¿Sos la típica "hija de papá"?

Es un rol acuñado por el método de constelaciones familiares que define a las mujeres a las que, de chicas, les costó aprender lo femenino por quedar apegadas al padre. ¿Te sentís identificada?




Créditos: Ilustración de Ervil

Muchas de nosotras estamos en busca de "lo femenino", porque esas virtudes no aprendidas son como un paraíso a descubrir que guarda los tesoros para volvernos reinas. Llega un momento en la vida en que el rótulo de princesas nos hace ruido, se vuelve un obstáculo en nuestro crecimiento y, en cambio, queremos encarnar la fuerza de ser verdaderamente mujeres, dejando de lado coronas ajenas, apropiándonos de nuestra propia riqueza. Pero ¿por qué el encuentro con nuestro yin a veces es una conquista ardua, con desafíos que sentimos que nos alejan cada vez más de esa tierra prometida y nos empantanan en nuestro yang, lo masculino? Porque hubo un desorden en nuestro sistema, lo que deberíamos haber mamado de chicas, hoy lo tenemos que aprender a la fuerza.
También conocidas como "nenas de papá", "las hijas de padre" no son otra cosa que un lugar preciso dentro de la organización familiar, que se cristalizó en la infancia. Se trata de un concepto de Bert Hellinger, el psicoterapeuta alemán que creó el método de constelaciones familiares, quien entiende que incluso detrás de cualquier desorden no hay malas intenciones de parte de nuestros papás, por ejemplo, sino amor y una trama heredada más fuerte que ellos. Desde este faro compasivo observá cómo se gesta una hija que no pudo aprender lo femenino en su crianza.

La génesis

Según Hellinger, armar una pareja implica una gran renuncia. Cada integrante, que tiene cualidades masculinas y femeninas, debe darles espacio a las del otro. En el caso de las mujeres, cederán su costado masculino para abrazar el aporte de su pareja, y a su vez, el hombre deberá darle espacio a lo femenino que aporta su compañera, resignando su costado más sensible. Cuando esto sucede, obviamente de manera inconsciente, cada uno aporta lo que corresponde y la relación tiene mayor chance de sobrevivir en el tiempo. En este orden, cuando un hijo nace, recibe la vida (que es el gran regalo de los padres) y ese nuevo ser se siente completo, y con el tiempo ese hijo o hija va a poder aceptarlos tal cual son, respetarlos y sentir la gratitud del legado vital. Faltaría el "comieron perdices", pero..., en fin, no parecería todo tan color de rosa en la realidad. Rebobinemos, ¿qué podría fallar?
Cuando una hija nace, sus primeros años de vida transcurren en la esfera materna con la lactancia, los cuidados primordiales, los primeros años; pero hay un momento en el que el padre entra en escena (generalmente, en la pubertad) para separar este binomio, ese es su rol temporal, pero el orden natural sería que esa pequeña vuelva al espacio de la mamá para embeberse y tomar lo femenino antes de su salida al mundo. Ahora, ¿qué pasa si la hija no vuelve nunca y se queda encantada en la esfera paterna? Ella va a menospreciar a su mamá, se vaciará de las cualidades femeninas e identificará con la otra parte, la masculina. Sintiéndose la consentida de papá, la preferida, y habitando ese tentador lugar de privilegio, ve a la mamá no como una referente, sino más como una par. Entonces, ya no hay una pareja y una hija, sino un triángulo de fuerzas donde todos pierden: el padre apaña y la madre es la tercera, un estorbo, porque la hija se cree la mejor para él.
Ningún protagonista actúa de mala fe, cada uno es víctima de una trama. Una mamá que no puede ocupar su rol y le deja el lugar vacío al padre para que este lo ocupe puede explicarse de cientos de maneras: no puede ocuparse porque tiene a cargo a sus hermanos, se quedó llorando una pérdida familiar, tiene que ser el sostén económico del hogar, entre otras explicaciones. Lo mismo sucede con el padre, quizá sea huérfano, o no pudo tampoco él aprender lo masculino (quizás él mismo sea, al revés, "hijo de madre"), o no se siente amado por su mujer y necesita compañía, etc. Hay un desorden que busca un nuevo orden, el que sea más funcional a las carencias. Así nacen las "hijas de padre".

