Herzog, un volcán siempre en erupción
En un encuentro con La Nación revista, el genial y temperamental director alemán, que acaba de estrenar un documental sobre vulcanología, dice que viajar enseña más de cine que cualquier escuela y que le encanta escuchar al público reírse con sus películas
TORONTO
Sólo Werner Herzog puede estar varios minutos explicando con mucha efusividad por qué es importante leer el informe de la Comisión Warren sobre el asesinato de John F. Kennedy. El director alemán dice que ese texto burocrático es una fascinante historia de suspenso y es capaz de deleitarse con palabras que, según él, confirman que Lee Harvey Oswald fue el único que le disparó al presidente estadounidense.
La pasión que Herzog demuestra en este intercambio con La Nación revista, cuando el encuentro con la prensa internacional terminó y el grabador ya está apagado, es un rasgo ineludible en la vida y la obra del cineasta. Autodidacta, viajero y lector incansable, Herzog también dirige óperas y escribe libros, como Conquista de lo inútil (Diario de filmación de Fitzcarraldo), que se editó en el país. “Sé que en la Argentina se tradujeron mis libros y parece que les va muy bien –se entusiasma el director–. Estuvieron en alguna lista de los libros más vendidos. ¿Cómo es que yo puedo haber escrito libros que se venden bien en la Argentina? Los argentinos parecen ser los primeros en entender que los libros que escribí van a tener una vida mucho más larga que mis películas.”
Nadie puede saber si esto es lo que sucederá, pero suena difícil que la prosa de Herzog supere a los 60 largometrajes que tiene en su haber. Su filmografía incluye películas de ficción que ocupan un lugar relevante en la historia del cine, como Aguirre, la ira de Dios; Fitzcarraldo, y Nosferatu. Pero también dirigió documentales aclamados como Grizzly Man y Encuentros en el fin del mundo, la serie On Death Row, y La cueva de los sueños olvidados, en la que experimentó con el 3D.
En el reciente festival de Toronto presentó una película de ficción, Salt and Fire, y un documental que se estrenó esta semana en Netflix: Into the Inferno. Mientras tanto, en los Estados Unidos se estrenaba Lo and Behold, otro documental dedicado a Internet. Aunque nunca abandona la ficción, su inclinación hacia los documentales es notable: ¿habrá encontrado ahí una forma de acceder a la verdad?
“Esa es una pregunta muy intensa y difícil porque, antes que nada, no sabemos en realidad qué es la verdad –responde Herzog–. Los únicos que parecen tener una respuesta son aquellas personas que son profundamente religiosas. Ni los filósofos ni los matemáticos te lo pueden decir. Pero sabemos básicamente de lo que estamos hablando, y lo que intento es llegar a un nivel más profundo, al que no se puede acceder a través de datos. Los datos solos no constituyen la verdad; no tienen poder normativo. Miro en estratos que van más allá de los datos y tienen que ver con la invención y la estilización. Lo que quiero es llevarte a un nivel extraño y profundo, y que de pronto entiendas algo. Es un momento de iluminación. Eso es lo que busco.”
Enfocado en esa búsqueda, la diferencia entre la ficción y el documental no le parece algo importante. Para elegir qué proyecto encarar, Herzog no piensa en términos de género, sino de cuál es el material que le resulta más urgente. “No tengo planeada una carrera –dice el cineasta de 74 años–. Elijo lo que me viene con mayor vehemencia. Hay una metáfora que suelo usar: son como ladrones que entran en el medio de la noche. Si hay uno que viene hacia vos con un hacha o un machete en la mano, ese es con el primero que vas a tener que lidiar. Es una cuestión de vehemencia.”
Into the Inferno tuvo su origen en el interés de Herzog en el trabajo de investigación del vulcanólogo Clive Oppenheimer, a quien había conocido cuando hizo Encuentros en el fin del mundo y con quien unió fuerzas para realizar este documental. Pero el film no se concentra en lo científico, sino en la relación de las personas con los volcanes. “Hay un costado humano, ¿qué significa vivir bajo un volcán? ¿Cómo influye en tu sistema de creencias, tus demonios, tus dioses, tu comportamiento diario? –se pregunta el director–. Hay en mí una curiosidad intensa que tuve toda la vida. No es nada especial, todo el mundo la tiene”.
