“Hay masonas en el Poder Ejecutivo”. La historia de la masonería femenina en la Argentina, que tiene más de cuatro mil “iniciadas”
María Elena Castillo, la Serenísima Gran Maestra de Argentina, expone cómo surgió esta corriente, sus símbolos y el desafío de romper prejuicios históricos
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Allí, donde la ciudad bulle, en plena Avenida 9 de Julio, a pocos metros del Obelisco, un grupo de mujeres fundó un espacio que durante siglos fue exclusivo de hombres: la masonería. Se trata de la Gran Logia Femenina de la República Argentina.
María Elena Castillo -abogada y jubilada- lleva un mandil cargado de simbología y se presenta como Serenísima Gran Maestra. Es la máxima autoridad en la institución que tiene poco más de veinte años ya inició a más de cuatro mil argentinas. Con absoluta generosidad, abre las puertas de su sede central y cuenta los orígenes de la masonería femenina en el país.
-¿Por qué las mujeres fueron históricamente excluidas de la masonería?
-Para entenderlo hay que remontarse a 1717, cuando se funda la Gran Logia de Inglaterra y se establecen los requisitos para ingresar. Allí se les vedó la posibilidad a las mujeres. Esto tuvo que ver, indiscutiblemente, con los tiempos históricos: la mujer tenía vedado todos los espacios públicos. Sin embargo, es muy interesante estudiar algunos manuscritos que dan origen a esa Gran Logia, donde dice que hermanas y hermanos deben trabajar en fraternidad, tener acceso a las mismas posibilidades y recibir el mismo sueldo. Pero, indiscutiblemente, la masonería no se pudo escapar de los patrones culturales de esa época y, en la práctica, las mujeres quedamos excluidas.
-¿Cómo llegan las mujeres argentinas a la masonería?
-Es un proceso que comenzaron mujeres allegadas a la masonería masculina a través de familiares. De repente, en la década el 90, empezaron a cuestionarse y a plantearse por qué ellas no podían ingresar. Y el tema es: ¿quién les podía otorgar o iniciar en la masonería?
-Es un mundo hermético, siempre rodeado por un halo de misterio.
-En este sigilo, por ahí ni siquiera los mismos integrantes de la masonería masculina le cuentan a sus familiares mujeres lo que hacen. Incluso hoy hay muchas mujeres que no saben que existe la masonería femenina.
-¿Quién abrió la puerta de la masonería a las mujeres argentinas?
-Aquella pioneras probaron por Inglaterra, por Francia... Pero todo el proceso les resultaba muy oneroso. Finalmente, quienes abrieron la puerta fueron las hermanas de Chile, que tienen más de 40 años de vida institucional. Básicamente, se inicia con la iniciación de mujeres del país, que, con el devenir del tiempo y transitando por distintos saberes, van adquiriendo grados. Una cierta cantidad conforma una logia y, cuando tenés tres logias, se puede instalar una Gran Logia. Todo ese proceso va desde la década del 90 hasta principios del siglo XXI.
-¿La fundación de la Gran Logia Femenina Argentina tiene fecha cierta?
-El 6 de julio de 2002 es la fecha en que se “levantan columnas” —así lo decimos— de la Gran Logia Femenina de la República Argentina. Tenemos 23 años de historia.
-¿Quiénes fueron las pioneras de la masonería femenina en Argentina?
-Rosa Surijón y Rosa Toritto, que todavía están con nosotras, fueron grandes maestras. También estaban Norma Mazur, que fue nuestra primera gran maestra, y Julia Resnicoff, las dos ya fallecidas. Tenemos nuestros registros, pero como la institución todavía sigue muy estigmatizada, muchas no se daban a conocer afuera.
-Actualmente, ¿cuántas mujeres integran la Gran Logia femenina?
-Hay más de 4000 mujeres iniciadas en el país, pero no todas son miembros activos.
-¿Cuáles son los requisitos para ingresar a la institución?
-Ser mayor de edad, no tener antecedentes penales o como antiguamente se decía: ser “libre y de buenas costumbres”, no tener objeciones y ser un sujeto “iniciable”.
-¿Qué significa ser “sujeto iniciable”?
-No implica tener una determinada carrera ni un título de grado, ni una posición social determinada. Tampoco implica tener facultades paranormales. Muy por el contrario, significa ser una persona dispuesta a cuestionarse todo, absolutamente todo, con absoluta libertad. Ir en búsqueda de la verdad, de su verdad, de sus propias respuestas, y atreverse a ser una mejor versión de sí misma, con un perfeccionamiento que va a ser intelectual, que va a ser moral, y que tiene una escala de valores basada en esa libre decisión, porque conformamos —o buscamos conformar— libres pensadoras. Cada una tiene su propia escala de valores y cada una sabe si realmente es coherente entre lo que dice, piensa y hace. Lo que busca la masonería es este mejoramiento individual para lograr el mejoramiento colectivo, porque conforma ciudadanía.
-Se supone que hay que tener también cierto desarrollo intelectual para participar en debates profundos.
-A ver, no es el requisito sine qua non, porque el requisito inexorable es ser un sujeto iniciable, es decir, querer ser mejor. Pero, indiscutiblemente, hay un fuerte componente intelectual. A quien no le guste transitar por las enseñanzas filosóficas, sociológicas, culturales que la institución transmite, o que abre los portales para poder estar en contacto con ellas, le va a resultar muy difícil sentirse en un espacio de plenitud. Pero no es un obstáculo, porque en otras filas hay mujeres albañiles, mujeres que tienen dos o tres doctorados, y otras que simplemente terminaron la secundaria o, incluso, en algunos lugares, solo la primaria. Sin embargo, transmiten sabiduría, porque la sabiduría no tiene que ver exclusivamente con la ilustración. La experiencia, la reflexión y el conocernos a nosotras mismas habilitan esa posibilidad. Además, hay distintos perfiles de talleres, porque hay distintos perfiles de seres humanos: algunas tienen una raíz más filosófica o más ritualística, otras un alto compromiso social o ciudadano. Tampoco es necesario un debate binario y visceral; muy por el contrario, lo que se fomenta es la escucha activa y la búsqueda de consensos. Algo que falta mucho en la actualidad.
-¿Se debate sobre religión o política?
-En términos generales, no. Indiscutiblemente, si tomamos esos términos en un sentido holístico y profundo —en tanto religión— la masonería busca “religar” al ser humano con la existencia toda, y lo hace con una amplitud tremenda: desde aceptar integrantes de distintas religiones hasta aquellas que no comparten ninguna creencia conocida en los ámbitos religiosos. En lo político pasa exactamente lo mismo: las hay de todo el espectro. Lo que sucede es que nosotras trabajamos la tolerancia y no lo hacemos desde lo pendular ni desde lo visceral. Entonces, los debates podrán tener una cuota de pasión, pero nunca desde la falta de respeto ni desde la anulación de la posibilidad de la escucha activa hacia el otro. Muchos nos cuestionan: “Son relativistas, no son absolutistas, no se paran en posiciones claras”. Pero no es así: cada una tiene sus absolutos personales, pero mi escala de absolutos es mía y yo no la puedo imponer. Si no, te estoy dogmatizando.
-De las cuatro mil iniciadas; ¿todas tienen el mismo grado?
-Hay un porcentaje —alrededor de un tercio— que pertenece a la maestría. Es decir que logró transitar por lo que podríamos llamar “la currícula” del primer grado, del segundo y del tercero.
-¿Sus reuniones son siempre acá, en esta sede?
-Acá trabajan varios talleres que pertenecen a distintas logias. No es el único lugar donde se trabaja, porque también se trabaja en El Progreso y en otros templos.
-¿Tiene un calendario de reuniones establecido?
-Algunas logias vienen una vez por semana, otras cada quince días... también hay un taller que viene una vez al mes. Tiene que ver con la disponibilidad de sus integrantes y su funcionamiento. Hoy en día tenemos poco tiempo para dedicarnos a temas que no pasen por lo laboral o las obligaciones personales, familiares... La obligación es transitar, como mínimo, por dos tenidas de aprendiz, una de compañeras y una de maestras.
-La masonería masculina dice que tiene récord de jóvenes queriendo entrar. ¿Qué sucede con las mujeres?
-Somos pocas las que vamos quedando, tenemos canas y varios años. El promedio de edad cuando arrancó la Gran Logia era superior a los 50 o 60 años. Hoy eso ha bajado considerablemente, nuestro promedio es de 35 años. Acá hay mujeres que están en su plenitud laboral y eso nos obliga a tener ciertas flexibilidades. Tenemos mujeres jóvenes que rompen ese estereotipo de “todas con cierto perfil”, que aportan distintas miradas, distintas formas de entender el universo y la actualidad.
-¿Cómo describiría a la masonería?
-Esto es una filosofía de vida, una posibilidad de comprender lo diverso y lo distinto, siempre desde un ámbito de tolerancia. Eso nutre al ser humano en su fuero más íntimo. Es, de alguna manera, trabajar la ampliación de conciencia desde una espiritualidad no dogmática, desde un progreso espiritual laico que nos permita transitar a ser mejores personas, con valores y principios, sin un conjunto de prohibiciones sancionatorias. Es decir, lo que quizás algunas religiones sí tienen: castigos o reglas muy rígidas si uno transgrede ciertas normas. El camino de la búsqueda de la perfección de la masonería pasa por un camino de la virtud, en todas las variantes: la caridad, la tolerancia, el respeto… Ser un sujeto virtuoso es el desafío nuestro, puertas afuera: ponerle un sello de honor y de virtud a lo que hacemos.
