Himalaya: la morada de los dioses
La mítica cordillera, que se extiende a lo largo de Bután, China, Nepal, Tíbet, India y Paquistán, alberga 14 cumbres que superan los 8000 metros de altura. El alpinista Tommy Heinrich, primer argentino en hacer cima en el Everest, recrea en esta nota la belleza de la región
En 1993, Tommy Heinrich, quien para entonces ya se había fogueado como escalador con la ascensión a un buen puñado de picos y paredes de Europa y Estados Unidos, emprendió su primera expedición a la cordillera del Himalaya. A partir de su viaje a este arco montañoso que se extiende a lo largo de Bután, China, Nepal, Tíbet, India y Paquistán, Heinrich quedó prendado por un lugar en el que se acumulan 14 cimas que superan los 8000 metros de altitud. No fueron sin embargo las montañas las únicas cosas que lo deslumbraron de aquella experiencia. También, el encanto de un territorio que –según cuenta el montañero– se destaca por la proverbial belleza de sus paisajes y por la calidez y la espiritualidad de su gente.
Dos años después, un segundo viaje a la zona le permitió a Heinrich convertirse en el primer argentino en coronar la cima del monte más alto del mundo, el legendario Everest. Lejos de menguar la fabulosa impresión que le había producido la anterior visita, el nuevo contacto con esa región –cuyo nombre significa en lengua sánscrita la morada de los dioses– provocó en el montañero la certeza definitiva de que el Himalaya era su lugar en el mundo. "El Himalaya es el sitio en el que me gustaría vivir", suele decir este hombre de cuerpo enjuto y perfil aquilino nacido en Buenos Aires en 1962.
En sucesivas expediciones –hasta la fecha ha protagonizado siete por Nepal y Paquistán, en las que ha hecho tres cumbres: el Cholatse (6440 metros), el Everest (8848) y el Lhotse (8516)– Heinrich ha ido cultivando una auténtica devoción por estos parajes, que con particular magnetismo atraen a viajeros y aventureros de los cinco continentes. Una pasión que, además de moverlo a enfrentar una y otra vez el desafío de ascender las mismas montañas en las que ha visto dejar la vida a más de un compañero, se ha materializado en una obra fotográfica en la que el alpinista ha querido retratar la singularidad de esa majestuosa geografía.
Sus imágenes –que desde el próximo 6 de octubre podrán verse en una muestra en el porteño Centro Cultural Borges– sirven como un excelente prólogo para conocer ese recóndito y misterioso rincón del planeta. Escalador profesional desde 1991, el país del Himalaya que más lo ha cautivado es Nepal. El país que, para este hombre que aspira a completar la ascensión a los catorce ochomiles (así se les llama a las cumbres que superan esa altitud) que hay en la Tierra, mejor encarna su "sueño" del Himalaya.
"El Himalaya es un lugar grandioso y muy espiritual. Más allá de encontrarse con las montañas más altas del mundo, uno se sorprende de la diversidad que ofrece su paisaje. Allí, continuamente estás encontrando lugares mágicos y diferentes… Además, atrapa por su gente, por su cultura. Y Nepal es un país que recién hace cincuenta años empezó a desarrollar rutas. Antes no había vehículos y la gente se movía a pie. Por eso, los grupos étnicos se encontraban muy localizados, ya que las montañas los separaban. Cada uno de ellos mantenía su dialecto. En la zona de la cordillera, la población la forman los sherpas, que son descendientes de los tibetanos… Hace 400 años un grupo de tibetanos huyó de la parte este del Tíbet temiendo la invasión de los mongoles; se refugiaron en los valles del Everest, que están por encima de los 4000 metros. Con el correr de los años, fueron desarrollando una resistencia particular a la altura y a la falta de oxígeno. Inicialmente se dedicaban al cultivo de la papa y el arroz. También realizaban trabajos con pelo de yac, un bovino de la zona. Lo que producían lo intercambiaban con los tibetanos de la parte llana y con la gente procedente de zonas aledañas. Vivían más que nada del canje. Esto se revirtió en los últimos años, básicamente por la gran importancia del montañismo y el turismo".
Nepal hechiza desde el primer momento.