Detrás de las películas de Herzog está siempre la curiosidad, en forma de un interrogante, que es el gran motor que lo hace embarcarse en las aventuras que son sus películas. “A veces sé antes de empezar la película que nadie va a poder contestar mi pregunta –explica–. En Lo and Behold (nuevo documental sobre Internet) me basé en una idea del teórico de la época napoleónica Carl von Clausewitz, que dijo: «La guerra a veces se sueña a sí misma». Yo llevé ese concepto a otro paso preguntando: «¿Internet se sueña a sí misma?». Por supuesto que sabía que nadie puede contestar eso, pero es una mirada profunda sobre lo que puede hacer Internet, ¿creará su propia conciencia?, etcétera. Nadie lo sabe. Se me ocurren preguntas que nadie hizo. A veces es mejor hacer una muy buena pregunta y no importa si no obtenés una respuesta. Es como una fórmula matemática.”
Otro rasgo explícito en su cine, que se repite también en sus entrevistas y apariciones públicas, es la presencia constante del humor. “Tengo mucho humor en la vida y se traduce a mis películas –dice Herzog, cuya voz aparece en off durante el documental y sus comentarios provocan algunos de los momentos más graciosos de la película–. Cuando vi Into the Inferno con el público escuché que se reían mucho. Es el tipo de comentarios que hago. Me provoca mucha alegría darle al público algo más que sólo información. Es la alegría de contar una historia y de conspirar con los espectadores. Nunca vas a escuchar frases como las mías en ningún documental de la televisión.”
Ese humor, junto con su excentricidad y talento, lo convirtieron en un personaje público muy apreciado. A pesar de ser un intelectual, Herzog es también un personaje de la cultura popular. Hizo de villano en Jack Reacher, la película que protagoniza Tom Cruise, entre otros papeles en el cine de Hollywood. También prestó su voz en un episodio de Los Simpson y participó como invitado en la comedia televisiva Parks and Recreation.
Su fama también indica que es alguien capaz de enfrentar grandes riesgos por hacer una película. Aunque él lo niegue, no hay dudas de que su entusiasmo por lo que quiere filmar lo lleva a situaciones que no son del todo seguras; desde estar cerca de un volcán en erupción hasta enfrentarse a los peligros de la jungla.
“Hay rumores que podés leer en Internet o en otros medios que dicen que soy un temerario descerebrado, que se mete enceguecido en cualquier tipo de riesgo y arrastra a otros consigo –dice, muy serio, el director–. No es así. Soy la única persona clínicamente sana que conozco en toda la producción cinematográfica. Soy muy prudente. Siempre le digo que sí a todo lo que se refiera a formas nuevas de contar una historia e intento sobrepasar los límites de las estructuras. Pero hago todo con sentido común y responsabilidad. Por supuesto, La Soufrière (su corto documental centrado en el único hombre que se niega a abandonar la isla de Guadalupe a pesar de que está por explotar un volcán) fue peligroso y como una lotería ciega. Había una predicción de que el volcán podía explotar en cualquier momento. Les pregunté a los dos camarógrafos de la película si querían venir conmigo y les dije que tenían que tomar la decisión por sí mismos. Si no, yo me llevaba sus cámaras y listo. Ellos dijeron que si yo iba, venían conmigo. Pero fue un caso excepcional. Normalmente no pongo a nadie más en riesgo. Esa fama tiene que ver con que en la película de Les Blank, Burden of Dreams, sobre cuando hice Fitzcarraldo, aparezco diciendo en cámara, en un momento de extrema presión, que preferiría ir a un hospital psiquiátrico que seguir haciendo películas por la gente que había perdido la vida. Pero él cortó cuando yo seguía explicando que en nuestro caso una señora mayor había muerto por anemia y un joven que había robado una de nuestras canoas se había ahogado. Es algo muy difícil de ver para mí. Durante varios años fui acusado de ser imprudente, un director de cine que por una maldita película empuja a otras personas a su muerte. Eso generó una gran cantidad de acusaciones locas y tengo que vivir con eso.”
