Aún le restan 18 kilómetros de travesía. Es su tercer día de marcha. Se detiene sobre el filo del sendero que serpentea el cerro Catedral y sus ojos barren, de manera fugaz, la inmensidad del paisaje. Pero no lo contempla. Solo respira hondo y con un hilo de voz temblorosa, dice:
—No voy a llegar… no puedo más, Germán…, no puedo más.
El viento sopla con fuerza y, aun así, el sol de la mañana empieza a quemar. Mira los picos nevados, que parecen reforzar la idea de que fue una locura haber aceptado semejante desafío. Una competencia de tres días para recorrer 100 kilómetros a través de la Cordillera de los Andes. Ella, a los 52 años y con una parte de su cuerpo paralizado, sostenida con dos bastones ortopédicos que reemplazan una pierna que arrastra de manera inerte, había creído que era capaz de lograrlo.
Su entrenador y también amigo, Germán Efler, la toma del brazo. Mirándola a los ojos y con voz enérgica, le dice:
–No podés aflojar ahora. Después de todo lo que pasaste y cómo pudiste superarte. Ahora no te podés rendir acá. Ahora no.
Ella apenas asiente con la cabeza. Sabe que Germán no se refiere a esta competencia, sino a esa otra prueba que tuvo que sortear años atrás y que resultó ser la prueba decisiva de su vida.
"Cuando me desperté después de haber tenido el ACV y vi que había quedado con la mitad de mi cuerpo paralizado, sentí que moría. Porque lo mío no fue un proceso, no fue gradual. Me encontraba en perfectas condiciones, llevaba una vida metódica, de mucho entrenamiento y, de repente, me propinó un terrible cachetazo. Cuando reaccioné, todo lo que era hasta ese momento había desaparecido".
A toda velocidad
Norma Ramos nació en Ledesma, provincia de Jujuy. Tenía 7 años cuando corrió su primera carrera en un campeonato intercolegial. A los 9, batió el récord provincial en la prueba de velocidad. A partir de entonces, aquella señal de largada ya no tendría fin. "Mi abuelo fue maratonista —cuenta Norma—. Pero lo más asombroso es que yo soy hija de corazón. Fui adoptada de bebé y ninguno de sus otros nietos de sangre eligió el deporte, solo yo".
Apoyada en sus bastones ortopédicos, Norma invita a recorrer el predio atlético que ella misma fundó a la vera de la estación Presidente Derqui, un barrio del partido de Pilar y en el que vive desde hace más de 20 años. El vigor físico que despliega también se corresponde con su hablar veloz, en el que aún pervive la tonada jujeña.
"Cuando me pasó lo que me pasó, caí en un pozo depresivo muy profundo. Dejé de valerme por mí misma. No paraba de preguntarme: ¿Por qué a mí? ¿Por qué tuvo que pasarme esto justo a mí?".
Su adolescencia estuvo signada por numerosos logros deportivos, con varias medallas a nivel nacional. Cuando empezó a competir en la categoría de veterana, llegó a ser campeona argentina en prueba de marcha atlética. En 2011 participó del Grand Prix del Mercosur en Porto Alegre, Brasil, y clasificó como subcampeona en los 5.000 metros llanos. Esa sería su última carrera de atleta convencional.
"Cuando volví, organicé una maratón en Pilar. Al día siguiente de esa maratón, estaba por comer unas pizzas junto a mis hijos y comencé a sentirme mal. Después no me acuerdo de nada más".
Caí en un pozo depresivo muy profundo. Dejé de valerme por mí misma. No paraba de preguntarme: ¿Por qué a mí? ¿Por qué tuvo que pasarme esto justo a mí?
Antes de sufrir el ACV isquémico que bloqueó su carótida, y que le provocó una parálisis en el lado izquierdo de su cuerpo, Norma Ramos dormía apenas tres horas diarias. Su entrenamiento arrancaba a las cuatro de la mañana y se extendía hasta las siete. Luego regresaba a su casa, se bañaba y partía hacia su trabajo, en la Municipalidad de Pilar. Cuando volvía, se dedicaba a su casa y a sus seis hijos. En lo que restaba del día, atendía a los grupos de atletismo que ella misma había formado. En el medio de esta frenética rutina, apareció un pico de presión al que no le dio mayor trascendencia. Poco tiempo después, la excesiva carga de estrés terminó por implosionar en su cuerpo.