¿Cómo son las "hijas de padre"?

Bert Hellinger explica que "la hija del padre quedará niña, siempre adolescente o amante". Esta definición contundente devela dos fuerzas: una más aniñada, que, aunque el tiempo pase, deja a esa chica congelada en la infancia sin poder tomar su rol de mujer, que siempre necesitará la protección, incapaz de dar, sino más dispuesta a recibir (la gran bebota); y otra fuerza más fálica que encarna en una domina de los hombres, quienes solo le serán útiles entre las sábanas o como empleados.
Las "hijas de padre" son arrogantes, porque se arrogan desde la infancia un lugar que no les corresponde, el de la mamá, son críticas de los varones que las rodean, nadie está a la altura de "papi", y generalmente arman pareja con "hijos de madre", galanes seductores, con el síndrome de Peter Pan, eternos adolescentes, pero lejos de ocupar su rol de hombres. Son mujeres fuertes, autoritarias, líderes laborales, pero con una incapacidad para ejercer sus virtudes más "blandas", como recibir, dejarse cuidar, conectarse con otros desde la humildad e inocencia, saborear las pequeñas cosas. Incluso muchas veces, a la hora de querer armar una familia, encuentran cierta dificultad, porque la "niña" no puede darle espacio a la madre, o la "fuerte" no concibe recibir un hijo, anidarlo, bajarse de la adrenalina del poder y de la acción. Incluso desde la adultez, sigue criticando a la madre, sin poder honrar su regalo de vida ni con la compasión necesaria para entender que ella hizo lo que pudo.
Por otro lado, está claro que una no elige ser "hija de padre", es un rol que una adquiere para compensar un vacío dentro de su propio sistema familiar; de alguna manera, implicó un sacrificio propio cuando aún no teníamos ninguna herramienta. Regidas por un poder externo, nos quedamos allí hasta lograr alumbrar la trama que nos condiciona, salir al encuentro de nuestro costado femenino, balancear y superar el rol para movernos hacia un bienestar integral.

Si te sentís identificada, ¿qué podés hacer?

* Tomar conciencia: si algo de esto te resuena, es el primer paso, ya tomaste conciencia. Por eso, está bueno habilitar espacios de conexión con una misma.
* Trabajar la aceptación: no nos sirve quedarnos paradas en la imagen perfecta de la situación, sino más bien pensar que nuestros papás hicieron lo que pudieron. En definitiva, ¿quiénes somos nosotros para saber cómo debería ser? Cuando juzgamos, nos perdemos de aprender lo que tienen para aportarnos. Dice Bert Hellinger que si yo no tomo ni honro a mi madre o padre tal cual son, no voy a lograr ni el amor ni el éxito ni el dinero en la vida.
* Tomar responsabilidad: no somos responsables de lo que nuestros padres nos dieron, pero sí de lo que hacemos con eso y cómo nos rediseñamos.
* Moverse en el sistema: con pequeños movimientos, podemos generar un efecto dominó silencioso. En principio, renunciar a ser "la hija de papi" requiere mucha fuerza y conciencia. Está bueno preguntarse: ¿por qué no veo con respeto a mi madre?, ¿miro con humildad lo recibido? Todo lo bueno que creo que tengo, ¿de dónde vino, entonces?, ¿qué me impide honrar a mis padres?
* Pedir ayuda: encontrar personas o terapias que nos ayuden a trabajarlo, porque la cabeza que creó el problema nunca le va a encontrar la solución.
* Ubicarse en mujer: se puede rumbear hacia nuestro costado femenino, cada una sabe cómo. A veces, es dejar de decir todo el tiempo cómo se hacen las cosas, bancarse el vacío, recibir, dejarse cuidar; y otras, es encontrarnos con nuestro cisne negro, con nuestro costado más salvaje y sexual.
Experta consultada: Alcira de Lellis. Coach ontológica, consteladora familiar, counselor y consultora organizacional.
¿Te sentís identificada con este rol? Opiná.

¡Compartilo!

En esta nota: