Héctor Larrea y su amistad con Sandro, en un libro entrañable
Por Martín Giménez*
"Domingo, 15 de abril de 1962". La fecha la anotó Felisa, su madre, en un papelito. Fue el día en que su hijo se inició como conductor. "Fue algo raro arrancar como conductor porque los locutores empezábamos haciendo frases aisladas. Veía filas de locutores de muy buen nivel esperando para leer los avisos pero yo ya presentaba discos".
El primer programa como "locutor con carnet habilitante" lo tuvo en LR9 Radio Antártida, en Arenales 1925. La radio quedaba en un petit hotel de Barrio Norte. En la parte de atrás estaba Antártida y al frente Mitre. El programa duró un año, iba dos veces por semana a las 9.30. "Título más berreta imposible: Musicosas. Pero me sirvió para hacerme conocer y me contrataron para otros espacios. Me ofrecía para trabajar en cualquier lado. Inventaba programas. Me contrató una agencia llamada Cepeda y hacía un microprograma que consistía en presentar un tema auspiciado por jabones Fulton", un anunciante que consiguió el propio Larrea.
"No sé cómo me animaba pero era mi propio vendedor. Entraba a un comercio y trataba de convencer a los dueños para que me apoyaran en mi locura", cuenta entre risas Larrea, que no tenía conocimientos de marketing. "La agencia conseguía espacios en distintas emisoras. Estuvimos en Mitre, Rivadavia y El Mundo, que para mí fue la gloria. Si bien era un espacio en donde no tenía libertad artística, caminar esos pasillos fue muy conmovedor".
Para ganar algunos pesos extra, también presentaba artistas en distintos bailes y confiterías:
Conocía a Norman Steiman, director de orquesta de Bragado. Él me llevó a la confitería Richmond y me presentó a Jorge Dragone, que dirigía la orquesta en donde cantaba Argentino Ledesma. Me hicieron una prueba como presentador y quedé. Me empezaron a conocer en el ambiente y empecé a animar en otras confiterías como Cabildo, que quedaba en la esquina de Corrientes y Esmeralda.
Al mismo tiempo recorría de punta a punta el Conurbano bonaerense con su fiel auto, un Fiat 600 blanco usado, para llegar a los diferentes bailes en los que oficiaba de animador. Larrea se movía, buscaba oportunidades de trabajo. También en el 62 lo contrataron para presentar a jóvenes talentos en los Carnavales del Club Victoriano Arenas, de Villa Castellino, Avellaneda. En una noche calurosa de febrero descubrió a un joven de ojos negros, patillas y labios carnosos, vestido con una camisa blanca con cuello a lo Elvis Presley. Era Roberto Sánchez, de Valentín Alsina, pero esa noche se lució como "Sandro". Nacía su fuerza gitana, que conmovería y haría bailar a generaciones enteras. Sandro recordó aquella noche en que lo presentó Larrea por primera vez en público: "Era bastante gordito, tenía una peinada gardeliana y una voz brillante, vigorosa. Nos hicimos muy amigos".
De esos años desopilantes recuerdo un 9 de Julio en un Club de Bomberos Voluntarios de Lanús. Sandro siempre llegaba tarde, su representante lo retaba por eso, pero ese día llegó temprano. Lo invitaron a participar de la ceremonia patria. Y allí estaba, con un traje tipo Beatle, preparado para moverse a lo Elvis, cantando el Himno Nacional al lado de un tipo vestido de bombero. No aguanté, me tenté. La cosa terminó en una carcajada general.
Eso los fines de semana. De lunes a viernes volvía a los pasillos de El Mundo. "Me cruzaba con Hilda Bernard, que era la figura de los radioteatros. Ella me decía: ‘Lo voy a hacer debutar en televisión porque usted sale muy bien’. Estaba gordo, pero ella insistía. Hilda me consiguió un contrato de exclusividad por los años 1963 y 1964 para trabajar en Galería de sorpresas, por Canal 9: un programa de dos horas en donde anunciaba más de cuarenta productos y me mantenían casi permanentemente en cámara. Los conductores eran Carlos D’Agostino e Ignacio de Soroa".
El viernes 23 de agosto de 1963 Larrea se encontró en el canal con su viejo conocido, Sandro. "Roberto iba a hacer un ensayo con Pipo Mancera. Le pregunté qué hacía en el canal: ‘Me vine a tirar un lance’, me aclaró mientras me guiñaba un ojo", cuenta Larrea.
Al día siguiente, sábado 24, Mancera lo presentó en vivo y en directo con una frase profética: "Estoy seguro de no equivocarme. Ahora debuta en Sábados circulares el futuro gran astro en muy poco tiempo. Señoras, señores, ¡Sandro y los de Fuego!". Y no, no se equivocó. Sandro hizo una frenética versión de Música de rock & roll, tema de Chuck Berry que habían popularizado los Beatles. Vestía íntegramente de cuero negro frente a una platea de jóvenes con corbata y vestidos formales que deliraba. Se contorsionaba, como poseído por el demonio. Larrea presenció ese momento histórico detrás de cámaras. Cuando fueron al corte Larrea le pronosticó a Mancera: "Che, a este no lo paran ni con bolsas mojadas".
