Es 13 de marzo de 2020. El coronavirus ya se instaló en temas de conversación y en tapas de diarios. Pero la pandemia aún parece un problema ajeno y lo que vendrá después solo puede pensarse como ficción. Es 13 de marzo de 2020 y todavía falta una semana para que se anuncie en la Argentina el aislamiento social, preventivo y obligatorio por el avance del virus covid-19. Ese día, llega el primer aviso del geriátrico: las visitas quedan reducidas a una vez por semana, de a una persona por vez. La hija de Ana lo lee y siente ganas de llorar. La medida casi no llega a implementarse.
Ana vive en una residencia para mayores. De un día para otro, su hija ya no podrá visitarla. Ahí celebrará su cumpleaños y recibirá saludos a través de una pantalla que a veces la alegra y otras la deja más confundida.
Es 16 de marzo de 2020 y el cierre es total. La hija de Ana pasa por la puerta del geriátrico a dejar un vino y pañuelos descartables para su mamá. Ya no puede verla. No más visitas en la residencia para adultos mayores donde vive desde hace poco más de un año. "Residencia": así la llaman las autoridades y las cuidadoras. Y también la familia de Ana, para hacer más tolerable la idea del geriátrico. El factor pandemia no existía cuando hubo que tomar la decisión.
Ana es casi completamente sorda. Está en silla de ruedas y habla poco. Pero lo poco que habla es mucho: logró recuperar la palabra tras un ACV por presunta mala praxis en una de las varias internaciones por las que pasó en los últimos años. También mueve la mano que había quedado inmovilizada. Y una de las piernas. Perdió mucha autonomía, pero no las mañas ni la coquetería. Que el pelo esté siempre bien teñido. Las uñas, impecables y pintadas. Desde el ACV y el duelo que la familia había comenzado a masticar por indicación médica ya pasó casi un año. Covid-19 hubiera sonado a mensaje cifrado inentendible por entonces.
Es 20 de marzo de 2020. Comienza formalmente la cuarentena y se cancelan las visitas en todos los geriátricos. O residencias. La hija de Ana siente alivio porque la de su mamá se anticipó a la medida. Las enfermeras y cuidadoras empiezan a usar barbijo antes de que sea obligatorio en toda la Ciudad de Buenos Aires. Cuando suman las máscaras transparentes, hay susto entre ancianos y ancianas. Les explican lo que está pasando, pero no saben cuánto llegan a comprender. ¿Acaso alguien lo hace?
Es 21 de abril de 2020. A un mes y un día del inicio del primer período de cuarentena, la tele muestra la postal tan temida. Un geriátrico con contagios masivos. Megaoperativo de evacuación, familiares saludando a la distancia a sus viejas y viejos sacados en camillas y con máscaras de oxígeno. Eso que se veía unas semanas antes en reportes de España o Italia. Pero en el barrio porteño de Belgrano, no muy lejos de la residencia de Villa Urquiza donde vive Ana, ella no se entera. ¿O sí?
Es 20 de marzo de 2020. Comienza formalmente la cuarentena y se cancelan las visitas en todos los geriátricos. O residencias.
Ana tiene su propio celular. Pero hace rato que no lo usa. Su vínculo con el aparato ya era complicado antes del ACV. Después, se extinguió. Los teléfonos móviles de la residencia se convirtieron en las únicas ventanas posibles. Hay que mandar mensaje y esperar. Si todo está tranquilo entre la vejez en cuarentena, la respuesta volverá en forma de videollamada. Si no, habrá que volver a intentar al día siguiente. No todos los contactos son iguales. En pocos se logra el diálogo. Algunas veces hay sonrisas. Otras, Ana solo acepta saludar con la mano y sacarle la lengua a la bisnieta. A veces, ni eso.
Es 6 de mayo de 2020. Detectan 33 casos de coronavirus en un geriátrico de Recoleta. Ya hubo otros antes, pero este no es cualquiera: pertenece a la misma empresa que la residencia donde vive Ana. Su hija recibe llamados de alarma de parientes y amigos. ¿Tu mamá está ahí? ¡Qué miedo por tu mamá! La pandemia potencia la falta de tacto. La pandemia trastoca todo.