"Me llevó tres años recuperarme. Pasé un año completo sumergida en una especie de pozo oscuro, una etapa que mucho no quiero recordar. Pero en un momento sentí que así no quería seguir más, prefería morirme. Correr era mi vida. ¿Qué iba a hacer ahora al quedar postrada? Durante todo ese tiempo le preguntaba a Dios por qué me había tenido que tocar a mí".
A la par de una rehabilitación física, Norma inició también un tratamiento psicológico. Estaba enojada, además de deprimida.Buscaba respuestas. ". Ahí empecé a comprender que tal vez esto que me había pasado le podía dar un sentido a mi vida que antes no tenía. Porque mi discapacidad física me hizo acercarme a otras realidades".
Llegué a tocar fondo. Hasta que un día cambié la pregunta: «¿Y por qué no a mí? ¿Quién soy yo para que no me puedan pasar determinadas cosas?. Y eso fue un clic poderosísimo.
Decidió subirse a una vieja silla de ruedas y, empujándose con su brazo derecho, todos los días salía a recorrer la pista del predio. Alentada por sus alumnos del grupo de atletismo, decidió participar de una maratón que se organizó en Pilar. Salió última. Tardó dos horas en recorrer 10 kilómetros.
"Pero esa primera carrera con mi silla de ruedas me hizo ver que yo nunca iba a dejar de ser una atleta, solo que ahora tenía que aprender a luchar junto a mi discapacidad. Y empecé a entrenar otra vez. Hoy, esa carrera de 10 kilómetros que me llevó dos horas, la hago en 40 minutos. Y con un solo brazo".
Mover montañas
La rehabilitación a la que se sometió, más los entrenamientos que realizaba en la silla, lograron avances notables en su cuerpo. Con el tiempo, logró incorporar los bastones ortopédicos que le permitieron caminar, valiéndose de su brazo y pierna derechos. "Siempre había soñado con hacer carrera de montaña, pero después del ACV, había desechado ese sueño", cuenta Norma.
En el año 2016, Germán Efler le habló de una competencia de 100 kilómetros que se iba a realizar en La Pampa.
Yo le dije: «¿Estás loco, Germán? ¿Qué querés, que la corra en muletas?». Y él me dijo: «¿Y por qué no?». Entonces empezamos a entrenar. Y sí, la corrí en muletas. Llegué con mis bastones y corrimos la carrera. Fueron tres días, divididos en tres etapas. Participaron 400 personas. Y esta vez no fui la última en llegar".
La experiencia de La Pampa la entusiasmó para que en febrero de 2017 se sumase a una competencia de mucha mayor envergadura: el Cruce de los Andes, una maratón de tres días que recorre la cordillera andina, uniendo Chile con Argentina.
"En el tercer día de competencia, arriba del cerro Catedral, estaba en el límite de mis fuerzas. O abandonaba o seguía, no había más opciones. En estos 45 años que llevo como deportista, jamás abandoné una carrera. Así que seguí".
Norma Ramos emprendió el descenso hasta la base del cerro, donde se encontraba el podio de llegada, sin sentir el lado sano de su cuerpo, adormecido por el dolor y el excesivo cansancio. "Era solo mi cabeza la que me llevaba, mi cuerpo había dicho basta. Pensé en mi familia, en mis hijos, y seguí y seguí, hasta que llegué".
La tarde despunta sus últimas horas en Derqui y alrededor del predio comienzan a congregarse un grupo de chicos para su ronda de entrenamiento. "Ya no busco competir con nadie. La mejor competencia la tengo todos los días conmigo misma".
Norma vive desde hace 20 años en Derqui, partido de Pilar. Allí, a la vera de la estación, fundó un predio de atletismo en el que entrenan grupos que también armó ella. Además, desde hace dos años allí