"Desde la primera vez que estuve en Nepal, en el año 1993, cuando fui a ascender un monte de 6500 metros de altura, el Cholatse, establecí una muy buena relación con los sherpas, los nativos de la región del Everest. Yo conocía poco del Nepal y del Tíbet, pero el lugar me impactó muchísimo más allá de lo que era la montaña… Recuerdo a uno de los sherpas que conocí en esa expedición del ’ 93; estuvo con nosotros durante toda la expedición como el jefe de los nativos. Este hombre tuvo poco después de que nos fuéramos un derrame cerebral y quedó con parálisis en una de sus piernas. Tiempo después, en 1995, cuando escuchó que yo estaba de vuelta en la región, caminó cuatro horas para venir a saludarme. ¡Con parálisis en la pierna! Gestos como ésos son comunes allí, porque la gente es tremendamente cálida… Recuerdo que la primera vez que visitamos la zona nos llevaban a sus casas sin siquiera conocernos. Al comienzo son reservados, pero luego muestran una bondad inigualable.
¿Y entienden al extranjero que viene desde países remotos por el simple desafío de subir montañas?
–Si le preguntás a un sherpa por qué escala, la mayoría te va a decir que lo hace por dinero. Para que sus hijos no tengan que escalar el día de mañana. El ingreso medio en Nepal es de 150 dólares por persona por año. Un sherpa que trabaja en una expedición puede salir, después de haber trabajado dos meses, con 4000 dólares. Es mucho dinero para ellos. Con eso ellos pueden vivir y mantener a su familia todo el año y mandar a sus hijos a una buena escuela…
Parece que si no fuera porque los occidentales van al Himalaya para hacer cumbres, a ellos jamás se les ocurriría ascender una montaña…
–Para ellos, escalar las montañas era un sacrilegio. Incluso a Tensing Norgay, el sherpa que acompañó a Edmund Hillary, el primer hombre que hizo cumbre en el Everest, lo segregaron al comienzo… Era una persona que había irrumpido en un lugar reservado a los dioses. Se mantuvieron así hasta que se dieron cuenta de que el montañismo les otorgaba un estilo de vida mejor que el que tenían. En la región del Everest, cuando estuve en el ’93, no había electricidad. En el ’95, comenzabas a encontrar algunas casas que la tenían... Hoy, en cambio, ves algunos pueblos con cibercafés…
¿Qué es lo que lo mueve a enfrentar un reto tan osado como el de escalar montañas de más de 8000 metros?
–Escalar resulta duro, pero también es algo que justifica cualquier otra cosa. Para mí, es mucho más duro estar en Buenos Aires sin poder salir a las montañas, sin ejercitarme como estoy acostumbrado… Lo grandioso de esto es saber que uno puede superar sus debilidades y temores. Escalar montañas es una constante superación. No es siquiera la conquista de una cumbre. Es la conquista de uno mismo… Cuando uno escala una pared, está tratando de ver cómo sortea un escollo de la mejor forma.
¿Cómo se viven esas situaciones límite en el Himalaya?
–Para mí, estar tres o cuatro días en una tormenta es una forma de esperar, de escuchar la montaña. Y también una oportunidad de conocer a la gente con la que compartís el lugar… Y si uno está solo, de conocerse más a uno mismo. Allí uno llega a descubrir cosas que estando acá dejás un poco de lado…
Estando allí en la montaña no tenés un baño: te tenés que bajar los pantalones con vientos de 100 kilómetros por hora y cincuenta grados bajo cero… Hay muchas cosas que uno da por supuestas estando acá: por ejemplo, el que uno apriete el interruptor y ¡zas!, se encendió la luz…
Quieres decir que el montañero vive la montaña como una experiencia de conocimiento. Una experiencia que le devuelve, como hombre, al lugar insignificante que ocupa en el universo…
–Eso es… Tiene que ver con cosas elementales que uno, viviendo cotidianamente, las da por supuestas. Como que tienen que ser necesariamente...
Se ha repetido que detrás de todo viaje hay un viaje interior.
–Eso es lo grandioso del montañismo. Y es algo que yo necesito como el aire que respiro. Necesito ir a estos lugares más de lo que necesito estar acá. Para mí es más difícil estar metido en un embotellamiento de tráfico que estar en la montaña. Me es más difícil estar escuchando todos los días, como pasa en la Argentina, la misma huevada de lo mal que nos va… Acá veo el descontento que la gente vive cotidianamente. En cambio, estás en la montaña y ves que allí la gente no tiene nada y que sin embargo vive muy bien... En casas con pisos de tierra, con frío. Y no se quejan, están sonrientes…
¿Viven de una forma más armónica?