Cuando suman las máscaras transparentes, hay susto entre ancianos y ancianas. Les explican lo que está pasando, pero no saben cuánto llegan a comprender.
Es 9 de mayo de 2020. Sábado. "Información importante", dice el asunto del mail que manda la residencia. Hasta ahora, los reportes vinculados al covid-19 solo se titulaban "información". Anuncian que el cierre del lugar será también para el personal: las trabajadoras se dividen en dos grupos que permanecen cama adentro por 10 días. Después, rotación y testeos. La hija de Ana recibe el mensaje y llora. Angustia y alivio a la vez.
Es 29 de mayo de 2020 y ya hay casos de coronavirus en el 10% de las 482 residencias para mayores que funcionan oficialmente en la Ciudad de Buenos Aires. Con 269 personas infectadas y 57 muertes. Eugenio Semino, defensor del Pueblo de la Ciudad en temas vinculados a los adultos mayores, advierte que las evacuaciones masivas pueden generar un nivel de angustia y estrés más dañino que el propio virus. ¿Y entonces?
Es 12 de junio de 2020 y Ana cumple 94 años. En cuarentena ya cumplieron su nieta mayor y su hija. Pero Ana no lo supo o hizo como que no lo sabía. Ahora, tiene claro en qué fecha está. Hay globos, flores y carteles en la residencia. Cumplir 94 se festeja. Como sea. Ana sopla las velitas por videollamada con una de sus nietas. El video enviado por la familia incluye a la bisnieta de tres intentando cantar en ídish. Cuando habla con su hija, Ana llora de emoción. Se la ve contenta.
"Tenemos 93 geriátricos que han tenido casos confirmados, que han sido 502 en total, y 77 fallecidos", dice el ministro de Salud de la Ciudad, Fernán Quirós, mientras Ana celebra sus 94. E informa sobre el inicio del testeo masivo a todos los trabajadores y trabajadoras de residencias para mayores. La tasa de letalidad del virus dentro de estos espacios está muy por encima de la de afuera.
Es 8 de julio de 2020. A esta altura, Ana llora en muchas de las videollamadas familiares. Extraña. Quiere tomar mate. Su hija le explica que ella tampoco se reúne con nadie y que ahora el mate no se comparte. El celular se le cae y del otro lado solo se ve la lámpara que cuelga en el comedor de la residencia. La conversación muere ahí.
Ana sopla las velitas por videollamada con una de sus nietas. Cuando habla con su hija, llora de emoción. Se la ve contenta.
De los 482 establecimientos para personas mayores que hay en la Ciudad, el coronavirus ya está en 197. Provocó 1459 contagios y 172 muertes. Y todavía falta. Algunos pocos geriátricos implementan estrategias de visitas sin contacto directo.Cual cárcel, con vidrios mediante. O con aislamientos plásticos transparentes. En la residencia de Ana, no. ¿Lloraría menos que con las videollamadas?
Es 17 de julio de 2020. Pero podría ser 16 o 18. Da igual. Qué es la noción del tiempo a los 94 y con pandemia. Ana no quiere comer. Las cuidadoras le piden a su hija que la rete y le dan flan con cucharita. La hija de Ana pasa a dejarle los sándwiches de miga que ama. Eso sí lo come. Desde la residencia mandan la foto que lo prueba. Qué flaca se la ve. El parte matutino del Ministerio de Salud habla de 243 de las 482 residencias para mayores porteñas con presencia de covid-19. Con 1947 casos y 201 muertes.
Es 22 de julio de 2020. Los contagios en la Ciudad de Buenos Aires y alrededores no paran de subir. Las cifras de muertos, tampoco. La cuarentena está flexibilizada hasta el chiste. La residencia donde vive Ana sigue blindada.Ella sigue llorando por videollamada. Su hija empieza a cantar "pito catalán, y la tristeza se va". Ana la imita y sonríe. El recurso funciona. Al menos, hasta el próximo contacto virtual. Tal vez sea entonces cuando Ana conozca a su segunda bisnieta. Por pantalla.