Es un hábito que se inculca desde que son pequeños. Favorece su autonomía y los vuelve responsables.
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A los hijos chiquitos les gusta colaborar y les hace bien sentirse parte del equipo que lleva adelante la casa y la familia. A los más grandes no les entusiasma. Pero les hace mal no colaborar porque se dan cuenta de que exprimen a sus padres y se sienten culpables por ello.
Empezando por los más chiquitos, nos cuesta aceptar su ayuda porque lo hacen despacio, nos hacen muchas preguntas, nos piden ayuda, rompen o vuelcan por el camino. Es decir, es más lo que complican que lo que realmente hacen. Pero tengamos en cuenta tres temas claves para juntar fuerzas y decirles que sí o invitarlos a hacerlo:
- esas tareas favorecen la autonomía y la iniciativa -tareas de esa etapa según Eric Erikson-;
- mientras las hacen están entretenidos, no pelean, no dicen ¨me aburro¨, no molestan al bebé ni al hermano en su meet de colegio, y dejan tranquilo al papá o a la mamá mientras trabajan, etc.;
- además, y no menos importante, se acostumbran a colaborar desde chiquitos y después siguen haciéndolo al crecer. Si en cambio no les pedimos nada en esas edades cuando queremos que nos ayuden a partir de los 8 o 9 años nos dicen que no, porque consideran que es nuestra tarea, y fuimos nosotros quienes les enseñamos a pensar así.
Cosechar lo sembrado
En la etapa siguiente, durante la escolaridad primaria, son buenos y eficaces colaboradores, sobre todo si vienen haciéndolo desde más chicos. Erikson llama esa etapa la de la industria, tienen ganas de hacer muchas cosas. Al sentirse parte del equipo familiar, al verse “empoderados” –neologismo difícil de decir en otras palabras- a veces se les ocurre dar vuelta su cuarto, o ¡el living!, cocinar una torta, hacer un postre, armar una huerta en le balcón, y nos vemos muy tentados de decirles que no… A pesar de que la cocina quede detonada, o tengamos que renunciar a una siesta, no desperdiciemos las oportunidades de seguir manteniendo encendida la llamita de sus iniciativas -valiosa en muchos ámbitos más allá de la casa- para su vida actual y futura.
En la adolescencia les cuesta, ya que están en su mundo, en sus temas. A la vez tiene mayor conciencia de todo lo que hacemos los adultos y de cuánto los necesitamos (especialmente en estos tiempos de pandemia), tendremos que hacer negociaciones y convenios con ellos, recordarles sus responsabilidades sin ofendernos y sin cargosearlos, no tiene todavía la fortaleza interna para priorizar y con facilidad se dejan llevar por el placer o la fiaca.
No puedo terminar sin hablar de los jóvenes y adultos jóvenes que conviven en muchas casas con sus padres y hermanos menores: ya hablamos de igual a igual en cuanto a la colaboración que esperamos -o deberíamos esperar- de ellos. Sencillo si es lo que venimos promoviendo desde más chicos pero no tanto si hemos permitido que se crezcan como jóvenes “Tanguy” (el hijo de la familia en una película francesa del mismo nombre), encantados con sus derechos y sin conciencia de las responsabilidades y obligaciones que vienen de la mano del crecimiento y de la independencia.
En todas las edades: no abusemos de ellos, pero tampoco permitamos que ellos abusen de nosotros, vivimos tiempos difíciles y los adultos a cargo necesitamos saber que no estamos solos para transitarlos, que contamos con nuestros hijos, no como mano de obra barata sino como equipo o socios en los temas de la vida diaria que tanto nos pesan en estos días.
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