Narices famosas no faltan en la historia. Allí están para probarlo Cyrano de Bergerac, don Luis de Góngora (que le inspiró a su rival Quevedo aquel burlón soneto sobre "un hombre a una nariz pegado") o la mítica Cleopatra, de quien se dice que bien distintas habrían sido las cosas de haber tenido la nariz más corta.
La de Federico da Montefeltro no puede faltar en la lista y tiene su propia leyenda: se cuenta que el condottiero -que no solo era un hábil mercenario que vivía del sueldo (o condotta) pagado por los hombres más poderosos de Italia, sino también un mecenas y un humanista- resultó herido de lanza en un torneo, o tal vez en alguna de sus muchas batallas, a mediados del siglo XV. La herida le dejó una fea cicatriz y le hizo perder el ojo derecho, de modo que para mejorar el campo visual del único que le quedaba Federico se hizo operar el tabique (por cierto por un cirujano no muy hábil en rinoplastias, a juzgar por los resultados, si bien lo que no ganó en belleza lo ganó en inmortalidad).
Desde entonces, todos los retratos solo lo mostraron de perfil y de su lado bueno: el más famoso e inconfundible es el díptico que pintó su amigo Piero della Francesca, uno de los beneficiados por su mano generosa a la hora de promover las artes y las letras, como buen hombre del Renacimiento.
Aunque aspirante al poder y a la inmortalidad, difícilmente Federico habría imaginado que su studiolo -un gabinete de madera de refinada marquetería que había hecho construir en el palacio ducal de Gubbio para estudiar y meditar- terminaría exhibido como una joya en el Metropolitan Museum de Nueva York (y no pudo haberlo imaginado, sobre todo, porque murió diez años antes de la llegada de Colón al Nuevo Mundo). Y mucho menos podría haber vislumbrado que el irreverente siglo XXI lo convertiría en un personaje del videojuego Assassin’s Creed.
Zorros y leones
Ignaro de su futuro renombre, y preocupado sobre todo por forjarse fama y poder en su propio tiempo, Federico da Montefeltro se movía como pez en el agua entre los poderosos del Renacimiento: auténticos "pesos pesados", si se recuerda que fue contemporáneo de Lorenzo el Magnífico, del papa Sixto IV della Rovere o de Francesco Sforza. Zorros y leones, como dijera en la Divina Comedia dantesca Guido da Montefeltro, antepasado de Federico y condenado al octavo círculo del Infierno, entre los consejeros fraudulentos.
Dice el proverbio que "no hay quien resista un archivo", y aunque fuera conocido como "el faro de Italia", Federico da Montefeltro, duque de Urbino, no sería una excepción. Solo que a diferencia de otros más indiscretos, su secreto estuvo enterrado bajo siete llaves durante siglos, hasta que un buen día el filósofo e historiador italiano Marcello Simonetta, experto en los intrincados tiempos del Renacimiento, hizo un hallazgo extraordinario sobre el papel de Federico, amigo de los Medici, en la Conspiración de los Pazzi. Esta conjura es uno de los episodios más famosos y sangrientos de la Florencia de los Medici: el atentado cometido en la catedral Santa Maria del Fiore el 24 de abril de 1478, en el que fue asesinado Giuliano de Medici y Lorenzo escapó por poco.
El ataque pasó a la historia como la Conspiración de los Pazzi por el nombre de los banqueros rivales de los Medici a quienes siempre se les atribuyó haber ideado la masacre. Pero los hilos de la historia resultaron ser más complicados y algo tenía que ver en ellos el condottiero de Urbino.
¿Aliado o enemigo?
"Nunca hubiera imaginado que yendo a Estados Unidos ‘resolvería’ uno de los más antiguos y sangrientos misterios de Italia -cuenta Marcello Simonetta en su libro El enigma Montefeltro-. Llegado a Yale en 1995 para trabajar en mi Ph.D., empecé a asistir a un curso de Paleografía. Cuando conocí al profesor Vincent Ilardi, un insigne estudioso de los Sforza, con su contagioso entusiasmo me sugirió escribir una biografía de mi lejano antepasado Cicco Simonetta, el canciller de la dinastía de Milán. En 1998, mientras profundizaba el estudio de las relaciones políticas entre Cicco Simonetta y Federico da Montefeltro, encontré algunas enigmáticas cartas escritas por Federico en tiempos de la Conspiración de los Pazzi. El descubrimiento de estas cartas aguzó mi ingenio y pronto comencé a estudiar la intrigante posibilidad de un involucramiento activo y personal de Federico en el infame atentado contra ambos hermanos Medici".
Simonetta evoca entre otras cosas las palabras de Maquiavelo sobre su antepasado: "Un hombre excelentísimo por su prudencia y su larga experiencia", dijo el autor del Príncipe sobre el canciller de Milán. Así empezó a estudiar a Cicco "como una figura emblemática del Renacimiento secreto. Como Maquiavelo hablaba bien de él, y no es algo que les pase a todos, me pregunté qué es lo que hacía apreciable a este oscuro personaje. Y gracias a él se me abrió un mundo de arcanos poderes".
Seguramente la sangre no es agua, porque con una distancia de varios siglos ambos Simonetta se interesaron en la criptografía: Cicco era un auténtico especialista en crear códigos y escribir cartas cifradas, un arte fundamental para la diplomacia de aquellos tiempos y los frágiles equilibrios de una Italia fragmentada en numerosas ciudades-Estado, con poderosos papas y hábiles mercenarios para completar el panorama.
Marcello Simonetta, que acaba de publicar otro libro sobre la no menos intrigante Catalina de Medici (próximamente será un film o serie de televisión), cuenta que siempre tuvo "curiosidad por la enigmística en general. La criptografía es un hobby perfecto para quien se complace en los misterios sin resolver y quiere comprender qué ocurrió realmente en los entretelones de la historia oficial".
Lo cierto es que su antepasado finalmente le dio la clave, saltándose cinco siglos de historia: para descifrar especialmente una de las cartas, firmada por Federico y dirigida al papa Sixto IV, pero protegida por "una muralla de símbolos embrollados", Marcello Simonetta recurrió a las Regule ad extrahendum litteras zifratas sine exemplo de Cicco Simonetta (un tratado que se vale de un modelo matemático para decodificar mensajes en clave calculando la frecuencia estadística de las letras en latín y en italiano).
"Tras algunas semanas de arduo trabajo", finalmente pudo descubrir el código que sacaría la verdad a la luz. Encriptada, la carta hablaba abiertamente de "cuántos soldados de infantería y cuántos a caballo" podía enviar Montefeltro para la Conspiración de los Pazzi y sugería "hacer todo lo posible en favor de nuestros amigos (los Pazzi)" para "triunfar a toda costa" en la Florencia de los Medici. Por las dudas, al final Federico se quejaba de la impuntualidad del pontífice para pagarle el sueldo, un retraso que "podría tener impacto -amenazaba- en su eficiencia y resolución militar".
En 2003, Marcello Simonetta dio a conocer el fruto de su investigación en la revista Archivio Storico Italiano; más tarde lo relató en forma novelesca en El enigma Montefeltro: había sacado a la luz el verdadero perfil de Federico, duque de Urbino. Y sobre todo había confirmado -como dice a La Nación- que "la política, y la naturaleza humana, no cambiaron mucho a lo largo de los siglos: lo que cambió es el gusto por el arte y la belleza, pero la brutalidad de las ambiciones no. Maquiavelo distinguía tres tipos de cerebros: excelentísimo (como Cicco Simonetta), excelente e inútil. Nos gobiernan, casi por doquier, los del tercer tipo, y los resultados están a la vista".
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