Sus miembros aseguran que en el país y en el mundo se vive un “crecimiento exponencial” de su religión: ¿cómo viven y en qué creen los mormones?
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El rugido matinal de la autopista Ricchieri se desvanece como cortado por una guillotina al ingresar al parque del Templo de Buenos Aires. Son apenas unos pocos metros los que separan los bocinazos y las eternas hileras de vehículos del predio religioso, en Ciudad Evita, conocido por el común de los porteños como “el templo mormón”. Pero al cruzar el portón de rejas que lo custodia, el único sonido que se escucha es el de la fuente, ubicada en el centro del jardín y rodeada por canteros de flores y arbustos podados en formas geométricas.
“Uno viene acá y se aparta del mundo. Yo cargo mis problemas, como todo el mundo, pero cuando llego a acá me olvido de todo”, comenta el elder Alfredo Salas, obispo de Derqui, padre de cinco hijos y encargado de prensa de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días -el verdadero nombre de los conocidos “mormones”-. De traje y corbata, Salas pasea por el parque del templo. A pocos metros, sentadas junto a la fuente, dos mujeres jóvenes vestidas con polleras largas hasta los tobillos acunan en sus brazos a sus bebés. La elegancia de su vestimenta no es excepción dentro de la Iglesia de Jesucristo, sino la regla. Para ingresar al templo, los hombres deben usar traje y las mujeres, pollera, por lo menos hasta la altura de las rodillas, y blusas que no dejen ver los hombros ni el vientre.
El estricto código de vestimenta se cumple, aunque con algunas modificaciones, desde 1830, año en que el americano Joseph Smith fundó la religión, basándose en sus visiones celestiales, y convirtiéndose así en un profeta para sus seguidores. Desde ese entonces, los fieles de la Iglesia de Jesucristo -también conocidos como mormones-, que en un principio no eran más que un puñado de vecinos, se multiplicaron a una velocidad envidiable para las demás religiones, especialmente en las últimas décadas, con llamativos picos en África y América del Sur.
En la Argentina, el crecimiento exponencial de los miembros de esta iglesia desde los ‘80 hasta hoy llama la atención, incluso, de las mismas autoridades de la comunidad. “Cuando yo me convertí, en Bahía Blanca, a los 12 años, junto al resto de mi familia, en toda la ciudad no había más de 60 creyentes. Hoy, hay al menos 8.000 -detalla Salas-. Tenemos más de 725 congregaciones en todo el país. Cuando era chico, el templo más cercano que teníamos quedaba en Estados Unidos. Hoy, solo en la Argentina, hay dos, en Buenos Aires y en Córdoba, y se están construyendo otros tres más, en Salta, Mendoza y Bahía Blanca”. Además de los templos, la Iglesia de Jesucristo tiene unas 600 capillas en el país.
Los primeros misioneros mormones llegaron al país en 1923. Eran dos familias, los Friedrichs y los Hoppe, conversos de Alemania, que se mudaron a Buenos Aires y comenzaron a invitar a los vecinos a reuniones en sus casas. Actualmente, según cifras de la Iglesia, hay 474.399 mormones en todo el país, lo cuales representan el 1,05% de la población nacional. El porcentaje es bajo si se lo compara con los de otras religiones, pero, según la Iglesia de Jesucristo, lo característico de su comunidad es que crece a niveles exponenciales. Según destacan, la gran mayoría de los mormones del país no nacieron de padres que ya practicaban la religión, sino que se convirtieron en vida, durante su niñez o adultez. “Hace poco, en una clase de religión que di, pregunté: ¿quiénes de ustedes son conversos? De un grupo de 80 personas, 65 levantaron la mano. Solo 15, los más jovencitos, habían nacido de padres pertenecientes a la iglesia”, afirma Salas.
“Hay que ser digno para entrar al templo”
Las puertas doradas del edificio religioso se abren de tanto en tanto, cada vez que un miembro de la comunidad quiere entrar o salir. Y es entonces cuando se asoma, dejándolos pasar, el registrador del templo, vestido completamente de blanco: tiene zapatos, medias, pantalón, saco, camisa y hasta corbata blanca, haciendo juego con el interior del lugar, donde la limpieza y el orden son absolutos.