-¿Hay mujeres destacadas o reconocidas en la masonería femenina?
-Hay masonas en el periodismo, en el Poder Judicial —fiscales, defensoras, juezas—, en el Legislativo y también en el Ejecutivo, pero no siempre con un rango de mucha visibilidad. Tenemos apenas 23 años, todavía no tuvimos una masona presidente de la Nación, como sí pasó en la masonería masculina. Nosotras decimos que existieron “masonas sin mandil”, como Cecilia Grierson, Julieta Lanteri, Alicia Moreau de Justo... pero en esas épocas directamente no existía la masonería femenina. Algunas no pueden darse a conocer, sobre todo en las provincias, donde todavía hay mucha estigmatización. Cuando en Mendoza se levantó la logia a la que yo pertenezco, que fue la primera del interior del país, nos hicieron notas y lo menos que nos desearon fue un mal augurio... Te hablo de 2009, no hace tanto. Hay muchísima persecución todavía. Muchas mujeres doctas en sus áreas no se pueden dar a conocer porque, si se supiera que pertenecen a la masonería, quizá las echan.
-¿Cómo funciona acá el recambio de autoridades?
-Cada gestión dura tres años y se puede reelegir solo una vez. En la La Gran Logia Femenina de Argentina las elecciones son directas, votan las integrantes que llegan a la maestría. En mi caso, fui reelecta. La masonería en general defiende los principios republicanos y la democracia como el mejor método de gobierno que conocemos. Quizá el día de mañana encontremos uno mejor, pero hoy es lo que hay.
-¿A qué se dedica usted en su vida “civil”, por fuera de su rol como Gran Maestra?
-En este momento estoy jubilada. Soy abogada, he sido especialista en Derecho Administrativo, en fideicomisos públicos y financieros. Me desarrollé en el ámbito privado y también en el público: fui funcionaria en la provincia de Mendoza, después fui asesora legal y técnica en la gobernación. Incluso trabajé ad honorem en el Ministerio Público de la Defensa cuando se formó un área manejada por mujeres que no contaba con respaldo para tener un departamento legal propio.
-¿Cuándo entró en la masonería?
-A los 18 años, a través de El Derecho Humano, que fue el primer espacio mixto que permitió a las mujeres transitar la masonería, fundado a raíz de que María Deraismes fue expulsada de una logia masculina. Después dejé, por la vida misma: me casé, fui madre, estudié... Con el tiempo me cuestioné qué era ser un sujeto femenino. Más adelante busqué la masonería femenina porque me parecía que había una inequidad total en no tener un espacio nuestro. Y ahí encontré la Gran Logia Femenina de Argentina, que se había instalado en 2002. Empecé a tomar contacto con ellas en 2004 me inicié un año después.
-Esta sede, como toda la masonería, está llena de simbología.
-Un templo masónico representa el universo, sea en lo macrocósmico o en lo microcósmico. Por eso vas a ver símbolos que trascienden civilizaciones: el Sol, la Luna, a veces el zodíaco. El damero, ese piso cuadriculado, simboliza la existencia de la dualidad: blanco-negro, día-noche, lo finito y lo infinito... Nos invita a pensar que todo lo que está afuera también está adentro nuestro y que conviven nuestras luces y sombras. También están la escuadra y el compás, que representan la rectitud y la equidad, respectivamente. Hay ramas de acacia, un árbol cuyas hojas se cierran de noche y se abren de día, y que no es corroído por insectos. Y tenemos una plomada y un nivel, que simbolizan el arte de la construcción y, en nuestra interpretación, el trabajo que hacemos en nosotras mismas para hallar el “punto medio”, sin caer en extremos.
-¿Cuál es la provincia con más iniciadas? ¿Dónde tiene más impacto la masonería femenina?
-Indiscutiblemente, en CABA, que es donde nace la masonería femenina, porque ahí están las tres primeras logias que dieron pie a la Gran Logia Femenina de Argentina. Después, hay provincias donde ya estamos sumando logias, como Misiones y Mendoza. Es un proceso gradual: buscamos darnos a conocer y que más mujeres se interesen, pero no queremos un ingreso masivo porque sí. La idea no es “cantidad”, sino “compromiso”. Si no, a la larga, esas personas se van, porque en verdad no compartían los objetivos de progreso espiritual laico y el compromiso social o ciudadano.
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