–Más armónica con el medio y con ellos mismos... La gente que habita en la región del Everest es en su mayoría budista. Y muy devota. Uno de los conceptos del budismo es que uno está en el mundo para sufrir. Y lo que tiene que hacer es aprender a superar ese sufrimiento.
Los nepaleses transmiten una forma especial de paz…
–De parsimonia. Estamos de paso: ésa es la forma en que ellos viven. Acá, en cambio, es como que tenemos que hacer todo hoy. Cada cosa es una urgencia.
¿Qué impresión primera se lleva el visitante cuando pisa esos parajes infinitos del Himalaya?
–Pasan muchísimas cosas y no pasa nada a la vez… Lo que sucede es que uno está en la cumbre, pero no ha llegado al punto final. Está en la mitad del camino. Estando en la cumbre, uno tiene que pensar cómo descender y cómo llegar sano a casa.
Habrá momentos de sufrimiento...
–Cuando ascendí al Everest no lo viví así. De algún lado de mi mente o de mi cuerpo salió la fuerza para seguir adelante. Me di cuenta de que la fuerza que yo tenía para superar ese momento hacía que algo que podría vivirse como un sufrimiento se convirtiese en algo grandioso.
¿Cada vez que uno hace cumbre la experiencia es igual de transformadora?
–Creo que el día en que no sea transformadora, en que no aprenda algo en cada ascenso, más allá de llegar o no a la cumbre, dejaré de escalar…
¿Qué evoca el nombre Himalaya?
–Montañas, nieve… En un principio fui allí a escalar. Lo que más me sorprendió es que no sólo encontré cimas, sino una cultura que tuvo en mí una influencia extraordinaria. La gente es grandiosa: muy abierta, acogedora. Arriesgan su vida por personas que quieren subir una montaña.
Tierra de contrastes
- El Himalaya es una majestuosa ola de 350 kilómetros de ancho por 2600 kilómetros de largo que recibe anualmente miles de viajeros que se dejan tentar por la belleza de países tan diversos como Nepal –único reino hinduista del mundo– y Paquistán, una república islámica.
- En Nepal se mezclan orígenes y religiones: indios, tibetanos, budistas, musulmanes y animistas comparten una tierra que sigue siendo una de las más aisladas del mundo. En este país de 22 millones de habitantes, 61 grupos étnicos y 70 dialectos, se eleva el monte Everest. Más allá de ese atractivo, la variedad de fauna y flora es impactante: se encuentran allí todas las especies típicas de los climas fríos. Como buena parte del territorio está a 60 metros sobre el nivel del mar, también anidan once de las quince familias de mariposas del mundo y una extensa variedad de orquídeas.
- El turismo de aventura –rafting, trekking– es muy fomentado en Nepal debido a la riqueza de sus recursos naturales. El camino para llegar al Everest está poblado de aldeas deliciosas, aptas para no escaladores que, si quieren aproximarse a la montaña, pueden tomar un vuelo en avioneta para verla desde el aire.
- En Paquistán, donde el 97% de la población es musulmana, las diversas regiones tienen ciudades llenas de historia, como Lahore, Moenjodaro y Karachi. La ruta de Karakoram es ideal para los amantes del mountain bike, y permite hacer trekking por los valles que formaron los glaciares. Pero el recorrido por el glaciar del Baltoro es probablemente una de las más bellas caminatas que se pueden hacer en el mundo, con un telón de fondo impresionante: algunas de las montañas más legendarias del mundo, tales como el Mashebrung, los Gasherbrum o el K2.
La muestra en el Borges
- Al cumplirse 10 años del primer ascenso de un argentino al monte Everest, Tommy Heinrich realizará una muestra de fotografías en el Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martin.
- La muestra se realizará entre el 6 y el 30 de octubre próximo. Allí se exhibirán 50 fotografías tomadas durante las expediciones de Heinrich al Everest, además de imágenes de otras montañas del mundo, naturaleza, animales salvajes, la Argentina y otras culturas.
- Ingeniero agrónomo, Heinrich también ha realizado talleres de fotografía dictados por National Geographic y Sports Illustrated para especializarse en fotografía del deporte, aventura y naturaleza.
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