Son muchos y de distintas edades los fieles que se acercaron en este mediodía de viernes a visitar o conocer el predio. Pero no todos ellos pueden ingresar al templo. Algunos, como es el caso de Liliana, de Rosario, simplemente deben esperar afuera mientras sus amigas ingresan a orar y a hacer lo que ellos llaman un “bautismo por los muertos”. “Lo que pasa es que yo no soy digna -explica ella desde afuera-. Soy parte de la iglesia desde hace 20 años, pero no puedo entrar al templo porque nunca me casé con la pareja con la que convivo”.
En el hall de entrada del Templo de Buenos Aires hay una recepcionista vestida de blanco. Es ella quien debe controlar que todas las personas que ingresan realmente tengan permiso para hacerlo, un cupón de recomendación de papel, firmado por el obispo de la congregación a la que la persona pertenece. “El obispo conoce a todos los miembros de su congregación. Él, después de una reunión con la persona, es el que certifica si esa persona es digna, si vive o no los mandamientos básicos de la religión. Nosotros hacemos votos de castidad, no fumamos, no tomamos alcohol ni café ni té, no nos drogamos. Tenemos una buena conducta. La recomendación del obispo dura dos años. Si hubiera una situación seria, por ejemplo si la persona es condenada por hacer un delito, el obispo puede retirarle la recomendación”, explica el líder espiritual de la congregación de Derqui, que tiene a cargo a más de 100 fieles.
Desde sus inicios, la base principal del la Iglesia de Jesucristo son sus misioneros. A diferencia de la iglesia católica, donde las misiones de sus fieles suelen durar unos días o algunas semanas, en la Iglesia de Jesucristo, las misiones son de dos años para los hombres y de un año y medio para las mujeres. En ese lapso, los misioneros, la mayoría jóvenes de 18 años o más, abandonan sus casas y sus familias. Se mudan a otro país de su región junto a una comunidad, y todos los días salen a predicar por las calles de la zona asignada la Biblia y el Libro del Mormón -escrito por Joseph Smith-, los dos textos de referencia de su vertiente cristiana.
Por los jardines del templo de Buenos Aires circulan varios grupos de misioneros, la mayoría hombres, entre los que se destacan jóvenes chilenos y paraguayos, vestidos de traje y corbata. “Es asombroso. Tienen 18 años y a las 6 am ya están estudiando las escrituras, antes de salir a misionar. Me impresiona ver la fidelidad que tienen”, comenta Salas. Sus cinco hijos, dice, han elegido seguir practicando la religión que sus padres les enseñaron.
Uno de los atributos que más parece diferenciar a los adolescentes mormones de sus pares es su disciplina. Cuando son niños, todos los domingos asisten con sus familias a la capilla de su congregación durante tres horas, donde reciben clases de religión, las niñas por un lado y los niños por el otro, y luego todos se unen a sus familias para celebrar la misa. Pero a partir de los 14, y hasta los 18, asisten todos los días de la semana a una clase de una hora de religión, que se dicta a las 6 de la mañana, antes de la jornada escolar. Es por eso, destaca Salas, que el hecho de no tener colegios religiosos no significa que los niños no sean educados en la religión.
Los adolescentes que practican esta profesión siguen con la directiva de vivir en castidad, no tomar alcohol, té ni café y no fumar, entre otros principios, lo cual en algunos casos trae problemas de inserción dentro de grupos sociales. “A mí en la secundaria me volvían loco. Me decían: ‘vos no andás con mujeres, no mirás a las chicas’. Yo les respondía: ‘Si no las miro, me las llevo por delante’-recuerda Salas, entre risas-. Tenés algo de bullying al respecto. Pero después, cuando realmente te conocen, te respetan y hasta te admiran, porque ven que sos capaz de mantener una conducta”.
Tablas de oro y judíos en la América precolombina: ¿En qué creen los mormones?