Sandro era muy talentoso, muy inteligente con su carrera. Cuando empezó a grabar sus primeros discos se enteró de que en los Estados Unidos Ray Charles, aquel pianista y cantante ciego con un swing tremendo, tenía su propio animador. Me lo crucé en un festival de la Nueva Ola en La Falda, Córdoba, y me anticipó: "Voy a poner músicos grosos como Bernardo Baraj, Adalberto Cevasco, que manyan mucho de jazz, ¿no querés ser mi presentador?". Y estuvimos dos años juntos haciendo varios shows por noche en todo el país. Actuaba en los lugares más espantosos que se pueda imaginar, clubes de mala muerte con mezcla de olores, y nosotros íbamos todos vestiditos por un sastre amigo de Roberto. Había días que teníamos cuatro shows por noche, uno en Ingeniero Budge, otro en Luján, y así. Te la pasabas viajando. Manejaba Luis De Guvea, un músico retirado. Sandro era el copiloto y con Oscar Anderle íbamos atrás. Mientras devorábamos kilómetros y kilómetros, Roberto imitaba a Alberto Morán cantando "Pasional". La pasábamos bárbaro. En el auto era un chiste tras otro, con Modart en la noche de fondo.
Modart en la noche era un programa de compañía en la madrugada con pocas palabras, musicalizado exquisitamente por Ricardo Kleinman y conducido por Pedro Aníbal Mansilla, un locutor peruano de una voz muy agradable. Lo escuchaban todos los que se querían enterar de lo que ocurría con la música. Sandro entre ellos. "Una vez Roberto leyó en una revista especializada que Frank Sinatra tenía medias rojas. Una rareza total para la época. Recorrimos todo Buenos Aires buscando un bendito par de medias de ese color. Era muy ocurrente. Le gustaba ir a cenar a la Costanera. Con ese tono gitano que lo caracterizaba decía, después de los shows: ‘Vamos a comer al mar’. ‘Es el río, Roberto’, reía Don Vicente, su padre. ‘Salí del personaje, por favor’, le pedía". Quizá por una cuestión generacional Larrea se hizo muy amigo del padre. Iba a comer a la casa de Valentín Alsina.
El saxofonista Bernardo Baraj era parte de la banda de Sandro, que en ese momento se llamaba Black Combo: "Tocábamos en muchos clubes o descampados en el medio de la ruta. Nosotros llegábamos antes, armábamos el sonido, preparábamos los instrumentos hasta que llegaba Roberto con Héctor y Anderle. Hacíamos una cortina musical, aparecía Larrea de impecable traje y remataba su parlamento diciendo: "Ahora, con ustedes, un artista legítimo: Sandro".
En 1967 "El Gitano" comenzó a explorar el perfil de baladista que lo acompañaría durante el resto de su carrera. Probó suerte en el Primer Festival Buenos Aires de la Canción, que se realizó en el Teatro San Martín el 24 de octubre de ese año. Sin expectativas, Sandro eligió "Quiero llenarme de ti". Resultó la triunfadora: le ganó por un voto a "Canción para una esperanza", de Daniel Toro. Los presentadores de aquel festival fueron Héctor Larrea, Ciro Dante y Rosemarie. "Larrea fue quien anunció que el ganador en una reñida definición había sido Sandro", afirma la periodista Graciela Guiñazú, biógrafa del astro. Al año siguiente Roberto Sánchez se presentó en el Festival de Viña del Mar. Otro fue su cantar…
En 2014 Larrea, en su programa Una vuelta Nacional, recordó a Sandro junto a Jairo y Palito Ortega, que estaban de invitados. Jairo contó una anécdota que pinta de cuerpo entero a esa camada de estrellas que se hicieron de abajo: "El día que Roberto tiró la campera de cuero a la tribuna fue una revolución para la época. Cuando todo terminó, uno de los músicos de Los de Fuego se acercó a la agraciada que la había atajado y elegantemente le pidió que se la devolviera". Palito Ortega remató: "¡El presupuesto no daba para tanto! Lo de Sandro fue arrollador. Me acuerdo que yo vendía 300.000 discos; aparecía Roberto y me aclaraba: "‘Negro’, vendí 400.000 con Rosa… Rosa". Había una "competencia", que también incluía a Leonardo Favio y Leo Dan.
El directivo de la vieja CBS, Hugo Piombi, contó:
Para nuestra compañía fue una época formidable. Teníamos a Sandro, que había vendido 300.000 discos con Rosa… Rosa; Leonardo Favio estaba haciendo desastres: Fuiste mía un verano había vendido 600.000 y el LP, 250.000. También estaban Roberto Carlos y Piero, que con Mi viejo se posicionó muy bien. En RCA, la competencia, aunque lejos de nuestros números globales, empezaba a andar muy bien Palito Ortega. Competía con Sandro, pero su rango estaba más asociado con el de Leo Dan.
El padre de Sandro murió repentinamente de un ataque al corazón en 1968. Larrea lo ayudó económicamente con el velorio y, siempre que pudo, Roberto Sánchez lo agradeció públicamente. Para él fue un gesto imborrable. "Le pude devolver la plata. El favor jamás", sostuvo el astro. "No sé por qué siempre menciona eso", se preguntó Larrea en una entrevista realizada por el periodista Mariano del Mazo para su libro Sandro, el fuego eterno. Podría haber sido un gran músico, tocaba el piano y la guitarra y además era un gran bailarín, un tipo fenomenal; en algunos aspectos tomaba la vida como un juego, no tuvo ambiciones desmedidas, su casa de Banfield era una diversión, estar con Sandro era muy divertido. Le gustó ser lo que fue, se inventó él.
- Martín Giménez es director artístico de Radio Nacional y autor de Héctor Larrea. Una vida en la radio, de donde es este extracto.
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