Lo que está claro es que Herzog tiene una forma muy distinta a la de otros directores más convencionales de entender cómo hay que hacer cine. La admiración que provoca su estilo en muchos aspirantes a cineastas de todo el mundo lo llevaron a crear Rogue Film School, un seminario de cuatro días, que se hace una sola vez al año, en el que enseña lo que él considera que necesita saber un director.
“Es una respuesta a una enorme y creciente avalancha de jóvenes que quieren aprender de mí o ser mis asistentes –dice Herzog–. Quise darles una respuesta organizada, y por eso hago el Rogue Film School, que no tiene una fecha precisa. Voy decidiendo cuándo hacerlo, tal vez, una vez al año. Elijo una locación, que podría ser una cantera abandonada en el desierto del Mojave y estaría bien. Normalmente la hago en hoteles de aeropuertos porque consigo un precio especial y es más barato para la gente joven que vienen de Argelia, Kazajistán, los Estados Unidos, Uruguay o México. Uso una de las salas de conferencias, donde puedo poner una pantalla para proyectar. Suele ser una experiencia que les cambia la vida a los que lo hacen porque se trata sobre un estilo de vida y la confianza en sí mismos.”
Esa experiencia, que según indica en su sitio web “no es para los que tienen el corazón débil”, incluye invitados sorpresa. El propio Clive Oppenheimer estuvo charlando con los alumnos. “Me gusta llevar gente que no tiene nada que ver con el cine: un equilibrista, un matemático, un mago, un vulcanólogo –enumera–. Es para mostrar el gran espectro de en dónde tenemos que meternos como cineastas. Y, por supuesto, leer. Leer, leer, leer. Mantener la curiosidad, esa es la clave.”
Herzog considera que quienes quieren ser cineastas tienen que expandir sus horizontes, y le parece que las escuelas de cine tradicionales no sirven para eso. “Lo que tenés que aprender sobre cine lo podés hacer solo y en una semana –afirma, basándose en su propia experiencia–. Es la forma en la que yo lo hice, con una enciclopedia. En esa época se usaban cámaras con fílmico, así que aprendí teóricamente cómo funcionaban. Si entendés el principio mecánico de una cámara, podés darte cuenta vos solo de cómo hacer varias cosas. El resto de lo que tenés que saber tampoco te lo van a enseñar en una escuela de cine. Si te vas caminando desde Boston hasta Guatemala, te llevará unos ocho meses, y vale mucho más la pena que pasar ocho años en una escuela de cine. Viajé mucho caminando. El mundo se hace ver y se presenta en una profundidad que no podés encontrar de otra manera”.
Para los que no pueden asistir a la Rogue Film School, Herzog grabó una clase magistral de seis horas de duración que vende online una empresa llamada Masterclass, dedicada a producir videos en los que personalidades destacadas de distintos ámbitos hablan sobre las claves de su profesión. “Tuvo un éxito extraordinario, es muy intensa y no tiene pavadas. La vio muchísima gente, más que a las de Dustin Hoffman, Kevin Spacey, Serena Williams y la cantante pop Christina Aguilera”, se regodea el director.
Sin embargo, Herzog piensa que lo imprescindible para formarse como director de cine está en un acto mucho más accesible y simple: la lectura: “Hay que leer, pero no libros sobre cine. Hay que leer poesía. La Edda Mayor, por ejemplo. Virgilio. Los cuentos de Hemingway. El informe de la Comisión Warren sobre el asesinato de Kennedy. The Peregrine, que es un libro no muy conocido de un escritor inglés, llamado J. A. Baker, publicado en 1967 y uno de mis preferidos. Es sobre la observación de los halcones peregrinos y tiene un uso del lenguaje que no veía desde los cuentos de Joseph Conrad. La intensidad y la pasión que demuestra en esa observación es la que uno tiene que tener cuando está haciendo una película”.