Los miembros de la comunidad mormona de la Argentina están acostumbrados a tener que explicar qué implica ser mormón. “Muchos te dicen: ‘ah, ustedes son poligámicos, ¿no?’. Y vos tenés que decirles: ‘no, hay grupos que se abrieron de la iglesia y siguieron su propio camino y hoy practican la poligamia, pero nosotros no’ -explica Salas.-. Antes, había mucho menos conocimiento de nuestra religión que ahora. Cuando era chico, los diccionarios definían a nuestra iglesia como una ‘secta poligámica’. Y no es ni lo primero ni lo segundo”.
La Iglesia de Jesucristo De los Santos de los Últimos Días fue fundada por Joseph Smith y cinco compañeros el 6 de abril de 1830, en Fayette, Nueva York. Smith, de familia granjera humilde, afirmó haber tenido su primera visión a los 14 años, mientras oraba en el bosque, cerca de su casa, en Vermont. Luego, durante una segunda visión, aseguró que un ángel llamado Moroni le hizo conocer la existencia de unas planchas de oro enterradas en suelo americano, que habían sido grabadas en la antigüedad por miembros de un pueblo judío que vivió en el continente americano mucho antes de la llegada de Colón, y que había tenido revelaciones celestiales. Según él mismo hizo saber, Smith encontró las tablas, las tradujo al inglés y luego el ángel se las volvió a llevar. Del contenido de las planchas surgió el Libro del Mormón. Smith presidió la comunidad hasta su martirio, a mediados de 1844. En esos 14 años de liderazgo, sus fieles llegaron a superar los 26.000, según datos oficiales de de la Iglesia de Jesucristo.
Hoy, la estatua del ángel Moroni está presente en gran parte de los templos mormones del mundo. En Buenos Aires, se la puede observar desde la autopista, y durante años existió el rumor de que estaba hecho de oro macizo. Pero no es así, simplemente tiene una capa dorada, quizás con un poco de oro, explican las autoridades de la Iglesia. En el Templo de Buenos Aires, así como también en los otros 139 que hay alrededor del mundo, se celebran sacramentos como bautismos, casamientos -conocidos como sellamientos- y también bautismos por los muertos y sellamientos por los muertos.
A diferencia de los matrimonios católicos, los mormones no se casan “hasta que la muerte los separe” sino “para toda la eternidad”, porque creen que los vínculos familiares se forman en la tierra pueden perdurar después de la muerte. “Nos preparamos desde jóvenes para casarnos en el templo y prometernos amor eterno, por idílico que parezca”, dice Salas.
Horacio Domingo Madariaga, presidente del Templo de Buenos Aires, explica cómo es posible que las personas hagan bautismos y sellamientos en nombre de sus antepasados muertos: “Tuve la posibilidad de conocer esta religión y de sellar mi matrimonio por la eternidad. Pero mis abuelos, por ejemplo, no la tuvieron. Entonces yo, en forma vicaria, como intermediario, puedo sellar el matrimonio por ellos, y ellos tienen la posibilidad de recibirlo, si así lo desean. Es una obra por representantes. La gente viene y representa a sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, y hacen lo que nosotros llamamos una historia familiar. Cada uno hace por sus antepasados los bautismos y casamientos”.
La página de genealogía más grande del mundo, Family Search, es propiedad de la Iglesia de Jesucristo. “Armamos todos nuestros datos familiares y lo subimos al sitio web. Cada uno de nosotros debe tener entre 5000 y 10.000 nombres de antepasados. Y tratamos de casarlos y bautizarlos a todos. Lleva mucho tiempo. La idea es unir a toda la familia con lazos, eslabones eternos, hasta llegar a Adán, para que la familia humana sea eterna”, suma Salas.
También a diferencia del catolicismo, la iglesia mormona permite la nulidad del sellamiento nupcial, y siempre y cuando ese “divorcio” no haya sido causado por una actitud que la Iglesia considere pecado, como la infidelidad, la persona separada puede seguir siendo “digna”, y, así, seguir entrando al templo.
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