos políticos. En épocas de Guerra Fría, a fines de 1979, la Unión Soviética invadió Afganistán y le dejó servida una buena excusa al presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, que buscaba su reelección: en nombre de la paz mundial, convocó a un boicot para los Juegos que comenzarían en Rusia a los pocos meses.
Es cierto que muchos Comités Olímpicos locales, supuestamente aliados a los estadounidenses, se negaron a sumarse. Pero Inglaterra, Francia, Italia y España igual enviaron sus deportistas a la Unión Soviética. También países latinoamericanos se sumaron a los 80 que atravesaron la Cortina de Hierro, como Brasil, Colombia y México. Pero la suerte argentina se liquidó en una reunión que José Martínez de Hoz, el ministro de Economía del criminal Jorge Rafael Videla, mantuvo en Washington con el consejero de Seguridad de la Casa Blanca, que además era el encargado de llevar adelante el boicot olímpico. A las pocas horas, Cancillería recomendó que ningún argentino viajara a Moscú, incluidos los deportistas.
"Es una etapa de mi vida que borré. Argentina habló de un boicot cerealero, pero dos meses después le hizo a los soviéticos su mayor venta en cereales. Fue una cosa increíble, no entendíamos nada. ¡Nos quedamos afuera por algo tan lejano!", recordó, todavía dolido, Marcelo Garraffo, jugador de la selección de hockey que ya se había clasificado a Rusia. También las de fútbol y básquet masculinos –después de 28 años en este caso– lo habían conseguido, pero referentes de la generación predorada como Carlos Romano, Carlos Raffaelli, Miguel Cortijo y Eduardo Cadillac debieron quedarse en el país.
Esos Juegos casi no existieron para Argentina. No se televisaron y solo un medio envió a un periodista, la revista Goles. El único argentino en Moscú fue Roberto Fernández, a quien el Comité Olímpico Argentino (COA) le puso decenas de excusas para demorarle su acreditación. Pero aquel boicot al boicot no sería gratuito: en la redacción comenzaron a recibir amenazas.
Entonces el documental de nuestros Juegos ocultos debería terminar con el juicio al coronel Antonio Rodríguez, el presidente del COA que justificó la ausencia en Moscú 80 con una excusa tan grotesca que hay que escucharla en YouTube para corroborar que realmente la dijo: "Ningún país está obligado a participar en los Juegos Olímpicos".